DOMINGO MARCHENA / Barcelona / COMER / LA VANGUARDIA
“Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, se lee al comienzo de Anna Karénina, en una de las primeras frases más aplaudidas de la literatura universal. Si en vez de ruso, Lev Tolstói hubiera sido un indio y hubiera vivido en una de las 575 reservas de Estados Unidos, podría haber escrito que todas las familias infelices tienen el mismo motivo para la desgracia. La bebida.
“Drink smart or don’t start” (“Si no sabes beber, no empieces”), dice un cartel en la carretera que conduce a Diné Bikéya, la tierra de las personas, la reserva navajo, entre Nuevo México, Utah y Arizona. La tasa de alcoholismo quintuplica aquí la media de Estados Unidos. Y no es un problema exclusivo de los navajos. El abuso del alcohol es el principal mal endémico de los nativos americanos del siglo XXI.
La extendida adicción al alcohol de los nativos americanos no es una cosa de este siglo ni del pasado. Numerosos historiadores sostienen que las bebidas de alta graduación y las enfermedades como la viruela o el sarampión, que eran desconocidas para los primeros pobladores de América antes del contacto con los blancos, fueron tan decisivas o más en la conquista del Oeste que el revólver Colt y el Winchester de repetición.
La perdición que supuso el whisky para los indios ha dado mucho de sí. La última novedad editorial que aborda esta cuestión es Tecumseh y el Profeta: los hermanos shawnees que desafiaron a Estados Unidos, de Peter Cozzens (Desperta Ferro). El tema central, sin embargo, va en la misma línea que otra excelente obra del autor, La tierra llora, sobre las últimas guerras que los indios libraron para tratar de preservar su modo de vida.
Algunos de los protagonistas de aquellos últimos coletazos de la resistencia, a finales del siglo XIX, permanecen en nuestro imaginario colectivo como ejemplo de los mayores caudillos militares de los nativos americanos. Hollywood ha tenido mucho que ver en la popularización de personajes históricos como los lakotas Nube Roja, Caballo Loco, y Toro Sentado o como el apache chiricagua bedonkohe Gerónimo, entre otros.
Sin embargo, Gerónimo tuvo en jaque a México y Estados Unidos con una banda, no un ejército. Por su parte, Toro Sentado estuvo en Little Bighorn y pronosticó la derrota de Custer, pero no participó en la batalla porque se recuperaba de los cortes y mutilaciones que se infligió en una ceremonia ritual conocida como Danza del Sol (que el cine recreó en Un hombre llamado Caballo, como se aprecia en el vídeo de arriba).Lee también
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Caballo Loco sí fue un grandísimo militar y tuvo un papel clave en la debacle del 7º. de Caballería. Pero ganó una batalla, no la guerra. La alianza india que derrotó a Custer se diseminó en pequeños grupos. Los seguidores de Caballo Loco, que buscaron refugio en Canadá, acabaron regresando a su tierra. En 1877 se rindieron en Fort Robinson (Nebraska), donde el legendario guerrero murió de un bayonetazo por la espalda.
A diferencia de los anteriores, Nube Roja fue el único indio que ganó una guerra a Estados Unidos. Logró dictar sus condiciones de paz, que incluían la inviolabilidad del territorio sioux y el cierre de tres fuertes. Una vez más, los tratados que firmó y su victoria quedaron en papel mojado cuando se descubrió oro en las Black Hills, el corazón de su territorio. Murió en 1909, a los 88 años, en Pine Ridge, una reserva de Dakota del Sur.
Pero ni Nube Roja reunió tantos guerreros como los que, tres generaciones antes, obedecieron a Tecumseh. Este caudillo shawnee encabezó la mayor alianza panindia contra la expansión hacia el oeste de Estados Unidos. Él y su hermano Tenskwatawa formaron un tándem temible (el primero, líder político y militar; el segundo, espiritual) y sumaron el doble de combatientes de los que derrotaron a Custer en 1876.
Tecumseh fue sin duda el más formidable adversario nativo que tuvo la república del destino manifiesto. Fue un guerrero y murió como tal, luchando en 1813 contra las tropas estadounidenses en las orillas del Támesis (el Támesis de Canadá, cerca de Ontario) y tratando de frenar el avance de los invasores. Peter Cozzens, su biógrafo, sostiene que el enemigo “más pernicioso y más duro de roer que tuvo fue el alcohol”.
‘Tecumseh moribundo’
Historia de una escultura
El alemán Ferdinand Pettrich (1798-1872) tardó casi 20 años en acabar Tecumseh moribundo. La escultura, una visión idealizada, estuvo en el Capitolio desde 1864 hasta 1878. Hoy se halla en el Museo Smithsonian. La obra se basa en El gálata moribundo (arriba, a la izquierda), cuyo original del siglo II a.C. se perdió y del que solo queda una copia en mármol, que inspiró a numerosos artistas antes que al propio Pettrich, como refleja la otra foto pequeña, una reproducción del siglo XVIII, en Inglaterra.
Para los estándares de su época, Tecumseh era un bebedor mojigato. Hay testimonios que lo vieron coger una buena curda de tanto en tanto, pero nada que ver con las de su hermano, que desarrolló una gravísima dependencia del alcohol. En una de sus crisis, quién sabe si provocada por el delirium tremens, el tuerto Tenskwatawa estuvo a punto de morir y vio a los demonios de la bebida, lo que motivó que se hiciera abstemio.
De niño, jugando con una flecha, Tenskwatawa se vació un ojo. Los valores marciales no eran lo suyo. Murió en su cama, 23 años después que su hermano. Su conversión en abstemio fue un hecho aislado en el Territorio del Noroeste, que abarcaba Ohio, Illinois, Indiana, Michigan y Wisconsin, el país shawnee. Las enfermedades, la disminución de la caza, la presión blanca y, sobre todo, el agua de fuego sentó las bases del declive indio.
No es casual que el alcohol hiciera tanta mella en una cultura que daba una gran importancia a las visiones y a los trances. Los traficantes ilegales de ron y otras bebidas se encontraron el camino allanado. Todas las tribus sucumbieron a vendedores sin escrúpulos. Los misioneros han legado testimonios de innumerables muertes a causa de comas etílicos, de aldeas sumidas en la miseria y de la desesperación por la bebida.
Inmensos lotes de pieles cambiaban de manos por unos barriles de whisky. Cuando los indios se recuperaban de la ebriedad y preguntaban dónde estaban sus posesiones, les señalaban unos toneles vacíos. No todos los blancos eran unos rufianes. Hubo gobernadores que trataron de prohibir la llegada de buhoneros a las aldeas para que los indios estuvieran lo suficientemente sobrios “al menos para poder atender a sus familias”.
Pero actitudes así fueron una excepción. Muchos tratados y ventas de tierras indias se firmaron después de bacanales de alcohol, que los blancos distribuían gratis y con generosidad para anegar y anular las reticencias de la otra parte. El futuro presidente William Henry Harrison, que derrotó a Tecumseh en el Támesis, tenía un truco para distinguir rápidamente a los indios de zonas aún no invadidas por los blancos.
Los asimilados, decía, “están semidesnudos, sucios y debilitados por la embriaguez”. Los salvajes, sin embargo, “están por lo general bien vestidos, sanos y vigorosos”. Contra este enemigo, líquido y contumaz, también luchó Tecumseh. Quería que los indios se defendieran como un único pueblo y desterrasen todas las costumbres blancas para sobrevivir. “Si no sabes beber, no empieces”, se lee todavía hoy a la entrada de muchas reservas.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/comer/20220128/7993390/alcohol-peor-enemigo-indios.html#foto-7