Hubo un tiempo en que lo que Helen Pluckrose (Londres, 1974) llama «teorías cínicas» constituía una iliberal amenaza para las democracias de la que muy pocos estaban al corriente. Ese tiempo llegó a su fin con la aparición del libro Teorías Cínicas (Ed. Alianza Editorial), recientemente publicado en castellano. Firmado junto al matemático James A. Lindsay, el texto desbroza el árbol del pensamiento posmoderno y sus ramas de activismo intelectual que se conocen como teoría poscolonial, teoría ‘queer’, teoría crítica de la raza, estudios feministas, estudios de género o estudios sobre la discapacidad y la gordura.
SALVADOR MARTÍNEZ MAS / ETHIC
Teorías Cínicas se publica ahora en España, unos años después de que el original viera la luz. ¿Qué ha pasado en este tiempo respecto a ese conjunto de ideas que se ha venido a llamar woke y que ustedes describen en su libro?
Lo que ha pasado depende de un país a otro. Pero, en general, se observa que las ideas han seguido haciéndose cada vez más extremas y polarizantes. Creo que esto es útil, porque había gente que estaba negando que estas ideas estaban ahí y que consideraban que lo woke era sencillamente ser consciente de las dinámicas de poder que hay en nuestra sociedad. Hay que darse cuenta de que en esta evolución hemos visto a líderes intelectuales declarando que el genocidio de judíos es algo que depende del contexto. Las teorías de las que hablamos en el libro están sirviendo para justificar cosas horribles. El llamamiento al genocidio de judíos es algo condenable y que yo condeno bajo cualquier circunstancia.
¿A qué se refiere cuando habla de la polarización?
En Estados Unidos, hemos alcanzado el momento álgido de lo woke, algo a lo que se está reaccionando con fuerza desde la derecha iliberal. Esto es algo de lo que hablamos en el último capítulo del libro. Predecimos ahí que tenemos que arreglar el problema en las universidades no a través de la prohibición de cosas o de la retirada de apoyo económico, sino reformándolas y haciéndolas más inclusivas de opiniones diferentes. Pero lo que ahora estamos viendo es que la derecha está tratando de imponer prohibiciones e, incluso, se está viendo una ofensiva contra la gente gay. El matrimonio gay en Estados Unidos ha caído enormemente en los últimos tiempos, y eso que la gente gay no tiene nada que ver con esto. En Australia, Nueva Zelanda y Canadá, la entrada de las teorías cínicas también está en fase de escalada, al igual que en Europa.
Hacía usted referencia a las dinámicas de poder en la sociedad con las que estas teorías lo explican todo. ¿Podría profundizar en este punto?
La idea en la base de estas teorías es que el conocimiento y todo aquello que aceptamos como cierto o verdadero es algo construido por personas con poder o instituciones con poder. A saber, hombres blancos heterosexuales. Y ese conocimiento o verdades son perpetuadas en la sociedad. Los miembros de la sociedad estamos participando de perpetuar eso sin ser realmente conscientes. Por eso los militantes de la izquierda identitaria hablan de woke, que significa «despertar». Ellos entienden que pueden ver a través de esos poderes. La cosa es que, en esta lógica, todos necesitamos aceptar que eso es así. En definitiva, estas teorías dicen que todos estamos en manos de sistemas patriarcales, heteronormativos, gordofóbicos y demás y que no podemos hacer nada más que perpetuarlos, lo que implica oprimir a los otros. Por eso, dicen que tenemos que reconocer nuestra complicidad en estos sistemas y ayudar a desmantelarlos, aunque ese trabajo no termine nunca. Esto es lo que está de fondo en toda interacción humana, según estas teorías.
¿En qué medida Teorías Cínicas es el resultado lógico de lo que se ha venido a llamar el «escándalo de los estudios del agravio», en el que usted participó junto a James Lindsay y el filósofo Peter Boghossian, para denunciar la deriva del mundo académico estadounidense, publicado chistosos artículos que se reían de los temas dominantes en humanidades contemporánea (estudios de género, estudios sobre racismo, teoría queer…)?
Lo que se ha llamado «escándalo de los estudios del agravio» nos permitió mostrar que el problema existía. Y esto es importante porque había mucha gente negando que el problema existía. En ese proyecto, todos los artículos que hicimos son genuinos. Muchos artículos parten de premisas y argumentos de estas teorías para plantear cosas ridículas e inmorales. Logramos que editores de esas revistas nos guiaran, haciendo que el artículo afirmara cosas aún más ridículas y aún menos éticas. Pero ese proyecto no respondía a las preguntas: ¿cuán importante es este problema? Y, sobre todo, ¿de qué estamos hablando? A estas preguntas responde el libro Teorías Cínicas. O sea, que primero detectamos el problema, con el «escándalo de los estudios del agravio», luego lo explicamos, con el libro, y luego, hay que ocuparse de enfrentarnos al problema. Eso es algo que yo he tratado de hacer a través de mi iniciativa Counterweight.
