¿Después de Nietzsche o Heiddegger, incluso después de la revolución industrial o las redes sociales, somos capaces de mirar dentro de nosotros mismos? Un recorrido por la música, la literatura y la imagen puede arrojar luz sobre la experiencia humana de trascendencia
KARINA SAINZ BORGO / ABC
¿Obedece la mística a un tiempo? ¿O, por el contrario, es cada expresión de su tipo un proceso central y consustancial de la experiencia humana ajeno a lo histórico? ¿Después de Nietzsche o Heiddegger, tras la Revolución Industrial o el advenimiento del mundo digital, podemos ver con otros ojos dentro de nosotros mismos? ¿Es posible el abandono en tiempos convulsos? Hay quienes piensan, como el académico de la RAE y filosofo, Juan Mayorga, que tiene poco sentido actualizar la mística o mirarla incluso fuera de su naturaleza centralmente humana. La cineasta Paula Ortiz, que ha trabajado la figura de Santa Teresa en el cine, subraya, sin embargo, que en un momento histórico con reminiscencias barrocas —por naturaleza turbia de estos tiempos, a la manera de la Contrarreforma—, el filtro místico y las experiencias del yo están huérfanas y por tanto se confunden en la bisutería espiritual o tienden al solapamiento de la religiosidad y la espiritualidad.
Hacia una definición
La música, la imagen, la literatura y el pensamiento contemporáneos acometen el camino hacia el espíritu ajenos al elemento confesional o estrictamente religioso. Amador Vega, director del Centro de Estudios en Estética, Religión y Cultura Contemporánea y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, ha dedicado parte su obra a desentrañar la naturaleza de la mística, entendiéndola como la gran tradición espiritual de Occidente. Surgida en el siglo XIII en la cuenca del Rhin, y teniendo sus momentos más claros con Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, la mística es la fuente de la filosofía moderna. La mística aplicada a la literatura y la música ha tenido plasmaciones. Sin embargo, y así lo plantea en sus ensayos, la mistificación de las palabras ha llevado a la confusión entre la religión y lo sagrado. Para Vega, la religión es un modelo cultural para abordar lo sagrado, pero lo sagrado no debe limitarse a lo religioso.
En su ‘Tratado de los cuatro modos del espíritu`, Amador Vega reivindica las tres potencias del alma: memoria, intelecto y voluntad. «La memoria no juega ningún papel en la enseñanza, cuando fue la fundadora de la cultura europea. El intelecto no debe confundirse con la razón: se refiere, como en el Medievo, al espíritu y no se limita al racionalismo de Descartes. La Voluntad no es el deseo sino el motor que lleva al entendimiento…». Así, la experiencia de la vida creadora, que se debate entre lo sensible y lo inteligible, permite la plasmación del proceso de conocimiento, incluido el espiritual.
Mística intempestiva
Juan Mayorga, dramaturgo y autor de la obra ‘La lengua en pedazos’, una pieza teatral a partir del encuentro entre Santa Teresa y su inquisidor, considera que la mística siempre es urgente, sin importar el momento histórico. Obedece a razones humanas no históricas. Siempre es intempestiva. Existe a contracorriente. «No hablaría de una actualización de la mística porque la búsqueda de sentido está en el centro de la experiencia humanan, no en los márgenes. Los filósofos medievales lo nombraban con una expresión que luego recuperó la escuela de Frankfurt con Horkheimer y que alude al anhelo de lo absolutamente otro, al que los místicos se refieren al límite.
La literatura o la música, cuando se acoplan a la experiencia mística, balbucean aquello que no se puede nombrar y que la filosofía, según Mayorga, ha trabajado como los objetos de la metafísica. «Kant decía que eran tres: el alma, el mundo y dios. Porque Kant cuando habla de que alma, tanto en su ‘Teoría del conocimiento’ como en su ‘Ética’ se trata de realidades no demostrables de las que no hay experiencia u observación. Son ideas límites necesarias en lo que se refiere al alma y la idea de unidad final de nuestras experiencias; el mundo como la totalidad y Dios como aquello que lo une todo». Una mística, por tanto, es siempre actual, porque es una recusación de lo que hay. Está al otro lado de la vida, explica Mayorga. «A lo largo del siglo XX podemos encontrar el anhelo o la sombra de la mística en creadores como Kafka. No es extraño que Walter Benjamin caracterice la el carácter del hombre moderno y el vaciamiento del que pervive el anhelo».
