«Tenemos buenos profesionales que han evolucionado, pero la infraestructura y la atención son deplorables»
ROCÍO R. GARCÍA-ABADILLO / EL MUNDO
La olvidada salud mental entró de lleno en el Congreso la semana pasada a raíz de las secuelas que está teniendo la pandemia de Covid en los españoles. A pesar del revuelo en los medios de comunicación y las redes, falta por ver si será flor de un día o los políticos lo tomarán en serio. El jefe de Psiquiatría del Hospital Clínic de Barcelona y director científico del Cibersam (Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental), Eduard Vieta, se muestra escéptico. Con él ha charlado EL MUNDO sobre esto y otros puntos en torno a la salud mental en nuestro país.
PREGUNTA. ¿Llegan tarde los políticos a la salud mental de los españoles?
RESPUESTA. Siempre los criticamos y la verdad es que tenemos razón en criticarlos porque efectivamente llegan tarde. Siempre nos pasa lo mismo, los políticos hablan mucho y luego lo que hacen es mucho menos. Aquí lo que me importa no es de lo que se hable, sino lo que se haga, aunque normalmente para que se haga algo tiene que hablarse. Estamos llegando tarde, hay un montón de cosas que se pueden hablar, pero es que en el día a día no se está haciendo nada y es desesperante. Estamos en una situación preocupante, me alegra de que el tema saliera en el Congreso, pero lo que estamos esperando es la inversión y eso hay que hacerlo desde el principio. Hay que buscar personal porque si pones dinero y no puedes contratar a nadie tampoco solucionas el problema.
P. La pandemia ha empeorado la salud mental, pero ¿cómo era antes de la Covid? En cuanto a atención, tratamiento… ¿estábamos peor que en otros países de nuestro entorno?
R. En general en España tenemos un nivel profesional muy alto, sean médicos, enfermeros, psicólogos clínicos o psiquiatras, y además tenemos bastantes líderes de opinión a nivel mundial, estamos muy bien posicionados, pero lo que es la atención y la infraestructura es bastante deplorable, todavía tenemos estructuras muy anticuadas. Esto tiene su origen en que al principio la salud mental -aunque es verdad que España fue un poco pionera en su momento en atención a los enfermos mentales con el padre Jofré- estaba en manos de órdenes religiosas que hacían cosas caritativas, muy encomiables, pero no iban muy de la mano de la medicina basada en la evidencia, y esto es lo que aún tenemos, es decir, una infraestructura todavía anticuada.
Lo que era la atención a la salud mental en tiempos de Franco no se incluía en el seguro social y los grandes hospitales no tenían psiquiatría. En el Hospital del Vall d’Hebron hace poco que empezaron a tener camas, en el Hospital Germans Trias i Pujol también hace poco, en algunos hospitales de Madrid del Insalud no había camas de psiquiatría, se incorporaron mucho más tarde y eso es el reflejo de que la salud mental estaba fuera, como algo que no se incorporó a la atención a la población hasta más tarde y a través de un sistema un poco anticuado y no basado en el criterio científico. Tanto el país como los profesionales hemos evolucionado mucho, pero no la infraestructura y a eso le añadimos el estigma, que hace que estos pacientes no se manifiesten ni hagan ruido (los que están bien porque no quieren arriesgarse a perder su trabajo y los que están mal porque no están en condiciones de ejercer sus derechos ni presión social) como otros pacientes que lo han hecho y han conseguido cosas, como los enfermos de hepatitis C.