Las «teorías cínicas» de las que habla su libro no son solo un problema académico, ¿no es así?
Así es. Son un problema en el mundo académico. Pero también vemos que es un problema en el mundo del espectáculo, donde hay artistas que son cancelados por decir según qué cosas. Pero también está afectando a los trabajadores en todos los ámbitos: escuelas, medios de comunicación, sector sanitario… este problema está arraigando en todas partes. Por ejemplo, en el sector sanitario, hay una gran cantidad de trabajo de investigación bajo la influencia de estas teorías.
También se ha dicho que las «teorías cínicas» son un problema en el día a día del mundo empresarial, como si fueran parte de empresas multinacionales. Eso implicaría que el problema es realmente enorme…
Es que realmente lo es. En Estados Unidos, se identifica con una industria educativa de 9.000 millones de dólares anuales que está financiada por grandes corporaciones. En estas empresas, tener formaciones en las teorías cínicas en nombre de objetivos sociales les ayuda en sus campañas de relaciones públicas. Porque parece que están haciendo algo por la sociedad sin que de verdad estén haciendo algo tal y como deberían. Por ejemplo, podrían estar permitiendo trabajos en prácticas a personas que vengan de clases desfavorecidas o cosas así. Otro ejemplo de esto lo cuenta Vivek Ramaswamy, alguien a quien precisamente no admiro como político. En su libro Woke Inc., cuenta cómo, cuando empezó a trabajar para el banco de inversiones Goldman Sachs, tenían un día para plantar árboles. Ese día iban a plantar árboles fuera de la oficina. Pero, en realidad, ese día, lo que hacían era hacerse foto con palas para cavar junto a árboles y luego se iban al bar. Ese día era una oportunidad para parecer que estaban haciendo algo sin hacer nada. Este tipo de acciones o de iniciativas de formación, según él, está permitiendo a las empresas, por ejemplo, que no sean denunciadas por discriminación si hay casos de discriminación.
¿Las ideas que inspiran estas «teorías cínicas» son las que fundamentan el pensamiento iliberal de izquierdas?
Sí. Estas teorías son explícitamente iliberales. En particular la «teoría crítica de la raza». Una cosa fundamental aquí es la crítica contra el liberalismo y el discurso de la igualdad de los derechos civiles. Todo esto se ve como una forma de mantenimiento de un inadecuado estatu quo. O sea, que hay una reacción contra la visión frente al racismo de Martin Luther King.
¿Es esta forma de pensar, además de iliberal, contraproducente?
Sí. No veo cómo no se puede más que perpetuar el problema del racismo, por ejemplo, si miramos esa idea según la cual todos los blancos tienen prejuicios sobre los negros y esos prejuicios no se pueden desmantelar. No hay mucha diferencia entre enseñar a la gente que acepte que tiene ideas racistas y enseñarle ideas racistas. He estado investigando este asunto para mi próximo libro, que habla de las formaciones empresariales en diversidad, equidad e inclusión (DE&I) y de cómo en las compañías que las usan, en los últimos cinco años, el número de mujeres de color en posiciones de liderazgo ha caído en un 9%. O sea que esas formaciones tienen un impacto negativo en las minorías después de que hayan sido impuestas a la mano de obra. Lo que aparece después de estas formaciones en DE&I es que la gente blanca tiene una tendencia a ser más racista, porque te vienen a decir: «Todo el mundo es racista porque es inevitable». La gente, ante esto, se atrinchera porque se le dice que no puede hacer nada. Por su parte, la gente de minorías étnicas acaba pensando que la gente es más racista de lo que pensaban que eran; entonces se sienten menos bienvenidos que antes. Así, el ambiente de trabajo se convierte en algo muy tóxico, al menos eso es algo que escuché mucho a través de mi iniciativa Counterweight.
Hemos hablado ya del pensamiento iliberal de izquierdas y de derechas en esta entrevista. ¿Qué diferencias ve usted entre ambos?
En el caso del racismo, la derecha dice que hay un desequilibrio natural entre los blancos y el resto, algo que es bueno. Pero esta idea tiene su equivalente en la izquierda cuando dicen que hay que reconocer el racismo en las dinámicas de poder, algo que ven mal en la izquierda y que quieren desmantelar, pero que acaban recreando. En la teoría poscolonial, por ejemplo, en la derecha dicen que Occidente es racional, más lógico y liberal, mientras que el resto son bárbaros. Y, en la izquierda, dicen que hay esa idea también pero que eso es algo que oprime al resto. Por eso hay que descolonizar las formas del saber occidental y abrazar las supersticiones que, supuestamente, pertenecen a la gente colonizada. Pero esto, a la gente colonizada, oírlo les sorprende cuando vienen a países occidentales a trabajar como doctores, científicos y demás. Porque se les está diciendo que esa no es su área de conocimiento. Derecha iliberal e izquierda iliberal están reflejándose mutuamente en estas ideas. Frente a esto, el pensamiento liberal dice que el comportamiento y el carácter no es algo que pertenezca a grupos específicos. El conocimiento humano es un proyecto al que hemos contribuido y contribuimos todos. El liberalismo trata a las personas como individuos y nadie debería asumir nada sobre su identidad, porque es antiético y polarizante categorizar a alguien de cualquier forma por su identidad.
