¿Qué raza de dioses cretinos ha alumbrado Silicon Valley para dictaminar sin pruebas científicas lo que debemos comer para sobrevivir en la Tierra?
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS / LIBERTAD DIGITAL
En El dilema de las redes (The social dilemma, 2020 Netflix), uno de los genios arrepentidos de Internet después de 2010 -fecha en la que muere la feliz inocencia sobre los efectos de la comunicación y el negocio en la red- se sorprende de que dos o tres docenas de blanquitos de Sillicon Valley hayan adquirido un poder tan enorme sobre miles de millones de personas. Lee Smith ha recordado en un extraordinario artículo de Tablet (4-2-2021) The Thirty Tyrants, la tiranía de los Treinta de Atenas, que Maquiavelo ve como una forma de vencer al enemigo y que relata Jenofonte en Helénicas. Porque lo que no se pregunta el blanquito arrepentido –en general, los que aparecen en el inexcusable programa pese a la imperdonable dramatización exhiben una ignorancia política genuinamente progre que se lo impide– es si esos treinta con tantísimo poder no están usándolo ya en su beneficio. Y no sólo económico, que eso queda explicado perfectamente, sino como un método de dominación que fatalmente priva de libertad a la Humanidad y lleva a Occidente a orbitar en torno al régimen totalitario comunista chino.
Bill Gates, el Vegetiranosaurius Rex
Las elecciones norteamericanas y el Foro Económico Internacional, más conocido como Foro de Davos y cuya segunda parte se celebrará en Singapur y otros lugares de Asia, el Oceanum Nostrum de Xi Jinping, han demostrado que el Covid19, al margen de su origen, ocultado de nuevo por la OMS como prueba el contrainforme publicado en LD, pero, sin duda, exportado y aprovechado por China para imponer su hegemonía mundial, está acelerando los proyectos para cambiar formas de comportamiento de la humanidad, forjadas en milenios de evolución y civilización, en favor de esa dictadura que en última instancia es comunista y china pero que se nos presenta como logros científicos por empresarios y políticos occidentales.
Los Treinta tiranos de los que habla Smith dijeron que Atenas debía copiar la dictadura espartana, que los había vencido militarmente, pero en realidad, al liquidar la democracia ateniense, lo que buscaban era instalarse en el Poder indefinidamente y favorecer sus intereses sin ningún control. La tiranía de los Treinta duró poco, un año de masacres, pero la tentación es eterna. Véanse la América Fascista de Lindbergh, la monarquía nazi de Eduardo de Windsor, que había abdicado para casarse con Wallis Simpson, y hasta Don Juan, padre de Juan Carlos, que se ofreció a los nazis para ser prohijado en el Trono, luego a los Aliados y, antes y después, a Franco.
En el fondo, se trata siempre de rendirse a la fuerza como forma inteligente o inevitable de sobrevivir en un mundo complicado y difícil, además de obtener ventajas en el cambio de régimen. Pétain tomó el poder para hacer lo que creía mejor para Francia: someterse a Hitler. Pero, de paso, ocupó el Poder e impuso el modelo de sociedad tradicional que a él le gustaba. Los Treinta tiranos de Silicon Valley cuyo programa político es la Agenda 2030 de Davos, sobre la que escribí aquí hace unas semanas, creen en la superioridad del sistema chino para alcanzar más rápidamente unos objetivos que les parecen irrenunciables. Renunciar a la libertad les resulta más fácil porque, mientras se impone la hegemonía comunista china, ellos van a ocupar, como quinta columna tecnológica, un lugar de privilegio social y de enorme beneficio económico en todos los países occidentales.
