Los iraquíes reciben hoy al Papa en el norte del país, donde cientos de libros sagrados esquivaron la destrucción de los yihadistas escondidos tras una falsa pared de cemento
JAVIER ESPINOSA / Irak / EL MUNDO
Los extremistas se emplearon de forma sistemática. Usaron martillos para arrancar las figuras, las cruces y las inscripciones en lengua siriaca esculpidas en la piedra. Decenas de ellas. Cuando llegaron a la recreación de San Behnam montado a caballo y pisoteando al diablo recurrieron al taladro hasta desfigurar el grabado. Lo mismo hicieron con el de la hermana del venerado mito cristiano, Sara, situado en un pilar adyacente.
«¡Eran tallas con cientos de años! ¡Este monasterio comenzó a construirse en el siglo IV!», exclama el padre Yusef Sakat mientras pasea por el patio del habitáculo religioso. Se detiene cada pocos metros y señala los huecos vacíos que antes ocupaban obras de arte de valor incalculable.
Al mismo tiempo que eliminaban los signos cristianos del edificio, los militantes hacían ondear sus banderas negras. Colocaron la más grande en la torre principal. Los muros comenzaron a llenarse de pintadas religiosas y otras que confirmaban la nueva realidad a la que se enfrentaba San Behnam: «Propiedad del Estado Islámico». «Abrieron hasta un agujero en una de las cúpulas para usarla como una posición de francotiradores», explica el religioso.
El paroxismo de los fanáticos llegó meses más tarde, en junio de 2015, cuando decidieron volar los panteones donde se guardaban las reliquias de San Behnam y Sara. Hacía poco que habían comenzado a asolar los yacimientos arqueológicos de Nimrud y Hatra -también ubicadas en Niniveh- tras arremeter contra el invaluable legado que acogía el museo de Mosul, la capital de esa provincia.
A Sakat se le encogió el corazón cuando vio las imágenes de las explosiones que sacudían los dos mausoleos, lugar de peregrinaje tanto para cristianos como para musulmanes y yazidíes, que le atribuyen una aureola milagrosa. Pero desde su «exilio» en Suleimaniya -en el Kurdistán iraquí-, siguió rezando para que los fanáticos no descubrieran su secreto.
EL MONASTERIO MÁS ANTIGUO Y SAGRADO
La singular odisea del sacerdote sirio-católico había comenzado el 10 de junio de 2014, cuando las huestes del califato llegaron a Kheder, una localidad sita a 30 kilómetros de Mósul, donde se erige San Behnam. El superior de Sakat le había dado la opción de abandonar el templo y refugiarse en la cercana ciudad cristiana de Qaraqosh, que todavía resistía ante el avance de los fundamentalistas. El clérigo decidió quedarse junto a otros dos monjes y dos asistentes.
Nativo de Qaraqosh, Yusef había sido nombrado superior de este emblemático recinto en diciembre de 2012. El monasterio de San Behnam fue edificado a la memoria de los dos hijos de un rey asirio que mandó asesinarlos por haberse convertido al cristianismo. Su historia está vinculada estrechamente a la crónica más simbólica de esa cultura milenaria. «Este es el monasterio más antiguo y sagrado de Niniveh», apunta Sakat.
Durante 40 jornadas, el grupo de religiosos permaneció en San Behnam bajo la égida de los extremistas protagonizando una experiencia excepcional. «El primer día entraron con varios coches con altavoces, haciendo ondear sus banderas y disparando al aire. Cuando se cansaron se fueron a rezar a la mezquita de enfrente». Los monjes se habían atrincherado en el interior del amplio complejo. El séptimo día, los militantes comenzaron a aporrear el portón con sus fusiles. Fue el propio Sakat quien les abrió la puerta. «Me hablaron del Islam, nos dijeron que nos ofrecían el perdón y volvieron a marcharse».
