Los arqueólogos encuentran la representación de la divinidad durante los trabajos de conservación del sitio prehispánico de Palenque. Es el primer hallazgo de una cabeza estucada en la zona arqueológica
ANNA LAGOS / EL PAÍS
Para los mayas, el maíz era la planta vital por excelencia y, según el Popol Vuh, con su masa los dioses crearon al hombre. Los primeros hombres fueron hechos de lodo y los siguientes de madera; sobrevivieron solo los que se fabricaron con masa de maíz porque tuvieron las facultades de sostener y venerar a los dioses, agradecerles su creación y mostrarse dispuestos a servirlos en todo lo que ellos quisieran. Con maíz blanco moldearon la figura humana y con el maíz rojo hicieron su sangre. Alberto Ruz Lhuillier, reconocido por haber descubierto la tumba de Pakal el Grande en el Templo de las Inscripciones en Palenque, explica en su libro Los antiguos mayas, que su representación humanizada es “un hombre joven, cuya cabeza alargada recuerda la forma de una mazorca o está rodeada de hojas”. Justo esa representación del joven dios del maíz maya fue hallada hace apenas unos meses por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) durante los trabajos de conservación en un pasillo de El Palacio, en Palenque, en el Estado de Chiapas, al sur de México. Tiene más 1.300 años de antigüedad y es el primer hallazgo de una cabeza de estuco en la zona arqueológica. La escultura es parte fundamental de una ofrenda colocada sobre un estanque, emulando el ingreso de la deidad al inframundo. Una imagen alucinante para los ojos entrenados de los arqueólogos. “El descubrimiento del depósito nos permite empezar a conocer cómo los antiguos mayas de Palenque revivían, de manera constante, el pasaje mítico sobre el nacimiento, la muerte y la resurrección de la deidad del maíz”, explica el investigador del Centro INAH Chiapas, Arnoldo González Cruz.
La cabeza del dios del maíz — que mide 45 centímetros de largo; 16 centímetros de ancho y 22 centímetros de alto — es idéntica a las mazorcas y sus largos cabellos se equiparan con los del elote; se trata un hombre joven con una acentuada deformación craneal y sin ningún rasgo animal. “La escultura, que debió ser modelada alrededor de un soporte de piedra caliza, tiene características gráciles: el mentón es afilado, pronunciado y partido; los labios son finos y se proyectan hacia afuera; el inferior, ligeramente hacia abajo, y muestran los incisivos superiores. Los pómulos son finos y redondeados; y los ojos, alargados y delgados. De la frente amplia, larga, aplanada y de forma rectangular, nace una nariz ancha y pronunciada”, detallan los arqueólogos Carlos Varela Scherrer y Wenceslao Urbina Cruz, quienes asistieron como jefes de campo. Por el tipo cerámico del plato trípode que acompañaba la cabeza del ‘joven dios del maíz tonsurado’ –calificativo que alude al cabello recortado del numen, el cual recuerda al maíz maduro–, la pieza arqueológica ha sido fechada hacia el periodo Clásico Tardío (700-850 d.C.).
La deidad fue descubierta dentro de un receptáculo semicuadrado formado por tres paredes y bajo una capa de tierra suelta emergieron la nariz y la boca semiabierta de la divinidad, además, guardaba una orientación este-oeste, símbolo del nacimiento de la planta del maíz con los primeros rayos del sol. De acuerdo con los investigadores, el estanque funcionaba para los mayas como un espejo de agua para ver reflejado el cosmos. Es probable que estos rituales, de carácter nocturno, partieran en la gobernanza de K’inich Janaab’ Pakal I (615-683 d.C.), y continuaran durante las de K’an Bahlam II (684-702 d.C.), K’an Joy Chitam II (702-711 d.C.) y Ahkal Mo’ Nahb’ III (721-736 d.C.). Posteriormente, quizás en el reinado de este último, clausuraron ese espacio de forma simbólica, rompiendo una porción del piso de estuco del estanque y retirando parte del relleno constructivo, para depositar una serie de elementos: vegetales, huesos de animales –codorniz, tortuga blanca, pez blanco y perro doméstico–, conchas, quelas de cangrejo, fragmentos de hueso trabajado, pedazos cerámicos, tres fracciones de figurillas antropomorfas miniatura, 120 trozos de navajillas de obsidiana, una porción de cuenta de piedra verde, dos cuentas de concha, así como semillas y pequeños caracoles.