P. ¿Cuáles han sido los efectos de la pandemia sobre la salud mental de los españoles? ¿En qué se está notando?
R. Solo el Cibersam ha publicado ya más de 70 artículos de Covid y salud mental y se han hecho estudios en población general para saber cómo estaba la gente durante y después del confinamiento; en personal sanitario, que ha estado muy expuesto a situaciones de altísimo estrés; y también en pacientes psiquiátricos con distintas patologías para ver cómo impactaba de forma diferente en estos pacientes. Ahora sabemos mucho de todo eso y también sabemos que, a pesar de que se ha hecho un esfuerzo por parte de todos para no dejar de atender a las personas con problemas mentales, ha habido una tormenta perfecta porque al principio, cuando la cosa estaba muy mal, la gente se asustó y dejó de venir a los hospitales; y Atención Primaria, que es la vía de entrada de los pacientes hacia la especializada, se colapsó. Tenemos, por tanto, menos gente que llega y una situación con mayor patología psiquiátrica y psicológica.
Ahora hay muchas personas con problemas en casa, mucha agorafobia (gente que no sale de casa), trastornos obsesivos empeorados (gente que ahora está más horas lavándose las manos y duchándose y limpiando la casa…), personas con esquizofrenia que han dejado de tomarse la medicación… Si no se hace un refuerzo de la red en todo, de primaria a especializada, va a ser imposible porque hay más gente con problemas. Es verdad que lo que más aumenta son los problemas leve-moderados, pero también hay un empeoramiento de personas con patología grave. Y luego hay otra serie de circunstancias que empeoran, como la violencia intrafamiliar o los trastornos de conducta alimentaria porque las niñas -digo niñas porque son la mayoría- están ahora comiendo con sus padres y es más visible y se da más conflicto, y cuanto más conflicto menos comen y otra serie de problemas.
P. Los niños y los jóvenes se están viendo especialmente afectados en esta pandemia, no sé si son algunos de los grandes perjudicados por la Covid…
R. Sí, tenemos, como comentaba, la anorexia en niñas prepuberales o postpuberales, normalmente postpuberales, preadolescentes, 12 años es la edad típica. Luego están los niños con trastorno del espectro autista, que son más niños que niñas y a muchos de ellos les cuesta entender por qué no pueden salir o las restricciones que hay. Se hizo una cosa bienintencionada en su momento que fue dejar salir a estos niños y que los padres que fueran con ellos llevaran una especie de identificación, pero luego se dio una especie de bullying porque la gente no veía la identificación o no lo sabía y les insultaba en pleno confinamiento. Y luego están los hiperactivos que también hay más niños que niñas y son niños que necesitan salir, moverse y cuando estaban con la movilidad restringida pues al final acaban con muchas disfunciones conductuales y colmando la paciencia de los padres y generando mucha ansiedad.
Los niños lo han sufrido bastante, es verdad que los niños que no tienen patologías previas lo pueden llevar mejor de lo que parece, pero cuando los niños no están enfermos acaban siendo los padres los que acaban desquiciados porque al final están en casa y hay que estar con ellos. Y luego están los jóvenes que son los que más expresan la frustración de no salir porque es la edad en la que tienen que hacerlo, pero no olvidemos que los mayores también han sufrido mucho, no solo porque son los que más han muerto, sino porque mucha gente está sola viendo morir a otros. No olvidemos a los ancianos también.
P. Ya antes de la pandemia, se decía que somos un país muy medicado y como posible causa se apunta a la falta de psicólogos en el sistema público. ¿Somos realmente un país de ‘pastilla fácil’? ¿Hay pocos psicólogos en el sistema?
