En «Apocalipsis cognitivo», el pensador francés reflexiona sobre cómo el producto del futuro es nuestra atención y el tiempo libre del que disponemos para el ocio
JAVIER ORS / LA RAZÓN
El pensador francés Gérald Bronner ha sorprendido a los lectores con «Apocalipsis cognitivo», un libro inquietante, que ha vendido más de 40.000 ejemplares en su país, y que explica cómo nos manipulan el cerebro las empresas tecnológicas para extraer beneficios económicos. Siempre se ha dicho que el tiempo es oro y las grandes corporaciones ahora pelean por captar la atención del cerebro durante nuestro espacio de ocio, aunque eso suponga empobrecer la sociedad y perjudicar el futuro de la civilización.
¿Las pantallas nos están saqueando el cerebro?
Una parte cada vez más importante de nuestro tiempo mental disponible (es decir, el tiempo que no se dedica a las necesidades fisiológicas, al trabajo, a las tareas domésticas o al transporte) es absorbido por las pantallas, ¡hasta alcanzar casi siete horas diarias en el caso de nuestros conciudadanos más jóvenes! La pandemia ha agravado aún más si cabe la situación, puesto que a raíz de los confinamientos nos hemos abandonado más que nunca a los mundos digitales.
¿Se ha convertido el cerebro en una mercancía más del mercado?
Lo que se ha convertido en mercancía es el tiempo disponible del cerebro. Aquellos cuya profesión consiste en difundir la información transforman este tiempo del cerebro en capital económico por medio de la publicidad. No obstante, este tiempo del cerebro ha aumentado muchísimo desde el siglo XIX (ocho veces, como indico) y se ha convertido en un capital muy valioso. La presión competitiva nunca ha sido tan fuerte en el mercado de la información y, por consiguiente, lo que es raro no es la información sino la disponibilidad mental para consumirla. De este modo, a los que producen la información les tienta cada vez más captar nuestra atención por cualquier medio.
¿Cómo perjudica esto al análisis crítico?
Perjudica porque acelera mucho la difusión de la información y, por ende, reduce el tiempo que hay para comprobarla. Además, esta profusión de información nos incita a aceptar únicamente la que coincide con nuestras creencias previas: es lo que se conoce como el sesgo de confirmación. Diversos estudios han demostrado que esta profusión de información y la cacofonía cognitiva que deriva de ella produce una menor atención intelectual. Pese a ello, esta atención es la que permite predecir, según las ciencias sociales computacionales, que el individuo creerá o compartirá elementos falsos.
Usted habla de cómo las tecnológicas se disputan nuestro ocio. Atraen nuestra atención con elementos como la pornografía o el miedo. Por este último motivo, el miedo y nuestro anhelo de seguridad, ¿aceptamos más las autocracias y ponemos en cuestión la democracia?
La situación de competencia no regulada en el mercado de la información que observamos hace que, para sobrevivir, la oferta deba alinearse con las inclinaciones menos honrosas, pero más inmediatas, en nuestro cerebro. La sexualidad, el miedo y la conflictividad, entre otros, son, así, buenos productos cognitivos. Sin embargo, este clima cognitivo puede transformarse, reclamando un poder político más autoritario, tal como demuestran los trabajos de determinados psicólogos: hacer que los individuos centren su atención en la cuestión de los riesgos o en el simple hecho de que son mortales suele aumentar su interés hacia ideas de índole autoritaria. Numerosos sondeos señalan que los pueblos democráticos afirman estar preparados para renunciar a una parte de su libertad para apoyar un poder autoritario.
¿Qué papel están jugando los populismos?
Los populismos hacen precisamente una propuesta política que va en la dirección de estos sentimientos exacerbados. Buscan satisfacer las aspiraciones más intuitivas de nuestro cerebro. Esta es, de hecho, la razón por la que muchos de ellos (pensemos en Trump o en Bolsonaro) utilizan directamente las redes sociales para dirigirse a sus conciudadanos. A esto se le denomina desintermediación. En este caso, las instituciones que sirven de intermediarias, como los periodistas, se ven privadas de su poder de editorializar la información.
Afirma que los eslóganes y las frases sencillas nos pueden volver más intransigentes. ¿Por eso lo usan los políticos?
