SILVIA ROMÁN / EL MUNDO
PAÍS PROTAGONISTA. Estados Unidos. POBLACIÓN. 330 millones. DEBATE. La alianza Aukus demuestra la influencia menguante de Europa y cómo a EEUU no le tiembla el pulso a la hora de forjar pactos que dañan a otros aliados
Los daños colaterales van de la mano de toda potencia mundial que se precie. En el caso de Estados Unidos, tenemos dos ejemplos muy recientes. Por un lado, el reconocimiento -tras una impresionante investigación periodística de The New York Times– de que las diez personas que Washington mató con un dron en una residencia de Kabul en plena espantada afgana no eran terroristas del Estado Islámico, sino tres adultos y siete niños inocentes. Paralelamente, se encuentra la noticia bomba de esta semana que le ha estallado en las manos a Europa, con epicentro de la explosión en Francia: el Aukus, la alianza militar para frenar a China en el IndoPacífico integrada por EEUU, Reino Unido y Australia. ¿Cómo se enteró de ello el Viejo Continente, históricamente ligado y agradecido al país más poderoso del planeta? De la misma forma que cuando tuvo lugar la huida americana de Afganistán: sin una sola llamada de teléfono (según aseguran múltiples jefes de la diplomacia europeos).
«El mundo ha cambiado», ha sentenciado Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU. Y tanto, debieron de pensar nada más escucharlo en París, Berlín, Madrid o Bruselas. «Pekín es el gran desafío geopolítico del siglo XXI. Nuestra prioridad y compromiso es competir con China», ha justificado Blinken, con quien la UE esperaba disfrutar de una época dulce y conexión especial al haber vivido éste su infancia y adolescencia en París.
La alianza anglosajona contra el gigante asiático es una nueva llamada de atención a Europa, una demostración de su influencia menguante en el mundo y de cómo debe reinventar o recolocar su posicionamiento geoestratégico global si no quiere que le sigan sacando los colores.
Y es que el descubrimiento del Aukus ha sido especialmente embarazoso… Justo el día que el presidente Joe Biden, el premierBoris Johnson y el primer ministro Scott Morrison presentaban -rodeados de banderas azules, rojas y blancas- su entente puramente de origen y lengua inglesas, Josep Borrell desgranaba en Bruselas la estrategia comunitaria para ganar peso en la región indopacífica.
Pero que le pregunten mejor sobre el bochorno al presidente galo, Emmanuel Macron, que se frotaba las manos con el contrato multimillonario de submarinos que tenía con Canberra y que ésta acaba de anular tras pactar con Washington y Londres que recibirá de ellos tecnología sensible para desarrollar sumergibles de propulsión nuclear (menos detectables por China).
Del Elíseo sólo salen improperios y decisiones en caliente como las llamadas a consultas de los embajadores. Del número 10 de Downing Street brotan carcajadas tras la calculada jugada de Boris Johnson, pergeñada paso a paso desde el mes de marzo, tras ver cómo los australianos temían cada vez más a sus vecinos chinos y cómo Biden empezaba a borrar Oriente Próximo de su agenda y lo sustituía por el IndoPacífico. Todo encajaba: conectaba la necesidad de un país con la del otro, impulsaba los lazos británicos con EEUU tras haber roto el puente con el Viejo Continente, demostraba a su ciudadanía lo acertado que fue el Brexit, y, como guinda, perjudicaba a los franceses, con los que tanto ha guerreado Londres. Oh là là…
Macron quiere plantar batalla y arrastrar a sus socios de la UE a involucrarse de una vez por todas en el ejército europeo, mientras deja claro a los franceses que sigue siendo el mejor líder para llevar las riendas del Hexágono (se celebran elecciones presidenciales en mayo).
Sin embargo, el mandatario galo lo va a tener complicado. Su gran apoyo siempre ha sido Alemania, que se muestra más cauta que nunca ante los comicios que celebra el domingo próximo y con Angela Merkel abandonando definitivamente la Cancillería.
Es más, pocos países europeos van a querer enfrentarse o mostrar su disgusto a Washington. La Unión Europea no es sólo el eje franco-alemán o el revitalizado eje Sur, sino también un numeroso grupo de países del Este y del Báltico que notan a diario el aliento de Rusia. Para todos ellos, la buena relación con Estados Unidos es esencial, un auténtico ejercicio de supervivencia. En caso de una seria amenaza por parte de Moscú, estas capitales acudirían claramente a pedir ayuda al amigo americano, de quien siempre han tenido apoyo a la hora de contener al Kremlin, además de ser faro de la OTAN, la organización de la que Macron dijo que está en «muerte cerebral», pero para la que Lituania o Rumanía es un seguro de vida.
«Europa se desplaza cada vez más a un segundo plano. Biden va a privilegiar las alianzas de geometría variable en función de sus intereses», analiza Benjamin Haddad, del círculo de reflexión del Consejo Atlántico americano. «La prioridad es competir con China. Lo demás es distracción».
El pragmatismo diplomático de Biden va a pasar factura a la UE por parecer insignificante en el decisivo terreno de la seguridad. He ahí el reto de Europa: o logra que se le implique en las decisiones importantes o se convertirá en un eterno daño colateral.
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2021/09/19/6145e1acfc6c83cd4b8b45ac.html