Taylor Swift, Ariana Grande, Olivia Rodrigo y Doja Cat se ríen en sus canciones, a veces hasta de sus fans
BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ La Vanguardia
Pese a titularse El departamento de los poetas torturados y tener una sombría portada en blanco y negro, el último disco de Taylor Swift está en realidad lleno de chistes, bromas privadas y requiebros. “Voy a tener a su bebé. No, no es verdad, pero deberíais ver vuestras caras”, canta, no se sabe a quién en But Daddy I Love Him, la canción del álbum más ligada a su pasado country.
Varios temas del disco parten de la ironía o de la autoironía. En el primer apartado estaría la titulada Fresh out the Slammer, que podría traducirse como “recién salida de la trena” y se referiría a una ruptura tras una relación larga, seguramente la de la cantante con el actor Joe Alwyn. Y en el segundo apartado, más divertido, caería esa canción titulada Puedo arreglarlo. No, en serio, que puedo, en la que la narradora se pinta como una adicta al romance que cree que puede rehabilitar a un novio medio tóxico. Al final de la canción, desliza: “Vale, quizá no puedo”.00:0003:04Read More
Como letrista, Swift siempre ha equilibrado su tendencia más melodramática con versos más ligeros, que han acabado siendo algunos de los más memorables. Por ejemplo, el “puedo convertir a los chicos malos en buenos por un fin de semana” de Blank Space, uno de los hits del disco 1989, el que la selló como superestrella. En el último álbum, el que ha lanzado sin que ni siquiera sus fans más irredentos tuvieran tiempo de desearlo y el que ha seguido a su periodo imperial, con una gira estratosférica todavía en marcha, se ha permitido un tono más descarado, con muchos “fuck” incluidos. Y en eso va de la mano de las otras artistas pop que están triunfando, no se sabe si gracias o a pesar de su enorme influencia.
La telonera de Swift en parte del Eras Tour, Sabrina Carpenter, una ex chica Disney famosa desde la adolescencia, se está labrando una imagen más juguetona que la de su mentora. Carpenter ha aprovechado bien la atención que le da el estar en esa gira y ha convertido su canción Nonsense, que dice en la letra “esta canción es más contagiosa que el sarampión” en un guiño a sus fans, ya que en cada parada de la gira va cambiando la letra a cosas como “solo salgo con él si me paga el alquiler” o, como cantó en Buenos Aires, “cuando estoy en el dormitorio toda sexy, él se lo pasa bien, me llama Messi”.
La cantante lanzó hace un par de semanas una seria candidata a canción del verano, la también hiperpegadiza Espresso, cuya letra tortura la sintaxis de la lengua inglesa pero se entiende perfectamente en clave de jerga internetera. El periodista Kyle Chayka, autor del libro recién aparecido Mundofiltro (Gatopardo), en el que analiza cómo el sistema algorítmico está achatando los productos culturales, dice en su newsletter semanal, One Thing, sobre parte de la letra de ese tema: “está cantada con tal vacuidad que suena como un modelo de I.A. tratando de identificarse, cada frase un non sequitur”. A la vez, en ese mismo texto, recomienda tomarse esa canción como una golosina, que se come sin mirar los ingredientes.
“Enciéndeme como a la Nintendo”, canta Carpenter en Espresso, y ahí completa la tríada jugona del año. En The Alchemy, Taylor Swift dice: “Tócame mientras tus amigos juegan al Grand Theft Auto” y en Eternal Sunshine Ariana Grande pide a su amante: “juega conmigo como si fuera el Atari”.
Sabrina Carpenter, ‘Espresso’
Se podría decir que, sabiéndose ganadoras, las chicas del pop se lo están pasando bien. También Olivia Rodrigo, que se declara deudora tanto de las rrriot girls de la escena alternativa feminista de los noventa como de las lideresas del punk pop comercial de los dosmiles, tipo Gwen Stefani, ha adoptado ese tono conversacional de Taylor Swift en sus temas y los va sembrando de recados, a veces dirigidos a los hombres que han pasado por su vida –“Debería haber visto que era raro que solo aparecieses de noche”, canta en uno de sus mejores temas, la redonda Vampire– y a veces a sí misma, como cuando se pregunta y se contesta si es mala idea quedar o no con su ex en Bad idea, right?.
En su disco de confirmación, Guts, Rodrigo adopta una doble posición: canta como una postadolescente dramática y a la vez como alguien que se retrata como postadolescente dramática y se ríe de si misma, lo que cuadra a la perfección con una generación hiperconsciente. Es como quien hace un post de Instagram que cae en el cliché y le pone un pie en el que admite que ese, efectivamente, es un post de Instagram que cae en el cliché. En pocas canciones se ve ese doble pivote tan claro como en su Ballad of a Homeschool Girl (Balada de la chica educada en casa), en la que dice: “todos lo que hago es trágico / todos los chicos que me gustan son gays”.