Cuando nos paramos a pensar en ello, vemos que nos abandonamos fácilmente a formas de pensamiento intuitivas. Por ejemplo, nos puede dar la impresión de que cuando dos eventos ocurren juntos, uno ha sido el que ha determinado el otro. A esto se le llama confusión entre correlación y causalidad. Así, durante la pandemia, ¡algunas personas quisieron ver una relación de causa y efecto entre la covid-19 y la implantación de las antenas 5G! Todo esto ha creado una nueva teoría del complot. Toda simplificación de la realidad que coincida con nuestras instituciones falsas puede, en efecto, instrumentalizarse por el discurso político. La historia ya nos lo ha demostrado.
¿Las redes sociales están creando una sociedad más aborregada y menos crítica?
El principal riesgo es que estas redes sociales crean individuos que viven en la misma sociedad, pero no exactamente en el mismo mundo, ya que cada uno tiene su propia visión de la realidad, que se sostiene —por muy falsa que pueda ser— por un regimiento de argumentos extraídos de Internet. Hay una competencia generalizada entre todos los modelos intelectuales (desde los más toscos hasta los más sofisticados) que aspiran a describir el mundo al que asistimos hoy. Cualquier persona que tenga una cuenta en una red social puede hacer su aportación directa contradiciendo, si nos vamos, por ejemplo, a la cuestión de las vacunas a un investigador de la Academia francesa de medicina. De hecho, el primero quizá tenga más audiencia que el segundo.
¿No es curiosos que cuando más capacidad para acceder al conocimiento es justo cuando han regresado los terraplanistas y los antivacunas?
Así es, se trata de una de las paradojas más interesantes del mundo contemporáneo. Se creyó durante mucho tiempo —era, incluso, la esperanza de la Ilustración— que el desarrollo de la educación y la disponibilidad de la información generaría sociedades del conocimiento. Empero, eso no es exactamente lo que está sucediendo. Thomas Jefferson, uno de los fundadores de la democracia estadounidense, llegó a afirmar que «la verdad se defiende sola». En realidad, esto no es cierto. En medio de esta competitividad desenfrenada en el mercado de la información, la verdad no siempre se acaba imponiendo. Un artículo publicado en la prestigiosa revista “Science” demostró que las noticias falsas pueden ser seis veces más virales que las reales. En un mercado cognitivo lleno de competencia, será el mejor producto el que acabe por imponerse, y no por guiarse por las normas de la racionalidad, sino por las satisfacciones intelectuales que produce.
¿Cómo afecta todo lo anterior al porvenir de la civilización?
Nuestra disponibilidad mental es el tesoro más valioso de la humanidad. Este robo que llevan a cabo las pantallas es, pues, muy preocupante. Desde hace un tiempo, una parte de la actualidad está editorializada por los algoritmos cuyo objetivo último es mantenernos cautivos el mayor tiempo posible. De este modo, la información polémica y que suscita el miedo suele resaltarse en las redes sociales. En este sentido, y como todo esto afecta a nuestra representación del mundo, también tiene un efecto retroactivo sobre la oferta política y la naturaleza de los grandes relatos que elegimos para construir o destruir nuestra civilización. Por ello, este riesgo, al que me refiero con el término de Apocalipsis cognitivo, ha de tomarse en serio.
¿Es necesario crear ciudadanos críticos más que nunca?
Sí, más que nunca. Es, de hecho, una buena noticia, puesto que el desarrollo del pensamiento crítico, que prefiero llamar pensamiento metódico o analítico, está al alcance de la mano. Conocemos bien hoy en día de qué maneras se puede desarrollar, y debería ser una prioridad nacional. También es la forma menos liberticida de regular este mercado de la información en el que ya todos somos operadores.
¿Qué papel juega la corrección política en este caso? ¿Perjudica la enseñanza?
Lo que conocemos como «políticamente correcto» no es completamente inútil; permite, sobre todo, denunciar, y con toda la razón del mundo, todo tipo de discriminación. En paralelo, también respalda una forma de intimidación moral permanente que, con el tiempo, puede serle de utilidad a la extrema derecha. La razón es que, a fuerza de no atrevernos a decir nada, por mucho que sean cosas más que evidentes, le otorgamos nuevos atributos a propuestas políticas que habrían sido consideradas moralmente condenables en el pasado. Paradójicamente, la corrección política puede ofrecer una cierta credibilidad a los extremos políticos, que aseguran hablar en nombre del sentido común del «pueblo».
¿Por qué hoy la verdad le resulta a muchos tan dura?