Música y mística
«Estamos en una sociedad más laica pero que busca la espiritualidad», asegura el musicólogo y escritor Pep Gorgori, quien emparenta una parte de la creación contemporánea con una tradición mística clara. «El compositor Joan Magrané, estrena esta Semana Santa un ‘Oficio de tinieblas’, que retoma a François Couperin. Sin duda uno de los referentes de la mística es también Tomás Luis de Victoria», dice refiriéndose al sacerdote católico, maestro de capilla y compositor polifonista del renacimiento español.
Otros músicos como el catalán Federico Mompou abordaron lo místico. En el caso de Mompou fue por la vía despojamiento musical, que culminó con la obra inspirada en San Juan de la Cruz ‘Música callada’, una expresión de su ideal estético: «una música que sea la voz del silencio», sin huecos ni adornos. Influido por los compositores franceses Erik Satie, Gabriel Fauré y Francis Poulenc, desarrolló un estilo de formato pequeño que Gorgori identifica con una búsqueda en su tipo durante el siglo XX.
Ya en pleno siglo XXI, identifica el musicólogo otros nombres. «La compositora para coro, Eva Ugalde, ha compuesto una obra coral que retoma la cultura oral española y en el que incluye la poesía gallega, portuguesa, euskera y textos clásicos como Santa Teresa. No se trata necesariamente de un asunto religioso, sino de una sensibilidad. Se trata de una mujer joven del siglo XXI haciendo una composición nueva sobre los referentes místicos».
Especializada en la música coral, un formato en el que ha explorado la dimensión extática de la voz humana, la donostiarra habla de su trabajo como Juan investigación formal . «Escribo música coral y dentro de los coros hay una cierta mística. Te hace mirar hacia adentro. Es una música que te lleva a la reflexión. A aquello que está oculto. La naturaleza y el soporte coral lo permite, porque propicia esa reflexión, también en el público. No soy creyente, pero los textos religiosos o sacros tienen una fuerza y una potencia particular», comenta al otro lado del teléfono.
Tras estudiar piano, canto, dirección coral y pedagogía en el Conservatorio Superior de San Sebastián, Ugalde ha escrito varias obras para voces de mujer, entre las que destaca ‘Tximeletak’ (Mariposas) con letra del escritor vasco Bernardo Atxaga. El próximo mes de abril interpretará en la catedral de León (día 8) y en el Auditorio Nacional (día 20) la suite ‘ADN’, que mezcla textos de Santa Teresa, la gallega Rosalía de Castro, la portuguesa Florbela Espanca, así como de las contemporáneas Mónica Miró, de Cataluña, y la vasca Josune López. «Junto con Daniel De la Fuente, director del coro, hacer algo con los idiomas de la península: el portugués, el gallego, el catalán, el euskera y español catalán».
Imagen y espíritu
«Espiritualidad es una palabra que nos da muchísimo miedo», dice la cineasta Paula Ortiz al momento de hablar de ‘Teresa’, una película protagonizada por Blanca Portillo y que está basada en ‘La lengua en pedazos’, de Juan Mayorga. EL filme desarrolla en la cocina del Convento de San José, la primera fundación de la Sant. Mientras está cortando cebollas, llega un inquisidor, personaje imaginario creado por Mayorga e interpretado por Asier Etxeandia que deja en evidencia el poder de la duda en un trazado del mundo, de la fe y a búsqueda espiritual. Salvo cuando es exótica, que entonces es mirada con curiosidad, la Fe religiosa genera rechazo, comenta la cineasta en los pocos minutos libres que le dejan el montaje de una nueva película. «Hay una generación, en buena parte la mía, que ha crecido con una orfandad en ese tipo de temas, pero cuya necesidad vital los empuja a buscarla» incluso en algunos epígonos de espiritualidad. La explosión de un tiempo en el que coinciden distintos descalabros, hallazgos y cambios, marca una búsqueda casi barroca de la identidad religiosa, que la directora ha querido plasmar en su largometraje.
