Sherlock Holmes, el gran detective racionalista, ha servido de arquetipo para muchos otros detectives novelescos. El personaje de Sir Arthur Conan Doyle hace uso de sus potencias intelectuales y refleja los valores de la sociedad industrial.
IÑAKI DOMÍNGUEZ / ETHIC
Sherlock Holmes es el gran detective racionalista que ha servido de arquetipo para muchos otros detectives novelescos posteriores. No fue el primero, sin embargo. Auguste Dupin, personaje de Edgar Allan Poe, es la figura primordial y modelo original en cuanto a este tipo de narraciones modernas se refiere.
Si atendemos al mundo real, de la no ficción, la inspiración para el Sherlock Holmes de Conan Doyle es Joseph Bell, cirujano y profesor escocés que impartía clases en la facultad de Medicina de Edimburgo, para quien trabajó Doyle, con quien trabó conocimiento en 1877. Como Bell, Holmes deducía conclusiones a partir de datos concretos observados. Por lo visto Doyle quedó impresionado con las habilidades de Bell a la hora de «adivinar» ciertas cosas a partir de datos de la experiencia que a él le resultaban inocuos. No obstante, algo de Holmes tendría también el propio Doyle para poder crear a su personaje y describir los vuelos de su poder deductivo. Es posible que hubiese algo del clásico detective en ambos, algo que el propio Bell sugirió cuando dijo a su amigo por carta que, en realidad, él era la verdadera inspiración para su personaje.
Sherlock Holmes es el gran elucubrador, quien hace uso de las potencias intelectuales para descubrir al inductor y ejecutor de un crimen. Aunque en las novelas de Doyle se dice que Holmes había sido boxeador, su herramienta primordial (e hipertrofiada) de trabajo es la especulación mental, el método deductivo. Lo que hace el viejo detective inglés consiste en sacar conclusiones generales a partir de unos hechos dados o una serie de fenómenos materiales. Como diría Heidegger, el fenómeno es «aquello que se muestra», aquello que tiene un visibilidad manifiesta. Sherlock Holmes revela lo desconocido u oculto (los asesinos y sus motivos) a partir de tales hechos manifiestos (muy a pesar de que los perpetradores coloquen falsas pistas o traten de confundir al investigador para que especule en direcciones equivocadas).
Un dato interesante que no debemos olvidar es que Sherlock Holmes era adicto a la cocaína, que se suministraba a sí mismo por vía intravenosa; práctica recién introducida en Europa y el mundo en la segunda mitad del siglo XIX, defendida inicialmente por figuras como Sigmund Freud. Es, de hecho, dicha droga la que hace que su mente opere con tanta rapidez y eficiencia. Gracias a ella es capaz de conjeturar a toda velocidad y en muy diversas direcciones. Holmes, además, era usuario habitual de la morfina. Lo cierto es que era todo yonqui del siglo XIX, tiempo en que tales drogas eran legales.
Posteriormente a este famoso detective, surgieron durante el siglo XX otras figuras similares fruto de las mentes de autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Sus detectives se veían envueltos en tramas complejísimas y eran también adictos a sustancias, en este caso al alcohol. Lo cierto es que las novelas de estos autores no han envejecido tan bien como las de Conan Doyle, puesto que sus tramas son mucho más difíciles de seguir. Las historias de Sherlock Holmes perviven gracias a la elegancia y pulcritud de los argumentos ideados por su padre literario.
Sherlock Holmes representa el reflejo de la nueva sociedad industrial y la omnipotencia o poder decisivo del racionalismo frente a la fuerza bruta. Es la tecnificación de la sociedad y la relación entre poder y ciencia la que establece los caminos a seguir por la ciudadanía, junto con la estructura misma de las sociedades occidentales. Este modelo sigue siendo el prevalente, aunque se hable de sociedades posindustriales. Sigue siendo la razón y la técnica la herramienta esencial que todo lo gobierna, de la cual se sirve el poder para manipular y dominar la naturaleza y el mundo. Como suele decirse, «más vale maña que fuerza».
De este modo, pues, no deberíamos dejar de reconocer que, muy probablemente, la persona de Sherlock Holmes habrá de imperar en el imaginario colectivo siempre y cuando dicho modelo sea también el dominante en la sociedad; y siempre y cuando nuestra forma de escribir y leer no se desvíe en demasía de los patrones actuales, los cuales se ajustan maravillosamente a la elegancia estructural y narrativa presente en la prosa de Sir Arthur Conan Doyle.
Fuente: https://ethic.es/2023/11/el-mito-de-sherlock-holmes/