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El hombre considerado «la persona más feliz del mundo» aclara el malentendido | El Confidencial

Es asesor del Dalai Lama, susurrador de Sarkozy, monje budista, hijo de un histórico filósofo y una pintora célebre, autor de superventas y voz respetada en la psiquiatría. Pero no el hombre más feliz del mundo

Matthieu Ricard. (Cedida)

ÁNGEL VILLARINO / EL CONFIDENCIAL

Es posible que se estén preguntando qué hace la fotografía de un monje budista en el periódico. Lo que ocurre es que Matthieu Ricard (Francia, 1946) no es exactamente eso. O no es solo eso. Es autor de ‘bestsellers’ internacionales sobre temas tan populares como la felicidad. Es asesor del Dalai Lama (en Francia, hay quien habla de él como su “mano derecha”). Es la persona que convenció a Nicolas Sarkozy para que recibiese al líder espiritual tibetano en París, despertando la ira de Pekín. Es una voz escuchada por la psiquiatría y la psicología. Es hijo del filósofo Jean-François Revel y de la pintora Yahne Le Toumelin. Es científico de formación y colaborador en infinidad de experimentos. También es el autor de ‘Memorias de un monje budista’ (editorial Arpa), un relato de su experiencia que acaba de ser publicado en español. Y en esta entrevista es la persona que responde por teléfono mientras pasea por un bosque.

PREGUNTA. Voy a poner a prueba la paciencia de un monje budista empezando la entrevista con la pregunta que menos ganas tiene de responder. Usted ha aparecido en infinidad de reportajes donde se le presenta como la persona más feliz del mundo. ¿Le importaría contar cómo ocurrió?

RESPUESTA. Es el mayor chiste de mi vida, el típico enredo periodístico. Lo que ocurrió es que la televisión australiana ABC estaba haciendo una serie sobre la felicidad, la depresión, la salud mental… y visitaron el laboratorio de mi amigo el psiquiatra Richard Davidson, donde estábamos haciendo una investigación sobre los efectos de la meditación en el cerebro. Las conclusiones las publicó la Academia de la Ciencia de Boston y fue uno de los trabajos más descargados ese año. Lo que venía a decir es que hay un incremento significativo de las frecuencias gamma en el cerebro entre la gente que, como yo, medita durante largos periodos de tiempo.

P. De ese estudio y otros similares se ha hablado mucho en los últimos años.

R. Resulta que en el grupo de investigación éramos 16 personas con más de 50.000 horas de meditación contemplativa y se veía un incremento de esa actividad cerebral muy superior al que se había registrado nunca. Era una conclusión interesante, pero en la serie eliminaron los detalles más técnicos y me entrevistaron a mí. Al final del documental, se me veía desapareciendo entre las montañas y el narrador decía que quizá yo era la persona más feliz del mundo.

P. ¿Y eso le convirtió en la persona más feliz del mundo?

R. La cosa se quedó ahí durante un par de años hasta que, de pronto, recibo una llamada un día que estaba paseando por el parque. Eran de la BBC y decían que mi nombre había aparecido en un periódico en el que aseguraban que era la persona más feliz del mundo. Decían que estaba en primera página y que me habían apodado ‘Mr Happy’. Yo les respondí que cualquier persona puede convertirse en la más feliz del mundo si sabe buscar la felicidad en el lugar correcto. Pensé que era un chiste o algo así, pero de pronto empiezo a ver mi foto en todo el mundo, del ‘Bangkok Morning Post’ a un periódico chileno. El asunto estaba totalmente fuera de control. Le pedí perdón a mi amigo científico y él lo entendió.

P. ¿Le ha perseguido la etiqueta desde entonces?

R. De alguna manera, es una ocurrencia que se ha quedado pegada a mí para siempre. Creo que, si no me incineran, lo voy a inscribir en mi tumba: aquí yace el hombre más feliz del mundo. He intentado aclararlo muchas veces, pero a nadie le interesa mi versión. Un amigo, un lama tibetano, me dice que tengo que utilizar este calificativo con buenos propósitos y que no debería perder el tiempo luchando contra ello. Lo que pasa es que cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que no hay manera de saber quién es la persona más feliz entre billones de personas. No tiene ningún sentido. Así que cada vez que hago una entrevista, pido que no me pongan la etiqueta, que no me pregunten por ello.

