Es la gran estrella del cine de autor europeo. Le gustan los retos, explorar lugares incómodos. A sus 58 años, la actriz francesa recibirá en San Sebastián el Premio Donostia a su carrera. Honesta y sin filtros, habla de ‘Fuego’, su tercera película con la directora Claire Denis, y de su estreno en las series, en una de las cuales interpreta a Coco Chanel.
ÁLEX VICENTE / EL PAÍS
La cita es un sábado por la tarde de finales de agosto. Juliette Binoche se ha sentado en una ruidosa terraza de su barrio del suroeste de París —residencial, con fama de aburrido, más rico de lo que parece— a la que ha llegado sola, sin un séquito de asistentes y vestida de calle, con una naturalidad que, en vista de su currículo, puede parecer un tanto sobreactuada. Nada indica que nos encontramos delante de una estrella de cine, salvo una autoridad natural que no duda en exhibir cuando no le convence una pregunta; sucederá más al principio que hacia el final, casi dos horas más tarde. Ha venido a hablar de Fuego, su tercera colaboración con la directora Claire Denis, donde interpreta a una mujer que duda entre una relación satisfactoria, pero algo rutinaria, y un amor de juventud que le hace recordar lo que era la pasión. Para el papel, recordó la historia de un amigo casado que una vez le confesó que tenía sentimientos por ella. “Me dijo que no podía meter su corazón en la nevera. A mi personaje le sucede lo mismo”, dirá Binoche desde el principio de todo con honestidad y pocos filtros mentales. Se estrena el 30 de septiembre y antes podrá verse en el Festival de San Sebastián, donde la actriz francesa también presentará lo nuevo de Christophe Honoré y recibirá el Premio Donostia en reconocimiento a una trayectoria en la que no le queda nada que demostrar. A sus 58 años, Binoche es la única actriz que tiene un Oscar, un César, un Bafta y los premios de interpretación de los tres grandes festivales de cine: Cannes, Venecia y Berlín.
¿Entiende a su personaje en Fuego?
Para interpretar un papel no basta con entenderlo. Debes integrarlo en ti, en tu cuerpo.
Se lo pregunto porque a mí me costó entenderla.
¿Qué es lo que no entendió?
No sé si actúa de mala fe, si miente, si manipula.
Yo no lo veo así. Es un personaje que quiere ser libre, como siempre he querido serlo yo. Quiere vivir ese amor, ese deseo, para entender quién es ella. Por la educación que recibimos, no siempre nos permitimos ceder a la tentación, porque eso hace daño a los demás o porque nos da miedo. Pero la situación que describe la película existe en cualquier pareja, si uno es un poco sincero. En el guion original había escenas que explicaban mejor las razones de mi personaje, pero las cortaron para centrarlas más en el personaje masculino…
¿Se disgustó?
Sí, porque creo que el espectador entiende menos a mi personaje, como apunta usted. Claire Denis no quiso profundizar en su situación. No sé por qué, pregúntele a ella…
Su primera película con Claire Denis, Un sol interior, era una comedia romántica. Esta es casi un cuento de horror en el que el amor destruye vidas.
Puede que no sea una visión alentadora, pero me parece muy sincera a la hora de mostrar la complejidad y las contradicciones de una relación. No busca reflejar la perfección, sino la realidad. No hay que aspirar al amor perfecto, porque nosotros tampoco lo somos.
Fuego habla de la posibilidad de volver a empezar de cero a cualquier edad. ¿Lo comparte?
Sí. Avanzamos en la vida a través de las separaciones. De niños, dejamos de lado nuestros primeros juguetes y luego nos separamos de nuestros amigos, de nuestras familias, de nuestras parejas. La vida es una separación continua. Sin separación, no hay evolución.
¿Las parejas que siguen juntas toda la vida no evolucionan?
Me parece admirable, siempre que no sea por mera indiferencia o por confort económico. Pero cuando uno es honesto consigo mismo, es muy difícil seguir toda la vida con la misma pareja. Se requiere una gran tolerancia e inteligencia para no separarse. Por ejemplo, para aceptar que el éxito de una mujer no debe ser interpretado como un ataque contra el hombre…
¿Le ha pasado?
Sí, he visto esos celos en mis compañeros, que me han reprochado que trabajara demasiado y que me fuera bien. Es un clásico. A Renoir, que pintó cada día hasta su muerte, nadie le recriminó que trabajara demasiado.
Los roles tradicionales de género son inoxidables.
Sí, cuando yo creo que lo tradicional, en el arte, no existe. Lo “normal” no debería existir. Los artistas debemos ir hacia lo nuevo, hacer cosas que no se hayan hecho.
La película contrapone el amor razonable y el amor descarnado, ese famoso amour fou del que tanto saben los franceses. ¿En cuál cree usted?
