Por Luis Martínez
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la humanidad en la era de la hiperconectividad es la de contrarrestar la creciente y cotidiana desinformación que circula primordialmente en las redes sociales. Es mayor el reto cuando se ha edificado una robusta industria de desinformación que pone al alcance de cualquiera herramientas y mecanismos para confundir a las personas.
Industria que, por supuesto, está presente a nivel local y nacional en todo el país, y en todos los sectores tanto públicos como privados. La desinformación está al alcance de cualquiera y para construirla se puede recurrir a la más costosa, compleja y sofisticada tecnología provista por consultorías y agencias, o a la más económica, primitiva y accesible herramienta online. Porque hoy las herramientas de desinformación están al alcance de todas las personas, básicamente como ir al supermercado o comprar en línea.
Los gobiernos, los gobernadores, los partidos políticos, los medios, las vocerías, periodistas, las universidades, todas, todos, en algún momento golpean su pecho contra lo que llaman las fake news, se suman a la condena pública -a veces genuina a veces solo en el discurso-. Porque la desinformación es tan accesible y conveniente que siempre existe la tentación de usarla a favor.
La usa aquel periodista que, para hacer valer su opinión política, tiene su discreta colección de cuentas falsas de Twitter para aplaudirse a sí mismo o generar una aparente conversación o interés de un público sintético.
La usa un gobernador para crear e inducir opinión pública digital contratando granjas de cuentas de Facebook y Twitter que aplauden cada logro de su gobierno e invaden los muros de medios, periodistas y adversarios para construir sombra digital contra sus adversarios. O contratando agencias que utilizan falsos medios para difundir noticias inexactas también sobre sus adversarios, agencias a las que si es necesario luego desecha y hasta persigue.
La industria desinformante también provee a la universidad pública creando decenas de grupos de Facebook y cuentas de supuestos estudiantes que aplauden sus aciertos y anulan las disidencias, ahogando cualquier intento de conversación negativa.
La usa también una concesionaria privada de servicios que ante el incremento de tarifas recurre a cuentas de falsos usuarios que justifican y aplauden el aumento en grupos de Facebook.
También recurre a ella una farmacéutica que contrata influencers para asegurar públicamente que la vacuna de la competencia genera reacciones adversas.
Es parte de la estrategia y servicios base de las vocerías de casi todos los gobiernos, y la utilizan casi todos y todos los personajes políticos, quienes en lo público denuncian la desinformación y en lo privado la contratan a terceros irrastreables.
Los procesos electorales venideros estarán marcados por la maquinaria de desinformación, el acarreo digital, en el que cada medio de comunicación ya eligió, ser cómplice o ser la diferencia.
Quien esté libre de pecado, que tire el primer tuit.
Hasta la próxima…
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