Por Fernando Manzanilla Prieto
A raíz del resultado tan cerrado de la elección norteamericana, ha surgido un interesante debate sobre el grado de división y la peligrosa polarización entre el electorado de aquel país.
De acuerdo a números recientes, el candidato demócrata Joe Biden habría obtenido 76.4 millones de votos populares, contra 71.5 millones de Trump. El problema es que en Estados Unidos no gana el candidato que obtiene el mayor número de votos populares. Recordemos que allá prevalece un sistema de democracia indirecta en el que los ciudadanos no eligen directamente a su Presidente, sino que votan para elegir una lista de “electores”.
Cada uno de los 50 estados de la Unión Americana tiene un número determinado de electores en función del tamaño de su población. Por ejemplo, California tiene 55 electores, Texas tiene 38 y Florida 29; en cambio Nuevo México tiene 5, Alaska solo tiene 3, igual que Montana, Wyoming. La suma de todos los votos electores es de 538.
En cada Estado de la Unión el electorado vota por el candidato de su preferencia y el que obtiene la mayoría de votos populares gana el total de votos electorales de la lista que le corresponden a cada estado. El candidato que acumule 270 votos electorales gana la elección presidencial.
Según los recuentos al día de hoy, Donald Trump habría ganado un total de 204 votos electorales, mientras que Joe Biden habría alcanzado 290, superando los 270 votos suficientes para ser el ganador. Este triunfo se habría derivado del resultado en estados llamados “columpio” como Wisconsin (con 10 votos electorales), Michigan (16) y Pennsylvania (20); y otros como Arizona (11) y Nevada (6) que dieron la sorpresa.
El tema es que en esta ocasión, estos estados clave se inclinaron a favor de Biden, aunque por un margen muy reducido. El equipo de campaña del Presidente argumenta que en esos y otros estados hubo anomalías en el conteo de votos y, aunque no ha exhibido pruebas contundentes de ello, exige un recuento y una exhaustiva investigación de todo el proceso.
Recordemos que en Estados Unidos no hay un Instituto Nacional Electoral como aquí, encargado de realizar el conteo de todo el país y cantar un ganador de la elección. Allá, cada estado tiene sus propias reglas para emitir y contar los votos. Esto ha abierto un largo compás de espera ante la posibilidad de que el candidato republicano logre obtener legalmente la aprobación para un recuento de votos estado por estado y condado por condado, primero ante un juez estatal y, en caso de negativo, ante la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos.
Esta situación, desde mi punto de vista, ha puesto en tela de juicio la confianza centenaria en las instituciones democráticas norteamericanas y puede ser muestra de que el sistema político de aquel país ha llegado a su límite.
Independientemente del resultado final, es claro que la sociedad norteamericana y su democracia, quedarán muy lastimadas y divididas. Creo que ha llegado el momento de hacer ajustes al sistema de partidos norteamericano y, por supuesto, al esquema de votación indirecta. Ya han sido varias elecciones en las que el candidato demócrata obtiene la mayoría de los votos populares y, sin embargo, pierde la elección en el colegio electoral. Si esto no cambia pronto, no habrá manera de impedir la decadencia de la democracia estadounidense que por más de 200 años ha sido ejemplo a seguir a nivel global.