El “cambio climático”, argumento de autoridad
Bill Gates, como Mark Zuckerberg y otros tiranos de Silicon Valley, desempeñan ante el proyecto comunista de Xi Jinping el mismo papel que Sidney y Beatrice Webb o Bernard Shaw ante el plan dictatorial de Lenin, luego completado por el socialista Lloyd George, que abandonó al Zar y a los blancos en la guerra civil desatada por los bolcheviques y que en Davos ha revivido Macron, nueva vedette del Bolshoi que ahora ha reprochado a Marine Le Pen ser tolerante con el islamismo. Pero lo que conviene a Xi y a Putin, que también habló en Davos y en el mismo sentido de Xi, son filántropos a lo Gates, con ideas visionarias sobre el futuro que, por su grandiosidad, la humanidad rastrera no puede aceptar. Sólo dictaduras comunistas como las de Pekín o Moscú podrán imponérselas, por su bien.
Creo que Libertad Digital ha sido el único medio español en tratar la pretensión de Bill Gates, en una entrevista en MIT Review Technology al hilo de su último libro Cómo sobrevivir al desastre climático, evangelio éste del cambio climático tan científico como el socialismo de Marx, de que los países –se entiende que occidentales, porque en Rusia y China se hará lo que manden Xi y Putin– abandonen el consumo de carne animal en favor de la carne procesada o artificial, de la que Bill, por cierto, es uno de los grandes productores. La ganadería causa un daño irreversible al planeta y debe desaparecer, imagino que con la caza. Es uno de los Mandamientos de Davos: “En 2030 no comerás carne”. El negocio de Gates en el sector de la carne artificial es ambicioso. Elena Berberana citaba anteayer en LD:
“Hampton Creek Foods, Memphis Meats, Impossible Foods y Beyond Meat”. Sus beneficios, empiezan a enormes: “Beyond Meat (BYND) [fue] una de las primeras compañías de carne falsa y biología sintética por la que apostó Bill Gates. Sus acciones crecieron hasta un 859% durante sus primeros tres meses. Y para 2025 se proyecta que incluso llegue a duplicar su valor, según la revista Forbes.”
Dado que Gates ha comprado más de 100.000 hectáreas a través de empresas pantalla, no le faltará terreno para experimentar nuevos cultivos intensivos. Y como gran terrateniente –moda actual entre los billonarios de Silicon Valley– resetearía la Conquista del Oeste, que cabe resumir, como en tantas películas, en la derrota final de los ganaderos por los agricultores.
El argumento científico en el que se basa Gates para vendernos o, peor, para forzar a nuestros Gobiernos a que compremos su carne falsa y que las vacas dejen de arrojar metano a la atmósfera es siempre la religión del cambio climático, cuyo valor científico es como las mágicas soluciones que producirían radicales cambios de conducta de los humanos. En rigor, la capacidad de la actividad humana de influir en el clima es mínima si se compara con factores naturales como la actividad volcánica y, sobre todo, con el cambio climático que depende de factores astronómicos y variables propias del planeta que, sin que los seres vivos puedan hacer nada para alterarlo, se observan en la historia de la Tierra, incluso antes del Hombre.
Mientras en el discurso político se afianza esa superchería de que el ser humano puede “salvar el planeta”, no limpiarlo o mejorarlo, ojo, sino “salvarlo”, como un dios vago que llevara doscientos años sin trabajar, desde tiempos de la Revolución Industrial, los científicos protestan por lo que el esperpento de Greta Thunberg ha demostrado de impostura y de manipulación de la ciencia en favor de una serie de teorías discutibles y de un tinglado de intereses indiscutibles, los de los lobbies verdes, entre los que destaca otra empresa de Bill Gates: Breakthrough Energy Ventures.
Se dirá que un liberal debe dejar que un inversor monte la empresa que quiera. Siempre que no nos obligue a comprar lo que produzca. Si no, no.
