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Gilles Lipovetsky: «En la hipermodernidad todos los aspectos de la vida se han vuelto problemáticos, incluso lo que comemos» | PAPEL

Hace 20 años publicó ‘Los tiempos hipermodernos’, un ensayo de culto en el que radiografía la sociedad del individualismo con ciudadanos-consumidores. Sus ideas siguen más vigentes que nunca, más hiper, más amplificadas: «Somos la civilización del exceso»

El filósofo francés Gilles Lipovetsky. JEAN-FRANÇOIS PAGA / AFP

Desde finales de los 70, el concepto de posmodernidad había dominado la escena intelectual, hasta que en 2004 Gilles Lipovetsky (Millau, 1944) publicó un breve y certero ensayo, un libro de culto que definiría el nuevo milenio: Los tiempos hipermodernos (en Anagrama, como toda su obra). Hipercapitalismo, hiperconsumismo, hiperindividualismo, hiperterrorismo, hipertecnología: ¿habrá algo que no sea hiper?, se preguntaba.

En 2004, Facebook acababa de nacer (las redes sociales no existían tal como las conocemos hoy); Putin libraba una guerra con un enemigo interno, los rebeldes chechenos, que aquel año perpetraron el atentado de la escuela de Beslán, el más cruento en suelo ruso; Israel ya había comenzado a construir su muro en Cisjordania; en Francia gobernaba Chirac tras la alarma de Jean-Marie Le Pen pisándole los talones en la primera vuelta electoral (mientras, Marine conseguía su primer escaño en la Eurocámara) y España sufría el peor atentado terrorista de la historia de Europa. A pesar de la guerra de Irak, en noviembre de 2004, George Bush revalidaba su segundo mandato como el presidente republicano más votado… hasta que ha llegado Donald Trump, otra vez.

¿La escalada del ‘siempre más’ se ha acentuado en estos 20 años?

Absolutamente. En lo tecnológico hemos entrado en una espiral hiperbólica: las nanotecnologías se han disparado, la conquista del espacio con Elon Musk, la inteligencia artificial lo está revolucionando todo… La noción de hiper es ahora visible en casi todas partes, incluso en las ideologías.

En ‘Los tiempos hipermodernos’ apuntaba que hemos perdido los referentes tradicionales, los sistemas simbólicos que estructuraban no sólo la sociedad, sino al individuo: la religión, la familia, las grandes ideologías políticas…

Siguen ahí, pero hemos perdido su marco prescriptivo, su fuerza. Las iglesias ya no dictan el comportamiento, cada uno hace lo que quiere: asistimos a una individualización de la relación con la religión, no a la muerte de la religión. Lo que sí está muerto son las viejas ideologías, las ortodoxias, pero hay otras que aparecen. Vivimos una época de excrecencia y pluralización de las ideologías. Un ejemplo minúsculo: comer nunca había sido una ideología, pero hasta la alimentación se ve obstaculizada por todo un conjunto de ideas, del veganismo a la relación con los animales. En la hipermodernidad todos los aspectos de la vida, todos sin excepción, se han vuelto problemáticos. Incluso comer.

Esa problemática de lo más mínimo también nos lleva al auge del wokismo. En su libro ya anticipaba las «guerras identitarias»…

La ideologización también ha conquistado las identidades. La lucha por una identidad es una manifestación democrática pero, por otro lado, se ha convertido en un enemigo de la democracia. Hay una minoría que se ha convertido en dogmática y propugna ortodoxias culturales. Si nos guiamos por las identidades, ¿qué tipo de sociedad estamos preparando? Una sociedad de conflictos y de enfrentamientos entre grupos. Con los movimientos identitarios corremos el peligro de balcanizar la sociedad. La fuerza del universalismo de la Ilustración es ir más allá de las diferencias. Nuestros antepasados tenían más sentido común y rigor, demostrando que la libertad no es la libertad de blancos, negros, amarillos o lo que quieras…Es libertad y punto.

¿La amenaza a las democracias es mayor hoy que hace dos décadas?