A Ortiz, como a Mayorga, les interesa la duda en un personaje como Teresa de Ávila. «Entre pucheros anda dios, esa frase tiene ese sentido extraordinario de los práctico y en el que ella consigue, sin embargo, la trascendencia del instante», explica Mayorga. «Por eso en mi obra contrapongo al inquisidor, porque su Dios es lejano y silencioso mientras que el Dios de Teresa es cercano y elocuente, porque lo escucha en todas pares en esa búsqueda de trascendencia. Santa Teresa siente el mundo y en cada cosa y se siente responsable de todos los seres humanos, que es también una forma de mística en la zozobra. Teresa esta siempre a la búsqueda de sentido. Es una mujer atravesada por la duda», completa el dramaturgo y académico.
Religiosidad y misticismo no son sinónimos, aunque tienda a confundírseles y en el caso de la película dirigida por Ortiz, ese malentendido se ha repetido. Si la Teresa de Paula Ortiz sobrecoge es porque su misticismo no atiende a la divinidad, sino a la razón y al lenguaje. En esta película, cada visión es duda y exégesis. Teniendo para sí una Blanca Portillo destilada de sus mejores interpretaciones y a un Asier Etxeandía con la piel amasada de puro nervio, Paula Ortiz opone belleza y fanatismo; vacilación y dogma; combate y seducción; palabra y silencio; luz y oscuridad. Es el estremecimiento que surge del choque entre contrarios. Es el éxtasis de quienes comprenden, incluso las más terribles lecciones.
Denostar la mística
La mística define un tipo de experiencia y conocimiento. Es la comunicación inmediata y directa del ser humano con la naturaleza y la divinidad. Conduce a una revelación o un estado de arrobamiento que proviene del abandono, de la entrega. En lo místico, el recogimiento empuja al borde, al extremo, a ese lugar donde la materia oscura viene a la luz, y en el que vida y muerte, el gozo y estigma, se mezclan. «Está el alma que le parece que no le falta nada», barruntó Santa Teresa sobre el recogimiento que conduce a esos estados.
«La hermosura es paciencia», escribió Luis Cernuda en los versos de ‘Lázaro’. Toda travesía a través de la ignorancia propia desemboca, como en el poema del sevillano, en el tallo que irrumpe en el día desde debajo de la tierra. La experiencia mística implica un conocimiento, una búsqueda de aquello que no se agota en lo religioso y adquiere distintos vehículos de expresión. Para San Juan la palabra permitió dar cuenta de lo indecible, así como Juan de Yepes, el santo de Fontiveros, compuso con sus experiencias místicas una prosa que desemboca en lo simultáneo y lo envolvente.
La Edad Media conoció el florecimiento de grandes figuras místicas en Occidente. Hildegarda de Bingen encabezó el gran resplandor místico del siglo XIII, en el que mujeres como Santa Clara de Asís, Matilde de Magdeburgo, Hadewijch de Amberes, Margarita Porete y Santa Catalina de Siena escribieron acerca de su experiencia de Dios en lenguas vulgares. Bingen, conocida como la sibila del Rin y madre superiora de los monasterios de Rupertsberg, en 1150, y de Eibingen, en 1165, tuvo una prolífica producción de obras teológicas, botánicas y medicinales, también cartas, himnos y antífonas para la liturgia. La escuela ascética española alumbró sus propias expresiones, desde la mística agustina de Fray Luis de Granada hasta la Carmelita de Teresa de Ávila y San Juan.
Fuente: https://www.abc.es/cultura/cultural/misticismo-siglo-xxi-20240327091701-nt.html