El músico austriaco dirigirá por tercera vez en su carrera la tradicional matiné sinfónica al frente de la Filarmónica de Viena. A sus 62 años, el austriaco busca renovar la fórmula con un surtido de partituras nunca antes escuchadas el 1 de enero
BENJAMÍN G. ROSADO / LA LECTURA
Como todos los niños austriacos de su generación, Franz Welser-Möst (Linz, 1960) desayunaba cada 1 de enero frente al televisor. Por entonces el Concierto de Año Nuevo aún no había alcanzado su actual estatus catódico y las cifras de audiencia de la ORF estaban lejos de ser millonarias. Fue la época dorada de Willi Boskovsky (quien llegó a dirigirlo en 25 ocasiones) y de Lorin Maazel (11), pero asegura Welser-Möst que ninguno le marcó tanto como Karajan, a quien conoció con 19 años en la final de su famoso Concurso de Dirección. «Me dijo que era demasiado joven para ganarlo», cuenta el maestro austriaco en una de las mesas del exclusivo Café Imperial de Viena. «Así que en lugar de concederme el premio, me extendió una especie de pase VIP para poder acceder a sus ensayos durante 10 años».
Lo siguió por toda Europa hasta que, a finales de 1986, Karajan aparcó su deportivo rojo (la Filarmónica de Berlín) para tomar las riendas del majestuoso carruaje (Filarmónica de Viena) que conformaban los atriles de la Sala Dorada del Musikverein. «Me impresionó mucho ser testigo de algo que no captaron las cámaras», asegura en su encuentro con La Lectura. «Karajan lloró durante aquel concierto, pero fue lo suficientemente astuto, u orgulloso, para no secarse las lágrimas. Así que nadie se percató de lo mucho que aquella música lo conmovió».
Para Welser-Möst el «repertorio bailable» de la prolífica familia Strauss provoca en el público emociones aparentemente contradictorias. «Por un lado, está esa fina melancolía, típicamente austriaca, de los salones palaciegos que nos hace pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Pero, al mismo tiempo, es una música muy vitalista y alegre que nos permite proyectarnos en el futuro con cierto optimismo». Un cóctel perfecto, dice, para hacer balance del año y pasar página. «Los últimos años han sido especialmente convulsos, pero nada debe hacernos perder la esperanza, incluso ahora que Europa ha vuelto a invocar a sus viejos fantasmas».
Hace exactamente 25 años que Welser-Möst debutó en el podio de la Filarmónica de Viena. «Mentiría si dijera que lo hice bien», se sincera. «Estaba demasiado asustado y temblaba como un flan. Nunca pensé que volverían a llamarme, pero sucedió». Aunque su primer Concierto de Año Nuevo, en 2011, no obtuvo muy buenas críticas, batió récord de ventas con su disco recopilatorio, que incluía, además de las archiconocidas propinas (El Danubio azul y la Marcha Radetzky) la Marcha española de Johann Strauss hijo y la Danza gitana del ballet La perla de Iberia de Joseph Hellmesberger. «Me encanta España», confirma entusiasmado. «Espero volver a empuñar pronto la batuta en Madrid y Barcelona».
UN RETO PARA ‘FIFTIES’
En 2013 volvió a inaugurar el año al ritmo de los valses y polcas de la familia Strauss. «Siempre es un honor, una alegría y un desafío». El equivalente a «recibir un Oscar», apostilla más tarde, en la categoría de mejor película de acción. «Alta tensión hasta el último compás, pero merece la pena la experiencia. Es una responsabilidad inmensa no apta para principiantes». Se refiere, sin dar nombres, a los directores que sueñan «prematuramente» con liderar a las huestes vienesas en la cita sinfónica más cotizada de la temporada. «Hay que tener cuidado. Mi consejo es no sucumbir a las prisas. Para asumir este reto hay que haber vivido lo suficiente. Cualquiera que se postule para el puesto con menos de 50 años estará poniendo en riesgo su carrera».
