El partido único, el de Lázaro Cárdenas y las matanzas de Tlatelolco, consigue votos, pero ha perdido su músculo político
Carmen Morán Breña / El País
Las elecciones celebradas en México el domingo 2 de junio arrojaron un resultado tan amplio para el joven partido del Gobierno, Morena, que a ellos mismos debió sorprenderles. Se esperaba que la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, ganara con ventaja, pero quizá no tanto que consiguieran la enorme mayoría que han logrado en las Cámaras legislativas. Es ahí donde se observa la situación crítica que atraviesa el Partido Revolucionario Institucional, el PRI que gobernó México durante siete décadas como opción única, el de la bandera tricolor. México era el PRI y el PRI era México, una dictadura perfecta, como la calificó acertadamente el premio nobel Vargas Llosa. En los recientes comicios, el PRI ha obtenido algo más de 5,4 millones de votos, menos del 10%, con una participación del 60% de los 98 millones de electores, que se traducen en alrededor de 34 diputados de un total de 500, la quinta fuerza en esa Cámara, y 17 senadores, el tercer puesto. Los datos no se han cerrado del todo aún y estos días el partido se esmera recontando actas para arañar algún escaño más, que en nada variará su endeble resultado.
“La situación es crítica, muy delicada, su descenso es consistente durante años, no nos puede extrañar, ya el año pasado perdieron el Estado de México”, dice Dulce María Sauri, de 72 años, una histórica del partido, que fue presidenta de su Consejo Nacional e integrante del Consejo Político. Ha sido legisladora, gobernadora en Yucatán y presidenta en la Cámara de Diputados. Menciona el Estado de México poque ha sido por siempre el gran bastión del partido y cuna de varios presidentes. La última candidata que tuvieron a la gubernatura en esa entidad, Alejandra del Moral, acaba de pasarse a Morena y su antecesor, el gobernador Alfredo del Mazo, expulsado del partido hace una semana por “traidor”, acusaron en la dirección. El PRI apenas conserva dos Estados de 32, Durango y Coahuila.
En julio del año pasado, un grupo de senadores, entre ellos algunos históricos, abandonaron el partido por discrepancias con la dirección y con ellos se fueron 320 priistas. Nadie parece capaz de cortar la sangría que esta desfondado al partido, con muchos de sus militantes calzándose la camiseta de otras formaciones políticas. Una de las senadoras que abandonó aquel día era Claudia Ruiz Massieu, hija de un dirigente histórico asesinado. En una de las salas nobles de la inmensa sede nacional del partido, una especie de búnker nacionalsocialista, el cuadro de Ruiz Massieu ya ha sido descolgado. Ella fue secretaria general y después presidenta entre 2017 y 2019, y ministra con Enrique Peña Nieto.
Tras el triunfo de Peña Nieto en 2012, después de dos sexenios de gobiernos del partido Acción Nacional (PAN), el PRI vivió la ilusión de una vuelta al escenario político, pero la gran victoria del presidente actual, Andrés Manuel López Obrador, en 2018, les dio un golpe de realidad del que no se han recuperado. La fuerza que exhibe Morena y la decadencia del PRI configuran en México una especie de nuevo sistema de partidos, una suerte de transición. En lugar de salir a buscar un diagnóstico y su medicina, el partido inició una nueva presidencia bajo la figura polémica del Alejandro Moreno, el famoso Alito, como le llaman, y un cambio estatutario “que concentró el poder e impidió tomar decisiones colegiadas”, sostiene Dulce María Sauri. El periodo de Alito, que no supo conservar tampoco su Estado natal, Campeche, está cercano a su fin, pero no acaba de ponerle fecha. Muy al contrario, estos días trabaja sin descanso con las boletas electorales para encontrar votos perdidos que añadan alguna res a su rebaño. Él no ha dimitido, al revés, se situó en las listas para obtener un escaño indisputable en el Senado, lo mismo que han hecho otros líderes de la oposición. El PRI no es el único partido en crisis, pero sí el que “acumula deudas históricas con el pueblo mexicano”, dice Sauri y menciona la oportunidad desperdiciada con la ciudadanía, “entre corrupción y frivolidad”, del gobierno de Peña Nieto. “Hoy el partido es irrelevante”, añade, aunque conserva una pizca de optimismo.
