El inventor fue artífice de una revolución silenciosa: la de la invención de los tipos móviles, o tipografía, técnica originaria de la imprenta moderna
C. GARCÍA / LA RAZÓN
Johannes Gutenberg es en parte el responsable de que esté leyendo este artículo. Es el padre de la imprenta, de la palabra escrita como medio de comunicación atemporal y transgeneracional. Nació en 1400 en Maguncia, en la actual Alemania, en el seno de una familia pudiente. A día de hoy, la mayor parte de la vida del inventor continúa siendo un misterio, repleto de lagunas, aunque sí se conocen ciertos detalles: en realidad se llamaba Johannes Gensfleisch, mientras que el apellido por el que se le conoce mundialmente procede de una propiedad de su padre.
Hacia 1434, emigró a Estrasburgo, donde comenzó a trabajar como orfebre. Por tanto, desde pronto el inventor comenzó a demostrar su capacidad en cuestiones técnicas, así como su inquieta actitud innovadora. Pero no siempre se dedicó a construir ese mecanismo de imprenta que le ha conferido hasta hoy el título de una de las figuras más importantes de la historia. Antes de ello, ya comenzó a deslumbrar a su entorno: en 1437, descubrió un sistema para pulir piedras preciosas, y cerró un contrato para fabricar espejos. Estos objetos estaban preparados para portarse en sombreros, túnicas o bastones, así como captaban imágenes sagradas. Una creación que implicaba gran destreza en el manejo del metal, y que se realizaba para todos los públicos.
Mientras Gutenberg iba conociendo el mundo empresarial y creciendo intelectualmente, trabajaba en lo que de verdad le confirió de gran estatus: un sistema para fabricar libros de forma mecánica mediante caracteres metálicos. Tras años donde la escritura pasó de manos de escribanos a copistas, a finales del siglo XIV en Europa comenzó a extenderse una técnica sobre madera, que se orientó a la producción de imágenes. No obstante, estas planchas de madera se deterioraban rápidamente, así como sus creaciones conllevaban bastante tiempo. Por tanto, no podía quedar ahí.
El proyecto más ambicioso
Fue entonces cuando Gutenberg entró en escena: ante la falta de un sistema que permitiera imprimir mecánicamente textos que perduraran, creó los tipos móviles. Estos eran letras talladas en metal, que se podían combinar para formar sílabas, palabras, frases y textos enteros, a través de una rapidez nunca antes vista en la época, y a una escala sin precedentes. Un invento que, no obstante, no se creó con la misma velocidad. De esta manera, Gutenberg no creó precisamente la imprenta, sino que más bien fue el padre de su revolución, el inventor del procedimiento de impresión de la tipografía, originaria de la imprenta moderna.
Mientras el inventor daba vueltas a su proyecto, mantuvo todos los ensayos y objetivos en secreto. Según historiadores, Gutenberg realizó las primeras pruebas de impresión en Estrasburgo, con el apoyo de unos socios a quienes les pedía que no enseñasen a nadie los avances. Una vez recaudó cierto dinero a través de Johannes Fust, su prestamista, que le concedió dos créditos de 800 florines para realizar su proyecto más ambicioso, hay estudiosos que apuntan que lo destinó a la impresión de la célebre Biblia de 42 líneas. Esta impresión, en latín, finalizaría el 23 de febrero de 1455, produciéndose menos de 200 copias. De ellas, actualmente se localizan 48 ejemplares originales de la Biblia de Gutenberg, pero solo 21 están completas y en buen estado de conservación.
Años más tarde, Maguncia fue asaltada por las tropas de Adolfo II de Nassau, en un ataque que obligó a muchos artesanos y comerciantes a abandonar la zona. Entre ellos, los impresores que se hicieron con el invento de Gutenberg durante esos años. Esta emigración hizo que la difusión del invento del genio se hiciese mayor, favoreciendo el rápido uso de esta técnica por toda Europa: en España se acogió por primera vez la imprenta en 1472, en Sinodal de Aguilafuente, en Segovia.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/historia/20220624/su4e6dsdgvffvhp4gfp2n76o54.html