Para liberar el estrés, algunos directores se encomiendan la víspera del concierto a la estatua dorada de Johann Strauss del céntrico City Park de Viena. «Yo busco refugio en la naturaleza, en el aire limpio de los viñedos de Kahlenberg, a las afueras de la ciudad». Claro que tratándose del concierto de música clásica de mayor audiencia del mundo (unos 50 millones de telespectadores) nada es suficiente para mantener los nervios a raya. «Este año he contratado los servicios de un osteópata que me recomendó mi amigo Markus Hinterhäuser», pianista y también director del Festival de Salzburgo.
UN SILENCIO ATRONADOR
Allí, en la ciudad natal de Mozart, dirigió Welser-Möst unas funciones de Salomé del «otro» Strauss que lo dejaron exhausto. Corría el verano de 2018 y, tras una visita a urgencias, le diagnosticaron una epicondilitis en el brazo izquierdo, una lesión de juventud que no ha querido operarse y sobre la que, por primera vez, se ha atrevido a hablar abiertamente en From silence, su reciente libro de memorias. «Mucha gente no sabe que yo iba para violinista pero que a los 18 años cambié el instrumento por la batuta después de sufrir un accidente de tráfico». Aquel gélido 19 de noviembre de 1978, justo en el día del 150º aniversario de la muerte de Schubert, Welser-Möst viajaba en la parte trasera de un turismo con otros músicos para interpretar la Misa en sol mayor del compositor austriaco en una sala perdida en los Alpes. «El conductor frenó sobre una placa de hielo y salimos despedidos de la carretera», rememora. «Durante aquellos dos o tres segundos antes de perder el conocimiento, se produjo un silencio atronador que cambió mi vida». Uno de los ocupantes del coche no sobrevivió. Welser-Möst tuvo más suerte, perose rompió tres vértebras y perdió la movilidad en varios dedos de la mano. «Fue una experiencia traumática pero también reveladora, pues me llevó a tomar una decisión importante».
Viene el maestro austriaco de celebrar sus 20 temporadas como titular de la Orquesta de Cleveland, una de las llamadas big five americanas. «A pesar de que el mundo se ha globalizado mucho, sigue existiendo una brecha atlántica en lo que se refiere al sonido», reconoce con una segunda taza de café ahuecada entre las manos. «Frente al rigor y la perfección técnica de los músicos de Estados Unidos, las orquestas europeas albergan un sentido de la musicalidad muy especial y ciertamente inimitable».
Uno de sus mayores méritos como líder de la formación de Ohio ha sido reducir considerablemente la edad media del público (con un 20% por debajo de los 25 años). «Nuestro programa pedagógico se basa en un principio muy simple: en vez de esperar a que la sala se llene, salimos al encuentro de las nuevas generaciones con propuestas atractivas». Desde la fundación de la orquesta en 1918, sólo Welser-Möst se ha atrevido a dirigir funciones escolares. «Los músicos no podemos vivir en una torre de marfil, sino que debemos crear puntos de encuentro con la comunidad a la que pertenecemos».
El Concierto de Año Nuevo, en cifras
50 millones de espectadores, 90 países y 30.000 flores
La audiencia del primer concierto del año ronda los 50 millones de espectadores en los más de 90 países donde se retransmite. La Sala Dorada del Musikverein tiene capacidad para unas 2.000 personas, pero el despliegue televisivo y mediático ha terminado por popularizar una versión doméstica del fasto sinfónico como alternativa asequible a las entradas del concierto, que pueden llegar a superar los 1.000 euros por butaca en subasta. La excelente acústica de la sala (decorada con 30.000 flores traídas de todos los rincones de Austria) se adapta al milímetro a las características de la mejor fábrica de sonidos del mundo.