P. Vaya, ya es demasiado tarde. En cualquier caso, la felicidad es un tema que interesa a todo el mundo. Aunque usted no sea el más feliz del mundo, gran parte de su trabajo versa sobre la felicidad.

R. Por supuesto, y hay muchísimos malentendidos cuando pensamos, por ejemplo, que la felicidad es una sucesión infinita de sensaciones placenteras. Yo diría que eso no es una receta para la felicidad, sino una receta para el agotamiento. Por eso escribí un libro sobre este tema en el cual trato de clarificar que la felicidad no es solo sensorial, sino una forma de vivir, resultado de algunas cualidades humanas esenciales como la libertad, la fortaleza, la resiliencia, la compasión, el altruismo, la sabiduría… Y que todas estas habilidades se pueden cultivar y potenciar y, cuando lo conseguimos, entramos en un estado mental que nos ayuda enfrentar los altibajos de la vida, de una manera compasiva y sabia. En este sentido, sí, es interesante hablar de la felicidad.

P. Usted dice que una mente distraída no es una mente feliz. Y que una mente rumiante no es una mente feliz. Distraídos y rumiando obsesiones, parece un retrato de nuestro mundo.

R. Fíjate que esta frase es el título de un artículo científico publicado en ‘Science’ por Daniel Gilbert, un profesor de Harvard. Durante sus experimentos, concluyeron que la mayoría de las personas pasan más del 50% de su tiempo distraídas, con su mente en otro sitio. Y que el bienestar de las personas cuando están distraídas es mucho menor que cuando están presentes. Si te pasas el día rumiando tus asuntos, tu vida es miserable porque instrumentalizas todo. Si vives promoviendo tus propios intereses o temiendo que alguien, o algo, afecte a tus intereses, el mundo entero se convierte en un objeto de consumo o en un potencial adversario. Es una situación difícil de soportar, que además no funciona porque nunca estamos separados de lo que nos rodea, no podemos construir nuestra felicidad por encima de lo que nos rodea. Estamos conectados con los demás, somos interdependientes, de manera que al comportarnos así hacemos nuestra vida miserable y hacemos la vida de los demás miserable. Es una manera de vivir en la que todos salimos perdiendo.

P. En la introducción, siente la necesidad de justificar la propia existencia del libro. ¿Cómo puede escribir una autobiografía alguien que ha pasado la vida defendiendo la anulación del yo?

R. Lo que digo es que yo no lo considero una autobiografía. En los años sesenta se publicó un libro que se hizo muy famoso, ‘Encuentros con hombres notables’, escrito por Gurdjieff, un tipo interesante con una reputación un poco extraña. Yo habría titulado mi libro de manera parecida, aunque habría hablado de «encuentros con seres notables» en lugar de con «hombres notables». Pero de esto va mi libro. Es más bien el testimonio de lo que he conocido. Si no fuera por eso, mi vida no tendría interés en absoluto. Yo solo doy testimonio de mis encuentros con personas que he tenido la suerte de conocer, empezando por mis maestros. Y también cuento que he tenido la suerte de haber estado en muchos lugares especiales. He pasado 10 años en Bután, que es un lugar que no parece de este mundo, he estado 21 veces en el Tíbet… Pensé que era algo interesante de narrar. Mi editor me empujó a contar alguna cosa más sobre mí, pero la verdad es que si hubiese podido salirme totalmente de la historia, habría estado muy bien.

P. En todo el libro habla mucho de sus maestros. Usted sabe que se trata de una figura muy sospechosa. Muchos van a levantar la ceja en cuanto oigan la expresión.