Diría que las condiciones tecnológicas nos permiten aislarnos más fácilmente en un mundo en el que podemos forjarnos nuestra propia verdad. La vida social siempre ha fomentado la tendencia que tenemos de asociarnos con personas que se nos parecen, lo que pasa es que en el pasado teníamos, en general, las mismas fuentes de información. Cuando se habla de salud, contaminación y política, entre otros, la pluralidad de información debe existir en democracia, pero, hoy por hoy, se confunde pluralidad con falsa diversidad. Efectivamente, los estudios evidencian que pequeños grupos minoritarios, pero radicales, llegan a hacerse oír más de lo que realmente representan. Se les denomina «superusuarios»: el 1 % de las cuentas en las redes sociales representa el 33 % de la información que se produce. Por lo tanto, tenemos que defender la libertad de expresión al tiempo que protegemos a nuestros conciudadanos de la discutible influencia (como la de los «antivacunas», por ejemplo) que algunas propuestas pueden causar, puesto que algunos adquieren, gracias a los algoritmos, una visibilidad que no se corresponde con el peso social real de estos grupos.
¿Las tecnológicas saben todo esto? Si es así, ¿por qué no hacen nada?
Estas empresas son perfectamente conscientes de todo esto. No se puede decir que no hagan nada, ya sea Facebook, YouTube u otras… Cada una intenta tomar medidas contra la invasión del odio cibernético y de las noticias falsas. Lo que ocurre es que este tipo de realidades digitales también es algo muy bueno para estas empresas, puesto que su objetivo es mantener a los internautas el mayor tiempo posible en su plataforma o red. De esta manera, como hemos visto, pueden transformar este tiempo de atención en capital económico publicitario. Así pues, la cuestión que se nos plantea es, ¿cómo podemos compatibilizar los intereses de estas sociedades digitales con los de la democracia?
“Apocalipsis cognitivo”: El tiempo, el oro del siglo XXI
El autor describe cómo entretener nuestro cerebro en redes y atenciones innecesarias es perjudicial para el conjunto de la sociedad
Por Diego Gándara
Hay menos tiempo, el tiempo es cada vez más escaso, aunque parece haber tiempo, sin embargo, para otras cosas. Para la atención, por ejemplo, una capacidad que lejos de haberse disminuido no ha hecho más que aumentar. Desde que el ser humano ha comenzado a dedicarle menos horas a la vigilia y al trabajo y más tiempo al tiempo libre, al ocio y al entretenimiento, su atención se ha puesto a merced de las nuevas tecnologías, de las pantallas digitales y de la información, lo cual augura, lejos de lo que pueda imaginarse, un futuro poco alentador. «Apocalipsis cognitivo», del sociológo Gérald Bronner, un libro que en Francia ha vendido más de cuarenta mil ejemplares, traza un panorama poco entusiasta al respecto, pues parte de la hipótesis de que la sobreexposición de nuestro cerebro a las pantallas sólo puede conducirnos a un punto sin retorno: al resurgimiento del ser humano primitivo, prehistórico, tan salvaje en la era digital como en el tiempo de las cavernas. «Nunca hemos tenido tanto tiempo libre para dedicarlo al ocio y al conocimiento del mundo y sin embargo este sueño ahora corre el riesgo de convertirse en una pesadilla», advierte el autor. Según Bronner, desde principio del siglo XX hasta ahora, el tiempo liberado de nuestras mentes se ha multiplicado por más de cinco y representa, actualmente, casi un tercio de nuestro tiempo de vigilia. ¿Qué se hace con este tiempo robado a la vigilia?, parece preguntarse Bronner. ¿Abordar comunitariamente desafíos como el cambio climático, las pandemias, el sistema de salud? ¿Deliberar democráticamente? La respuesta, en todo caso, es no, pues el ser humano, en realidad, se encuentra atrapado por un mercado, el informativo, que ha captado toda su atención a través de una información relacionada con los miedos, con la necesidad de presumir y que lo desinhibe, al mismo tiempo, de toda expresión violenta. El apocalipsis ya no es una profecía. Es un hecho. Hay menos tiempo, pero el futuro, concluye el autor, llegó hace rato. Y lo ha hecho, afirma, desde el pasado más remoto, al poner en escena no a un ser humano civilizado, que ejerce la razón, sino a un ser prehistórico, sujeto a sus necesidades más primitivas y a sus intuiciones, a veces tan erróneas.
▲ Lo mejorEl estilo sencillo, capaz de combinar información con datos y de hacerlo con claridad
▼ Lo peorLa visión del ser humano primitivo y del contemporáneo puede parecer de manera engañosa muy sencilla
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20220625/ts3egk4mjvhe5jiaqxn5ljaury.html