Cuenta Welser-Möst que hace un par de años se citó en otra de las mesas del Café Imperial con el empresario y filántropo austriaco Herbert G. Kloiber, miembro de junta directa de la Orquesta de Cleveland. «Como si fuéramos dos personajes de una novela de espías, me hizo entrega de un maletín que sólo podría abrir al llegar a casa». Lo que encontró en su interior lo dejó sin aliento. «Se trataba del único manuscrito autógrafo de la Sinfonía nº 2 de Mahler, por la que había pagado una suma considerable de dinero en una subasta y que ha donado a la Orquesta de Cleveland». Durante días, Welser-Möst se dedicó a analizar con lupa las correcciones y anotaciones en varios colores que fue encontrando en las 232 páginas. «Fue como llamar a cobro revertido al teléfono de Mahler y que te lo cogiera».
Se ha escrito mucha literatura sobre el tempo perfecto del vals clásico, pero Welser-Möst se queda con una breve indicación que Bruno Walter dejó anotada en su biografía. «Para él el vals vienés tiene dos pulsos y, sólo a veces, dependiendo del momento, también un tercero». Y, a continuación, ilustra su explicación con los dedos índice y corazón de la mano derecha imitando los pasos de un bailarín sobre el mantel. «Hay que arrastrar el pie por el suelo: uno-dooooos-tres».
Tan importantes son las «pulsaciones» del Concierto de Año Nuevo que hasta la Marcha Radetzky de Johann Strauss hijo ha sido oficialmente acompasada a la maniobra de reanimación cardiopulmonar. «Existen también algunas tesis muy interesantes -recoge el guante con una sonrisa- sobre las diferencias de tempo de las marchas militares, lo que bien pudo influir en el desempeño de las tropas en la guerra austro-prusiana. Cuestión de estrategia, sí, pero también de ritmo».
A sus 62 años, el director de orquesta reparte sus días entre su casa de Cleveland y su residencia familiar en Liechtenstein, pero tiene también un refugio de verano en Austria orientado al lago Attersee, muy cerca de la cabaña donde Mahler se encerró para concluir, precisamente, su Segunda sinfonía. Allí se ha construido una biblioteca privada con capacidad para más de 7.000 partituras. «Justo antes de que estallara la pandemia, compré toda la obra publicada de Johann Strauss, Josef Strauss y Josef Lanner, así que aproveché las semanas de confinamiento para ir catalogando joyas perdidas». Ante semejante aluvión de papeles, no podía comprender que, en sus más de 80 ediciones, el Concierto de Año Nuevo no hubiera cubierto más del 30% del repertorio disponible. «Poco después de que la Filarmónica de Viena anunciara mi nombre para 2023, quedé con su presidente, Daniel Froschauer, y le mostré una lista con más de cien obras que no se habían tocado nunca el 1 de enero».
MISTERIOSA ANGÉLICA
Será la primera vez en la historia del Concierto de Año Nuevo que todas las obras (menos una, sin contar las propinas) se anuncien en el programa como estrenos en tiempos modernos. «Abriremos con la polca rápida Wer tanzt mit? de Eduard Strauss y cerraremos con el precioso vals de las Acuarelas de su hermano Josef», dice a modo de anticipo. «Entre medias, he incluido nuevamente una referencia musical a España a través de la obertura de la opereta Isabella de Franz von Suppé». También abordará una pieza hasta ahora desconocida, la polca francesa Angélica de Josef Strauss. «He rastreado una gran bibliografía y no he hallado respuesta. Nadie sabe a ciencia cierta quién fue esta misteriosa mujer, que en la partitura va adquiriendo diferentes rostros». Casualmente, la mujer de Welser-Möst se llama Angelika. «Por supuesto, estará dedicada a ella…». Y remata:«¿Sabe? Esta vez no tengo miedo. Me siento como un caballo de carreras esperando a que se abran las puertas».
Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2022/12/23/63a1f14ee4d4d8b9698b45ce.html