Antes los populismos aún eran marginales, pero ha habido una explosión: la Hungría de Orbán, Bolsonaro en Brasil, obviamente Trump… El ascenso de la extrema derecha es obvio en Francia, incluso en España y países que han vivido dictaduras. Cuando escribí el libro dije que en la hipermodernidad se da una suerte de consagración de la democracia, algo que hoy se pone en duda. Francis Fukuyama [politólogo estadounidense] ya propugnaba que desde el derrumbe de la Unión Soviética el mercado había conquistado el planeta y que los grandes ganadores de los 90 fueron la democracia y el mercado. Pero el presente es más complejo. Ahora se ataca la legitimidad de la democracia, sus cimientos. No sólo en China con Xi Jinping y un régimen que considera que la democracia es un callejón sin salida y debe ser reemplazada por algo más, un régimen autoritario y antiliberal…

También hay nuevos autoritarismos en Occidente…

Sí, incluso dentro de las democracias más fuertes empiezan a haber discursos y teorías que consideran que las libertades fundamentales deben dejarse de lado. Hay encuestas en EEUU en las que muchos ciudadanos consideran que la democracia ya no es el mejor régimen, que si desapareciera no sería tan malo. Los seguidores de Trump consideran que una acción contraria a la ley puede ser legítima, que la acción violenta -y por tanto antidemocrática- resulta legítima si es por el bien colectivo. La democracia no está muerta, pero sí debilitada, algo que confirma la victoria de Trump.

«El discurso violento parece auténtico por el simple hecho de ser violento», escribió sobre Trump en su libro ‘La consagración de la autenticidad’ (2024). Entre su primer gobierno y el nuevo triunfo electoral, ¿todo en Trump se ha vuelto más excesivo?

Una de las razones por las que Trump ha vuelto a ganar es porque parece auténtico, aunque sea fake. Insulta a la gente, es vulgar y grosero, dice cosas horribles de las mujeres, miente sobre los inmigrantes… La suya es una autenticidad falsa, pero el pueblo estadounidense la considera verdadera: creen que es sincero porque dice lo que piensa. En cambio, Kamala Harris tiene un lenguaje más académico y políticamente correcto, como Hillary Clinton. El suyo es el discurso oficial de Washington y los demócratas no han sabido dirigirlo a lo social. Los estadounidenses llevan meses viendo cómo sube el precio de la gasolina o la inflación. Y Trump se dirige al pueblo con sus políticas proteccionistas y le dice: ‘Yo te defenderé’. La gente no vio el programa de Kamala Harris como algo que cambiaría sus condiciones de vida. Los demócratas, sin duda, deben reconsiderar su agenda política.

Ni siquiera le ha pasado factura el asalto al Capitolio. ¿Por qué no hay voto de castigo?

A pesar de ser condenado legalmente y de sus declaraciones extremadamente peligrosas, Trump crea una especie de entusiasmo. Con él, la población generalve un futuro o al menos una posibilidad de futuro. Les ha dado a los estadounidenses una especie de faro al decirles: ‘Vamos a ganar, vamos a dejar a un lado a los chinos, vamos a hacer de EEUU una superpotencia’.Pero su victoria pone al planeta en riesgo: quiere salir de los acuerdos de París, replantear las ideas del carburo, desarrollar el petróleo, desmontar las eólicas… Para el planeta, es una catástrofe: Trump va a ser un ecosuicidio. Uno de los grandes desafíos del siglo XXI es el calentamiento global.

Las inundaciones en Valencia han dejado más víctimas que el atentado del 11M…

Sí, es gravísimo. Pero volverá a suceder. Con la crisis ecológica asistimos a una manifestación de la hipermodernidad técnica. Porque el calentamiento global no es un misterio: la causa son las emisiones de carbono de las actividades industriales y nuestros estilos de vida. Somos testigos de una disrupción que se debe al hiperpoder de la tecnología y el mercado: el crecimiento de la industrialización fósil nos coloca en una situación de peligro extremo a finales de siglo. Hiper es cada vez más consumo, más producción de energía y carbono. El resultado es la extinción de especies, el calentamiento del mar, el derretimiento de los glaciares, el aumento de la temperatura media… Lo estamos pagando directamente. Vivimos en una hipermodernidad peligrosa.

