Escritores, músicos, actores y periodistas recuerdan lo que el italiano significó para su obra y para su vida
ABC
Ha muerto Franco Battiato, una de las figuras imprescindibles de la música contemporánea. El italiano, enfermo desde hace algún tiempo, ha fallecido en su residencia de Milo (Catania, Sicilia), pero el lamento por su pérdida se extiende por toda España, donde era un ídolo.
Miqui Puig, músico:
Los veranos en la piscina de Cal Arenys fueron escuela sin saberlo. En ella siempre había música de los mayores, de la generación anterior, caídos en parte hoy. Ellos traían música en directo (¿quién observaba con el bañador mojado y tiritando por la tarde las pruebas de sonido de conciertos que por edad estaban vetados parentalmente?), y en esos veranos sonaban Battiato y Grover Washington Jr. con la voz de Bill Whiters. Whiters y Battiato: dos maestros, dos altares en casa, dos tipos honestos. Comprometidos y luchadores. Bill el año pasado y hoy Franco. Me he puesto a llorar porque llevo semanas con el ‘Ábrete Sesamo’ en el coche. ¿A santo de qué lo llevé hacia allí de nuevo, qué buscaba? Vivan las salas de la Lombardía los domingos por la tarde donde se divertían obreros y sirvientas. Viva Franco Battiato.
Agustín Fernández Mallo, escritor:
Creo que lo que define a Battiato excede a su música, era lo que se entiende por un iluminado, en el mejor sentido de la palabra; desplegaba su sensibilidad en toda clase de materias y ámbitos, música, pintura, escritura o religión, y en todas dejaba algo valioso, algo que las iluminaba -en cuanto a ese tan personal eclecticismo artístico/espiritual, el paralelismo más cercano que se me ocurre es el de Luis Eduardo Aute-. Cuando a mediados de los años 80 su música irrumpió con carácter masivo, me sorprendió que llegara a toda clase oyentes. El conductor de bus silbaba sus temas, también el sofisticado melómano de club, o el joven que no ba más allá de la música pop. Eso habla del acierto de la complejidad de su obra. Se le tiene por autor de un sonido exclusivamente blando, new age, pero si se escucha atentamente en su música hay raíces de rock progresivo, de música sacra, del dodecafonismo o de la abstracción electrónica. Un artista complejo y total.
Miqui Otero, escritor:
Tengo seis años y estoy sentado frente a la tele Grundig: 23 de marzo de 1987. El neón de Tocata parpadea en la pantalla y yo abro los ojos. Sobre todo cuando aparece ese tipo con americana y gafas enormes y nariz Etna, sentado en un taburete, que me dice que quiere verme bailar. Yo, muy empollón entonces, bailo. Yo, triste ahora, recuerdo ese momento.
Franco Battiato era la prueba de que lo popular es sofisticado y lo humilde rico. Es la radio encendida mientras se aliña la ensalada fresca y es la mitología clásica bajo los banderines de fiesta de la verbena. Sabe que vistos desde el espacio exterior somos simples ácaros, pero que mirados a la cara podemos ser importantes. Y también que «la música es un sentimiento popular / que nace de mecánicas divinas». Es el sabio que, como quería Nietzsche, sabía bailar. O que sabía hacernos bailar. Es el estribillo en los años del plomo y el collage de todo lo que importa. Es el dibujo, ese truco visual, de si es una joven o es una vieja, según lo mires, y al final es lo que tú quieras que sea. Y es el genio que incluso compuso su canción de despedida, que cantó aquel mismo día en Tocata ante el enano de seis años: «Nómadas que buscan los ángulos de la tranquilidad / Camiante que vas buscando la paz en el crepúsculo / La encontrarás, la encontrarás al final de tu camino».
