Vivimos entre lo real y lo virtual, y los límites entre ambos mundos son cada vez más difusos. ¿Cómo impacta la difuminación de esta frontera sobre la búsqueda del ser humano por autorrealizarse?
Jorge Ratia / ethic
Hace 200 años, el filósofo Søren Kierkegaard hablaba de la ansiedad como si esta fuera provocada por el «vértigo a la libertad», un vértigo creado por las ilimitadas posibilidades que tiene el ser humano de existir. Para Kierkegaard, sin posibilidades no hay ansiedad, pero tampoco hay propósito. Por el contrario, la ansiedad en su versión más benigna motiva al individuo a tomar decisiones que le hacen crecer y desarrollarse como él mismo imagina.
La era digital irrumpió en el planeta, expandiendo esas «posibilidades» aún más y, por lo tanto, también la ansiedad. Actualmente, tal es la magnitud de información y opciones disponibles, que la ansiedad puede tomar un carácter más feroz, hasta el punto de transmitir al individuo cierta parálisis de decisión que le incapacita sentirse libre, y por ende, válido para la sociedad en la que opera. Si esto pasa, el sujeto atraviesa un periodo de conflicto sobre el propósito y el sentido de la vida.
Algunos psicólogos enfocan la crisis existencial como una cuestión de identidad. Otros dicen que gira en torno a sentimientos de responsabilidad y compromiso frente a la independencia. Podría ser, quizá, la primera confrontación con la idea de finitud, de la muerte. Sea como sea, los tiempos que corren han destapado nuevas formas de entrar y salir de las crisis introspectivas, generando un debate sobre su impacto en la sociedad.
Las redes sociales son el arma de doble filo en el siglo que nos toca vivir. Han redefinido las conexiones humanas, y ofrecen tanto un sentido de pertenencia como uno de aislamiento nunca antes visto. Esta paradoja refleja el gran dilema de la era digital, que enfrenta a utópicos y distópicos en una batalla intelectual cuyo ganador diseñará la moralidad digital del futuro. Las posibilidades de construir y destruir personajes en el mundo virtual son infinitas. Por esta razón, el individuo desarrolla una identidad diferente para cada plataforma donde interactúa, y así puede sacarle el máximo rendimiento. Pocas veces coincidirá una descripción personal en LinkedIn con una de Tinder. Del mismo modo, las redes sociales (o prácticamente cualquier entorno digital) ofrecen a las personas la oportunidad de presentar versiones idealizadas de sí mismas. Esta autopresentación selectiva puede, en consecuencia, dar lugar a discrepancias entre el concepto físico y virtual de uno mismo, que puede afectar a la comprensión de la identidad. Es entonces cuando es posible experimentar cierta desconexión entre los múltiples «yo» online y el «yo» offline.
Asimismo, la era digital facilita la comparación social constante, ya que los individuos enfrentan sus propios logros y apariencias con la versión idealizada de los demás. Hay quienes se esfuerzan por estar a la altura de unos estándares irreales establecidos por la propia virtualidad del entorno, y, aun sabiendo que se trata de un enfrentamiento injusto, la derrota causa malestar. Este sentimiento muestra que, en ocasiones, la tecnología evoluciona más rápido que la cognición humana, y que, no por ser conscientes del ansia por la validación externa se puede evitar la alienación existencial que la escasez de likes puede provocar.
Sin embargo, los entornos digitales ofrecen también oportunidades para la exploración de la propia identidad y la creación de comunidades. Nunca antes se había podido crear tan fácilmente espacios donde usuarios de todo el mundo conectan con personas afines, con las que pueden explorar diferentes aspectos de su existencia y de las que recibir apoyo. Por lo tanto, a pesar de los retos (y la incertidumbre) que plantea la era digital, el espacio virtual puede contribuir positivamente al sentimiento de pertenencia, ya sea a un colectivo con determinados valores o a la vida misma. Además, muchas personas utilizan las innovaciones de esta era para mejorar su calidad de vida, como puede verse con las aplicaciones para hacer deporte, comer bien, conectar con amigos cercanos, aprender habilidades nuevas, entretenerse por la tarde, encontrar trabajo, comprar ropa…
Por estos motivos, de momento, no tiene sentido científico sostener que la era digital causa más crisis existenciales o más intensas. Las luchas internas son profundamente personales y pueden surgir de una variedad de factores, incluidos los cambios en la economía, en los valores sociales, las relaciones interpersonales y, entre tantos otros, la gestión del entorno virtual. Es cierto que la cultura online puede ejercer una profunda influencia en las crisis existenciales y la motivación del individuo, configurando sus percepciones de la identidad y el propósito vital; no obstante, más allá de los pros y contras, siempre hay espacio para navegar las nuevas posibilidades con un correcto uso de la tecnología, lo cual puede ayudarnos a cultivar un sentido más profundo de la autorrealización.
Fuente: https://ethic.es/2024/04/la-crisis-existencial-en-la-era-digital/