Creíamos que el mundo en dos bloques ya se había terminado. ¿Pero ha resucitado el fantasma de dos bandos, aunque hoy sean muy distintos?

Nuevamente hay bifurcaciones. El mundo se está dividiendo. Mientras que con la desaparición de la Unión Soviética y la globalización hubo convergencia, hoy ni siquiera Europa está convergiendo con EEUU. Tampoco tenemos discursos proféticos como los hubo en la modernidad: los grandes nacionalismos, la revolución que prometía el marxismo y el progreso científico… El progreso ha creado las amenazas ecológicas, ya no hay comunismo pero de repente no sabemos hacia dónde vamos. Pensábamos que la disolución de la URSS significaba que la democracia ya no tenía enemigos absolutos, que el mercado se estaba desarrollando y que con la globalización lo que contaba era el crecimiento, los intercambios económicos, los acuerdos. Pero somos testigos del regreso de la guerra en Europa. Son hiperguerras con drones y dispositivos de inteligencia artificial para los ejércitos pero al mismo tiempo el espectáculo equivale al de la Primera Guerra Mundial, con hospitales bombardeados, escuelas destruidas, hombres en las trincheras. Existe una contradicción entre un mundo bélico hipermoderno y una realidad del pasado, en la que los hombres recibían bombas y veían edificios arrasados con poblaciones civiles destruidas…

¿Siempre hay una contradicción, una paradoja en estos tiempos hipermodernos?

La modernidad se construyó en torno a tres polos principales: tecnociencia, mercado capitalista e ideología democrática e individualista. Estos tres fenómenos necesariamente generan contradicciones. Su desarrollo extremo conlleva sociedades con lógicas contradictorias. Cada vez hay más gente en avión, pero también en bicicleta.

En su último libro en Francia, ‘La nueva era de lo kitsch’ (en España llegará en septiembre de 2025), habla de una civilización del ‘demasiado’.

Es que hemos llegado a demasiado… La nuestra es una civilización del exceso. Lo estamos viendo con una cadena de desastres climáticos que serán más numerosos y más violentos, provocados por el progreso tecnológico y económico. Y no reaccionamos. Geopolíticamente, no sabemos qué va a pasar con el enfrentamiento de las dos grandes superpotencias, China y Estados Unidos, lo que crea nuevas incertidumbres. Podremos llegar a Marte y conducir coches eléctricos, vivir hasta los 100 años, de acuerdo. Pero el malestar existencial no disminuye. Las depresiones, la ansiedad, los trabajos basura… Y se intensificará aún más con la inteligencia artificial, porque va a polarizar la sociedad. Estarán los que dominen la tecnología y tendrán buenos trabajos, el resto, no. Pero incluso los nuevos amos no se encuentran bien en sus vidas, no son felices. De ahí los cursos de desarrollo personal, de todos los gurús de la psicología, para que las personas recuperen el control de su vida personal. Porque la inteligencia artificial realmente no sufre. La hipermodernidad no puede ser únicamente tecnocentrismo, trabajar y consumir. Debemos entender que el ideal democrático no consiste simplemente en ir a votar: es un ideal antropológico y humanista.

¿Qué papel puede jugar la filosofía en esta crisis existencial hipermoderna?

Decirnos que leer a Epicuro o Platón es la solución es un engaño, una quimera. La filosofía tiene una función cognitiva, de iluminación intelectual, que sin duda es cada vez más necesaria. Debemos dar a la gente armas para que no vean la vida simplemente como un centro comercial y una oficina. La gente busca una resensibilización de su vida que no nos dará un smartphone o comprar constantemente en Zara y Shein. Nadie tiene la llave de la realización subjetiva, de lo contrario seríamos dioses. Vivimos en una época de desorientación estructural. Cuando Nietzsche habla de la muerte de Dios es porque Dios dio la respuesta a las cosas. Hoy ya no tenemos distancia: ya sea Google o ChatGPT, en 30 segundos tienes la respuesta a tu pregunta.Pero eso no significa comprender mejor el mundo. La filosofía es sobre todo necesaria en la escuela. Los jóvenes están perdidos y el conocimiento de los clásicos es bueno, porque te da distancia crítica.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/11/28/674080f0e4d4d88a278b45a9.html

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