Lorenzo Silva, escritor:
Sonabas en el autobús que me llevaba a la universidad, ‘La stagione dell’amore’, y yo aún no tenía veinte años, estaba en esa estación y esa era la música que me la evocaba y que la impregnó para siempre (también en sus reediciones posteriores). Me gustaba tu voz, tan sin alardes, tus letras, que sí eran un alarde pero a la vez, si uno las sabía leer, eran la cosa más humana y más cálida y más sencilla. Basta para comprobarlo escuchar la más honda de todas, ‘L’ombra della luce’, que no cesa de sonar en mi cabeza este 18 de mayo en que la luz de tu mirada se hace eterna. Y te volví a encontrar tantas veces… Cada vez que sentí dentro de mí ‘L’animale’, cada vez que fui uno de esos ‘Nomadi’ a los que cantaste, cada vez que perdí y recobré mi ‘Centro di gravità permanente’. Con ‘La cura’ le pusiste la mejor música posible a una novela, en la que un hombre desbordado por los acontecimientos y el regreso de su pasado entiende que su primera misión es proteger a otros, entre ellos la mujer un día amada, aunque ya no esté con él ni seguramente vaya a volver a estarlo. Me trajiste suerte, un premio gordo y un porrón de lectores. Y cada vez que escucho tu versión insuperable de aquella maravillosa canción de Dalida, ‘Il venait d’avoir dix huit ans’, vuelve con ella la luz del Mediterráneo, junto al que la oía cuando viví junto a él, en esa paz y esa libertad que ahora estorban los airados adalides de lo pequeño. Tú eras todo lo contrario, un sereno apóstol de lo universal.
Gracias por tanto, Franco Battiato. Nunca podremos devolverte la deuda. Tampoco lo esperabas, ni nos la reclamaste nunca. Por eso eras —eres— tan grande.
Luis Alberto de Cuenca, escritor:
Franco Battiato era un personaje extraordinario, un puntal en la música contemporánea. Siempre lo escuché con interés y complicidad. El carisma de su voz era inconfundible e incuestionable. Tenía una personalidad extraordinaria, una personalidad que muy pocos logran exhibir en el mundo de la música.
Marta Fernández, periodista y escritora:
Tenía 14 años y había ahorrado para comprar un disco de Battiato. LP los llamábamos. Pero en el caso de aquel vinilo, LP no significaba long play, sino libertad y poesía. Porque la música de Battiato venía cargada de palabras prodigiosas, de imágenes inesperadas que parecían contener todas las leyendas del Mediterráneo, todos los mitos de la cultura europea. Battiato era un místico, un filósofo, una matrioshka de lejanas sabidurías. Siempre pensé que si no hubiera existido, Umberto Eco lo habría inventado.
Con su música aprendí que existía un lugar llamado Perspectiva Nevski, que la estación del amor iba y venía, que llevamos dentro animales que no nos dejan ser felices o que el dolor puede tener la forma de un camello atrapado en un canalón. Pero sobre todo, con su música me emocioné. Y todavía, muchos años después, soy incapaz de escuchar L’Ombra della luce sin derramar una lágrima.
En los días más oscuros, Battiato siempre me ha recordado que un caminante puede encontrar la paz en el crepúsculo. Esos dioses de aquí y de allá, de antes y de después, a los que cantó, le están esperando para concederle al fin la tranquilidad al final de su camino. A nosotros nos queda su voz: un océano de metáforas siempre en calma.
Gonzalo Eizaga, guitarrista de McEnroe:
Franco Battiato me ha acompañado desde los seis años. Era verano, y mi padre grabó un vídeo con la canción de ‘Nómadas’ de fondo. Es uno de esos vídeos de recuerdo de la infancia. A los catorce me compré un recopilatorio de su obra, y después fui indagando en su figura, en lo que hacía en los años setenta. A través de sus letras llegué a la cultura oriental. Me sirvió para abrirme a otros campos. Era tan ecléctico, tan personal, que su estilo resulta inimitable. Su último disco lo tengo en vinilo, dijo que iba a ser el último, pero yo no sabía que tenía alzhéimer. Es una pena, pero ha dejado tanto que nos deja completos.
Ignacio Peyró, periodista y escritor:
Allá entre la gomina y los fosforitos de los videoclips de los ochenta, Battiato lograba llamar la atención por el puro contraste de un aire reconcentrado, de formalidad casi fúnebre. Al modo de otro gran serio -Leonard Cohen-, lo suyo no era un anacronismo buscado o una pose irónico-esteticista de new romantic: era un artista, y un artista es una voz que no ha de reflejar las supersticiones o los manuales de estilo de su tiempo, incluyan estos lycras y hombreras o pantalones pata de elefante y flores en el pelo. Lo notable -lo mejor- de Battiato es esa rareza: que un músico, entre riesgos y experimentalismos, llamado a ser conocido por pocos, llegase a tantos.