Yo he vivido amores locos. El amor razonable no sé lo que es. Para mí, ningún amor es razonable. No es una empresa familiar, es algo que nos supera. El problema es que la costumbre, el día a día, lo mata a fuego lento…
¿No le convence la vida familiar?
Al revés, soy muy de rituales en familia, de comidas en casa. Casi siempre nos reunimos en mi casa.
¿Le gustan porque no los tuvo de niña?
Por momentos me faltaron. Tuve una infancia sacudida por la separación de mis padres, por los problemas económicos, por los acontecimientos históricos. Soy hija del Mayo del 68. Mis padres estuvieron muy implicados políticamente y eso marcó mi juventud.
¿En qué sentido?
Me metieron en un internado porque no les interesaba tener esa vida familiar, hasta que mi madre me vino a buscar a los siete años. Ese abandono ha sido un pozo sin fondo para reconstruir mi vida a partir de lo que entonces me faltó. En lugar de pasarme el día llorando o sintiéndome víctima, me ha servido para entender la naturaleza humana y, a partir de ahí, dar a los demás. Me convertí en actriz por esos acontecimientos. En un contexto familiar más sereno, puede que me hubiera dedicado a otra cosa.
¿Ser artista es hacer algo constructivo con esas heridas?
Forman parte de mí, pero no es algo en lo que piense cada día. Por encima de todo, me guía la alegría de vivir, y no se trata de una alegría superficial, porque está ligada a algo muy profundo.
¿Explica eso su tendencia a rodar dramas?
Me gustan las comedias cuando están ligadas a un drama interior. Las que no lo están me parecen aburridas, tontas o falsas. Como casi todo el mundo, he sentido la necesidad de conectar con lo esencial, con lo existencial. He querido adentrarme en lugares a los que no solemos querer ir. Pero si no llegamos hasta el fondo, si no tocamos el hueso, no podemos transformarnos.
Suele interpretar a mujeres que se transforman.
Si no veo una transformación en el guion, no me suele interesar. Insisto: como seres humanos, nuestra misión en la vida es transformarnos. Entender cosas nuevas, dejar de lado lo inútil. De esas transformaciones salimos más ligeros y más auténticos. No hay nada mejor que cambiar, aunque eso exige cierta valentía.
¿Lo espiritual cuenta para usted?
A los tres o cuatro años ya tenía una vida espiritual. En el internado donde me metieron había un belén que me pareció mágico y misterioso. En el fondo, ser actriz consiste en creer. Si una no cree, no se puede transformar.
Durante el confinamiento de 2020, impulsó una tribuna para cambiar de modelo social titulada Contra un regreso a la normalidad, que firmaron 200 personalidades, entre ellas Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Cate Blanchett y Madonna. ¿Fue ingenua al creer que ese cambio era posible?
Era un buen momento para agitar las aguas. No creo que esa petición lo cambiara todo, pero apoyó a una toma de conciencia. En mi barrio, antes había un supermercado bio. En los últimos años han abierto cuatro o cinco más. Pero es un proceso muy lento, porque no hay una ley que tase las grandes fortunas o las industrias contaminantes.
Cuando el presidente Emmanuel Macron dice que este es “el final de la abundancia”, ¿qué responde?
La revolución tendrá lugar en el interior de cada persona, a escala individual, en la vida cotidiana, y luego socialmente. Los políticos no harán nada, porque lo que quieren es retener el poder y frenar el cambio. De momento, no veo líderes ecologistas capaces de dirigir este movimiento, pero sí detecto un cambio entre la gente. Y eso me hace sentir un poco más optimista.
En vista de su combate por el medio ambiente, pero también de su apoyo a los chalecos amarillos, ¿hay que ubicarla en la extrema izquierda?
No soy de extrema izquierda, pero hay que entender de dónde surge la ira de quienes protestan, de quienes están desprotegidos. Si ignoramos esa ira y seguimos aplastándolos, no veo cuál será la solución.
¿Le interesaría pasarse a la política?
A mí solo me interesa el arte. Cuando alcé la voz sobre la ecología, me di cuenta de que mis palabras molestaban mucho y de que iba a ser muy difícil cargar con eso a mis espaldas. No me interesa. Mi lugar está en el cine, donde me expreso a través de mis elecciones.
Cuando se opuso a las vacunas obligatorias decretadas por Macron, la acusaron de conspiranoica.
No sé por qué dicen eso. Visto lo visto, no tenemos derecho a formular preguntas o a poner en duda las decisiones del Gobierno, lo que me parece un sinsentido en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
¿Qué le preocupa de las vacunas?
No soy contraria a las vacunas, algunas son muy útiles. Pero no entendí que obligaran a las enfermeras a inyectárselas si querían seguir ejerciendo, por ejemplo…
Después de su Oscar por El paciente inglés, lo rechazó todo en Hollywood y volvió a Francia.