“La colocación de estos elementos estaba constituida de forma concéntrica, cubriendo casi 75% de la cavidad, la cual sellaron con piedras sueltas. Algunos huesos de animales fueron sometidos a cocción, y otros tienen marcas de descarne y huellas de dientes, por lo que seguramente sirvieron para consumo humano como parte del ritual”, relata el especialista Arnoldo González Cruz. Sobre la ofrenda se colocó una laja de piedra caliza con una pequeña perforación — de 85 centímetros de largo por 60 centímetros de ancho, y 4 centímetros de espesor —, no sin antes “sacrificar” el plato trípode, el cual fue roto casi por la mitad y una porción, con uno de sus soportes, fue colocada en el agujero de la laja. Luego vino un lecho semicircular de tiestos y pequeñas almas de piedra, sobre el que se asentó la cabeza de la deidad, la cual se apoyó lateralmente con los mismos materiales. Por último, todo el espacio sería clausurado con tierra y tres muros pequeños, dejando la cabeza del joven dios del maíz dentro de una especie de caja, donde permaneció oculta por 1.300 años.
Conforme avanzó la exploración, se constató que la escultura es el eje de una rica ofrenda que se dispuso sobre un estanque de piso y paredes estucadas, de un metro de ancho por tres metros de largo, para emular el ingreso de este dios al inframundo, en un entorno acuático. Como personificación del grano sembrado realiza varios ritos en el inframundo. Según cuenta el mito, “[el dios maya] viaja en una canoa conducida por los dioses remeros, es ataviado por mujeres jóvenes y desnudas, y finalmente germina de la caparazón de una tortuga, símbolo de la tierra. En este último acto se presenta flanqueado por dos dioses (Hun Ajaw y Yax B’alam), quienes se cree son la versión de los héroes gemelos (Hunajpu e Xb’alanke) del Popol Vuh, hijos de Hun Junajpu”, explica el arqueólogo Tomás Pérez Suárez, del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
“La pieza está bastante fragmentada. Se encontró en un contexto de humedad, por lo que se tuvo que dejar secar paulatinamente, para que la pieza no se deteriore con un cambio de ambiente tan drástico, pues estaba anegada de agua. Ahora, ya está en un estado mucho más seco, para poder iniciar su restauración. Lo que vamos a hacer es limpiar todos los fragmentos, se van a tratar de adherir y rescatar todos los fragmentos de cerámica que también se encuentran con la pieza”, explica el restaurador Jorge Alejandro Coraza, quien se refiere a los fragmentos de un plato trípode sobre el que se dispuso la escultura, ya que esta “se concibió originalmente como una cabeza cercenada”. Tal idea surge al contrastar la iconografía del joven dios del maíz en otras piezas y documentos, como una serie de platos del periodo Clásico Tardío (600-850 d.C.), una vasija de la región de Tikal, del Clásico Temprano (150-600 d.C.), y representaciones en los códices Dresde y Madrid, en los que esta deidad o personajes vinculados a ella, aparecen con la cabeza cortada.
“En el principio, todo estaba en suspenso. Todo en calma. Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche”, arranca el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Primero, continúa más adelante, los dioses crearon hombres de barro. Fue un fiasco. No se sostenían y, cuando llovía, se deshacían, encima eran incapaces de hablar y reproducirse. Luego, probaron con hombres de madera, pero no tenían alma ni memoria; no recordarían quiénes fueron sus creadores. Por último, intentaron con una mezcla de maíz y sangre. A partir del maíz blanco moldearon la figura humana y con el maíz rojo hicieron su sangre, y esta fue la versión que finalmente funcionó. Primero, fue el maíz. De ahí nacieron los primeros hombres capaces precisar con exactitud los ciclos lunares, solares y venusinos; de escribir e inventar el cero sin apenas herramientas. Se multiplicaron y poco a poco se expandieron y poblaron el sur de México, Guatemala y Honduras. Para los mayas existían el cielo, la tierra y el inframundo; cada uno de ellos se extendía en cuatro direcciones: cuatro ceibas, cuatro aves, cuatro tipos de maíz, cuatro colores. Los dioses son uno y cuatro al mismo tiempo. El abanico juega con los puntos cardinales, con la vida en el espacio-tiempo.
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Fuente: https://elpais.com/mexico/2022-06-03/la-cabeza-del-dios-del-maiz-maya-que-permanecio-oculta-mas-de-1300-anos-en-palenque.html