La fatal, ilimitada, intolerable arrogancia
Hace sólo seis siglos, en el Otoño de la Edad Media que tan magníficamente retrató Huizinga, la Tierra tenía un clima mucho más cálido que el actual. Eso no le impidió acometer los milagros del Renacimiento y de la experimentación científica. En los diez mil años de evolución de las civilizaciones desde el neolítico se observan cambios radicales en la vegetación, hijos del cambio climático. ¿Deberían haber impedido los faraones hace cuatro mil años que los ríos y la vegetación que daba sombra a los cocodrilos desde Mauritania a Sudán se convirtieran en desierto? Se dirá que no podían. ¿Y podríamos ahora? ¿Acaso deberíamos?
Los treinta tiranos de Silicon Valley, amén de servir a Xi y a Putin, muestran la fatal arrogancia que Hayek enunció como típica del socialismo. Si falaz y ruinosa se ha revelado siempre la pretensión de fijar los precios, el pomposamente autodenominado “precio justo de las cosas” al margen de las infinitas decisiones que llevan al precio de mercado, ¿qué decir de los que presumen de conocer los mecanismos de evolución de la Tierra y de la necesidad de salvarla de la especie humana? A lo largo de muchos milenios de evolución, el homo sapiens se hizo omnívoro, singularmente carnívoro. La evolución del cerebro se hizo en función de su alimentación, que ha ido cambiando según mejoraban sus capacidades de dominar los cultivos, cazar y domesticar animales. ¿Quién es Bill Gates para asegurarnos que la carne de su laboratorio no va a empeorar nuestro cerebro y funciones biológicas? ¿Qué raza de dioses cretinos ha alumbrado Silicon Valley para dictaminar sin pruebas científicas lo que debemos comer para sobrevivir en la Tierra? ¿Qué vegetiranía pretende imponer al mundo el Vegetiranosaurius Rex?
Van a cumplirse veinte años de que Bjorn Lomborg, uno de los fundadores de Greenpeace publicara El ecologista escéptico. En él señala varios aspectos nunca demostrados sobre la influencia del ser humano en el clima, así como la incertidumbre natural en el científico e incompatible con el fanatismo ecologista inducido por la Izquierda y admitido por la Derecha que lleva a la ONU a adorar a una adolescente cretinoide y bipolar, Greta Thunberg, manipulada por sus padres y su negocio verde y eco-sostenible. El efecto del ecologismo en los países occidentales desde el protocolo de Kyoto ha sido el de encarecer el precio de la energía y el de los productos derivados de ella, que son todos, desde la investigación al turismo masivo.
¡Abajo la vegetiranía! ¡Viva el jamón!
Mientras las democracias occidentales asumen enormes sobreprecios en función de suposiciones ecológicas de dudosa cientificidad, que, como dice Lomborg, incluso de ser ciertas, cabría invertir, gastando menos, en llevar a todo el mundo el agua potable o en adaptarlo a una posible época más cálida, las dictaduras comunistas china y rusa han polucionado cuanto han querido, y gracias a unas condiciones laborales paupérrimas, cuando no directamente esclavistas, han adelantado en competitividad a Occidente. La pandemia ha certificado este retraso de las democracias con respecto a las dictaduras. Y lo que nos predica Gates es más ecologismo unilateral, más desventaja aún, mientras China se hace con el mundo a un precio irrisorio.
El ensayo de Lee Smith que citábamos al comienzo prueba que el partido chino–china class– en Occidente nació en tiempos de Kissinger, pero que fueron las desregulaciones unilaterales de los USA con Clinton lo que trajo la deslocalización masiva de empresas y la creciente dependencia de China que hemos comprobado trágicamente ante la pandemia… venida de China. La Agenda 2030 es un proyecto totalitario de imponer una doble dictadura: la de los treinta tiranos de Silicon Valley y la del tirano Xi Jinping. Hay que organizar una resistencia implacable, sin cuartel, contra el vegetirano Bill Gates o contra el comunista Garzón, que pretende denominar comida basura al sacratísimo jamón.
Fuente: https://www.libertaddigital.com/opinion/federico-jimenez-losantos/el-vegetirano-bill-gates-y-los-treinta-despotas-de-silicon-valley-6711733/