Todos los niños lakota aprenden a una edad temprana quiénes son sus ancestros, de manera que Ernie LaPointe sabía ya desde su infancia que era el bisnieto de Toro Sentado. Sin embargo, muchos lo ponían en duda hasta que una prueba de ADN demostró que, en efecto, por sus venas corría la sangre del mítico jefe lakota asesinado por la policía de la agencia india hace 135 años.
Ferran Barber / CRÓNICA
Ernie nació hace 76 años en Pine Ridge, que es una de las reservas sioux establecidas en virtud del Tratado de Fort Laramie (1868), la más icónica, de hecho, junto a Standing Rock, que es donde su bisabuelo Tatáka Íyotake (nuestro Toro Sentado) fue abatido a balazos el 15 de diciembre de 1890 durante la gresca entre sus partidarios y la policía de la agencia india que desencadenó su intento de arresto. Algunos de sus seguidores dispararon contra los hombres que venían a detenerle y, en respuesta, el teniente Bull Head y el agente Red Tomahawk abrieron fuego contra el jefe sioux y le alcanzaron en el pecho y la cabeza. En 1953, los descendientes de Toro Sentado exhumaron lo que se tenía por sus restos y los enterraron nuevamente junto a Mobridge, Dakota del Sur, cerca de su lugar de nacimiento.
Fueron las visiones del bisabuelo de Ernie LaPointe las que inspiraron la mayor victoria de la historia de un pueblo indio de Norteamérica sobre el Séptimo de Caballería. En el transcurso de la batalla de Little Bighorn, una coalición de lakota sioux, cheyennes del norte y arapahoes dirigida por Caballo Loco y el jefe Gall humillaron y derrotaron al general Custer. El enfrentamiento armado tuvo lugar entre el 25 y el 26 de junio de 1876 a lo largo del río Little Bighorn, en la reserva india Crow, situada en el sureste del Territorio de Montana. Los blancos no se lo perdonaron nunca. Fueron su ira, su arrogancia y su rencor las que a partir de entonces terminaron de consolidar el estereotipo del indio como un salvaje bárbaro.
Los días libres de los sioux estaban ya contados. Y al frente de ese pueblo durante aquella época oscura en que el ejército estadounidense incrementó el acoso sobre sus tierras ancestrales se hallaba justamente el líder espiritual de los lakota, Toro Sentado, a la sazón elegido jefe supremo de toda la nación. Antes de ser asesinado, pasó algún tiempo en el exilio canadiense e incluso formó parte algún tiempo del espectáculo de Buffalo Bill. De acuerdo a los estándares lakota, ser bisnieto de aquel nativo de porte elegante y rictus severo es exactamente igual que descender del rey de Francia.
Ernie creció en Rapid City, una pequeña ciudad de unas 68.000 personas situada en el condado de Pennington (Dakota del Sur). Su padre, Claude LaPointe, trabajaba en un almacén de madera y su madre, Angeline Spotted Horse, era ama de casa. Ambos murieron jóvenes. Cuando tenía 10 años, la perdió a ella por culpa del cáncer. Y a los 17 murió el padre de un ataque al corazón. Ernie siempre supo que mamá era la nieta de Tatáka Íyotake porque, tal y como afirma, a todos los chiquillos lakota se les introduce a sus ancestros desde muy jóvenes. «Podíamos rastrear perfectamente nuestro árbol genealógico porque también tenemos nuestra propia documentación lakota», dice a Crónica el bisnieto de Toro Sentado. «Luego, además, el Instituto Smithsonian volvió a investigar después mi árbol genealógico».
UN PARENTESCO MÁS QUE DEMOSTRADO
Lo cierto es que, a pesar de ello, muchos lo ponían en duda, incluso entre los propios indios porque no faltaban candidatos a arrogarse el honor de ser los descendientes del jefe espiritual de los lakota. Lo que vino a disipar todas las dudas fue una prueba de ADN llevada a cabo por un equipo de científicos dirigido por el profesor Eske Willerslev, de la Universidad de Cambridge, y el Centro de Geogenética de la Fundación Lundbeck en Dinamarca. El logro fue posible gracias a una nueva técnica que permite obtener información genética útil a partir de una muestra pequeña o fragmentada de ADN antiguo.
En este caso, recurrieron a un mechón de cabello. «Tras su asesinato, el Instituto Smithsonian fue el encargado de custodiar su pelo. En 2009 nos lo entregaron para que lo repatriásemos», relata. Junto a ese cabello, LaPointe solicitó también a la institución la devolución de unas polainas de su bisabuelo. «Fue a buscarlo el funerario de Standing Rock y luego se lo entregamos a los expertos europeos en ADN».
Durante algún tiempo, se había especulado con varios posibles lugares de enterramiento de Toro Sentado. Ernie no tiene ninguna duda de que «hay sólo una tumba, la situada en Mobrige».
Los menos sorprendidos por los resultados de la prueba de ADN divulgados en octubre de 2021 fueron Ernie y el resto de su familia. Lo extraordinario de esta historia es que, aunque Ernie siempre supo quién era, lo ocultó durante mucho tiempo siguiendo el consejo de su madre. «Ella fue amenazada por la gente de la reserva de Standing Rock», asegura LaPointe. «Incluso le golpearon en cierta ocasión en las calles de Rapid City por ser la nieta de quien era».