R. Sobre todo en el mundo occidental de hoy en día, suena a un gurú, a algo raro. Soy perfectamente consciente de ello. Hay un documental francés que está a punto de salir sobre este tema, sobre los maestros budistas. Un documental, creo que un poco tendencioso, que habla de gurús y estas cosas. De alguna manera, en Occidente puedes preguntarle abiertamente a la gente por sus pensadores favoritos, por sus actores favoritos, por gente millonaria a la que admira, por el actor al que admira. Y le puedes preguntar a alguien dónde encontrar un estadio, un cine, un supermercado, incluso un gimnasio. Pero si le preguntas a la gente dónde está la persona sabia más cercana, seguramente no tiene respuesta. Si lo haces en Tíbet, en Nepal o en Bután, te van a responder con naturalidad. La propia idea está imbricada en la sociedad. Allí todo el mundo sabe distinguir lo que es un auténtico maestro, un profesor de vida, de manera que hay poco margen para los impostores. Si aparece un farsante, se van a reír de él. Hay una mentalidad muy diferente. Por eso le dedico un capítulo entero en el libro.

P. ¿Cómo se puede distinguir a un auténtico maestro de un charlatán?

R. Un auténtico maestro es alguien que no tiene nada que ganar, ni nada que perder. Le da igual tener muchos o pocos discípulos. Es capaz de compartirlo todo con ellos sin esperar nada a cambio. He conocido a muchos hombres sabios que viven aislados y que son felices de compartir lo que han aprendido con la gente que acude a verlos. En Occidente, estamos muy desconectados de esta forma de ver las cosas y por eso es más fácil acabar en manos de un charlatán, de un impostor, de alguien que no es auténtico.

P. ¿Alguna pista más para saber cómo identificarlos?

R. Piensa en un artesano, en un marinero, en un montañista… Alguien cuya habilidad sea material y concreta. Su conocimiento puede transmitirse y tiene mucho valor para el que quiera aprender. Con el maestro ocurre algo parecido, aunque en un nivel diferente. No va de artesanía, ni de tocar el piano, sino de aprender a vivir. La cultura del Tíbet, del Himalaya, se ha desarrollado en torno a esa idea. Hace algún tiempo, una de cada seis personas en Tíbet era un monje, una monja, un ayudante, alguien entregado a la vida contemplativa. Nunca ha habido en Europa una proporción similar de personas entregadas a la espiritualidad. Por eso en esos países hay tantas personas sabias. Es como los futbolistas en Brasil. Si todos los niños juegan al futbol, es normal tener al menos 12 muy buenos jugadores de fútbol.

P. En el libro, explica que esas personas tienen un rol social definido.

R. Son muy respetadas. No porque hayan sido nombradas por alguien, sino por lo que son. Se les describe como personas que tienen el conocimiento teórico sobre las enseñanzas del budismo, pero también la experiencia de años y años de práctica. Por ejemplo, mi segundo maestro pasó 30 años de retiro solitario, practicando. Después de tanto tiempo, era la encarnación de las enseñanzas y una fuente de conocimiento y pasión para aquellos que quieren aprender. Si son maestros auténticos, además del conocimiento y la sabiduría, demuestran una gran candidez, benevolencia y compasión. ¿Cómo saber si es un charlatán? Para empezar, si ves a alguien muy pagado de sí mismo, muy interesado en los beneficios materiales, alguien que busca seducirte, atraerte… Huye de él. Un maestro no tiene nada que ganar y nada que perder. Ofrece y comparte sin más.

P. No le gusta hablar de su vida, pero necesito preguntarle algo sobre su vida anterior, de la que menciona algo en el libro. Usted creció en un ambiente privilegiado, rodeado de intelectuales franceses. Hasta que un día decidió dejar una prometedora carrera científica para convertirse primero en una suerte de vagabundo en Asia y después en un monje budista. ¿Ha pensado cómo habría sido su vida si no hubiese tomado ese camino?

