Con la primera historia larga de la detective que da título al libro, el rey del terror consolida un personaje inolvidable y se instala en la mejor tradición del género
JUAN CARLOS GALINDO / BABELIA
Hace tiempo que Stephen King (Portland, 75 años) llegó a ese momento de una carrera literaria en el que muchos autores se hubieran sentido saciados. Autor de más de sesenta best-seller internacionales, rey del terror, poseedor de un universo creativo y una capacidad narrativa apabullantes, King decidió en 2014 entrar de lleno en el género negro con Mr. Mercedes, la primera entrega de una trilogía protagonizada por el detective Bill Hodges y donde vemos por primera vez a una tal Holly Gibney. Ese personaje secundario fue ganando espacio y abriendo un camino que nos lleva hasta su primera historia larga como protagonista, publicada este jueves en español como Holly (Plaza&Janés).
King lo explica así en una nota incluida en La sangre manda, una novela breve que supuso el primer vuelo en solitario de la detective Gibney: “Adoro a Holly. Así de sencillo. En principio debía ser un personaje secundario en Mr. Mercedes, no más que un extra estrafalario. Pero me robó el corazón (y casi me robó el libro). Siempre siento curiosidad por saber qué está haciendo y cómo le van las cosas. Cuando vuelvo a ella, veo con alivio que todavía toma su Lexapro y sigue sin fumar”.
En Holly, la detective sigue al frente de Finders Keepers, la agencia que heredó de Hodges, centrada sobre todo en pequeños casos. Los jóvenes hermanos Jerome y Barbara Robinson (ya conocidos por los lectores de la trilogía) y su socio Pete la ayudarán a resolver un extraño caso surgido de un hilo del que Holly tira con habilidad: hay una serie de desapariciones en una zona cercana sin ninguna relación aparente, crímenes que han pasado bajo el radar durante años pero con un denominador común: los dos ancianos perpetradores. No se alarmen, no hay destripe posible. No es una novela enigma, no es un thriller en torno a un misterio por resolver: aquí sabemos quiénes son los malos, lo que desconocemos es cuándo se van a cruzar con Holly, cómo va a ser capaz de llegar hasta ellos, qué daño le van a hacer. Porque, si hay algo seguro en las novelas de King, es que sus protagonistas nunca salen indemnes. El libro está dividido en dos tiempos entreverados: en uno (de 2018 a 2021) vemos a estos dos ilustres profesores cometer sus crímenes (el porqué, se descubre pronto); en otro, ya en el tiempo presente de la novela (2021, un año después de La sangre manda) vemos a Holly ir a por ellos en la parte más procedimental y pegada al policial canónico, detallado y muy elaborado.
Hay algo arriesgado de este vuelo en solitario de Holly, un peligro frente al que el autor de Misery se pasea como si nada: que el personaje se convirtiera en un cliché o en alguien que, por su particular condición, genere más pena que otra cosa. Pero ahí se alza Holly Gibney con las hechuras de un personaje que perdurará en el género por cómo está construida (hay detalles deliciosos en su camino de superación), por esta novela y por lo que vendrá: King ha confesado que ya está con otra historia sobre ella. El autor estadounidense ha entendido a la perfección la importancia de la continuidad del héroe en un género poblado por Sherlock Holmes, Harry Bosch, John Rebus, Petra Delicado o Tess Monaghan, por citar solo algunos ejemplos.
Holly atesora pérdidas antes de llegar a este libro: muerto su mentor y amigo Bill Hodges por cáncer de páncreas, muerta su prima Janey a manos de un psicópata (y antes otra prima que se suicida por culpa del mismo asesino, Brady Hartsfielf, dueño y señor de las páginas más oscuras de la trilogía de Mr. Mercedes), machacada por una madre odiosa, (la señora Charlotte, negacionista, muere por coronavirus al principio de esta novela en un claro mensaje de King a los trumpistas)… Además, en La sangre manda ya no fumaba, pero aquí ha vuelto. Eso sí, ha conseguido mirar a la cara a la gente cuando los interroga, ya no va con los hombros encorvados, sabe enfrentarse a los problemas y usa la violencia, por mucho que le repela, si es necesario. Poeta frustrada, aquí con 55 años y más retos que rémoras, es una mujer bastante hecha, lejos del desastre que conocimos.
Una de las historias secundarias, la de la joven Barbara (aspirante a poeta, futura estudiante de Princeton, pupila de una autora mítica) es fascinante y respira amor por la literatura, pero King sabe que en este género cada capa tiene que ir hermanada con la trama general y así lo hace hasta un punto decisivo para el ritmo y el sentido final del libro. Del desenlace, por cierto, solo diremos que si en Fin de Guardia (la última de Bill Hodges) y en La sangre manda transita por esos caminos de lo sobrenatural que tan bien conoce, aquí se mantiene dentro de la realidad sin ahorrarse por ello nada del horror al que nos tiene acostumbrados.
Sin un tono tendencioso ni panfletario, King atiende también a otro aspecto clásico de la novela negra: los temas sociales. Aquí están, entre otros, las reivindicaciones del movimiento Black Lives Matter, Trump y su destrucción del tejido de convivencia de Estados Unidos y el covid, pero todos se integran en la trama, en la actitud de los personajes, sin discursos. Sobre el virus, muy presente en la novela, la postura de King (a favor de las vacunas, la ciencia y las mascarillas, en contra de los conspiranoicos) es la de Holly, pero dice en la nota aclaratoria final que si hubiera elegido un personaje negacionista confía en haberlo representado con justicia. Así ocurre, por ejemplo, con las tesis de uno de los asesinos, que por supuesto no comparte.
“Cuando crees que has visto lo peor que los seres humanos tienen que ofrecer, descubres que te equivocas. La maldad no tiene fin”, comenta uno de los personajes secundarios casi al final, una frase que Holly hace suya. Y es así. El único consuelo es que ese mal siga formando parte del corpus literario de autores como King, integrado ya en la tradición de la novela negra. Bill Hodges dijo en una ocasión a Holly que él solo leía las historias de Michael Connelly y su personaje Harry Bosch y las de Ed McBain ambientadas en el distrito 87. Cuando Stephen King se mete en el género está, a su manera, a la altura de estos clásicos. Y con Holly ha vuelto a regalarnos una excelente novela.