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La Comedia Humana | ¿Cómo es que no cae Donald Trump? | La Vanguardia

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  ORIOL MALET

John Carlin / La Vanguardia

Lo interesante no es que se haya confirmado que Donald Trump tuvo una relación con una actriz porno días después de que su esposa Melania diera a luz, ni que acaba de lograr la hazaña de convertirse en el primer expresidente de Estados Unidos declarado un criminal por la justicia de su país, al que acusa de ser “fascista”.

Lo interesante es cómo semejante bicho sigue siendo un firme candidato a coronarse presidente de Estados Unidos por segunda vez, cómo es que ni la condena de esta semana, ni la que ya tenía por abuso sexual, ni los otros mil motivos que lo delatan como un personaje grotesco, grosero, ignorante, mentiroso, paranoico, narcisista etcétera, etcétera, etcétera ponen en cuestión la fidelidad de la mitad del electorado de la gran nación de George Washington, Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt y Taylor Swift.

Que no me chillen los fans de Santiago Abascal, Milei, Netanyahu y Putin que soy el típico biempensante de izquierda. Vean lo que han dicho de él varios de los personajes más conservadores de Estados Unidos, gente que trabajó a su lado en la Casa Blanca en su primer mandato presi­dencial. Aquí, una breve selección.

John Kelly, el general retirado que fue su jefe de gabinete en la Casa Blanca: “Trump es una persona que admira a autócratas y dictadores asesinos. Una persona que solo siente desdén por nuestras instituciones democráticas, por nuestra Constitución y por el Estado de derecho”. Wi­lliam Barr, el fiscal general que puso Trump: “Siempre pondrá su propio interés y la gratificación de su ego por encima de todo, incluyendo los intereses del país”. 

John Bolton, su exasesor de seguridad nacional: “Dejé la Casa Blanca absolutamente convencido de que no era apto para ser presidente”. James Mattis, que fue su secretario de Defensa: “Donald Trump es el primer presidente en mi vida que no intenta unir al pueblo americano, que ni disimula que lo intenta”. Rex Tillerson, su secretario de Estado, fue más conciso: “He’s a fucking moron” (Es un puto cretino).

Imagínense que las ministras y los ministros más cercanos a Pedro Sánchez dijeran algo parecido de él. Ni cinco días, ni un minuto, de reflexión. Sánchez será muy “resiliente” y tal, pero saldría corriendo. Se escondería en una cueva y nunca más se asomaría a la luz de la política electoral. Imagínense si encima diese discursos en los que se compara con Jesucristo o con Nelson Mandela, o con su ídolo Al Capone, o en los que expresa su admiración por el asesino en serie de ficción Hannibal Lecter, como hace Trump. Su propia esposa lo mandaría al manicomio.

Trump posee un don de incalculable valor en un líder: conecta con las emociones de sus fieles

No en Estados Unidos, no en el mundo Trump. Melania la Muda no duda en seguir a su lado, aunque sea con menos convicción y, probablemente, con menos amor que los 75 millones y pico de estadounidenses que votarán por él en noviembre.

Esto, repito, es lo interesante. Ya que la realidad objetiva no deja duda de que Trump es un payaso – un Joker– al mando de una locomotora sin frenos, uno de las grandes interrogantes de nuestros tiempos es por qué sigue siendo perfectamente factible que de aquí a a un año vuelva a estar instalado en el despacho oval. Intentaré una respuesta. Haré lo posible para meterme en las cabezas de los extraterrestres del mundo MAGA (“Make America great again”) y dar con alguna explicación medianamente racional o inteligible.

Guste o no, lo primero que hay que reconocer de Trump, parafraseando a Hamlet, es que hay método en su locura. Quizás él no sea consciente de ello (como dijo otro de sus allegados, tiene la edad mental de “un niño de 11 o 12 años”), pero posee un don de incalculable valor en un líder. Conecta con las emociones de sus fieles, que vibran con él.

Sus votantes odian lo que perciben como el elitismo y la condescendencia de gente como yo

Igual que Adolf Hitler, otro genio de la política con el que aún no se ha comparado (denle tiempo), encarna los miedos y los resentimientos de una gran parte de la población de su país.

El principal miedo –un miedo real– al que Trump apela es el de la inmigración, retratada por él como una variante de la invasión de los bárbaros en Roma. He aquí el éxito de la propuesta que hizo en su primera campaña electoral de bloquear la entrada a los musulmanes a Estados Unidos y de construir su famoso muro en la frontera sur como defensa contra los temibles mexicanos. No será muy edificante, pero las imágenes que Trump pinta de Panchos Villa violadores y fanáticos terroristas barbudos resuenan en los corazones MAGA.

Pero el resentimiento es su arma más potente. Lo vi una y otra vez cuando cubrí sus mítines electorales para este diario en su campaña electoral del 2020. Los votantes de Trump odian lo que perciben (no sin razón) como el elitismo y la condescendencia de gente como yo, de aquellos que nos sumamos a las nuevas ortodoxias del siglo XXI.

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Hablamos no de “la economía, estúpido”, sino de “la cultura, estúpido”. Hablamos de la igualdad de género, de matrimonios gais, de transgénero: de fenómenos revolucionarios que se han implantado en la sociedad en poquísimo tiempo si lo vemos en el contexto de las decenas de miles de años que el Homo sapiens ha habitado la Tierra. Demasiado cambio, demasiado rápido para muchos, especialmente en Estados Unidos, el país más conservador y más religioso del mundo occidental.

La soberbia moral del grueso del establishment demócrata hacia aquellos que no han podido asimilar estos cambios de valores, o que directamente los rechazan, inspira precisamente ese resentimiento al que Trump apela. Los de la vieja escuela palpan no solo que las élites representadas por The New York Times o The Washington Post los desprecian, sino también que los ven (recordando el famoso insulto de Hillary Clinton) como deplorables. Como malas personas.

Eso genera una violenta reacción en contra. ¿Y qué mejor forma de devolver el golpe que obligar a los creiditos progres a tragarse cuatro años más de su detestado Trump en la Casa Blanca? Ninguna. De ahí, en su esencia, proviene la energía trumpista, o eso creo. Cuanto más degenerado, vulgar y criminal sea Trump, mejor. Más motivo para votarle porque más les dolerá a los que tanto nos desprecian.

Esto, propongo, es lo que explica medio Estados Unidos hoy: una especie de anarquía, una rebelión de las masas cuyo combustible es la rabia tribal, desprovista, como Donald Trump, de toda razón.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/opinion/20240602/9696684/como-cae-donald-trump.html

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