Cuando retornaron la segunda ocasión ya no venían a discutir sobre conceptos teológicos sino simplemente a robar -«confiscar», en su argot- las 120 toneladas de trigo que se acumulaban en el monasterio producto de la reciente cosecha. La vigilancia de los militantes se intensificó con el paso de las jornadas. Establecieron múltiples controles en los accesos de la villa y arrestaron a varios miembros miembros del ejército iraquí. Nadie volvió a saber qué había ocurrido con ellos.
Tras la experiencia del trigo, la pequeña congregación de San Behnam, liderada por Sakat, comenzó a pensar en cómo salvar los 630 manuscritos y otros libros sagrados que había recopilado el centro religioso. Se trata de escritos que datan del siglo XII al XVIII redactados en lenguas tan antiguas como el propio origen de los ejemplares: siriaco, ‘garnushi’ (árabe escrito con caracteres siriacos), farsi, griego o turco.
El clérigo realizó una primera intentona cargando todos los textos en su coche junto con un kilo de oro y otros objetos venerados por la comunidad. Intentó sortear los puestos de vigilancia, pero los milicianos le detuvieron y le enviaron de vuelta al monasterio. Al cabo de varios días, el sacerdote decidió ofrecer dinero a uno de los extremistas que conocía para que le permitiera el paso. «Aceptó y quedamos en que saldría cuando me llamara por teléfono. Recibí la llamada y salí con el coche a toda prisa, pero nada más pasar el control aparecieron tres vehículos cargados con militantes. Me esposaron y empezaron a interrogarme», rememora.
EL PRIMER «MILAGRO»
Los radicales se percataron del contenido del automóvil y comenzaron a golpearle con barras de hierro. Otro le colocó una pistola en la cabeza y amenazó con disparar a menos que explicara por qué pretendía sacar esos libros del monasterio. La tesis de Sakat es que eran meros escritos usados en la liturgia de su fe sin valor alguno. Después pasaron a la escena habitual del cuchillo y el amago de decapitación. «Llamaron al emir para preguntar si tenían que cortarme la cabeza. Ese fue el primer milagro. Me dijeron: te podemos matar o liberar. Alguna fuerza superior les obligó a respetar mi vida». Sin ninguna explicación, los militantes le soltaron y le enviaron de vuelta a San Behnam.
El quinteto mantenía contacto con varios musulmanes locales que les informaban de los movimiento de las fuerzas del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés). El día 19 de julio uno de ellos llamó a Sakat y le dijo que los responsables del IS habían decidido enviar varias patrullas al día siguiente, a la una de la tarde, para poner fin a la singular presencia de monjes cristianos en territorio controlado por el grupo armado.
«Nos reunimos todos para pensar que podíamos hacer. Los manuscritos seguían apilados en el coche. A las cinco de la tarde nos pusimos a rezar buscando algún tipo de orientación espiritual». Sakat se encontraba paseando por el interior del claustro cuando vio una pequeña despensa construida debajo de una escalera. Era el lugar idóneo para construir una falsa pared y esconder todos los objetos de valor, incluidos los manuscritos. Para evitar que la humedad los destruyera, el grupo recurrió a los barriles que usaban para almacenar el trigo.
«Nos pusimos a trabajar a las nueve de la tarde aprovechando que era Ramadán y la gente del Daesh (el apodo despectivo que dan los locales al IS) estaba ocupada rezando y comiendo. Nos iluminamos con los teléfonos móviles. Teníamos que trabajar en silencio para que no se dieran cuenta de lo que ocurría. Estuvimos hasta las tres de la mañana. Limpiamos todo cuando acabamos, colocamos bombonas de gas butano vacías delante de la pared y dejamos la puerta de la despensa abierta para no levantar sospechas».