Sus tres hermanas Marlene Little Spotted Horse Andersen, Ethel Little Spotted Horse Bates y Lydia Little Spotted Horse Red Paint han fallecido ya, de manera que eso le convierte en el último de los descendientes vivos dispuestos a portar la herencia. «Tengo hijos, nietos y muchos sobrinos y sobrinas, pero ninguno quiere ser conocido como descendiente de Toro Sentado porque desean vivir sus vidas en paz y armonía», comparte Ernie.
Él mismo atravesó a lo largo de su vida duros procesos personales, antes de reconciliarse nuevamente con sus raíces. El más duro fue posiblemente su participación en la guerra del Vietnam. A los 18 años, LaPointe se unió al ejército y estuvo destinado en Corea, Turquía, Alemania y varios lugares de los Estados Unidos. En Vietnam estuvo durante 1970 y 1971 y fue dado de baja con honores en 1972. A su regreso a casa, comenzó una época convulsa marcada por un trastorno de estrés postraumático que, a su vez, lo puso en manos del alcohol y de la marihuana. Llegó a la postre a convertirse en un sintecho.
Fue un largo camino el que tuvo que recorrer para sanar y en esa lucha tuvo un papel fundamental el reconectar con su cultura y las prácticas espirituales de sus antepasados. Ernie es practicante de la llamada danza del sol, que es como se conoce a un ritual practicado por algunos nativos americanos en los Estados Unidos y Canadá, en su mayoría conectados a las culturas de las llanuras. En torno a esa danza se ha afianzado también un nuevo movimiento dentro de las religiones nativas americanas. Originalmente, los hombres jóvenes lakotas bailaban durante varios días y noches sin comer ni beber nada.
Durante mucho tiempo, los lakota tuvieron que bailar de forma clandestina porque tanto el gobierno de Estados Unidos como el de Canadá prohibieron esa danza, al igual que el potlach de los pueblos del noroeste del Pacífico, con la esperanza de borrar del mapa cualquier traza de cultura nativa. Canadá levantó esa prohibición hace 75 años pero en Estados Unidos hubo que esperar hasta 1978 para que se protegieran los derechos religiosos tradicionales de los nativos americanos, los esquimales, aleutianos y los nativos hawaianos.
«¿Que si tuve que aprender la danza del sol?», repregunta Ernie. «No, yo no la tuve que aprender porque es parte de mi cultura. ¿Acaso no le transmitieron a usted sus padres y sus abuelos la suya? Yo soy un lakota. Es decir, una persona que no es blanca. Y nosotros nos tomamos muy en serio nuestra cultura. O si lo quiere de otra forma, fui criado en nuestra antigua forma tradicional y eso incluía nuestra espiritualidad», comenta con orgullo.
«Al mismo tiempo, lo que sí tuve que aprender a lo largo de mi vida fue a buscar una manera equilibrada de armonizar el mundo del hombre blanco con mi forma de existencia lakota», apunta Ernie LaPointe. Toda esa historia de mi gente me llegó por ambos lados. Tanto de la parte de mi padre como la de mi madre. Pero, por otro lado, si uno es espiritual y humilde, no hay necesidad de enseñanzas. Uno sabe de alguna manera qué hacer y cómo vivir. La honestidad es la clave y en lo que a mí respecta, llevo ahora mismo una vida humilde y veraz. Es decir, una vida honrosa».
LAS SECUELAS DE LA GUERRA DE VIETNAM
«¿Y se sentía usted cómodo combatiendo con el ejército que mató a su bisabuelo y acabó con su gente?», le preguntamos a Ernie. «Gracias por recordarme el momento más oscuro de mi vida, que fue precisamente mi participación en la guerra de Vietnam. Claro que esa guerra no sólo me pasó a mí. Hay miles de veteranos que todavía viven hoy en día por las calles. Matar a un ser humano es algo que persigue durante toda su existencia a toda persona con el alma intacta».
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Hace ya muchos años que LaPointe pasa gran parte de su tiempo hablando de su herencia en universidades, museos y festivales de cine sobre la historia de Estados Unidos y el resto del mundo. Siempre ha habido un sector más irredento entre los lakota, como el fallecido líder libertario sioux Russell Means que ha reprochado a parte de su gente y a los consejos tribales de las reservas su sometimiento al hombre blanco y a sus leyes. El actor amerindio que en su día encarnara al jefe Chingachgook en El último mohicano murió en octubre de 2012 de un cáncer de esófago dejando tras de sí un legado activista que inevitablemente invita a describirlo como el Malcolm X de los lakotas. Él mismo fue comparado frecuentemente con Toro Sentado.
Así que confrontamos a Ernie con la aparente paradoja de que el bisnieto de un líder asesinado por una policía creada por el hombre blanco terminara sirviendo en el ejército que diezmó a su gente y a punto estuvo de aniquilar toda su cultura. Fueron precisamente indios asimilados quienes mataron a su bisabuelo. «Yo no estoy en política», responde. «Vivo solamente mi vida espiritual. Pero si me pregunta sobre ello, ciertamente, no me siento leal a ningún gobierno. No importa quién esté al frente de la Casa Blanca o de cualquier otro país. No tienen honor y faltan siempre a la verdad».
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2025/01/17/67815b1cfdddff315c8b45c1.html