Las criaturas azules que inventó el dibujante Peyo en 1958 celebran en la Feria de Literatura Infantil y Juvenil de Bolonia más de seis décadas de cómics, películas, muñecos y hasta comparaciones con la Unión Soviética
TOMASSO KOCH / Bolonia / EL PAÍS
En la aldea se prepara una gran fiesta. Y, por una vez, el pueblo más remoto de los cómics —con permiso de Astérix y Obélix— quiere invitar a todo el planeta a participar. Quizás, para la ocasión, el Pastelero hornee sus mejores tartas. Aunque, probablemente, terminará comiéndoselas el Goloso a escondidas. El ego del Vanidoso se frotará las manos ante la ocasión, y Pitufina podrá contar si vivir como única hembra entre 99 señores minúsculos también dispara el micromachismo. Aunque el más contento, sin duda, será el Juerguista. Porque en 1958 fue cuando el dibujante belga Peyo se inventó a una comunidad de extraños seres azules. Es decir, cumplen ahora 65 años pitufeando. Hasta convertirse en iconos globales.
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“Todavía son muy jóvenes”, juraba este lunes Philippe Glorieux, responsable de marketing de Imps The Smurfs, la compañía que gestiona la marca, los personajes y el legado del artista. Y, a continuación, enumeró viejos y nuevos pilares que mantienen erguidas las célebres casitas de hongos, en un encuentro en la Feria de la Literatura Infantil y Juvenil de Bolonia, la mayor del sector en Europa —a la que este diario ha sido invitado por la organización—. Por un lado, los valores de siempre: “Amistad, tolerancia, diversión o espíritu de equipo”. Por otro, la apuesta por cine y series, más inclusión (con el descubrimiento de una nueva localidad poblada solo por pitufas) y hasta últimas tendencias tecnológicas como el pituverso o los NFT. Está claro que la ambición de los Pitufos mide más que sus escasos 16 centímetros.
De hecho, en su primera historia tan solo eran personajes secundarios, creadores de una flauta mágica que centraba otra entrega de la serie Johan y Pirluit. Desde entonces, sin embargo, les fueron robando los focos a los protagonistas, lograron su propia publicación y, poco a poco, el estatus de mito. Decenas de libros, tres películas —y una cuarta en camino—, dos series, varios videojuegos, parques de atracciones, muñecos. Y, en general, tantas aventuras como para que Gran Pitufo ya no sea el único que pueda presumir de sabiduría y barba blanca.
Al fin y al cabo, un paseo por la propia feria de Bolonia sugiere la vigencia de algunos clásicos. Por supuesto, hay miles de historias inéditas: constructores de estrellas, robots somnolientos o sillas en busca de una pata. Pero cada poco tiempo se vislumbra una cara familiar. Varios Mumin vigilan un estand propio, Harry Potter está lejos de agotar su magia y nombres como Gianni Rodari o los hermanos Grimm ocupan carteles colosales, buena metáfora del importante papel que aún conservan en la literatura infantil. En una pared, Obélix devora su enésimo jabalí asado. En otra, Barbie muestra algunas de sus últimas profesiones: futbolista o astronauta. El bebé oculto en un carrito que empuja su padre aún no puede ver todas las leyendas a su alrededor. Es probable, sin embargo, que ahí continúen cuando él empiece a leer.
Empezando, precisamente, por los Pitufos. En el corazón del bosque se mueve hoy un negocio millonario, entre la pasión de miles de niños en 55 idiomas —el único país donde el término elegido para definirlos significa algo, por cierto, es China: Lán jīnglíng, “pequeños espíritus azules”— y una encuesta interna citada por Glorieux: a nivel mundial, el 95% de los entrevistados conocía a las criaturitas. De ahí que el responsable pidiera a los presentes en el encuentro que cerraran los ojos y acudieran al recuerdo más personal que les une a los personajes. Cada cual tendrá una respuesta. Lo que confirma y multiplica las razones de celebración por parte de la compañía y sus seguidores. Hasta al Gruñón o al Tristón les costaría aguar tamaño entusiasmo.
También por eso la ONU ha nombrado a los Pitufos embajadores de la sostenibilidad, de cara a difundir los objetivos de 2040 para salvar el medioambiente. He aquí otro síntoma del camino recorrido: de presuntos racistas, por una de sus primeras entregas, donde el pinchazo de una mosca volvía a los pitufos negros y, de paso, prácticamente trogloditas, a símbolos que la humanidad debería emular. Es más: Fabienne Gilles, responsable comercial de productos de consumo y entretenimiento familiar de la compañía, habló de “planeta pitufo” para resumir los planes globales para presente y futuro. Aunque, primero, aclaró que los dos elementos centrales siguen siendo los libros y el audiovisual.
“Los cómics continúan desempeñando un papel fundamental. Cada año aparece una nueva entrega de la serie clásica. Y se unió en 2017 la nueva serie Los Pitufos y la aldea de las chicas. Si bien los Pitufos no son en España un fenómeno tan descomunal como en los países francófonos, cuentan aquí con una base de fans fiel de todas las edades a la que se van sumando constantemente nuevos lectores”, asevera Álvaro Nofuentes, encargado del cómic europeo en Norma Editorial, el sello que lleva 47 álbumes publicados en castellano de los seres azules. Y con toque español también en el dibujo, ya que uno de los artistas actuales, Miguel Díaz Vizoso, tiene orígenes andaluces.
Pero, además de historias dibujadas en páginas y pantallas, la empresa mantiene una firme apuesta por el merchandising que atribuyen al propio Peyo, así como experiencias urbanas, comida —galletas, pasta, helados…— o hasta ropa. Porque Gilles confirmó que su público principal oscila entre cuatro y 12 años, pero últimamente buscan cuidar también a seguidores más mayores.
Los Pitufos, pues, lo quieren casi todo. Por más que se ocultaran entre las ramas, la llamada del capitalismo parece haber llegado hasta sus puertas. Y eso que, en 2011, el profesor y ensayista francés Antonie Buéno sostuvo en Le petit livre bleu: Analyse critique et politique de la société des Schtroumpfs que la comunidad pitufa evocaba “un arquetipo de sociedad totalitaria embebida de estalinismo y nazismo”. El dominio de la colectividad, el líder máximo y la práctica ausencia de propiedad privada le llevaron a la primera conclusión: incluso apuntó que el Pitufo Filósofo podía representar la disidencia de Trotsky. Del movimiento hitleriano, en cambio, procedía, según Buéno, la imagen de Gargamel: el villano es un hombre sucio, de nariz prominente, sediento de oro. Es decir, el estereotipo con el que el antisemitismo representa a los judíos.
Los adoradores se rebelaron contra la teoría. Y Thierry Culliford, hijo de Peyo, sostuvo que las acusaciones resultaban “entre grotescas y poco serias”. En el encuentro de este lunes en Bolonia, nadie se acordó de estas ideas. Solo hubo aplausos y sonrisas. Se trataba de pitufar la pitufada. Perdón, de celebrar la fiesta.