Tras cada desafío viral o cada ‘like’ de Instagram existe una tecnoestructura que la mayoría desconocemos y que ahora desvela la novela gráfica ‘La oscura huella digital’
ISRAEL ZABALLA / PAPEL
De la paleta de colores disponible en cualquier programa de dibujo, Philippe Squarzoni (Ardèche, Francia, 1971) sabía que solo el negro funcionaría para representar la parte más sombría de nuestro mundo tecnológico. Es el color de las profundidades submarinas donde se extienden miles de kilómetros de cables de fibra; también es el color de las galerías mineras donde se extraen metales para las baterías de los móviles con mano de obra infantil; y, por supuesto, es el color con que imagina el futuro de un planeta al que nuestra adicción a las pantallas provoca graves heridas medioambientales.
La posibilidad de este apocalíptico fundido a negro vertebra, desde la primera a la última viñeta, La oscura huella digital (Errata Naturae): una monumental novela gráfica con elementos autobiográficos a la que Squarzoni ha dedicado un gran esfuerzo documental y creativo. «Habré invertido en hacerla un año y medio, entre las fases de investigación, escritura y dibujo», cuenta el autor por correo electrónico sobre su obra, que ahora se publica en España.
En sus más de 250 páginas no aparecen superhéroes al estilo Batman o Superman, pero sí villanos como Facebook, Google, Amazon o Apple. El artista francés acusa a estos gigantes de ser unos verdaderos genios del ocultismo. «Han organizado muy concienzudamente la invisibilidad de su huella medioambiental», denuncia. «Este comportamiento está en el corazón mismo de su forma de presentarse al mundo: venden que lo digital es inmaterial y, por tanto, fundamentalmente verde. Por supuesto, se trata de un truco de ilusionismo, porque la sociedad digital tiene detrás la mayor tecnoestructura industrial del mundo. Pero esta materialidad está oculta y se sigue infravalorando su cada vez mayor huella ecológica».
Con la elocuencia de la tinta convertida en imágenes de denuncia, Squarzoni traza en su cómic el verdadero rostro del coloso al que alimentamos con correos electrónicos basura, postureos de todo tipo o peligrosas noticias fake. Sus ilustraciones funcionan como un aparato de rayos X que disecciona la nube digital desde dentro. Resulta que en su interior no hay algodón de azúcar, sino chips fabricados con minerales high tech extraídos con maquinaria pesada, enormes granjas de servidores informáticos y toneladas de chatarra tecnológica que se vierten bajo la alfombra del tercer mundo.
PARA SABER MÁS
Douglas Rushkoff. Un profeta digital contra los tecnobillonarios de Silicon Valley: «Se ven como dioses y a nosotros como insectos»
Así murió el mito de los gurús tecnológicos. «Su gran legado será la erosión de la democracia»
La oscura huella digital funciona como un rompecabezas: cada viñeta es una pieza y, una a una, el autor va ensamblando la reflexión que desea provocar. Su hábil mano de artista entremezcla el populismo de Donald Trump, el cayuco lleno de migrantes a la deriva en el Mediterráneo, las selvas con palmeras arrasadas por ciclones y, entre dibujo y dibujo, el chisporroteo de emojis sonrientes ponen en evidencia la insustancial naturaleza del consumo digital. En su momento más expresivo, una mujer aparece imantada a la pantalla de su móvil… mientras atiende sus necesidades biológicas sentada en un retrete.
Pero si oscura resulta la realidad representada por las ilustraciones, aún más preocupante resulta el efecto de la montaña de cifras que Squarzoni desmenuza y espolvorea sobre las páginas del cómic. Los números complementan a las palabras en los bocadillos de las viñetas y revelan lo que a menudo se nos escapa sobre la factura energética que hacemos pagar al planeta por nuestros hábitos digitales.
Como que en 2020 había unos 30.000 millones de objetos conectados a internet cuyo consumo eléctrico representa del 10 al 13% del total y entre el 3 y el 4% de las emisiones de efecto invernadero, el doble que el sector aéreo…
Como que existen más de tres millones de centros de datos en el mundo y que solo uno de ellos, el más grande de Google, es capaz de consumir tanta energía como una ciudad de 200.000 habitantes…
O como que un solo ordenador de tamaño medio requiere para su fabricación 22 kilos de productos químicos, 240 kilos de combustible y 7,5 toneladas de agua…
-¿Cree que los dispositivos deberían incorporar algún tipo de mensaje sobre su huella climática como las advertencias sanitarias de las cajetillas de tabaco?
-Sería una muy buena idea que funcionaría contra la retórica de la desmaterialización de la sociedad. Es algo parecido a lo que he intentado hacer en esta novela gráfica: mostrar constantemente la realidad física de este universo. No lo que vemos en las pantallas, sino las propias máquinas con que se producen esos contenidos.
¿Quién es el responsable del frenesí digital que se lleva buena parte de los recursos del planeta? Squarzoni no solo señala con el dedo a las megaplataformas tecnológicas: también se mira en el espejo para explorar sus propias contradicciones. No rehúye dibujarse a sí mismo utilizando el ordenador para trabajar o sentado en el sofá junto a su hija, Pistachito, mientras echan una partida a videojuegos.