R. Me imagino que sería uno de esos científicos arrogantes [risas]. Ahora en serio, tengo miles de amigos científicos maravillosos y no son todos arrogantes [risas]. Es una broma. Supongo que habría continuado con mi carrera científica. No era tan prometedora como la de otras personas que me rodeaban, pero habría tenido oportunidades. Estaba en un laboratorio fantástico, iba a hacer un posdoctorado en Estados Unidos y probablemente hubiese seguido en el laboratorio después. Mi jefe estaba muy decepcionado cuando me fui porque solo tenía dos estudiantes y había muchas cosas por descubrir sobre ADN, sobre los genes, etcétera. Estábamos en un lugar puntero, pero al mismo tiempo era un lugar muy pequeño. Era un trabajo muy interesante y los amigos que se quedaron allí han tenido una vida muy interesante y enriquecedora.

P. Le iba a preguntar también…

R. Un segundo. Quiero decir una cosa más sobre este tema. No tengo ningún remordimiento. Cero remordimientos. El mundo está lleno de grandes científicos y he podido conocer a muchos de ellos. Estoy satisfecho de haber realizado ciertas decisiones muy temprano, decisiones que me han permitido tener una vida muy rica. Además, creo haber devuelto algo a la sociedad con mis experiencias y mis libros. Si me muero mañana, me iré pensando que podría haberlo hecho mejor, pero sabiendo que lo hice lo mejor que supe. No tengo ningún remordimiento.

R. Hay mucha gente que se pasa la vida pensando que necesita un cambio radical, aunque quizá no tan radical como irse al Tíbet, pero nunca lo hace. ¿Cómo vivió usted ese proceso?

R. Bueno, es que hay muchas clases de decisiones en una vida. Hay decisiones que se viven como un salto a lo desconocido. Hay quien tiene una emoción profunda y siente que necesita salir corriendo de su vida o cambiarla. Pero en mi caso no fue para nada así. Hubo una maduración de una idea que cada vez era más nítida, gracias a los seis o siete años que pasé en el Instituto Pasteur. Cada año volvía de mis viajes y las cosas iban madurando lentamente. Cuando llegó el momento, me resultó la cosa más natural del mundo. Fue como escalar una montaña y, de pronto, descubrir un precioso valle. Cuando estás arriba ya has hecho lo más difícil, solo tienes que bajar al valle. Nada de lo que dejas atrás te importa realmente y abres un nuevo capítulo.

R. Estoy seguro de que está al tanto de esto que llamamos ‘la gran dimisión’. ¿Qué piensa del tema?

R. Que la gente vive frenética y enloquece. Recuerdo perfectamente el año 1997, cuando quise enviar el borrador de mi libro a mi editor y él no tenía internet. Le dije que tenía que conectarse porque todo era mucho más fácil con internet. No hace tanto tiempo de eso. Estamos hablando de 1997. Entonces se teorizaba sobre que podríamos tomarnos dos o tres días libres más a la semana porque internet iba a facilitarlo todo. Y ha sucedido justo al revés. Nos hemos convertido en seres frenéticos. Así que no me extraña que ahora haya personas que quieran ralentizar un poco las cosas, ralentizar sus vidas. Y que descubran que hay muchas maneras de hacerlo. La simplicidad voluntaria es un concepto muy útil, por ejemplo, para enfrentar problemas pequeños y grandes como la emergencia ambiental. Creo que hay mucha gente, sobre todo gente joven, que empieza a entender estas cosas. Creo que está bien que sea así, aunque quizás es un poco tarde.

R. Se publican cada vez más libros sobre espiritualidad y algunas técnicas budistas se han convertido en una industria. Hay negocios millonarios alrededor de la ‘atención plena’, por ejemplo. ¿Qué piensa de este movimiento?

R. Como pasa siempre, cuando las cosas se masifican y popularizan, aparecen versiones de calidad y otras que son solo atajos. Conozco bien a John Kabat-Zinn, la persona que convirtió la atención plena en una técnica terapéutica para reducir el estrés. Se hace desde un punto de vista médico, para ayudar a personas que han experimentado demasiado estrés y necesitan terapia. Es algo muy útil y, 30 años después, ha pasado a formar parte de la vida de mucha gente. Se ha integrado en la medicina. Se ha convertido en un movimiento popular, en un movimiento secular. Lo cierto es que siempre ha habido algo de esto en las enseñanzas budistas. Siempre se ha entendido que, aunque no seas budista, puedes utilizar las experiencias budistas para mejorar tu vida.

