Mientras la industria mira hacia atrás para admirar todo lo que ha conseguido el modisto italiano sobre las pasarelas, él vislumbra un futuro prometedor para su firma
Alex Jover / MAGAZINE / LA VANGUARDIA
Es la leyenda viva del mundo de la moda. Giorgio Armani cumple hoy noventa años y mientras la industria mira hacia atrás para admirar todo lo que ha conseguido el modisto italiano sobre las pasarelas, él vislumbra un futuro prometedor para su firma.javascript:false5
Nacido en la ciudad italiana de Plasencia, Armani no creció entre sedas y maniquís como muchos de sus homólogos. Estudió medicina en la Statale de Milán, ciudad en la que descubriría su verdadera vocación. Su pasión por la belleza y lo estético le llevó, tras el servicio militar, a ser escaparatista y poco después a diseñar ropa para Nino Cerruti, diseñador con el que de hecho compartió su afán por modernizar el traje masculino.
Después de aprender el oficio junto a uno de los modistas italianos más importantes del siglo XX, Armani creó en los años setenta su propia línea. Forma parte de la historia de esta industria su debut en el Palazzo Pitti de Florencia en 1974, donde un jovencísimo Giorgio Armani presentó una colección de trajes chaqueta beige que auguraban una revolución en los armarios femeninos.
Con cortes limpios y nítidos, las primeras prendas del diseñador se bañaban en tonos fríos, como el gris, el beige y el negro y pretendían ser el reflejo de la mujer sofisticada y trabajadora, que busca comodidad sin renunciar nunca a la elegancia. Y es que Armani considera, y ha repetido a lo largo de los años, que “la esencia del estilo es una manera simple de decir algo complejo”.
Su salto a la fama llegó de la mano de Hollywood. Diane Keaton escogió uno de sus estilismos para recibir la codiciada estatuilla de oro en la noche de los Oscar de 1978. Entre los vestidos de estilo Old Hollywood, la falda a rayas y la chaqueta de sastre de la actriz de Annie Hall despuntaron sin esfuerzo y llamaron la atención de otras estrellas de cine y también de productores de Hollywood. Los trajes de Armani acabaron encumbrándose cuando Richard Gere los lució como Julian en American Gigolo (1980) y la revista Time le dedicó al modista una portada que hoy es icónica. En la alfombra roja, los diseños de Giorgio Armani encontraron el mejor altavoz para popularizarse mientras que en la pasarela italiana, el creativo desafiaba los límites de la alta costura y el prêt-à-porter.
Consciente de que la moda es, más allá de un arte, un negocio; Armani engrosó su historia en la industria al crear una decena de líneas: Emporio Armani, para los más jóvenes, lujo en exceso en Armani Collezioni y Armani Privé, Armani Jeans, Armani Junior, Armani Home y hasta una colección de chocolate bajo el nombre Armani Dolce. Su nombre resuena con fuerza desde hace décadas en las arterias comerciales de las capitales de la moda y su patrimonio asciende a 11.200 millones de dólares, lo que le convierte en el segundo hombre más rico de Italia.
Un imperio millonario al que el futuro se le plantea incierto, sin herederos y con Armani soplando noventa velas. Armani, sin embargo, quiso acabar en abril con la pregunta que todo el mundo en el sector se hace estos días y habló en una entrevista para Forbes sobre su sucesión: “la mejor solución será un grupo de personas de confianza cercanas a mí y elegidas por mí” y añadió además que esa “sería la opción más estratégica, dada la amplitud de actividades en las que participa el grupo”.
Poniendo la vista a sus inicios, solo por unos segundos, Armani reconocía en la misma conversación que “el escenario actual es muy distinto” por lo que la coordinación entre las distintas empresas del grupo será crucial: “empecé solo con una pequeña empresa y la transformé, pieza a pieza, en un grupo de relevancia internacional, gracias también a la valiosa contribución de los colaboradores que elegí a lo largo del camino. Imagino funciones más coordinadas (en el grupo) para aquellos que vengan después de mí, lo que es mucho más eficiente”.