R. Lo que hay es un poco más complicado que todo eso, aunque haya una parte de verdad en esa observación. Cuando uno mira la prevalencia de trastorno mental en estudios epidemiológicos, el consumo de psicofármacos está por debajo de lo esperado en función de la prevalencia, es decir, que hay mucha gente no medicada que debería ir al psiquiatra y seguramente también al psicólogo, y no está yendo. El problema es que hay mucha automedicación, mucha gente tomando pastillas por su cuenta. Es un país en el que es fácil conseguir pastillas para la ansiedad y para dormir. Hay una cantidad impresionante de gente que duerme mal, en muchos países pero en España hay más porque aquí tenemos unos hábitos sociales que son perniciosos para el sueño. Es un país en el que se duerme menos porque la gente se acuesta más tarde que la media de Europa y de la mayor parte del mundo. Y luego venimos de una tradición social del trabajo en el campo (hasta hace apenas 50 años) y la gente hacía entonces una vida muy diferente: trabajaba de día, paraba al mediodía -todavía se ve eso en España y no en Europa, por ejemplo en las tiendas- y luego alargaba hasta muy tarde la jornada laboral. La gente que antes trabajaba en el campo a mediodía comía bastante porque hacían trabajo físico, bebía vino y dormía la siesta, y ahora hemos eliminado la siesta pero seguimos durmiendo seis horas por la noche y eso es un desastre. La gente tiene poca cultura de salubridad del sueño y opta por las benzodiacepinas, algunas de las pastillas que se mencionaron en el Congreso, pero para dormir bien porque la gente cuando se hace mayor duerme peor y eso es algo en parte natural pero que se puede combatir con medidas de higiene del sueño.
En cuanto a los psicólogos clínicos, efectivamente hay un déficit, pero es que la mayoría de las cosas que puede hacer el psicólogo muchas veces va acompañada también de medicación. Esa teoría de que si hubiera más psicólogos medicaríamos menos hay que relativizarla porque en muchos casos lo ideal es la complementación. En la mayor parte de personas, sobre todo en aquellas con trastornos mentales de una cierta gravedad, no por una situación muy puntual de estrés, al final tienes que dar medicación y psicólogo, las dos cosas. Si convertimos esto en una dicotomía estamos facilitando que gente que se tiene que tomar medicación no se la tome porque piensa que las pastillas son como el remedio fácil, ‘tú no tienes la fuerza de voluntad para ir al psicólogo’, y esto no va así, es falso. Es como ir al traumatólogo y al fisioterapeuta, si te rompes la pierna no dejas de ir a que te opere el traumatólogo porque vayas a ir al fisioterapeuta. Al final los psicólogos clínicos, cuando hablamos de patología psiquiátrica de moderada a grave, lo que hacen sobre todo es un trabajo de rehabilitación que se compenetra y se combina con la medicación y por tanto la dicotomía esa es un poco falsa. Pero dicho esto, evidentemente faltan psicólogos y hay mucha automedicación en España.
P. ¿En esa automedicación influyen otros factores? Por ejemplo, del 40% de consultas psicológicas que llegan a atención primaria, solo el 10% es derivado a salud mental, ¿es solo por la falta de psicólogos clínicos o quizá falta formación en los profesionales de primaria en cuanto a temas de salud mental?
R. Tampoco podemos culpar a los de primaria. Tenemos, como todo el mundo, una prevalencia de trastorno mental que es altísima. O sea, hasta el 25% de la población cumple criterios en algún momento de su vida para algún trastorno mental. A veces cuando hablamos de trastorno mental suena a algo que solo le pasa a otros, algo gravísimo, o bien se piensa ‘es un loco o un criminal, un retrasado’, en fin, todos esos insultos. Pero en realidad cualquiera puede pasar una enfermedad o simplemente una situación que le desborda. Aunque en primaria estuvieran superbien formados, que no siempre lo están porque no pueden saber de todo, solo tienen cuatro minutos por visita. Es un poco difícil que cuando uno va allí puedan hacer otra cosa que simplemente un cribaje o un despistaje de lo que es grave, hacen eso y entonces mandan al paciente a salud mental, que es como un dispositivo intermedio entre la primaria y el hospital que tiene psiquiatras, psicólogos, enfermería, trabajador social y educador social, y estos centros reciben a los pacientes que ya se han cribado desde la primaria para ser atendidos, ahí es donde está el psicólogo.