Según la crítica musical Eva Sebastián, parece natural que las estrellas del pop participen del “lenguaje memetizado y el humor self deprecating (autolacerante)” que configura la lengua vernácula de internet. “Antes los raperos tenían que ser los más duros, y ahora las mujeres solistas, que son el foco del mercado musical y ahora también de la crítica, tienen que ser las más graciosas, las más ingeniosas”, dice. Más que una era juguetona del pop, cree que hay cierto estilo goofy (simple, tontorrón) que vende bien y que, si no sale de manera natural, se imposta.
Sebastián, sin embargo, traza una corte generacional y distingue entre las cantantes emergentes de la generación zeta, como Olivia Rodrigo, Sabrina Carpenter, Doja Cat y Chappell Roan (ésta última representaría la teatralidad, la energía del niño que va a campamentos de teatro y obliga a sus familiares a asistir a un monólogo de 40 minutos protagonizado por él) y sus predecesoras millennials, como la propia Swift, que ya van mediando la treintena. “Las más jóvenes se comunican de manera natural en ese humor internetero. Tienen ese universo más goofy. Doja Cat se dio a conocer con una canción llamada Mooo! en la que ella hacía de vaca. En cambio, cuando veo a Taylor Swift intentado hacer eso me parece que es como cuando Dulceida se hace una foto mal y dice ‘soy un meme’. Creo que no lo acaba de entender pero quiere utilizar ese lenguaje. Me da cierto bochorno.” Sebastián, por cierto, tiene entradas compradas para ver a Swift en Edimburgo. Pertenecería a esa facción de swifties críticos que no tragan con todo lo que hace la artista, aunque respeten profundamente su talento.
Doja Cat, ‘Mooo!’
Como precedente de ese humor en el pop y espejo en el que se miran las veinteañeras, la crítica señala claramente a Lily Allen, la primera cantante de éxito masivo que emergió de MySpace en la primer década del siglo y que siempre dejó huellas de un sentido de la comedia de raíz 100% británico en sus letras. En 2022, Rodrigo invitó a Allen a subir al escenario con ella en el festival de Glastonbury, donde la inglesa jugaba en casa, y ambas cantaron el tema Fuck You, que dedicaron a los jueces del Supremo que acababan esa misma semana de condenar el derecho al aborto en Estados Unidos.
Emanciparse de los fans
En el caso de Taylor Swift y Ariana Grande, hay otro mensaje que ambas han deslizado en sus discos respectivos, más que con humor, con cierta exasperación. El recado que las dos cantantes lanzan a la facción más alterada e intervencionista de sus fandoms para que les dejen vivir la vida tranquilas, equivocarse y tener novios perniciosos si hace falta. Grande lo declama con claridad en la canción Yes, and?, en la que responde a las acusaciones de ser una rompehogares por divorciarse de su ex marido, Dalton Gómez, y empezar una relación con un hombre casado y padre de una niña, el actor Ethan Slater. “Tus asuntos son los tuyos y los míos son míos”, dice. Y a continuación pregunta a sus fans por qué les importa tanto con quién se acuesta, solo que lo dice con palabras menos imprimibles en un periódico generalista.
Tampoco Swift llevó bien la reacción de sus fans cuando vivió un breve romance con el cantante de la banda The 1975, Matty Healy, conocido por su pose de clásico canallita británico de clase alta y su afición a meterse en líos.
En la canción But Daddy I Love Him podría estar aludiendo a eso, cuando recita, casi falta de aire por la cantidad de sílabas que tiene que meter en una frase: “Dios me reservó a los peores críticos / que dicen que quieren lo mejor para mí / poniendo en escena soliloquios mojigatos que jamás escucharé”.
En foros en los que se ejecuta con precisión (y humor) el análisis del pop, como los podcasts Keep it y Las Culturistas, han coincidido en leer esas letras, y esos dos discos por extensión, como un gesto de emancipación por parte de dos superestrellas que quieren seguir estando secuestradas por lo que los fans esperan de ellas, aunque después recurran a esos ejércitos invisibles para defenderse de la crítica profesional y de sus enemigos diversos. “Creo que lo que intentan con esto es generar nuevos vínculos y aún más leyenda alrededor de sus figuras”, matiza Eva Sebastián. En la era en la que el pop se escribe y se entiende casi exclusivamente como una rama de la autoficción, las figuras dominantes se están permitiendo unas risas, pero no está tan claro que puedan hacerlo a costa de sus fans.