El artista surrealista se obsesionó con un cuadro de Millet que conectaba con su tragedia familiar
LAURA GALDEANO / LIBERTAD DIGITAL
El gran genio del surrealismo Salvador Dalí era un personaje bastante excéntrico de cara a la galería. A lo largo de su vida le persiguieron obsesiones de su infancia que explican muchos de sus cuadros.
Hay que retrotraerse hasta su nacimiento. Fue el segundo bebé que nacía en el seno de su familia, pero su hermano mayor, el primogénito, había muerto de niño. También se había llamado Salvador, como el padre. Llevar el nombre de su hermano fallecido le marcó toda la vida y le generó continuas crisis de identidad. Dalí comentó que sus padres le llevaban de forma regular a visitar la tumba de su hermano. Allí se enfrentaba con la lápida en la que podía leer su propio nombre. Su padre, con el que mantuvo una relación compleja, le decía que él era el sustituto, que era una copia, un reemplazo del hijo que perdió.
«Durante toda mi niñez y juventud viví con la idea de que era parte de mi hermano mayor. Es decir, en mi cuerpo y alma llevaba el cadáver adherido de este hermano muerto porque mis padres hablaban constantemente del otro Salvador», aseguró el artista.
PINTORES DE LA HISTORIA: LA CORAZONADA DE SALVADOR DALÍ POR EL RECUERDO DE SU HERMANO MUERTO
El padre de Dalí era notario y una persona de fuerte carácter, bastante autoritario. En la pintura Retrato de mi padre, realizada sobre tela en 1925, el artista refleja la mirada severa del progenitor y la distancia impuesta entre ambos. Hasta dos veces repudió Salvador padre a Salvador hijo. Primero. cuando se casó con Gala, por ser una mujer divorciada; y la segunda, cuando participó en una exposición de París con un cuadro del Sagrado Corazón con la inscripción en francés: «A veces escupo, por placer, sobre el retrato de mi madre». Está expuesto en el centro Pompidou de París.
Dalí fue desheredado y su padre le prohibió regresar a la casa familiar. Se cuenta, no sabemos hasta qué punto es verdad, que Dalí se presentó allí con un bote de esperma y le espetó: «Toma. ¡Ya no te debo nada!» Años más tarde llegaron a reconciliarse. Los años de tira y afloja se reflejan en los hasta ocho testamentos que llegó a redactar Salvador padre.
El fantasma de su hermano le persiguió por siempre. El artista de Cadaqués se obsesionó con El ángelus de Jean- François Millet, un artista muy interesado en el trabajo y la vida campesina. En este cuadro aparecen dos labriegos, cabizbajos, en lo que a simple vista parece un descanso. En el centro de la composición hay un cesto de frutas. No parece tener más misterio que dos labradores deteniendo su labor diaria para dedicar unos minutos a una oración. Así lo dijo el propio Millet: «La idea de El Ángelus vino a mí porque recordé que mi abuela, al escuchar el timbre de la iglesia mientras estábamos trabajando en el campo, siempre nos obligaba a dejar de trabajar para decir la oración del Ángelus por los pobres que se fueron».
Sin embargo, Dalí veía algo más e hizo hasta ocho versiones de este cuadro. Definió esta pintura como «turbadora» y reconoció que le hacía sentir cosas que no podía definir. Mientras estudiaba este cuadro, conoció a un descendiente del pintor francés que, según Dalí, le confesó un secreto que habían guardado durante generaciones. Le aseguró que Millet, originalmente, había pintado un pequeño ataúd en el centro de la composición, no un cesto de frutas como podemos ver hoy.
En esta época, los niños que morían antes de ser bautizados no podían ser enterrados en los cementerios. La idea inicial de Millet al pintar El Ángelus era recrear un entierro de un neonato, pero decidió cambiarlo porque no encajaba con los gustos del público burgués de la época.
El Millet, pintado entre 1857 y 1859, pasó por varias colecciones antes de ser exhibido en el Louvre. Dalí consiguió que la pinacoteca francesa hiciera un estudio con radiografías y escáneres. Se pudo confirmar que había una masa oscura debajo de esa cesta. Para Dalí fue la confirmación que necesitaba de que no era un ángelus, sino el entierro de un mortinato. No solo Dalí se obsesionó por El Ángelus. En 1932, sufrió el ataque de un energúmeno que acuchilló la pintura.