P. Entonces, ¿le parece bien?

R. Son enseñanzas que están muy simplificadas. Son útiles, tienen efectos muy buenos para la salud, pero no se pueden comparar con un conocimiento profundo, con toda la filosofía que hay detrás. Digamos que es una herramienta que se usa legítimamente con fines positivos, y que se ha sacado de la caja de herramientas del budismo. Nos viene a demostrar, una vez más, que ponemos todas nuestras esperanzas y miedos en el mundo exterior. Pensamos que todo pasa por arreglar las condiciones materiales. A veces son asuntos muy legítimos, por otra parte. Acabar con la extrema pobreza, con la opresión, con la discriminación… Pero eso nunca es suficiente, porque al final todo depende del estado mental en el que nos encontremos. Uno puede ser miserable en el paraíso y, de la misma manera, se puede superar cualquier adversidad con serenidad en un infierno. Hemos ignorado totalmente la importancia de transformar nuestro estado mental. Queremos transformar todo lo que hay fuera de nuestra mente, pero siempre encontramos limitaciones, porque el universo no es un catálogo de nuestras necesidades y nuestros deseos. Proyectar hacia el exterior todo lo que necesitamos es una simple ilusión porque nunca será posible controlar lo que pasa fuera de nuestra cabeza, por muy rico y poderoso que seas. En el trabajo, un día estas en la cumbre y al día siguiente estás despedido. Puedes perder a tu familia en un accidente. Puede pasar cualquier cosa. Si no tienes recursos interiores para encajar lo que te pueda ocurrir, siempre vas a ser vulnerable, te conviertes en alguien centrado en ti mismo y no te abres a los demás. El enfoque individualista es un círculo vicioso.

P. Usted es un monje budista, pero sus libros se recomiendan en las consultas de muchos psicólogos. Es un religioso, pero habla mucho de ciencia y de científicos. Ha trabajado con el Dalai Lama y ha participado en experimentos psiquiátricos. Lo digo porque nos hemos acostumbrado a ver la espiritualidad y la ciencia como dos cosas no solo separadas, sino contradictorias.

R. Es lógico, porque a veces los dogmas religiosos son incompatibles con los descubrimientos de la ciencia. En un congreso internacional sobre neurociencia, le pidieron al Dalai Lama que diese el discurso inaugural y dijo que cuando la ciencia contradice las enseñanzas budistas, esas enseñanzas deben abandonarse. Es como decir que el Génesis no nos sirve para explicar el mundo ya, así que vamos a olvidarnos del Génesis. Tiene todo el sentido, porque el budismo es un puente para cubrir el hueco que hay entre la apariencia y la realidad. Pensar que las enseñanzas pueden ser superadas es un planteamiento muy budista, porque lo que se trata de entender es que no hay nada inmutable, permanente, que nada tiene valor en sí mismo, nada tiene propiedades intrínsecas, no hay nadie ni nada autónomo de lo que le rodea. Al revés: todo cambia y todo es interdependiente. Así que cualquier cosa que nos ayude a entender mejor lo que nos rodea encaja bien con la cosmología budista.

P. ¿Ninguna de las enseñanzas budistas es inmutable?

R. Lo único que no ha cambiado en estos 2.500 años es que el orgullo y el odio traen sufrimiento. Si podemos liberarnos de ello, no importa si la tierra es plana o redonda.

