El filósofo y pedagogo publica un ensayo que alerta de los males que afligen a la sociedad en su relación con la verdad y propone una forma de combatirlos y prevenirlos.

Ángel Mora / El Cultural
Alerta José Antonio Marina (Toledo, 1938) de que estamos sumergidos en una terrible pandemia. Pero quédense tranquilos en sus asientos. No se afanen con las mascarillas ni con el gel hidroalcohólico, porque de poco les servirá en esta ocasión. Este patógeno no se transmite por vía aérea. Más les valdrá, en cambio, seguir las pautas de los tres monos sabios de la célebre escultura de madera japonesa en la que los primates se tapan oídos, ojos y boca advirtiéndonos sobre los peligros de escuchar, ver y decir demasiado.
De eso es, precisamente, de lo que nos quiere prevenir Marina: de escuchar insensateces, de ver insensateces y, sobre todo, de propagar insensateces. Es la insensatez, nos avisa el filósofo y pedagogo, el virus que más fácil se propaga hoy en día, y contra el que parecen menos preparadas nuestras —muy deficientes— defensas: «nuestro cerebro es el producto de una evolución muy lejos de ser perfecta donde se nos cuela todo», asegura.
Marina hace el diagnóstico pero también ofrece la cura. Publica La vacuna contra la insensatez (Ariel, 2025), un ensayo en el que primero expone los «fallos de fábrica» de nuestro cerebro que nos hacen propensos a la manipulación. A continuación, y he aquí la razón de ser de la obra, enumera las fórmulas para volver a encauzar nuestra mente en el camino de la verdad y prevenir futuros engaños.

Pregunta. En La vacuna contra la insensatez nos ofrece un tratado de «inmunología mental». No es la primera vez en su trayectoria que recurre a analogías médicas o anatómicas para hablarnos de cuestiones de índole filosófica, ¿Considera que no debería existir una frontera entre lo somático y lo mental?
Respuesta. Es una analogía muy útil porque tanto la fisiología humana como la mente proceden de una evolución que ha ido a salto de mata y con chapuzas. Desde Platón se ha pensado que la inteligencia humana era una cosa absolutamente grandiosa y perfecta, pero lo cierto es que está llena de puntos ciegos. Ahora mismo tenemos evidencias científicas de sobra que avalan este argumento.
P. ¿Y las vacunas que usted ofrece son útiles contra algo que, por la gracia de la evolución, está tan integrado en nuestro genoma? ¿Son eficaces a largo plazo?
R. Como sucede con todos los patógenos, estos virus mentales que se aprovechan de nuestras ineficiencias evolutivas pueden ir cambiando para adaptarse y luchar contra nuestras defensas. En este sentido no puede haber una vacuna que funcione para siempre, como tampoco la hay para la gripe. Por eso mismo yo recurro a lo que llamo —llevando al límite la analogía médica— interferones mentales, que refuerzan nuestro sistema inmune mental, nuestra inteligencia, para estar más preparados ante nuevas amenazas.
Portada de ‘La vacuna contra la insensatez’, de José Antonio Marina (Ariel, 2025).
»Pero existen dos, como yo las llamo, «supervacunas» que sí que serán eficaces en el momento en el que nos liberemos de todos esos virus que ahora mismo tienen infectada nuestra mente. Son el pensamiento crítico y el comportamiento ético, pero para que funcionen, tenemos que curarnos antes de lo que nos adolece.
P. Esos patógenos de los que habla, ¿tienen nombres y apellidos?
R. Sí. He distinguido tres tipos de patógenos. Uno, el más sencillo y claro, son las noticias falsas. Tiene un efecto muy simple: si yo recibo información falsa que no puedo o no quiero contrastar, se construye una verdad alternativa en base a ello. El segundo tipo es más importante, y es lo que he llamado virus mentales. Son tipos de creencias que entran en nuestro sistema mental y alteran su funcionamiento. Ahora mismo hay varios de estos virus que están haciendo mucho daño. Por ejemplo: la creencia de que no se puede alcanzar la verdad absoluta, la creencia de que todas las opiniones son válidas sin darle importancia a la base sobre la que se sostengan, la creencia en el relativismo… Todos ellos son virus que se han infiltrado en nuestra mente y alteran nuestra percepción de la realidad con terribles consecuencias.
»Y todavía hay otros virus que son más complejos, los ideológicos. En ellos se mezclan las noticias falsas y varios virus mentales para producir una configuración muy compleja que produce un marco de realidad alternativo. Un maestro en crear este tipo de virus es Donald Trump, y lo hace aprovechándose como nadie de nuestros sesgos cognitivos. Por ejemplo el sesgo de confirmación, una de las «chapuzas evolutivas» de las que he hablado antes: solo acepto las afirmaciones que corroboran y refuerzan mis ideas. Otro es el sesgo de anclaje: lo primero que yo oiga sobre un tema influirá irremediablemente en lo que venga después.