Quizá sea que cumplía -él sí- con esa autenticidad que buscamos porque nos falta. La mercadotecnia intenta recrearla en vano, aunque cada vez logra, con más éxito, hacer pasar el Ersatz por lo auténtico. Ahí Battiato era un consuelo: durante años intenté buscar la doble vuelta, el truco, a lo que parecía ser una paella mixta de exotismo y culturalismo, pero no había secretos: había que rendirse con satisfacción, Battiato era tan bueno como parecía. Y ni siquiera exigía -aunque ha generado un culto minucioso- que le compráramos todas sus excursiones por la vanguardia: siempre tuvo esa misericordia última que ha de tener la música para poder cantarla en voz alta o hacer que, pese a todo, el atasco sea un milagro.
Sergi Doria, periodista y escritor:
Lo descubrí en los ochenta, seducido por aquella versión discotequera del ‘Cucurrucú Paloma’. Gafas oscuras cómodamente instaladas sobre la nariz aguileña, Battiato evocaba el Mediterráneo del reino de las Dos Sicilias en ‘Risveglio di primavera’: «Ver bailar flamenco era una experiencia sensualísima». Comparaba Venecia y Estambul y D’Annunzio montaba a caballo «con fanatismo futurista». Viajaba, suave cadencia, en los trenes de Tozeur. Nos hacía danzar como los derviches. Otras veces aparecía la gélida Perspectiva Nevski, con Nijinski y los balés rusos. Le gustaba insertar estribillos en inglés -propósito inequívocamente paródico-, mientras escudriñaba en el espacio mundos lejanos. Pocos como él unificaron el amor y la mística en la tradición de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz en canciones como ‘E ti vengo a cercare’. Incorrecto y nietzscheano, Battiato enarboló la bandera blanca contra la «inmundicia musical», los «programas demenciales con tribuna electoral» y la «mísera vida de los abusos de poder». Seguiré escuchándolo. El antídoto de la belleza contra los idiotas del horror.
Aloma Rodríguez, periodista y escritora:
Llegué a Battiato por la parodia de Martes y trece, quizá por eso está ligado al humor en mi cabeza, también porque en sus canciones hablaba de eras del jabalí blanco, señoras con paraguas con papel de arroz y de balineses en días de fiesta. Pensábamos que sería eterno porque sus canciones lo son, nos han acompañado y lo seguirán haciendo. Entre sintetizadores y disfrazadas de pop, Battiato nos habla de filosofía, de anhelos y de amor, del paso del tiempo y de la cura para la melancolía. Gracias por todo.
Jesús Fernández Úbeda, periodista:
El concierto que Franco Battiato celebró el 18 de julio –imaginen el pitorreo que dio de sí la fecha– de 2017 en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid fue un ejercicio de hipnosis colectiva cargado de belleza, elegancia y emoción. Recuerdo que la lagrimita me asomó con ‘L’animale’ y que salté más que Cristiano Ronaldo en un córner cuando interpretó ‘Voglio vederti danzare’. Al poco, el genio siciliano sufrió una caída en su casa, se rompió el fémur y la cadera, suspendió varios conciertos en Italia y se recluyó. Su despedida discográfica fue ‘Torneremo ancora’. Anhelaba morir o, mejor dicho, transitar: creía absolutamente en la reencarnación, estaba cansado de esta existencia y, manteniendo «la actitud de un viajero que vuelve a casa», no veía la hora de transformarse –en a saber qué–. Con su arte, a muchos nos cambió la vida. No hiperbolizo cuando afirmo que a mí no se me podría entender sin Battiato. Y de pocas personas se puede decir eso.
Pancho Varona, músico:
Franco Battiato ya está de viaje en busca de su centro de gravedad permanente. Descansa en paz.
Tristán Ulloa, actor:
«La estación de los amores
Viene y va
Y los deseos no envejecen
A pesar de la edad…»
Eros Ramazzotti, músico:
«Ironía, sabiduría, inteligencia infinita, genio. Te extrañaremos mucho, maestro, pero tu arte permanecerá para siempre»,
Fuente: https://www.abc.es/cultura/musica/abci-mundo-cultura-llora-muerte-franco-battiato-artista-complejo-y-total-202105181145_noticia.html