Con un plazo irrealizable —no para él, claro—, el, probablemente, creador más importante de la industria relojera, Gérald Genta, alumbró el Royal Oak. Una leyenda que celebra su 50º aniversario con una importante novedad.
A.S.V. / VANITY FAIR
Cuenta la leyenda —porque este reloj desde luego lo es— que Georges Golay, el entonces director gerente de Audemars Piguet, llamó a Gérald Genta poco antes de que se inaugurase la feria Swiss Watch Show de Basilea (que con el tiempo acabaría dando lugar a Baselworld) de 1970 y le dio una noche para crear el que se convertiría en uno de los modelos más célebres de la casa fundada en 1875: el Royal Oak, de cuyo lanzamiento se conmemora este año —y por todo lo alto, claro— el 50º aniversario.
En aquel momento la industria relojera afrontaba la denominada crisis del cuarzo provocada por los relojes que llegaban desde Japón y eran más precisos y, sobre todo, baratos que los mecánicos. Un desafío que desde la histórica sede de Audemars Piguet en Le Brassus, en el corazón del Valle del Jura —también conocido como el Valle de los Relojes por la concentración de manufacturas— decidieron afrontar de una forma insólita, pero que se demostró eficaz: con un reloj de acero que costaba más que los de oro —The Wall Street Journal llegó a calificarlo como “el reloj más complicado y caro del mundo”— y cuyo diseño deportivo resultaba absolutamente audaz, ya que no tenía nada que ver con los modelos en oro y extrafinos que se ofertaban entonces. He ahí otra de las peculiaridades del Royal Oak: su tamaño. El original presentaba una caja de 39 milímetros totalmente inusual para la época, y que le valió el sobrenombre de Jumbo. El modelo pronto se convirtió en un éxito y en el favorito de celebridades como el actor Alain Delon, el magnate Gianni Agnelli o el modista Karl Lagerfeld.
Dicen que Genta (Ginebra, 1931-2011) solía caminar a menudo por los alrededores del lago Lemán y que, en uno de sus paseos, se cruzó con un buzo. La escafandra le inspiró las líneas maestras del Royal Oak: el bisel en forma de portilla y los tornillos. Y es que, como todo genio que se precie, nunca dejaba de crear. Así pudo cumplir hasta el plazo más irrealizable.
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