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Ensayo | El panóptico digital de Byung-Chul Han: «El smartphone sustituye hoy a la sala de tortura» | Papel

La ‘antropo-tecnología’ convierte nuestros ojos en motores de búsqueda, nos vigila como jamás soñó Orwell y devora los instantes contemplativos, la única oportunidad para ser felices. Extracto de ‘Capitalismo y pulsión de muerte’, nuevo libro del filósofo coreano Byung Chul Han

El filósofo coreano Byung Chul Han. Ed. Herder

BYUNG-CHUL HAN

Hoy todo se vuelve elegante. Pronto viviremos en una ciudad elegante en la que todo, sí, completamente todo estará interconectado, no solo las personas, sino también las cosas. Recibiremos emails no solo de amigos, sino también de electrodomésticos, de mascotas y de alimentos en la nevera. El internet de las cosas lo hace posible. En la ciudad elegante todos iremos por ahí con las gafas de Google. Nos suministrarán en todas partes y a cada momento informaciones útiles sin que las hayamos consultado expresamente. Nos guiarán hasta el restaurante, hasta el bar o hasta el concierto. Las gafas de datos también tomarán decisiones por nosotros. Con una aplicación para concertar citas nos ayudarán incluso a tener más éxito y eficacia en los asuntos relacionados con el amor y el sexo.

Las gafas de datos escanean nuestro campo visual en busca de informaciones útiles. Nos convertimos en afortunados buscadores de información. Entonces asumimos la óptica del cazador. Se eliminan aquellos campos visuales de los que no cabe aguardar información. La demora contemplativa en las cosas, que sería una fórmula de la felicidad, cede por completo a la caza de informaciones. La percepción humana alcanza por fin una eficacia total. Ya no se deja distraer por cosas que merezcan poca atención o prometan poca información. El ojo humano se transforma por sí mismo en un eficaz motor de búsqueda.

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El internet de las cosas consuma al mismo tiempo la sociedad de la transparencia, que se ha vuelto indiscernible de una sociedad de la vigilancia total. Las cosas que nos rodean nos observan y nos vigilan. Envían ininterrumpidamente informaciones sobre lo que hacemos y dejamos de hacer. Por ejemplo, el frigorífico conoce nuestros hábitos alimenticios. El cepillo de dientes interconectado conoce nuestra higiene dental. Las cosas operan activamente en la protocolización total de la vida. La sociedad digital del control transforma incluso las gafas de datos en una cámara de vigilancia y el smartphone en un micrófono de espionaje.

Cada clic que hacemos queda hoy registrado. Cada paso que damos es reconstruible. Vamos dejando por todas partes nuestras huellas digitales. Nuestro hábito digital se reproduce exactamente en la red. La protocolización total de la vida reemplazará totalmente la confianza por la información y el control.

La sociedad de la transparencia es estructuralmente afín a la sociedad del control

La confianza hace posible tener relación con otras personas aunque no sepamos más cosas de ellas. La interconexión digital facilita el suministro de información hasta tal punto que la confianza como praxis social se vuelve cada vez más irrelevante. Deja paso al control. De este modo, la sociedad de la transparencia es estructuralmente afín a la sociedad del control. Donde se pueden conseguir muy fácilmente informaciones, el sistema social pasa de la confianza al control y la transparencia.

El Gran Hermano es sustituido por el big data. La protocolización total y sin reservas de la vida consuma la sociedad de la transparencia. Se parece a un panóptico digital.

La idea del panóptico viene del filósofo británico Jeremy Bentham. En el siglo XVIII concibió un edificio carcelario que posibilita una vigilancia total de los reclusos. Las celdas se disponen en torno a una torre central de vigilancia, que le brinda al Gran Hermano una visión total. Los reclusos son aislados con fines disciplinarios y no pueden hablar entre sí. A diferencia de ellos, los habitantes del panóptico digital se comunican intensamente entre sí y se desnudan voluntariamente. La sociedad digital del control hace mucho uso de la libertad. Solo es posible gracias al autodesvelamiento y al autodesnudamiento voluntarios.

En la sociedad del control digital la exhibición pornográfica se acaba identificando con el control panóptico. La sociedad de la vigilancia se consuma ahí donde sus habitantes se comunican no por una coacción externa, sino por una necesidad interior, es decir, donde el miedo a tener que renunciar a la esfera privada e íntima deja paso a la necesidad de exhibirse impúdicamente, y donde la libertad y el control se vuelven indiscernibles.

El Gran Hermano del panóptico de Bentham solo puede observar a los reclusos desde fuera. No sabe lo que sucede en el interior de ellos. No puede leer sus pensamientos. En el panóptico digital, por el contrario, es posible penetrar hasta los pensamientos de sus habitantes. En eso consiste la enorme eficacia del panóptico digital. Se vuelve posible un control psicopolítico de la sociedad.

La técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitiva ni represiva, sino seductora

Hoy se demanda transparencia en nombre de la libertad de información o de la democracia. La transparencia es en realidad una ideología, e incluso un dispositivo neoliberal. Lo vuelve todo hacia afuera violentamente para convertirlo en información. En el modo actual de producción inmaterial un aumento de información y de comunicación significa un aumento de productividad, de aceleración y de crecimiento.