En algunas zonas de España ya se está mandando desde el centro de salud mental a un especialista en psiquiatría y a un psicólogo clínico a ayudar a la primaria y se desplazan a las áreas básicas, esto va por comunidades, pero está presente y yo creo que es muy útil para ayudar a hacer un cribado más efectivo. Lo que no funciona bien es que la primaria esté desconectada de la especializada en el centro de salud mental porque entonces la derivación va mucho más en función de lo demandante que sea el paciente. Cuando el motivo de derivar es que el paciente es muy demandante, pero en realidad la cuestión es que lo que quiere es hablar… Esto nos pasaba antes, yo creo que a medida que hay más interacción entre los profesionales de la salud mental y la primaria esto empieza a funcionar mejor, pero ahora mismo con la Covid y con el teletrabajo que hay predominantemente en primaria es imposible hacer un buen cribaje de salud mental.
P. En esta cuestión, ¿hay también algo de cultural en la salud mental en nuestro país?
R. Por un lado, los países latinos y católicos tienen más estigma tradicionalmente que los países anglosajones. En América ha triunfado un poco más el modelo que entiende los trastornos mentales como disfunciones químicas del cerebro. Cuando uno lo explica así es muy simplista, pero hay una parte de verdad: para la gente es más fácil si te dicen que te falla la serotonina que si te dicen que tienes una adicción y que no eres capaz de controlar tus impulsos, esto más culpabilizador. La depresión, por ejemplo, en los países asiáticos el estigma es aún mayor que en los latinos, en Corea o en Japón sigue siendo vista como ser un vago. Aquí sí que hay diferencias culturales.
De todas formas, mucha de la gente que se automedica con las benzodiacepinas para dormir (como otra toma alcohol y otras sustancias) no sabe que tendría una solución más sencilla con ayudas que el propio psicólogo puede proporcionarle con técnicas de relajación, técnicas para mejorar la higiene del sueño… Hay un montón de cosas mal hechas: mucha gente se queda dormida viendo la televisión y se le queda la tele o la luz encendida; mirar las pantallas inhibe la melatonina, que es la hormona del sueño natural que tenemos… Pero insisto, por ser cuidadoso y no hacer más daño que otra cosa porque la gente siempre asume lo que le afecta directamente: la persona que está tomando benzodiacepinas por prescripción facultativa obviamente las tiene que tomar y eso es distinto del que se toma una pastilla en lugar de dormirse sin tomarla.
P. Quizá ese estigma hace que se asocie salud mental con ‘estar loco’, no con los trastornos del sueño y otras cuestiones. ¿Preferimos tomarnos una pastilla antes que reconocer que tenemos un problema?
R. Hay un montón de cosas de las que no se habla. El sueño realmente es un tercio de nuestra vida y lo negamos, y hay cantidad de gente que se despierta a las 4 y luego ya no se duerme, así cada día y luego van cansadísimos. Con la vida sexual igual. En sexología también hay un montón de problemas que son psicógenos, de origen mental, y esto no se habla porque es como un tabú. En general el tema de la salud mental lo es porque efectivamente toca tantas cosas íntimas que la gente no quiere hablar en público y si no se habla en público es como un problema que no existe y por eso luego no está en la agenda de los políticos, ni hay manifestaciones, y cuando salen fármacos nuevos cuesta que se puedan recetar, ponen trabas porque son caros, nos dicen que demos los baratos (que a veces puedes darlos y a veces no). La propia Administración estigmatiza porque considera que los fármacos psiquiátricos son todos iguales. Tú tienes un fármaco para el cáncer que alarga la vida 15 días y no necesariamente en mejores condiciones y socialmente estamos dispuestos a pagar por un nuevo fármaco, que no digo que no, pero en psiquiatría en cambio hay que darlos antiguos porque son más baratitos.
P. Ese tabú se da especialmente con el suicidio. Hay cerca de 4.000 suicidios al año en España y a pesar de esas cifras espeluznantes, ¿por qué no tenemos una especie de código suicidio como tienen otros países como Reino Unido? Igual que tenemos un código ictus, por ejemplo.
