A punto de cumplir 80 años y aquejada por las secuelas de un cáncer diagnosticado hace casi 20 años, la cantautora ha intensificado estos días su batalla por regularizar la eutanasia en Francia.
JUAN CLAUDIO MATOSSIAN / VANITY FAIR
“He estado ingresada en una clínica oncológica, en el piso donde solo había pacientes con cáncer, muchos de los cuales estaban en su segunda o tercera recurrencia y no podían soportarlo más. Todos lamentaban que no se legalizara la eutanasia, porque eran conscientes de que estaban sufriendo innecesariamente”, escribió la artista francesa Françoise Hardy (París, 1944) en una carta abierta dirigida a Emmanuel Macron, publicada en La Tribune, con el fin de apremiarle para que agilice la aprobación de un marco legal que regularice el derecho a una muerte digna en Francia, algo de lo que carece ahora mismo el país galo pero que podría empezar a tramitarse a principios de este año.
No es la primera vez que Hardy reclama la regularización del derecho a la eutanasia, pero, cuando está a punto de cumplir 80 años, ha intensificando su campaña en un momento en el que se están agudizando las secuelas físicas y psicológicas que sufre por el agresivo tratamiento al que ha sido sometida desde que se le diagnosticara un cáncer linfático en 2004.
«Desde mi última radioterapia estoy mal porque mi ojo derecho ve todo muy borroso y me duele; mi fosa nasal del mismo lado está bloqueada todo el tiempo; mi boca y la parte posterior de la garganta están aún más secas», describió la cantante de Tous les garçons et les filles (quien ya no puede cantar ni casi hablar) recientemente a Paris Match. “La enfermedad destruye la mente… después de 55 sesiones de radioterapia, he perdido la memoria de demasiadas cosas y la falta de equilibrio reduce al máximo mi capacidad de moverme”.
Hardy de hecho sigue viva contra todo pronóstico: en 2016 entró en coma y los médicos que la trataron consideraron bastante improbable que volviera a despertar. Pero lo hizo y en 2018 lanzó su 28º y último álbum antes de anunciar su retiro definitivo, Personne d’autre, con 12 canciones, 10 de ellas con letras compuestas por ella, una muestra de su increíble resiliencia.
Aun así, su único hijo, Thomas Dutronc, declaró hace poco a la cadena francesa de radio RTL, tras ser testigo directo del declive de su madre en los últimos meses, que “su vida se ha vuelto tan dolorosa que a veces nos preguntamos si no habría sido mejor dejarla marchar cuando estuvo a punto de morir hace ocho años”.
El sufrimiento es tanto físico como mental, porque como ella misma relata en la carta escrita a Macron, tiene muy presente lo que le ocurrió a su madre, Madeleine Hardy, quien tuvo la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, que afecta los nervios que controlan el movimiento muscular: «Ella confió a su médico su deseo de no ver el final de esa horrible enfermedad, y él le dijo que no se preocupara y que, cuando ella quisiera, él haría lo que fuera necesario», cuenta Hardy. “Murió el día que ella eligió y yo fui cómplice del médico del hospital al declarar su muerte al forense del Ayuntamiento”.
Más allá de su cáncer, Françoise Hardy –que como la recientemente fallecida Jane Birkin es mucho más que un icono de la canción francesa, es un símbolo de la moda y de la mentalidad de los años 60 y 70– nunca ha tenido una vida fácil.
Su madre, aparte de su triste final, era de clase trabajadora y la crió sola a ella y a su hermana en un humilde piso parisino porque su padre, Étienne Dillard, estaba casado, tenía otra familia y las ayudaba muy poco económicamente a pesar de contar con una gran fortuna familiar.
Él único regalo de consideración que le hizo su progenitor fue una guitarra a los 16 años con la que Hardy empezó a componer sus primeras canciones y con 17 ya firmó un contrato con el sello Disques Vogue, poniendo en marcha una carrera llena de éxitos en lo profesional pero no tanto en lo personal.
De naturaleza antisocial, nunca llevó bien la fama ni ser considerada un icono cultural y de estilo (fue una de las grandes musas de Paco Rabanne, entre otros). Como revela en su autobiografía, ha tenido que lidiar toda su vida con la ansiedad, la soledad y el complejo de inferioridad, sintiéndose tan incómoda sobre un escenario que incluso dejó de tocar en directo: “Es imposible de soportar, el ser admirada demasiado, no es normal”, ha llegado a decir. “No me gusta nada, no me siento cómoda con mi vida profesional, así que siento que la palabra ‘icono’ le corresponde a otra persona, no a mí”.
Su padre murió a principios de los 80 por las secuelas de una agresión, tras ser presumiblemente atacado por un trabajador sexual. Hardy se acaba de enterar por entonces que su progenitor era homosexual y que llevaba una doble vida, “algo que no es de por sí impactante, aunque se trate de tu propio padre, pero el hecho de que con casi 80 años esté detrás de jovencitos me revuelve el estómago”, dijo ella en su momento. Y su hermana Michèle, aquejada toda su vida de esquizofrenia paranoide, fue encontrada sin vida en 2004, en circunstancias que apuntaban a un suicidio.
En lo sentimental, Françoise Hardy tuvo una relación de cuatro años con el fotógrafo Jean-Marie Périer, quien fue clave para darla a conocer. Y en 1967 comenzó a salir con el también músico Jacques Dutronc, dando paso a una relación casi tan mediática como la de Jane Birkin y Serge Gainsbourg. A pesar de la fama de ambos, aumentada por su vínculo afectivo, no empezaron a vivir juntos hasta un año después de que llegara su primer y único hijo, Thomas, que nació en 1973. Dormían en cuartos separados y no se casaron hasta 1981 (en una ceremonia de privada, de perfil bajo y sin vestido de novia), y por “razones fiscales” según ella mismo admitió: “Tenía un pequeño problema de salud y como tengo un temperamento ansioso e hipocondríaco fui a ver a un abogado para consultarle lo que ocurriría si algo me pasase a mí. Me aconsejaron que lo mejor era que Jacques y yo estuviésemos casados… siempre he considerado el matrimonio como una formalidad sin interés”, reveló en 1989.
Para entonces llevaba separada de Dutronc un año, aunque la relación ya se había deteriorado mucho tiempo atrás por las infidelidades de ambos y el alcoholismo de él. Aun así, nunca han querido divorciarse, pese a que él comenzó a vivir con otra mujer, y siguen siendo legalmente marido y mujer. Continúan asimismo manteniendo una amistad, en la que Hardy también se apoya mientras atraviesa por uno de los tragos más difíciles de la de su ya de por sí complicada vida.
Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/francoise-hardy-enfermedad-eutanasia-macron