Jake Adelstein fue el primer extranjero en trabajar como reportero en un gran diario japonés. Ahora publica ‘Tokyo Vice’, su investigación sobre la temible yakuza nipona… y su actual decadencia: «Desde los 90 han pasado de 86.000 miembros a 10.000… Pronto serán todos septuagenarios»
ISMAEL MARINERO / PAPEL / EL MUNDO
«Haz que esa información desaparezca o te haremos desaparecer. Y quizá a tu familia. Pero empezaremos con ellos, para que aprendas la lección antes de morir».
Así se las gasta la yakuza, la legendaria mafia japonesa, y así lo cuenta Jake Adelstein (Columbia, Misuri, 1969), en primera persona y de la manera más descarnada y detallada posible, en Tokyo Vice, que ahora llega a España (Ed. Península).
Adelstein fue el primer -y único- reportero extranjero que logró trabajar en el Yomiuri Shimbun, el periódico de mayor tirada de Japón. Así se convirtió en el interlocutor preferido de la mayor organización criminal de Japón, mientras seguía colaborando con la policía. Fruto de esta experiencia extrema, en la que llegó a temer por su vida, escribió un libro a medio camino entre el manual de periodismo gonzo, el retrato de los turbios negocios de la yakuza y el diario autobiográfico cuajado de dilemas morales. Todo en uno, con olor a sake, el humo de 10.000 cigarrillos (así se titula el primer capítulo) y los neones del barrio rojo de Tokio.
En la terraza de un hotel de Madrid, Adelstein, que sigue ejerciendo su profesión desde Tokio pero ahora como reportero freelance, cuenta cómo la capital japonesa y el submundo criminal han cambiado de manera radical en los 12 años que han pasado desde la edición en inglés de su libro. «En la época en la que yo empecé a trabajar allí, en los años 90, había en torno a 86.000 personas consideradas integrantes de la yakuza», dice. «Ahora apenas quedan 10.000. Ya no hay fanzines mensuales dedicados a ellos, unas publicaciones muy populares hasta hace bien poco. Y ese es un claro signo de los tiempos».
¿Qué ha pasado para que desaparezcan de las calles esos macarras de trajes llamativos, tatuajes por todo el cuerpo y menos dedos en las manos de lo normal? «El parlamento japonés ha aprobado varias leyes anti-yakuza que les han llevado casi a la desaparición», explica. «La edad media de los yakuza actuales es de 50 años y eso significa que, dentro de 10 o 20 años, serán todos unos ancianos. No se puede dirigir una organización criminal formada por un grupo de septuagenarios».
Aún así, los gokudo («el camino final», como prefieren llamarse ellos) han sabido legalizar muchos de sus negocios, se han infiltrado en empresas inmobiliarias y guardan oscuros lazos con el gobierno japonés. «Muchos de los políticos de más edad, incluyendo el ex primer ministro Shinzo Abe y el actual, Yoshihide Suga, tienen o han tenido conexiones con la yakuza», afirma. «El Partido Liberal Democrático, el principal partido político de Japón, fue fundado con dinero de la yakuza en los años 50».
Para moverse en el peligroso mundo, del que puedes salir malparado por culpa del más leve desliz, Adelstein aprendió valiosas lecciones de sus colegas del periódico («siempre es mejor tener una buena fuente que muchas malas») y de detectives de policía como Sekiguchi, a quien dedica el libro.
Pero su manera de lidiar con los mafiosos no podía ser la misma, dado su origen estadounidense. Algo que, más que un hándicap, resultó ser una ventaja: un tercio de los yakuza son coreano-japoneses. «Por eso a veces se producía una especie de extraña camaradería entre nosotros», dice el periodista con una sonrisa difícil de descifrar. «Yo les decía: ‘Sois parecidos a mí, como si fuerais los judíos de Japón. Os parecéis a los japoneses pero sois diferentes, no os tratan igual. Es lo mismo que me pasa a mí en EEUU: te pareces a los demás pero no tanto, y a veces recibes un montón de mierda simplemente por tu origen. Algunos de ellos me decían: ‘Tú sí que nos entiendes’».
Los yakuza se sienten discriminados por todos excepto por el único negocio que no discrimina a nadie: el crimen organizado. «Todas las razas, todas las nacionalidades y todas las religiones son bienvenidas: es una meritocracia», dice Adelstein, mientras su extraña sonrisa se convierte en carcajada.
Tokio tampoco es lo que era. Sobre todo en barrios como Kabukicho, el que fuera el mayor y más rentable barrio rojo de la capital nipona. Allí se concentraban negocios sexuales de todo tipo, incluidos clubes con nombres tan específicos como El Palacio de la Diversión de las Mujeres Casadas Maduras y Sexis.
Según una de sus fuentes en la policía, cuyo impagable alias es Poli Alienígena, «Kabukicho es deseo sexual: venderlo y satisfacerlo. Nuestro trabajo como polis de antivicio no consiste en cerrar los clubes, sino en mantenerlos a raya».
Para Adelstein es posible ver el barrio «como un ejemplo de la sociopatía de la vida japonesa pero también como un microcosmos de las relaciones en general». En vez de ir al psicólogo o de hacer amistades reales, los japoneses recurren a lugares como los hostess clubs (o host clubs en su versión masculina) en los que lo que se vende «no es sexo, sino intimidad, o su ilusión, y la emocionante posibilidad de que pueda haber sexo».
«Kabukicho ahora se parece Disneylandia, pero sigue siendo un lugar bastante turbio», reconoce Adelstein. «La posibilidad del encuentro, el peligro, la aventura y la satisfacción erótica están al alcance de tu mano, si sabes a qué puerta de qué planta de qué edificio llamar. Aun así, por debajo de todo eso, está el hedor a soledad».
Tokyo Vice, del que HBO estrenará una serie televisiva este mismo otoño (con el piloto dirigido nada menos que por Michael Mann), es el más reciente de los libros publicados en nuestro país que abordan el mundo criminal japonés. Hace unos meses ya lo hizo la novela Seis Cuatro (Ed. Salamandra), en la que Hideo Yokoyama también ahondaba en las relaciones entre periodistas y policías, marcando una tendencia creciente en la que también tienen cabida La luz azul de Yokohama (también en Salamandra), del español Nicolás Obregón, o Devoradores de sombras (Ed. RBA), de Richard Lloyd Parry, una investigación sobre uno de los casos en los que el propio Adelstein participó como periodista, la desaparición en Tokio de la británica Lucie Blackman.
El cine y las series televisivas tampoco son ajenas a esta tendencia, con Giri/Haji (Netflix) como mejor ejemplo de lo que se puede obtener juntando un buen guión, la BBC y un elenco inmejorable. Pero quien se lleva la palma en cuanto a la fidelidad con la que retrata este submundo criminal no es otro que Takeshi Kitano: «En buena medida porque es alguien cercano al fundador de la Inagawa-kai, el tercer clan más importante de la yakuza», cuenta Adelstein . Sus películas, sobre todo la trilogía Outrage (Filmin), están inspiradas en hechos reales. Las dinámicas de poder, los personajes, las situaciones… todo se acerca bastante a la realidad. No hay nada que se acerque siquiera a ese nivel de verosimilitud».
En la primera entrega, el propio Kitano le ajusta las cuentas a uno de sus superiores en el dentista utilizando el torno, mientras a otro mafioso le clavan unos palillos en la oreja. Así se las gasta la yakuza.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/09/07/6137a34b21efa0a44c8b4684.html