R. En Cataluña sí lo hay, por ejemplo, pero todavía es un poco imperfecto. Es que este es otro de los temas. El suicidio es un tabú. Es obvio que estas personas no se pueden manifestar: los que han muerto es evidente, los que lo han intentado lo esconden porque les da vergüenza y las familias se quedan devastadas y tampoco están para manifestarse ni para protestar, y luego está el mito de que si se habla de él hay más. En este caso hay que matizar, en realidad no es que haya más, hay que ser capaz de explicar los suicidios de una forma que no induzcan a que personas que están pensando en suicidarse imiten al último que lo ha hecho. Es decir, que si tú publicas que tal persona se ha suicidado y das un montón de detalles de cómo lo ha hecho y demás, al final lo estamos casi convirtiendo en un ‘héroe’ para los que piensan en el suicidio y encima con una metodología que funcionó, y eso es lo que hace que haya ‘epidemias’ de suicidios en puentes concretos o en lugares concretos.
Sin embargo, no hablar del suicidio es mucho peor porque nadie se suicida porque de golpe ve una noticia y dice ‘ah, pues yo voy a hacer lo mismo’. Esto no va así, ¿cómo te vas a suicidar porque te digan que alguien lo ha hecho? No se contagia la idea de suicidarse, se puede contagiar el método o la oportunidad y por eso todo depende de cómo se cuente. Si no se habla de las estadísticas, que eso no induce al suicidio, si no se hacen anuncios bien hechos como se han elaborado con el tráfico, seguiremos igual durante años. Hay países que han conseguido reducir mucho las tasas, solo hay que hacer lo que hacen ellos, como Dinamarca, por ejemplo.
P. ¿Hay algún Plan Nacional de Prevención del Suicidio o no está pensado?
R. En España siempre tenemos la contradicción… A ver, las cosas se pueden hacer a un nivel nacional, autonómico o supranacional, europeo por ejemplo. La Sanidad a día de hoy está transferida a las comunidades autónomas, entonces si uno piensa en términos de una acción estratégica nacional pues vas a depender de que la quieran aplicar luego las comunidades y quizá es mejor hacer las cosas a un nivel mayor, cada cosa a su nivel. Tener un plan nacional para el suicidio me parece tan arbitrario como tener uno europeo o tenerlo autonómico, pero en la práctica a día de hoy lo que funciona es que la política sanitaria la hagan las comunidades, es como está organizado. Yo pienso que todavía sería mejor si fuera a nivel europeo porque tenemos muchas cosas comunes con Europa y si no mira lo que pasa con EEUU que cada estado es muy diferente también, completamente distinta la regulación, incluso algunos de ellos condenan el suicidio.
Entonces, tenemos que elegir cómo nos organizamos. Lo que hay es que Cataluña hace una cosa, Navarra hace también una cosa parecida y sin embargo Andalucía pues no… España es un país muy diverso y nos deberíamos poner de acuerdo a qué nivel lo hacemos, pero sin duda algo hay que hacer, o se hace a nivel autonómico o se hace a nivel estatal o se hace a nivel europeo, pero lo que no es aceptable es que sigamos con las altas tasas de suicidio que llevamos desde hace varios años y que ahora que probablemente van a aumentar por la pandemia, por el confinamiento y por un montón de circunstancias de estrés psicológico producto de la pandemia, algo hay que hacer. Me da igual el nivel, pero en algún punto hay que tener una estrategia de prevención del suicidio.