P. Le he oído decir que vivimos una «epidemia de narcisismo». ¿Qué significa?

R. [Risas] Me refería a una investigadora americana, Jean M. Twenge, que escribió un libro llamado así, ‘ La epidemia narcisista ‘. Hay otro parecido, titulado ‘Generación yo’. Ella ha documentado esta ola de narcisismo que viene surgiendo desde hace más de 30 años en EEUU. Cada vez más personas, sobre todo las más jóvenes, tienen tendencias narcisistas. Cuando presentó su trabajo, mucha gente respondió diciendo que no veía ningún problema en ser narcisistas. ¿Cómo no vamos a ser narcisistas si somos la mejor generación de todos los tiempos? Bueno, el problema es que el narcisismo va contra la empatía y es una auténtica distorsión de la realidad. Es un estado mental que nos hace infelices y hace infelices a los demás. Creo que en Europa la tendencia no ha sido tan acelerada, aunque ya hay algunos estudios que muestran problemas parecidos, por ejemplo, en los países escandinavos.

P. Se ha convertido en un tópico, pero es difícil no abordar este tema sin hablar de las redes sociales.

R. No uso las redes sociales, aunque sí uso internet para documentarme. Y también uso el ‘e-mail’. Pero creo que el problema, no solo con las redes sociales, sino en general, es el acceso inmediato a grupos de personas y a discusiones. Los algoritmos te ponen en contacto con gente que piensa igual que tú y se acaba creando una ilusión de conocimiento. El otro día escuchaba a unas personas que viven aquí a pocos kilómetros del bosque en el que estoy y estaban opinando sobre las vacunas como si fuesen investigadores. Están totalmente seguros de saber de lo que están hablando, pero es imposible que lo sepan. Dar un par de vueltas por internet te provoca la ilusión de que conoces cualquier tema, de que puedes tener una opinión sobre cualquier asunto que para los estudiosos de la materia requiere años y años de estudio. Yo puedo hablar de budismo, o de traducciones tibetanas, que es a lo que me he dedicado, pero no sería capaz de arreglar un coche.

P. Le quiero hablar de dos vídeos que se han hecho virales en los últimos meses y de los que me he acordado leyendo el libro. En el primero, una niña se ahoga en una poza en algún lugar de China. Está rodeada de bañistas, y hay alguien grabándolo con el teléfono, pero nadie hace nada hasta que es demasiado tarde. El vídeo se hizo viral en Occidente, y despertó comentarios de indignación. Era una muestra irrefutable de la deshumanización de la sociedad china. En el segundo video, un mendigo se cae al suelo en una ciudad de EEUU y nadie hace nada para ayudarlo. Este se hizo viral en China, como muestra irrefutable de la deshumanización de las sociedades occidentales. Quiero decir con esto que unos y otros reaccionan contra lo que entienden que es una degradación de los valores sociales. Pero solo perciben el problema para acusarse. Es un ejemplo que lleva la idea al extremo, al choque de civilizaciones, pero creo que encaja con lo que usted dice.

R. Siempre es culpa de los demás. Hasta las cosas más terribles que te puedan ocurrir es por culpa de los demás. Nunca es culpa nuestra, nunca aceptamos la responsabilidad. Por eso, en el budismo se intenta no perder tiempo buscando culpables. Es mucho más productivo mirar en el espejo de tus propios defectos y empezar por ahí. En mayor o menor medida, nos pasamos el tiempo mirando alrededor, criticando.

P. La salud mental se está convirtiendo en un problema cada vez más grande, sobre todo entre los jóvenes. En varios países occidentales, asociaciones de pediatras advierten de que se ha convertido ya en el primer problema médico de los adolescentes. Dicen que antes llegaban chavales con lesiones, heridas de accidentes, peleas, infecciones. Ahora llegan muchos más con ansiedad y depresión. ¿Qué cree que está ocurriendo?

R. La primera vez que leí sobre este tema fue en un estudio sobre la población europea. Decía que hace 30 años, la edad a la que se solía producir la primera depresión severa era a los 27 años. Ahora, la media ha caído a los 16. Yo creo que todo esto tiene que ver con la presión para tener éxito en la vida, o lo que ellos creen que es el éxito. Sienten una enorme presión para ser lo que creen que la sociedad les reclama. En lugares como Hong Kong, esto puede llegar a ser extremo. Chavales que se suicidan si no consiguen estar entre los cinco primeros de su clase porque sienten que son una vergüenza para su familia y que su vida entera es un fracaso. Esta exigencia constante, y la rapidez y urgencia que sienten para demostrar lo que creen que tienen que demostrar, está haciéndoles mucho daño.