Los miembros del IS aparecieron a la 1:15, con sólo 15 minutos de retraso, sobre la hora que les habían indicado. Venían con uno de sus jefes, un emir, que les volvió a ofrecer tres opciones: convertirse, pagar la ‘yizia’ (un impuesto reservado para los no musulmanes) o marcharse del lugar. El grupo optó por irse. Les obligaron a caminar durante tres horas hasta llegar a la línea que defendían las tropas kurdas en las inmediaciones de la citada Qaraqosh. Allí todavía tuvieron que superar el brete de encontrarse entre dos fuerzas armadas. Los islamistas les habían dicho que si volvían serían abatidos por sus francotiradores y los kurdos no les permitían avanzar al no saber quienes eran.
QARAQOSH, EL «VATICANO» IRAQUÍ
La huida de Sakat y sus compañeros no concluyó en Qaraqosh, ya que esa población fue ocupada por el IS a las pocas semanas, provocando un éxodo de decenas de miles de personas hacia el vecino Kurdistán. San Behnam fue liberada en noviembre de 2016. Sakat volvió un mes más tarde. Fue entonces cuando descubrió la devastación que había sufrido el monasterio. Los fundamentalistas habían quemado la biblioteca del centro que contenía cerca de 10.000 ejemplares. Él mismo tuvo que recoger los huesos que encontró entre los escombros de la tumba de San Behnam. Sin embargo, los milicianos nunca se percataron del doble fondo de la despensa secreta. «Ese fue el segundo milagro», argumenta el monje.
La sorprendente salvación de los manuscritos de San Behnam forma parte del esfuerzo de un nutrido grupo de religiosos cristianos iraquíes que arriesgaron su integridad física durante la égida del IS para preservar los elementos más sagrados de su fe y el patrimonio de una región conocida por sus civilizaciones milenarias. El relato forma parte de las atribuladas experiencias que referirán los religiosos al Papa Francisco, que llega hoy a Irak y que el próximo domingo visitará Qaraqosh -apodado el «vaticano» del país árabe-, Mosul y Erbil, las regiones que cuentan con una mayor concentración de cristianos, una comunidad cada vez más menguante.
La iniciativa de Sakat no fue única. El propio arzobispo caldeo de Mosul, Najeeb Michael, consiguió preservar más de 800 textos centenarios salvándolos del avance del IS sobre Qaraqosh. Michael había fundado en 1990 el archivo digital de manuscritos de la iglesia oriental de Mosul. Cuándo los islamistas radicales comenzaron a multiplicar sus acciones en la segunda ciudad de Irak, en 2007, el religioso transfirió ese precioso legado a Qaraqosh -que es la principal villa cristiana del país- y cuando las fuerzas del IS se disponían a tomar esa población en 2014, los evacuó en camión y en su propio vehículo. Cuando fue obligado a dejar el automóvil y seguir a pie, repartió cajas de libros entre las miles de personas que escapaban hacia el Kurdistán.
«Las balas silbaban sobre nuestras cabezas. Pensamos que íbamos a morir. Llevaba seis cajas y no podía correr. Le dije a Najeeb, nos vas a matar por tus manuscritos», relató en su día a la agencia Afp, Watheq Qassab, uno de los personajes que ayudaron al religioso.
Uno de estos libros únicos en su género, un texto de liturgia escrito en arameo entre los siglos XIV y XV, fue presentado al Pontífice el pasado mes de febrero tras ser rescatado de la iglesia de la Gran Inmaculada de Qaraqosh y restaurado en Italia gracias a la asistencia de la organización cristiana Focsiv. «‘El libro refugiado’ (así lo han apodado los integrantes de esta agrupación) de Qaraqosh es una herramienta para contrarrestar la destrucción y el intento de genocidio cultural que se ha llevado en toda esta zona. Con la recuperación de los testimonios (escritos), también los cristianos, se puede iniciar un proceso de reconstrucción del tejido social. Es necesario volver a encontrar las raíces culturales comunes, las que a lo largo de los siglos han construido una historia de tolerancia y convivencia pacífica», refirió a este diario la presidenta de Focsiv, Ivana Borsotto, en un email.