Quise volver para rodar con André Téchiné, el primero que me había dado una oportunidad a los 21 años. Y tampoco es que me ofrecieran tantas cosas en Hollywood…
Dijo tres veces que no a Steven Spielberg…
Me propuso Jurassic Park, pero yo ya me había comprometido a rodar Azul con Krzysztof Kieslowski. Mi palabra tiene un valor. Por otra parte, los papeles que me propuso no me parecieron apasionantes: en Indiana Jones y la última cruzada era un personaje pequeño y en La lista de Schindler, una chica a la que pegaban y mataban. Estaba embarazada y no me apeteció…
¿El cine estadounidense es demasiado masculino?
Decir eso no es muy original, a estas alturas…
¿El MeToo no ha cambiado nada?
Sí, ha habido cambios importantes. En la serie que estoy rodando para Apple, donde encarno a Coco Chanel, y en mi siguiente película me han propuesto el mismo sueldo que a mis compañeros sin tener que exigirlo. La cuestión salarial es una guerra que no he librado, porque el dinero nunca ha sido lo que me ha movido. Incluso durante el caso Weinstein fue un tema que no puse sobre la mesa, lo admito. Pero las mujeres que se quejaron hicieron bien…
Eso no significa que las películas de Hollywood se hayan vuelto feministas, ¿o sí?
Está claro que no. Bastaría con rechazar las películas que transmiten ciertos mensajes, aunque entiendo a las mujeres que no lo hacen, porque todas tenemos que trabajar. Pero es tan fácil como decir que no a toda película que use a una actriz como comparsa…
En Francia, la situación es distinta. Desde hace cinco décadas, las mayores estrellas del cine son mujeres: usted, Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Sophie Marceau, Marion Cotillard…
Sí, es un caso particular y una suerte. Por eso, cuando me preguntan si, como mujer, siento alguna frustración en el cine, respondo que es todo lo contrario. En un rodaje, yo estoy siempre en la proa, viendo las olas que se acercan y que amenazan, y decidiendo qué rumbo tomar.
¿Hasta qué punto su relación con Leos Carax, con quien rodó dos películas en sus inicios, ha sido importante en su carrera?
En la primera, Mala sangre, no nos conocíamos. Quería gustarle y lo hice todo en función de él. En la segunda, Los amantes del Pont-Neuf, fue distinto: vivíamos juntos y él escribió el guion mientras yo pintaba a su lado. Yo quería estar menos idealizada, más cerca de la realidad. Y hubo más enfrentamientos, por los problemas en nuestra relación y porque fue un rodaje muy largo y difícil.
De una película a la otra, su estatus también había cambiado: se había convertido en una estrella.
Lo que cambió, en realidad, es que estuve a punto de morir durante ese rodaje. Casi me ahogo al filmar una escena. Ahí fue cuando me di cuenta de que mi vida era más importante que la interpretación y que cualquier película, por muy buena que fuera. Uno puede entregarse al cine, pero no se destruye por el cine. Aprendí a decir que no. Siendo una joven actriz, no sabía o no podía.
¿Ha visto Annette, la última película de Carax? Habla precisamente de eso…
La he visto, pero prefiero no entrar en el tema.
Acaba de rodar dos series, una para HBO y la otra para Apple. ¿Qué cambia respecto al cine de autor?
Las series son grandes maquinarias donde los directores cambian de un capítulo a otro. A diferencia de lo que pasa en el cine, no conozco a quienes toman las decisiones, que se pasan un día por el rodaje y poco más. A veces tengo que batallar para que haya un poco más de intimidad y pedirle al ayudante de dirección que grite menos o al director de fotografía que deje de masticar ruidosamente su chicle… Hay reglas que hay que respetar en todas partes.
El poder de las plataformas pone en peligro la supervivencia de las salas. ¿Le preocupa?
Por supuesto.
¿Y no es contradictorio trabajar para ellas?
El mundo está cambiando. Eso es lo que funciona ahora y en eso quieren invertir los productores y los que tienen el dinero. No podemos estar en la resistencia sin cesar hasta quedarnos solos en una isla desierta. Debemos aceptar estos cambios y participar en ellos haciendo proyectos que tengan calidad. Yo me uno a ellos con esta voluntad: que conmuevan a las personas que las verán. Es así de fácil, en eso consiste mi trabajo.
¿Diría que es usted un símbolo de una manera de hacer cine, de una forma de integridad artística?
No soy consciente de ello, pero es verdad que me lo tomo todo con un gran sentido de la integridad. No solo en el cine, sino también en la danza, la pintura o el canto. En realidad, me aplico tanto cuando actúo que cuando hago un pastel o quito el polvo. Le pongo las mismas ganas. Y eso es, en el fondo, lo que los hombres a los que he querido no siempre han sabido entender. No entendieron ese ardor, ese fuego…
Fuente: https://elpais.com/eps/2022-09-10/juliette-binoche-mis-companeros-sentimentales-han-sentido-celos-por-mi-exito.html