El secreto, la extrañeza o la alteridad representan obstáculos para una comunicación ilimitada. Por eso se eliminan en nombre de la transparencia. Del dispositivo de transparencia deriva un imperativo de conformismo. La lógica de la transparencia necesita obtener una amplia aprobación. La consecuencia es una conformidad total.

En el Estado policial de George Orwell el lenguaje ideal se llama nuevalengua. Tiene que reemplazar por completo a la viejalengua. La nuevalengua tiene como único objetivo reducir el margen de pensamiento. Los delitos mentales deben imposibilitarse ya solo eliminando del vocabulario las palabras que serían necesarias para ello. Por eso se elimina también la palabra «libertad». Ya en este sentido se distingue el Estado policial de Orwell del panóptico digital de hoy, que justamente hace un uso excesivo de la libertad.

El Estado policial de Orwell con telepantallas y salas de tortura es algo totalmente distinto del panóptico digital con internet, smartphones y gafas Google, donde impera la apariencia de una libertad y una comunicación ilimitadas. Aquí no se tortura, sino que se ponen posts o se tuitea. La vigilancia que se identifica con la libertad es muchísimo más eficaz que aquella otra vigilancia que actúa contra la libertad.

La técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitiva ni represiva, sino seductora. Se aplica una fuerza elegante. En lugar de prohibir, seduce. No se impone a base de exigir obediencia, sino a base de agradar. Uno se somete a la situación de dominación mientras consume y se comunica, y hasta mientras cliquea el botón de me gusta. El poder elegante se amolda a la psique, la adula en lugar de reprimirla o disciplinarla. No nos impone ningún silencio. Más bien nos insta permanentemente a comunicar, a compartir, a participar, a expresar nuestras opiniones, necesidades y deseos y a contar nuestra vida. Hoy nos hallamos ante una técnica de poder que no niega o reprime nuestra libertad, sino que la explota. En eso consiste la actual crisis de la libertad.

La vigilancia que se identifica con la libertad es muchísimo más eficaz que aquella que actúa contra la libertad

El principio de la negatividad que define el Estado policial de Orwell es sustituido por el principio de la positividad. Eso significa que las necesidades no se reprimen, sino que se estimulan. La comunicación no se reprime, sino que se maximiza. En lugar de confesiones sonsacadas mediante tortura aparecen la exposición voluntaria de la esfera privada y el desvelamiento digital del alma. El smartphone sustituye a la sala de tortura.

El Gran Hermano de Bentham es invisible, pero omnipresente en las cabezas de los reclusos. En el panóptico digital, por el contrario, nadie se siente realmente vigilado. Por eso el término Estado policial no es del todo apropiado para caracterizar el panóptico digital de hoy. En él uno se siente libre. Pero precisamente esta sensación de libertad, totalmente ausente en el Estado policial de Orwell, es un problema, porque impide la resistencia.

En 1987 se produjeron [en Corea del Sur] enérgicas protestas contra la elaboración del censo demográfico nacional. Hoy la vigilancia se hace pasar por libertad. La libertad resulta ser un control.

Es legendario el anuncio publicitario de Apple que fue emitido en 1984 durante la Super Bowl. En ese anuncio Apple se presenta como liberador frente al Estado policial de Orwell. Unos trabajadores con aspecto abúlico y apático entran marcando el paso en un gran pabellón y escuchan atentos el discurso fanático del Gran Hermano en la telepantalla. De pronto una corredora irrumpe en el pabellón, perseguida por la Policía del Pensamiento. Corre imperturbable hacia delante. Ante sus pechos oscilantes porta un gran mazo. Se dirige toda resuelta hacia el Gran Hermano y lanza el mazo con todo su ímpetu contra la telepantalla, que al ser alcanzada por él estalla en llamas. Los hombres despiertan de su apatía. Una voz proclama: «El 24 de enero Apple Computer presentará Macintosh. Y usted verá por qué 1984 no será como 1984«. Pero contra lo que dice el mensaje de Apple, el año 1984 no marca el final del Estado policial, sino el comienzo de una novedosa sociedad del control, cuya eficacia supera en mucho a la del Estado policial de Orwell.

Hace poco se dio a conocer que la Agencia Nacional de Seguridad denomina a Steve Jobs, en sus documentos internos, «Gran Hermano». Los usuarios de teléfonos móviles se designan ahí como «zombis». Por eso es también coherente que ahí se hable de «explotación del smartphone».

Pero la Agencia Nacional de Seguridad no es el auténtico problema. No solo Google o Facebook, sino también firmas de datos como Acxiom, una empresa de mercadotecnia que opera globalmente, son presas de la fiebre por recopilar datos. Solo en Estados Unidos la empresa dispone de datos de 300 millones de ciudadanos norteamericanos, es decir, de casi todos. «Le ofrecemos una visión de 360 grados de sus clientes», dice el panóptico eslogan publicitario de Acxiom. A la vista de este desarrollo Edward Snowden no es ni héroe ni criminal. Es un fantasma trágico en un mundo que se ha convertido en un panóptico digital.

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Fuente: https://www.elmundo.es/papel/lideres/2022/09/29/632daa5421efa06a1d8b45ad.html

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