P. Otra teoría que se suele airear es la contraria: que las generaciones más jóvenes son más frágiles que las de sus mayores porque han vivido entre algodones, sin exigencias.

R. Yo creo que tienen una exposición constante a todo tipo de asuntos que capturan su atención y la llevan hacia cualquier dirección. Y a toda prisa. Es desesperante no tener una dirección en la vida, no verle un sentido, sobre todo cuando eres joven. Si todo parece sombrío, el entorno se vuelve terrible. Tienen acceso inmediato a todo y, al mismo tiempo, una sensación constante de pesimismo. Con una enfermedad cardiaca, incluso con un cáncer, se puede seguir viviendo, pero con una enfermedad mental es muy difícil hacer una vida normal, no puedes ni siquiera concentrarte para trabajar muchas veces. La OMS decía que al menos el 40% de las personas va a sufrir a lo largo de su vida algún tipo de enfermedad mental. Depresión, esquizofrenia, ansiedad, etcétera, en mayor o menor grado. Es un enorme problema y el presupuesto para tratar la salud mental debería ser mucho mayor del que es. Y además sigue habiendo un estigma social. Porque si dices que tienes diabetes, nadie te va a juzgar. Pero si dices que tienes una depresión… entonces ya es diferente. Todas estas cosas, creo, están detrás del incremento de suicidios y autolesiones entre la gente joven.

P. En su libro defiende que practicar la compasión y el altruismo nos ayuda a ser más felices, algo que puede resultar contraintuitivo.

R. Mucha gente entiende que lo que digo es que hay que ser altruista para ser más feliz. Pero yo no digo eso. La felicidad es una consecuencia secundaria. Si la práctica del altruismo trae más felicidad a tu vida, perfecto. Pero el objetivo, el motor, no puede ser ese. El objetivo tiene que ser mitigar el sufrimiento y traer felicidad a los demás. En el camino, además, eso te produce satisfacción. Perfecto. Todos ganan. Es una conducta fabulosa para el clima mental, pero no se puede hacer persiguiendo la felicidad propia. Digamos que tú ayudas a otras personas y tienes una especie de bonus después.

P. Algunos de los países de los que habla en el libro, empezando por India, son países donde la vida es a menudo brutal, durísima. Pobreza, violencia, abusos, enfermedades, estructuras sociales muy rígidas… Sin embargo, miles de occidentales encuentran inspiración allí y abren un camino espiritual. A veces no resulta sencillo de entender.

R. La sociedad china hoy es decepcionante. India, sin embargo, es muy diversa, es un crisol y tiene esa intensidad que ocasionalmente resulta brutal. Pero también hay una increíble sensación de libertad. Nadie juzga lo que haces, quizá con la excepción del Gobierno y los partidos políticos. Fuera de eso, todo está mezclado y a nadie le importa cuál es tu creencia religiosa y lo que hagas por la calle. Puedes ir desnudo por una avenida y nadie se fija. También tienen una cultura muy abierta a la hora de debatir o ponerse a hablar de cosas muy complejas y profundas. Nunca me he sentido oprimido en India. Nunca. Una cosa que me encanta es que puedes encontrar gente increíblemente sabia en cualquier lugar. Gente muy modesta con la que tomas un té y te das cuenta de que tiene muchísimo conocimiento filosófico, que ha leído muchísimo. Hay algo a prueba de terremotos que hace que en la India te sientas feliz, en paz, a pesar de que la vida es muy austera y que se puede acabar en cualquier momento. O quizá sea por eso.

P. ¿Hay algo más que le apetezca decir antes de acabar la entrevista?

R. Que no se puede subestimar el poder de transformación de las personas para convertirse en seres humanos mejores. Puede parecer naíf, pero es a lo que he dedicado toda mi vida.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-09-21/felicidad-matthieu-ricard-entrevista_3493987/

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