P. ¿Cree que el auge de Donald Trump trajo consigo una nueva pandemia mental?
R. No empezó ahí, pero sí que se vio muy fortalecida. Uno de los principales responsables de lo que estamos viviendo es el posmodernismo. Toda la filosofía posmoderna, sobre todo la escuela francesa: Derrida, Foucault, Lyotard… está apoyando a Trump sin quererlo. Con las tesis del posmodernismo lo que se deduce es que es verdad lo que el poder quiera que sea verdad. ¿Qué más quiere un político autoritario? Está encantado con ese tipo de deducciones: «Es verdad lo que yo diga que es verdad, y si la realidad no está de acuerdo, la cambio».
»Daniel Denett, un filósofo estadounidense de referencia que murió hace un año, afirmaba que «lo que ha hecho el posmodernismo, denigrando y devaluando la verdad, es de una perversidad social absoluta, porque ha abierto el camino a todo tipo de autoritarismos». La filosofía tiene que volver a situarse en el bando de la verdad.
Una cartilla de vacunación… mental
P. ¿Estamos acostumbrados a que nos engañen?
R. Estamos predispuestos a que nos engañen porque lo mismo que el cuerpo humano puede padecer un síndrome de inmunodeficiencia que lo vuelve incapaz de detectar los patógenos, hay también un síndrome de inmunodeficiencia social que hace que la gente no pueda defenderse de los patógenos mentales. Sucede en España con la corrupción: no hemos detectado los patógenos corruptores y, por lo tanto, los hemos aceptado como si fueran normales.
»Necesitamos una campaña de vacunación contra estos tipos de virus, y lo digo literalmente. Debemos impulsar una cartilla de vacunación que empiece en la escuela primaria y que se mantenga durante todo el período educativo e incluso más allá, con la colaboración de los medios de comunicación y las instituciones públicas.
P. ¿No se está haciendo algo como lo que usted dice en el sistema educativo? Pienso en asignaturas como Filosofía, Historia o Educación para la ciudadanía…
R. En todo nuestro sistema educativo no hay ningún tipo de formación ética. Ninguno. Sí que hay una asignatura por ahí que se llama Valores cívicos, pero no se afronta la ética como se debería. Es un asunto muy complejo, muy difícil, que tiene que estar muy fundamentado.
»Lo que tiene que empezar es una campaña de reconstrucción también de la filosofía, porque tradicionalmente ha sido la gran fábrica de vacunas contra la insensatez y ahora es una gran fábrica, sí, pero de virus mentales.

P. En su libro diferencia el «estar equivocado» con «ser un insensato»…
R. El lenguaje es muy sabio. Estar equivocado implica, por el verbo «estar», que es un estado transitorio. Puedes equivocarte pero reconocer el error y seguir adelante en la búsqueda de la verdad. Ser un insensato es otro asunto: consiste en tener una actitud que rechaza la asunción del error y, por tanto, llevará a unas consecuencias desastrosas. Es, además, el virus que más fácilmente se propaga hoy en día.
P. Usted, como todo ser humano, habrá estado equivocado más de una vez, pero, ¿ha sido un insensato en alguna ocasión?
R. Sí, en los momentos en los que me equivoqué en mis prioridades. En mi época universitaria, por ejemplo, cuando comencé siendo un estudiante brillante y catastrófico después. Lo que siempre he intentado, y de eso me enorgullezco, ha sido no fingir que contaba con certezas que no tenía. He tratado de mantenerme en un proceso de verificación continuo, motivo por el que nunca he entendido la fe religiosa, porque anula ese proceso. La confianza en la inteligencia sabiendo que siempre progresa reconociendo errores me ha salvado en muchas ocasiones de la insensatez.
»Hay que tener en cuenta, eso sí, que no hay conocimiento a solas, sino que se tiene que compartir y contrastar con otros. El diálogo es necesario. Forma parte del proceso de verificación. En primer lugar porque cuando estamos a solas somos víctimas del miedo. Y segundo porque, como dijo Antonio Machado: «En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad«.