P. La actual Estrategia de Salud Mental es de 2009-2013. Sánchez dijo en el Congreso que va a dotar a esta área con 2,5 millones de euros. No sé si es poco dinero, en qué punto está esa Estrategia, qué aspectos debería abordar primero…
R. No sé en qué punto está, en su momento tuvimos conversaciones con los interlocutores, que han ido cambiando, pero vuelvo a decir lo mismo: hay que pensar hasta qué punto tendría que decidirse qué cosas se hacen a nivel nacional y qué cosas a nivel autonómico porque si no, hacer una estrategia nacional si luego no está bien coordinada con las comunidades, es papel mojado. Yo no soy muy optimista con esto a no ser que realmente vea algo de lo que se va anunciando porque los anuncios son gratis, en cambio los hechos… Ese dinero es bastante poco, pero ya sería bienvenido, nos haría mucha falta. Pero es que lo primero que veo que está en manos del Estado es, por ejemplo, aumentar las plazas de residentes que son los que se forman al final como psiquiatras, los PIR. En salud mental el activo más importante es el personal, más que en cualquier otra especialidad. A lo mejor en oncología tienes que dedicar muchísimo dinero a medicamentos y a radioterapia, a aparatos o robots en cirugía… pero en salud mental el principal instrumento de provisión es el personal. Ahora mismo me pueden prometer lo que quieran, pero yo veo que no aumentan las plazas de especialistas, entonces no me puedo creer muchas cosas. Hacer un plan que al final depende de que las autonomías se alineen o no, que ya para reunirse hay bastante lío, y en cambio no hacer lo que el Estado tiene en su mano ahora mismo que es aumentar las plazas y que haya más disposición de enfermeros y de psicólogos y psiquiatras, para mí no tiene ninguna explicación.
P. Quizá estas estrategias pueden ser simplemente un plan de mínimos que cumplir, aunque luego las CCAA puedan hacer más cosas al margen. ¿No sería eso deseable? Porque si lo dejamos enteramente en manos de las autonomías puede que se den esas diferencias tan grandes en la atención o en que en unas haya esos código suicidio y en otras no…
R. Claro, pero en teoría la división por comunidades, si se hace bien, debería permitir hacer un traje a medida porque a lo mejor una necesita más ese dinero para prevenir suicidios y otra más para atender a pacientes crónicos, o sea, es muy discutible. Yo estoy de acuerdo en que haya un marco común, pero luego al final es una cuestión también de si transfieres esos recursos. Es verdad que cuando pones recursos todo el mundo está más dispuesto a hacer algo común porque tú estás dando un dinero y puedes decir ‘oye, el dinero es para esto, si no lo quieres no lo cojas’, y todo el mundo lo coge, o sea, que a ese respecto sí tiene sentido, pero cuando me dicen que en una comunidad se hace una cosa y en otra se hace otra, pues eso es lo malo y lo bueno de tenerlo dividido así. A lo mejor en esa comunidad es más urgente o hay una demanda social para un problema que no tienen otras comunidades. Lo que debería ser justo es el reparto de recursos, pero después que uno quiera priorizar una cosa u otra es diferente.
Hay cuestiones en las que es más obvio que hay que llevarlo a un nivel más macro, el ejemplo más evidente son las vacunas. No tendría mucho sentido que cada comunidad se buscara la vida con las vacunas, pero es que en el fondo tampoco tiene mucho sentido que cada Estado lo haga, es mucho mejor hacerlo a nivel grupal. Algunas veces te encuentras que ha ido mejor ir por su cuenta como Reino Unido, que está yendo más rápido, y Europa va más despacio y en el fondo debería ser mucho más eficiente porque Europa es mucho mejor cliente, pero luego está la burocracia. Cuando subes de nivel, aunque las cosas se pueden hacer más equitativas y más transparentes, aumentas la burocracia y la distancia entre los recursos que se proveen y el que debe recibir esos recursos y es lo que pasa en Europa. En salud mental estoy de acuerdo en que debería haber algún tipo de marco general a nivel nacional acompañado de recursos y que las propias comunidades deberían acordar con el Estado qué prioridades se deberían establecer y hay algunas que deben ser comunes. Yo creo que el suicidio es una evidente. Otra evidente es la prevención de los primeros episodios psicóticos. Esas dos deberían tener un cierto marco general…
