La politóloga suizoyemení, especialista en islam y género, considera que la izquierda es muy acomodaticia con los islamistas por temor a estigmatizar a los musulmanes
ÁNGELES ESPINOSA / EL PAÍS
Elham Manea (El Cairo, 55 años) saluda al otro lado de la pantalla, delante de una pared forrada de libros, desde su casa en Berna. “Es mi hogar”, confía esta académica suizoyemení, con abuelos egipcios, que se instaló en Suiza en 1995, tras su matrimonio, y ha hecho de sus múltiples identidades el eje de su trabajo y de su activismo a favor de los derechos humanos. Profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Zúrich y consultora en temas de islam y género para gobiernos y organizaciones internacionales, Manea es una enérgica defensora de la separación del Estado y la religión en los países islámicos, así como de las libertades de expresión y de creencias, y de los derechos de la mujer y las minorías.
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Le preocupa que, en Europa, los islamistas se hayan arrogado el derecho a hablar en nombre de los musulmanes ignorando su diversidad, tal como expone en el último libro que ha publicado hace poco en inglés, The Perils of Nonviolent Islamism (Los peligros del islamismo no violento, no publicado en español). Pero también responsabiliza a los políticos occidentales, demasiado complacientes con una ideología que no duda en tachar de totalitaria. Aunque con el rigor del trabajo académico, Manea utiliza un lenguaje accesible en el que no duda en compartir sus experiencias personales, como el proceso de radicalización que sufrió siendo adolescente. “Las leyes islámicas violan los derechos de las mujeres con impunidad”, subraya.
Pregunta. ¿Por qué el islamismo no violento es un problema para las sociedades occidentales?
Respuesta. Por la misma razón que son un problema los grupos de extrema derecha. El islamismo es una ideología religiosa de extrema derecha, que debemos tomar en serio porque tiene consecuencias. No me refiero sólo a que facilita una radicalización cognitiva que puede llevar a la violencia. Mi interés se centra en cómo cambia las sociedades, cómo afecta a las comunidades musulmanas, cómo se refleja en la cohesión social.
P. En su libro dice que los islamistas promueven “comunidades cerradas”, ¿acierta entonces el presidente francés al enmarcar el problema como “lucha contra el separatismo”?
R. Siempre hay una dimensión política en las acciones de los gobernantes. Dicho lo cual, la expresión que usa es muy precisa. La ideología [islamista] empuja a ese separatismo. Te empuja a separarte incluso de los musulmanes que no comparten su visión de Dios. Hay distintas formas de islamismo: El islam salafista, por ejemplo, impulsa el separatismo sin disimulo. Otras, como el islam político de los Hermanos Musulmanes o de Milli Görös, promueven la participación en el sistema democrático, pero insisten en que se les trate como una comunidad separada. Y ese separatismo, les aparta de hecho. El problema es que muchos políticos occidentales aceptan esa forma de existencializarnos que nos reduce a nuestra identidad religiosa. Eso conduce a la segregación, impacta en la cohesión social.
P. ¿Cómo pueden los Gobiernos europeos hacer que los ciudadanos musulmanes se sientan parte de sus países y no caigan en la “narrativa del victimismo” que promueven los islamistas?
R. Esa es la clave. Tratar a los musulmanes como ciudadanos, abordar su situación a través de políticas educativas que promuevan el sentido de pertenencia. Hay que profesionalizar la enseñanza de la religión, la educación de los profesores que la imparten y la capacitación de los imames, en lugar de importarlos; acabar con la financiación extranjera, y dejar claro que el islam es parte de la diversidad religiosa de Europa. Las necesidades religiosas de los musulmanes no se pueden dejar en manos de los movimientos islamistas transnacionales o de países como Qatar y Turquía, que en la actualidad encabezan el apoyo a los grupos islamistas. No estoy diciendo que haya que prohibirlos, pero aceptar que un grupo radical representa a todos los musulmanes resulta ofensivo.
P. ¿Peca Europa de islamofobia como denuncian los islamistas?
R. Prefiero utilizar “odio al musulmán”, porque existe. Hay un cierto sector de la población que tiene miedo y otros que tienen prejuicios, pero no es algo generalizado. Además, tengo un problema con el término “islamofobia” porque se ha convertido en un instrumento para frenar la crítica a los islamistas y a la religión en general. Ambas son importantes para una sociedad libre. Tengo todo el derecho a criticar a los islamistas, su ideología, su tratamiento de las mujeres, de las minorías, de igual modo que tengo todo el derecho a criticar cualquier ideología totalitaria. No se puede limitar con el pretexto de proteger a los musulmanes. Y también tengo todo el derecho a criticar mi religión.
P. ¿Aunque ofenda a los creyentes musulmanes?
R. La libertad de expresión implica el derecho a ofender. Los artistas tienen todo el derecho a hacer viñetas de Mahoma, igual que las hacen de Jesús, de Moises, o de cualquier tema.
