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El origen de los regalos: ¿Dar sin recibir nada a cambio? | La Lectura

Un refrán esquimal dice que el obsequio crea esclavos del mismo modo que los latigazos crean perros. Desde los fenicios hasta las Navidades actuales, pasando por las saturnales romanas, el agasajo ha sido una herramienta humana fundamental.


ILUSTRACIÓN: ULISES CULEBRO

DARÍO PRIETO / LA LECTURA

Los fenicios fueron seguramente los primeros en reconocer el poder de los regalos. Por encima de la generosidad del obsequiador o de la ilusión del obsequiado, el agasajo era para aquellos mercaderes una triquiñuela con la que obtener ganancias posteriores. Según el investigador Mark Cartwright (‘El comercio en el mundo fenicio’, 2016), regalar productos de lujo a los pueblos que visitaban en sus expediciones por el Mediterráneo puede considerarse «un intento deliberado de crear una demanda de más artículos de este tipo» que luego les ayudaría «a adquirir los recursos locales que codiciaban», como contraprestación.

Las actuales reglas de protocolo establecen que el regalo tiene que ser desinteresado, un fin en sí mismo. Sobre todo en Navidad. Sin embargo, todo el que ha sufrido las colas y los agobios de un centro comercial mientras suenan villancicos -y se pregunta «qué hago aquí»- es consciente del complejo ritual que rodea el obsequio.

Desde el materialismo cultural se han buscado teorías sobre lo que nos lleva a entregar algo al otro. En ‘Vacas, cerdos, guerras y brujas’ (1974), el antropólogo Marvin Harris explicaba que en las sociedades igualitarias de cazadores-recolectores, el regalo no estaba bien visto. Así, para los semai de Malasia era de mala educación dar las gracias cuando un cazador distribuía en partes iguales la carne de un animal entre sus compañeros. El etnólogo canadiense Richard Borshay Lee contaba algo parecido de los bosquimanos del Kalahari cuando quiso agradecerles la hospitalidad comprándoles un buey para que lo sacrificaran por Navidad. «¡Si sólo es huesos y pellejo!», refunfuñaron en la tribu. «Nos lo comeremos igual, pero nos iremos a dormir con las tripas rugiendo». Una vez dieron cuenta del animal y celebraron su carne exquisita, explicaron a Lee por qué le habían hablado así: era su manera de evitar que el veneno del orgullo entrase en el donante y que éste considerase a los demás inferiores.

Los esquimales tienen un dicho: «Los regalos crean esclavos del mismo modo que los latigazos crean perros». Harris advierte ahí que el deseo humano de corresponder (y ser correspondido) puede dar lugar a muchos problemas. «Es el dilema que se nos plantea en Navidad cuando intentamos recurrir al principio de reciprocidad al elaborar nuestras listas de compras. El regalo no puede ser ni demasiado barato ni demasiado caro; y, sin embargo, nuestros cálculos deben parecer totalmente casuales, por lo que quitamos la etiqueta del precio».

CAMINO DE ROMA


Director general de Bibliotecas, Archivos y Museos del Ayuntamiento de Madrid, y autor de ‘Latin lovers’ y el reciente ‘Pequeña historia de la mitología clásica’ (Espasa), Emilio del Río traza para La Lectura una línea que conecta la noche de Reyes católica y los regalos bajo el árbol de Navidad de la tradición protestante con la Antigua Roma. «Los romanos tenían la Saturnalia, unas fiestas dedicadas al dios Saturno. Comenzaban el 17 de diciembre y duraban hasta el 23, que marcaba el final del año», relata. «El último día se celebraba un intercambio de regalos entre familiares y amigos. Y se acompañaban de unos versitos a modo de dedicatoria, que daban más valor a los regalos. Marcial, el gran poeta hispanolatino, se ganaba la vida escribiendo estos versos por encargo. Y, a través de dos recopilatorios, sabemos qué se regalaba, cual catálogo de El Corte Inglés: dulces, delicatessen, vino, cosméticos, adornos para el pelo o libros de Homero y Virgilio: los best seller de la época».

De igual forma que el cristianismo se apropió de las saturnales, el capitalismo ha ido generando su liturgia en torno a fechas como San Valentín o el Día del Padre. En su estudio ‘La cultura del obsequio: ¿Qué esperan los consumidores de los contextos comerciales y personales?’ (2013) los investigadores Carmen Antón, Carmen Camarero y Fernando Gil, de la Universidad de Valladolid, apuntan que «a pesar del carácter comercial de estos eventos, son ocasiones en las que todo el mundo espera recibir algo. La decepción por no recibir nada no es sólo interna, sino que también está ligada a una imagen social«.

Fenicios, romanos, esquimales, semai, bosquimanos… Al final todos acabamos, como proclama el artista y cineasta Banksy (‘Exit through the gift shop’, 2010), en la tienda de souvenirs.

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2023/12/11/65720716e85eceec1b8b4594.html

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