P. ¿Esos son los aspectos que habría que abordar primero en esa estrategia nacional?
R. Sí, los primeros episodios psicóticos son la manifestación temprana de una enfermedad mental de las que consideramos graves -aunque hay gente que luego con el tratamiento hace una vida normal-. Como los primeros episodios psicóticos son la manifestación de una enfermedad mental grave ahí la intervención temprana es crítica. El suicidio es una expresión de un problema subyacente normalmente a la enfermedad y es lo más mortal que tenemos en psiquiatría, pues también es prioritario. Estas dos yo creo que son fundamentales y luego existen un montón de enfermedades relacionadas, por ejemplo, con el autismo en el que la colaboración también a nivel nacional, o yo diría todavía mejor, a nivel europeo o internacional, también estaría bien porque hay un montón de enfermedades raras que afectan al cerebro. Estas tres yo creo que son importantes y luego está todo lo demás que es superprevalente: la depresión, el trastorno bipolar, los trastornos obsesivos, la ansiedad… en fin, es que todo se puede beneficiar de que los distintos actores se pongan de acuerdo y cada uno haga lo que le toca a su nivel.
P. Habla de intervención temprana en los episodios psicóticos, pero en general en salud mental ¿cómo es la prevención en España? Hay muchas enfermedades que tienen que ver con cuestiones genéticas, pero hay otras que no y pueden prevenirse o mitigarse. ¿Prevenimos lo suficiente o más bien tratamos cuando ya se ha llegado a ciertos estadios?
R. Una cosa es prevención de enfermedades y otra promoción de la salud mental. En promoción de la salud mental nos falta muchísimo, es lo que decía antes con los hábitos de sueño y en eso España es un desastre: tiene que cambiar los horarios de la televisión, que concienciar con los horarios de cenar, que parece que ahora estamos avanzando un poco y la gente cena antes… Es todo un campo, hay un montón de cosas e incluye aspectos de alimentación, de sueño, de educación de los hijos, de la escuela…
Y luego en prevención también hay mucho que hacer. Es cierto que muchas enfermedades tienen una base genética, que no significa determinismo, es decir, es como el cáncer, la hipertensión o la diabetes, hay un riesgo pero se puede hacer mucho. Por ejemplo, pero esto es iniciativa de cada centro, en el Hospital Clínic tenemos un programa de prevención primaria también de psicosis y de trastorno bipolar, y lo que hacemos es que a nuestros pacientes con trastorno bipolar que tienen hijos les ofrecemos un servicio que es puramente de atención a sus hijos pero sin medicalizar, simplemente que puedan venir una vez al año con los niños y se hace una charla con ellos y se ve un poco cómo están. Eso sirve porque muchas enfermedades de estas no empiezan de lleno, sino con pequeños síntomas: que el niño está irritable, que empeora en la escuela, se pelea, duerme mal, tiene ansiedad y… bueno pues todo eso lo vamos monitorizando a base de visitas y cuando aparecen síntomas pues visitas más frecuentes, sin que eso signifique que ese niño va a desarrollar seguro la enfermedad que tiene el padre o la madre, pero tú con el riesgo genético ya puedes hacer algo, puedes hacer una prevención primaria a base de dedicar una cierta atención a las personas que tienen un riesgo más alto.
Esto es un ejemplo para el riesgo genético, pero hay muchos más. Es evidente que el consumo de cannabis en jóvenes es un precipitante demostrado de psicosis y de trastorno bipolar importante, pero siempre es un agente de riesgo -si todos los que fuman cannabis tuvieran un brote psicótico pues tendríamos un millón de brotes psicóticos en España-, es un desencadenante claro en personas con riesgo. Sumas la predisposición con la exposición o un factor ambiental (como el cáncer de pulmón con el tabaco, hay mucha gente que fuma y nunca tiene cáncer de pulmón, es una suma de dos cosas). En este sentido, las políticas de prevención del consumo de cannabis van a impactar positivamente en la prevención de enfermedades como la psicosis. Hay muchísimo que hacer, en España todavía estamos en el modelo anticuado de tratar en lugar de prevenir y hay que hacer las dos cosas.
Fuente: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2021/03/27/605e2b2bfc6c836d798b4580.html