P. Otro asunto controvertido es el del trato a las mujeres. ¿Es el islam, como religión, tan misógino como dicen sus críticos, o puede acomodar los derechos de la mujer?
R. El islam es lo que hacemos de él. Al mismo tiempo, las leyes religiosas que abordan las relaciones dentro de la familia o las cuestiones de género, violan los derechos humanos y los derechos de las mujeres con impunidad. No hay otra forma de plantearlo. Lo he argumentado en el libro Women and Sharia Law (Mujeres y ley islámica). Son leyes promulgadas entre los siglos VII y X. Me parece extraordinario que se espere que las pongamos en práctica en el siglo XXI como si no pasara nada. Plantean un gran problema. Es hora de introducir leyes civiles en el estatuto de familia que reflejen la dignidad y la igualdad de derechos de los integrantes del matrimonio. Es hora de que las mujeres sean consideradas ciudadanos en igualdad de condiciones.
P. Uno de los aspectos más visibles al respecto es el velo. En Europa se va aceptando el pañuelo, pero causa repulsión el velo integral que cubre por completo el rostro. Suiza acaba de votar su prohibición ¿es ese el camino?
R. A pesar de que apoyé la prohibición del velo facial, no creo que sea la forma de afrontar estos asuntos. Hay diferentes motivos por los que una mujer se cubre con un pañuelo. Las escuelas deben reforzar la capacidad de las estudiantes para que nadie les imponga cubrirse. Pero también es posible que una chica de 14 o 15 años que busca su sitio en el mundo, halle refugio en la religión y la versión de ésta que encuentre esté moldeada por el islamismo que dice “tápate el pelo”. El primer objetivo de los islamistas es el cuerpo de la mujer. Taparla es la base sobre la que trabajan para crear su orden político y social.
P. ¿Han sido la izquierda y quienes se consideran progresistas demasiado acomodaticios con los islamistas?
R. Sí, y me entristece porque de quienes promueven una agenda progresista, en especial en la izquierda, esperaría que fueran coherentes con su herencia cultural, los derechos humanos universales, los derechos de la mujer. Sin embargo, ante estos asuntos aceptan los argumentos islamistas. Entiendo que temen estigmatizar o discriminar a los musulmanes, pero no les ayudan asumiendo los planteamientos de los más reaccionarios entre ellos.
P. ¿Puede Occidente evitar la trampa islamista mientras en el mundo árabe haya regímenes autoritarios que sirvan de coartada a sus promotores?
R. Ese es el problema. Tal como menciono en The Arab State and Women’s Rights (El Estado árabe y los derechos de la mujer), la falta de legitimidad de muchos de estos regímenes autoritarios los ha llevado a aliarse con grupos [religiosos] tradicionales o islamistas que rechazan los derechos de la mujer. Y no sólo los regímenes árabes. Se ve lo mismo en Pakistán o en Indonesia, lo que llamo “política de supervivencia”. También se da en el contexto europeo. En el libro menciono el caso de Suecia, donde el Partido Socialdemócrata intenta compensar su pérdida de peso entre su caladero tradicional de trabajadores con migrantes y convirtiendo ese grupo en el bloque musulmán, que controlan los islamistas. Algo similar ha sucedido en el Reino Unido. Estas son democracias donde se pueden exponer esas alianzas y, sin embargo, algunas personas tienen miedo a hablar por temor a ser tachados de islamófobos o racistas.
P. Imposible acabar la conversación sin preguntarle por Yemen, su país de origen y sobre el que está escribiendo su próximo libro. Es un conflicto complejo, pero ¿cuáles son las condiciones básicas para alcanzar una paz sostenible?
R. Una paz sostenible requiere que entendamos las raíces de los problemas en Yemen. A menudo se plantea o bien como un enfrentamiento binario entre la milicia Huthi y el Gobierno de [Abdrabbo Mansur] Hadi o como un conflicto entre actores regionales, una guerra por intermediación. Por supuesto esta dimensión es muy importante, pero no es la causa. Si consideramos la historia de la formación del Estado en Yemen, el hecho de que la inestabilidad política y las guerras civiles han sido un rasgo de su historia, se entiende que la idea de un alto el fuego y una paz basada en el reparto de poder no va a funcionar. Hay que abordar las quejas de los distintos grupos sean regionales, religiosos, etc. Simplificando, se necesita dar tres pasos: primero, hay que poner fin a la violencia, luego formar un Gobierno de transición y, una vez lograda una mínima estabilidad, debatir el futuro de Yemen, preguntar si estamos hablando de un país unido, federal o de países separados.
Fuente: https://elpais.com/ideas/2021-05-11/elham-manea-las-leyes-islamicas-violan-los-derechos-de-las-mujeres-con-impunidad.html