¿Es compatible este modo de pensar con la democracia liberal?
Lo que ocurre que es que hay un ataque a las ideas como la libertad de credo, la libertad de pensamiento, e incluso, frente a la misma democracia. Porque hay una tendencia totalitaria, dado que se imponen ideas al resto. Esto se observa, por ejemplo, en el movimiento de los nacionalistas cristianos en Estados Unidos. Están contra la Constitución y los fundamentos de la democracia liberal. Lo que observo es que hay conservadores alejándose de esos fundamentos liberales, algo que también pasa en la izquierda. Y hay que tener en cuenta que, según se dice: «Cuando América estornuda se resfría el resto del mundo». Hay que estar muy preocupado cuando hasta los estadounidenses rechazan las ideas de la democracia liberal.
Usted ha sufrido el hecho de que, desde la izquierda, la califican de ultraderechista. Sin embargo, usted se define como una liberal de izquierdas. ¿Cómo explica usted eso?
La izquierda iliberal ve a los liberales que quieren reformas en las instituciones y progresar así como gente que quiere mantener el statu quo y, por tanto, como «extrema derecha». La derecha iliberal ve a los liberales que quieren seguir haciendo reformas y progresar para que haya más igualdad, menos homofobia, menos racismo y demás, como algo equivalente a la «extrema izquierda». Nosotros, los liberales, lo que vemos es que la izquierda iliberal y la derecha iliberal son el reflejo de la misma cosa: el iliberalismo y el autoritarismo. Y esto se lo dice alguien que empezó a escribir en contra del autoritarismo cristiano, lo que me hacía ser considerada como de izquierdas. Pero al criticar las ideas posmodernas y las ideas del movimiento de la justicia social crítica [el wokismo] me empezaron a ver como alguien de derechas. Ahora, si escribo algo, se me trata de cancelar desde los dos ángulos. Pero yo no soy neutral políticamente. Soy de izquierdas y culturalmente liberal.
Volviendo a las «teorías cínicas», el activismo inspirado en esas teorías sigue ahí. ¿Cuál es la situación actual?
Ahora mismo hay una intensificación de lo que se ha venido a llamar «guerra cultural» en Estados Unidos. La izquierda y la derecha van camino de enfrentarse, y no quiero resultar catastrofista, pero mi miedo es que esto lleve a algún tipo de guerra civil, o a una situación de enfrentamiento revolucionario en el que Estados Unidos acabe en una situación prácticamente ingobernable o dividido. No creo que esto se resuelva sin algún tipo de enfrentamiento. En el Reino Unido creo que algo así no va a pasar porque se está discutiendo mucho sobre las teorías y el activismo, y la gente está empezando a darse cuenta de las cosas. Pero es que esto es una especialidad del Reino Unido. Este país se pone muy cerca de eventos revolucionarios y luego se aleja como si no hubiera pasado nada. Australia y Nueva Zelanda son parecidos al Reino Unido. Canadá es un ejemplo aparte que no sé dónde acabará. Y en Europa estamos viendo ahora particularmente un auge de la ultraderecha, concretamente en Países Bajos y Alemania. Y luego está Francia, que tiene sus particularidades. En España he visto que ha habido debate con el uso del lenguaje inclusivo. Pero, en general, lo que he visto es cómo se ha doblado la apuesta por las teorías cínicas y su iliberalismo. O pasa eso, o hay un abandono de las teorías cínicas.
En su iniciativa Counterweight, usted ha trabajado en contra de cualquier modo de discriminación, pero desde una perspectiva liberal. ¿Cómo va ese proyecto?
La perspectiva que adoptamos era liberal y humanista. A lo que animamos es a que la gente no discrimine o tenga prejuicios por color de piel o género, o lo que sea. La idea era apoyar a que la gente no se dejara imponer sistemas de valores. Me impliqué mucho en ese proyecto y, mentalmente, me agoté. Ahora lo he aparcado, pero trabajo con otras organizaciones para tratar de ayudar a través de una perspectiva liberal frente a cuestiones de discriminación por color de piel, sexo, orientación sexual o su peso, por ejemplo. La idea es transmitir que uno no tiene por qué creer en que existen sistemas de poder, y eso es compatible con la idea de que nadie debería ser objeto de discriminación; y que todo el mundo tiene derecho a que le traten con igual respeto porque, por ejemplo, si uno es cristiano, todos somos hijos de Dios. También, uno puede ser marxista y pensar que la clase es algo que nos une. O, sencillamente, uno puede pensar que tenemos que ser amables los unos con los otros y ya está. Eso también está bien.
Fuente: https://ethic.es/2024/01/entrevista-helen-pluckrose/