«Todos tenemos una parte de responsabilidad», admite. «Más que nada porque la mayoría de estas plataformas son, en cierto modo, túneles vacíos. Somos nosotros los que colgamos videos en YouTube y fotos en Instagram o los que hacemos pedidos en Amazon. Somos los que alimentamos a la bestia. Una vez que metes el pie es muy difícil salir porque es adictivo».
Somos nosotros los que colgamos videos en YouTube y fotos en Instagram o los que hacemos pedidos en Amazon
Difícil… pero no imposible. La posible solución que esboza Squarzoni pasa por cambiar nuestros hábitos de consumo, por dejar de comprar compulsivamente, por hacernos digitalmente sobrios: «No me gusta la idea de retroceder, pero sí creo que tenemos que echar el freno. Desarrollar una perspectiva crítica sobre nuestras prácticas, dejar de pensar que este mundo es inmaterial y que nuestras actividades no tienen ningún impacto. Y a partir de ahí poner las cosas en orden, desde un punto de vista individual y también como sociedad».
«En Francia un adulto de 18 años ha tenido ya una media de cinco móviles», indica en una viñeta que representa las famosas presentaciones de Steve Jobs para lanzar un nuevo producto de Apple. «El 30% de los franceses cambia de móvil aunque el antiguo funcione. Lo hacen cada dos años de media, aunque la vida útil del terminal alcance entre siete y ocho años».
Él mismo intenta salirse de esa vorágine y ha renunciado a comprarse un smartphone, aunque nuevamente se quita méritos. «Soy como todo el mundo: si tuviera uno me convertiría en un adicto y lo consultaría todo el tiempo sin ningún motivo importante, así que prefiero vivir sin él», reconoce el ilustrador. «Al final, me aplico a mí mismo las supuestas directrices de los desarrolladores de Silicon Valley, que desinstalan de sus móviles las aplicaciones que ellos mismos crean y envían a sus hijos a colegios donde la tecnología digital está prohibida… Conocen la otra cara de la moneda digital y son sorprendente buenos a la hora de ponerse límites».
Cree que, al margen de la resistencia personal que cada uno ofrezca, las soluciones deberían venir de unos poderes públicos a los que exige liderazgo: «Necesitamos decisiones de orden político para liberar a la gente del dilema de tener que arbitrar constantemente entre sus convicciones y sus prácticas». Pero el problema, redoble de tambores, son… los políticos: «Hay que lidiar con gente como Emmanuel Macron, un lobista empresarial sin cultura científica y sin una conciencia política que le haga preocuparse por el bien común. De modo que no puede esperarse demasiado».
Su trabajo, mientras tanto, intenta sacar a la sociedad de su anestesia y concienciarnos del daño que causamos a golpe de clics de ratón y pulsaciones táctiles. Como cuando nos afea con estampas caricaturescas la parte más ridícula del uso que damos a internet y las redes sociales, la de los tontorrones contenidos sobre mascotas con los que entramos en bucle.
«Los videos de gatitos son muy elocuentes porque muestran la terrible inutilidad de muchas de nuestras actividades digitales…», afirma. «Vivimos inundados de información, una parte de la cual es realmente significativa, pero la otra absolutamente anecdótica y este diluvio acaba creando una especie de pérdida del significado colectivo. Mi labor se dirige a recuperar ese sentido, cuestionar nuestras representaciones… Al final, de alguna manera, es un proyecto de subversión política».
Las páginas finales del libro son como su admirado cine mudo de Chaplin, ya no hay más palabras ni datos: solo dibujos. Aparecen escenas cotidianas de una gran ciudad, con la gente paseando, de compras o andando en bicicleta. Entre la multitud, un padre y su hija, Squarzoni y Pistachito. Pasean en silencio. Ella, metida en su mundo, mira al frente. Él, pensativo, posa sus ojos en ella…
«De alguna manera es un final abierto», admite. «Teniendo en cuenta el tema del volumen, ¿de qué otra manera podría terminar? En lo referente al calentamiento global, seguimos a mitad de camino. Nuestras emisiones no bajan, el cambio climático se hace cada día más presente y tenemos que hacer un cambio de rumbo radical. En cuanto a mi hija, y el planeta en el que va a vivir, las cosas están por escribirse… Ella tendrá que encontrar su lugar en ese mundo e inventar su propio camino».
El último encuadre muestra los pies de padre e hija avanzando hacia un lugar indeterminado. Sus pasos no dejan en el suelo ninguna sucia huella. Por un instante, la oscuridad desaparece. El dibujante no ha elegido el negro para la página final. Nos deja el futuro en blanco para que reflexionemos: todo está por escribirse… o dibujarse.
La oscura huella digital, de Philippe Squarzoni, está ya a la venta (Errata Naturae). Puede comprarlo aquí
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2023/10/10/65256af1e4d4d80a138b4585.html