DEVASTACIÓN TOTAL A MANOS DEL IS
Pese a que han pasado ya más de cuatro años desde la derrota del IS en Niniveh, la destrucción de la que habla Borsotto todavía es un signo constante durante el recorrido por esta región. Los datos de la devastación que sufrió Qaraqosh a manos del Estado Islámico son abrumadores. «Nos encontramos con 1.500 casas completamente quemadas, otras 500 destruidas por los bombardeos y más de 3.000 con graves daños. De las diez iglesias que había en la ciudad, tres fueron destruidas. Varias las encontramos llenas de munición. Las usaban de almacén pensando que no serían atacadas», relata Nimrud Qasha, uno de los directivos de la emisora local.
Pese a que fue renovada y consagrada una vez más en 2019, la iglesia de San Behnam -dedicada al mismo santo que el monasterio- exhibe todavía muchos de los daños que sufrió durante la égida de los radicales. Los espacios huecos que dejaron los martillos de los fanáticos o la torre del campanario tumbada a un costado del templo.
«La iglesia fue completamente quemada durante la ocupación de la ciudad», se lee en una inscripción sobre un muro ennegrecido que ha sido dejado así a propósito para «recordar sus atrocidades». «Rompieron todas las cruces porque para ellos son como un signo diabólico y todas las figuras menos esta (una representación de un pescado). No sabemos cuál fue la razón. El IS no tiene ninguna lógica», manifiesta el Petros Sheto, el sacerdote sirio católico responsable de este lugar. Sheto afirma que gran parte de los libros sagrados del templo se salvaron porque los extremistas no tuvieron tiempo de quemarlos. «Los encontramos apilados, preparados para prenderles fuego», apostilla.
No lejos de allí se encuentra el edificio usado por Najeeb Michael como sede del archivo digital de manuscritos cuando se trajo todos los escritos desde Mosul, que permanece abandonado y con parte de los muros marcados por el fuego que lo consumió. «Hemos estado aquí», se lee en una pintada con tinta negra junto a otra vinculada al ideario del IS. El templo del cementerio de Qaraqosh también sigue siendo un esqueleto vacío. Pura ruina con una enorme cruz de cemento partida sobre el suelo.
UN «MUSEO» DEL HORROR
Los responsables de la iglesia de la Gran Inmaculada han decidido recolectar parte de los objetos dañados por el IS y crear un pequeño «museo» -así le llaman- que enseñarán al Pontífice, que tiene planeado visitar este edificio, el mayor de Qaraqosh. Allí se pueden ver desde candelabros retorcidos por el fuego, a libros de liturgia chamuscados, cruces rotas o un niño Jesús decapitado junto a varios cargadores de kalashnikov.
Durante los años en los que los islamistas gobernaron esta villa, la catedral terminó convertida en galería de tiro, menciona el padre Ammar Yako, uno de los responsables del habitáculo. Yako aclara que no han rehabilitado todo el edificio con el propósito de que el Pontífice pueda imaginarse el «vandalismo» al que se vio sometido.
Las calles de Qaraqosh se encuentran repletas de obreros y fuerzas de la policía que pululan en torno a la Gran Inmaculada ultimando los preparativos para la llegada de Francisco. Antes de la ofensiva de los extremistas Qaraqosh contaba con más de 50.000 habitantes, en su amplia mayoría cristianos. Ahora no superan los 20.000, un número inferior incluso al que se registró tras el retorno que siguió a la liberación de 2016.
Pese a su persistencia y la misma visita papal, los residentes de este enclave no abundan en opiniones optimistas sobre el futuro de los cristianos en Irak. John Jaddayah, presidente del Movimiento Asambleario Siriaco, un partido cristiano instalado en Qaraqosh, recuerda que el viaje del Pontífice al Líbano en 2012 «no consiguió cambiar la dinámica de ese país y los cristianos siguen marchándose». «Me temo que en Irak ocurrirá lo mismo», agrega.
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2021/03/05/60417ab121efa0970f8b4626.html