LUIS FERNANDO ROMO / EL MUNDO
Diamantes, rubíes, zafiros, platino, perlas, oro blanco y amarillo, granates, olivinos o piedras luna fueron algunos de los materiales preciosos que el joyero ruso Peter Carl Fabergé utilizó para realizar los huevos de Pascua imperiales para la corte de los zares. Estos huevos coloristas eran una tradición venerada cada domingo de Pascua de acorde a las pautas de la iglesia ortodoxa. Entre 1895 y 1916 realizó 50 piezas. La primera se la regaló el zar Alejandro III a su esposa Maria Fiódorovna -su nombre de nacimiento fue Dagmar de Dinamarca, hija del rey Cristian IX de Dinamarca- y consistía en un huevo con cáscara de platino en cuyo interior se escondía otro huevo de oro amarillo que, a su vez, escondía una gallina realizada del mismo material precioso. La zarina se emocionó de tal manera que el todopoderoso zar ordenó al joyero de la corte entregar cada año una pieza singular en Semana Santa.
Tras la subida al trono del heredero, Nicolás IIcontinuó con la tradición de regalar cada domingo de Pascua un huevo a su esposa y a su madre con diseños inspirados en el arte barroco, neoclásico o modernista en cuyo interior había sorpresas estrafalarias como réplicas del palacio Gatchina, el carruaje de la coronación o el yate real. Todos ellos elaborados con los materiales más exquisitos y caros del momento. Con la Revolución Rusa de 1917, los Romanov fueron asesinados y Fabergé perdió el título oficial de proveedor de la corte.
A Stalin no le tembló la mano al vender la mayoría de los huevos a millonarios occidentales, entre ellos, al magnate petrolífero Armand Hammer, un apellido que en los últimos meses está en boca de todos porque su bisnieto, el actor Armie Hammer, ha sido acusado de canibalismo y violación por varias mujeres. En la década de los años 30 del siglo pasado, Armand llegó a atesorar cinco huevos de Pascua Imperiales que fue vendiendo poco a poco.
En la actualidad, las joyas se encuentran repartidas en museos (diez en el Kremlin Armoury de Moscú, nueve en el Museo Fabergé de San Petersburgo fundado por el oligarca Viktor Vekselberg, cinco en el Virginia Museum of Fine Arts en Richmond, Estados Unidos, cuatro en manos privadas, tres los posee la reina Isabel II de Inglatera, uno el príncipe Alberto II de Mónaco). Sin embargo, varios se han perdido. Los historiadores difieren a la hora de cuantificar cuántos son, pero calculan que oscilarían entre cinco y ocho. ¿Qué ha pasado con estas piezas de exquisita orfebrería? Este es uno de los grandes misterios del siglo XX que numerosos expertos no han conseguido resolver todavía.
El capricho de la historia provocó que el tercer huevo que se daba por desaparecido lo comprara en un mercadillo un chatarrero estadounidense por 9.500 euros. En aquel momento no sabía qué tenía entre sus manos ya que quería fundirlo para obtener más dinero, pero no logró venderlo porque pedía una cantidad excesiva. Durante años la tuvo en su casa hasta que buscó en Google las palabras huevo y la marca del reloj que había dentro, Vacheron Constantin. ¡Sorpresa! Lo que tenía en sus manos era el tercer huevo de pascua (diamantes, zafiros y oro) que estaba valorado en 23 millones de euros.
El coleccionista privado más importante del siglo XX fue el multimillonario editor Malcolm Forbes, fallecido en 1990, que saltó de las páginas de economía a las de sociedad por su sonado noviazgo con Elizabeth Taylor. En 1965 compró el primero denominado el huevo de la duquesa de Marlborough, hasta llegar a atesorar nueve de estas reliquias rusas que los descendientes de Forbes intentaron subastar en Sothebys en 2004. Pero en el último momento, el megamillonario ruso Victor Vekselberg los compró por 100 millones de dólares antes de que se realizara la venta pública para devolverlos a su país de origen.
Fuente: https://www.elmundo.es/loc/celebrities/2021/04/05/6061f166fc6c8345568b45bd.html