El “exitoso desempeño económico y la destacada estabilidad política que proporcionó” el partido en el México del siglo XX, aunado a un país que todavía no conocía la violencia que ahora le desangra, son las circunstancias que sembraron la tolerancia con este partido, menciona Rogelio Hernández, profesor del Colegio de México, buen conocedor de la realidad política mexicana y autor de Historia mínima del Partido Revolucionario Institucional. “No era deseable, pero tampoco repudiable”, afirma. A los gobiernos priistas “se le acumularon conflictos sociales, políticos y económicos en los años setenta y concentró las peores prácticas políticas, lo que le generó un enorme desprestigio” que perdura hoy en día. Es el partido más rechazado por los ciudadanos en todas las encuestas, muy por delante de los demás. “El PAN cometió errores, pero pudieron deberse en alguna medida a su inexperiencia, o así lo veían los ciudadanos”, algo que no podía justificar la actitud del hegemónico PRI. Hernández menciona el último gobierno priista, el de Peña Nieto, como una última patada de ahogado: “No fue del todo mal en el plano económico, pero adoleció de inexperiencia política, corrupción y frivolidad”, que finalmente, desembocó en la oscura noche de Iguala, con la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Guerrero, un asunto irresuelto que colea repartiendo latigazos a todos los gobiernos. El caso Ayotzinapa lo mencionan muchos como el principio del fin del PRI. Peña Nieto acabó su gobierno con ínfimos niveles de popularidad.
Exceso de confianza, ignorancia para leer la enorme diversidad mexicana de norte a sur que han manifestado algunos de sus dirigentes o cuadros gobernantes, incompetencia y soberbia políticas, así como la mala fama y su sola apuesta a los fracasos panistas, son algunas de las causas que le fueron desgastando, según Hernández, y que dieron paso la arrolladora victoria de López Obrador. De ahí en adelante todo lo que Morena iba ganando lo perdía el PRI y no ha vuelto a levantar cabeza. Como la energía, el PRI no se crea ni se destruye, solo se transforma, dicen algunos en México, y ven en las hegemónicas mayorías del actual partido en el Gobierno una reedición del antiguo sistema del nacionalismo revolucionario, “con sus prácticas populistas clientelares y el viejo principio de que el Estado solo sirve para beneficiar a los más necesitados”, afirma el profesor Hernández. Como vasos comunicantes, donde Morena se da un baño de multitudes, el PRI es ya solo “testimonial”.
Lo que queda de aquellas hogueras de vanidad priista, sin embargo, no son solo cenizas. Aunque pierde músculo político a chorros, no se puede aún subestimar del todo su peso político calle a calle. Conserva todavía redes caciquiles por barrios que mueven el voto. No está muerto, y puede que aguante, pero ha perdido, sostiene Hernández, su capacidad de reciclaje en la dirección y de reclutamiento de militantes, algo que conserva el PAN, quizá llamado a nuclear la oposición en un país que parece encaminarse al bipartidismo. Si López Obrador elimina del sistema electoral, como ha propuesto, las candidaturas plurinominales, que se consiguen sin adscripción política y sin presentarse a las elecciones y reúnen cierta pluralidad social en las Cámaras, podría ser un último golpe mortal para el PRI como partido minoritario en que se está convirtiendo, explica Hernández.
“El PRI nunca fue un partido político clásico, tradicional, era más bien un modo de hacer política”, empieza Otto Granados, quien fue secretario de Educación con Peña Nieto, y en eso lo compara también con Morena, que, “como su propio nombre indica, es más un movimiento que un partido orgánico, por eso muchas familias priistas han ido a parar allí”, dice. Entre las causas del sostenido declive, Granados menciona “la inmadurez del PRI para convertirse en un partido autónomo que no dependa de las decisiones presidenciales. La dirigencia ha cometido el error de creer que del control del aparato deriva la efectividad electoral. El electorado está afuera”, pero el PRI parece haber perdido la conexión con la ciudadanía.
¿Cuál es la ideología de un partido que fue prácticamente único en el espectro político? Caben todas, las más conservadoras y las más progresistas, pasando por el centro. Y esa es una de las causas de que en México las izquierdas y las derechas tal cual se entienden en otros lugares tengan aquí un carácter difuso. Es un país más de líderes que de partidos ideologizados todavía. Con todo, Morena ha ido copando las bases programáticas de la izquierda y el panismo las de derechas. En ese bocadillo, el PRI aparece aún más desdibujado. “Y sin capacidad para leer un México muy diverso, con una población de edad media en los 30 años, escolarizada, urbanizada. No ha sabido elegir estrategias más moderadas y focalizar el nuevo discurso”, dice Granados como ejemplos de lo que podría hacer para sobrevivir y encarar el futuro.
Dulce María Sauri también quiere hablar de futuro. Aunque sostiene que podría desaparecer en las elecciones de 2030, no se da por vencida. Pero para ello, explica, “hay que afrontar una verdadera resignificación del partido, que no pasa por cambiarle el nombre”, como han propuesto otras formaciones en riesgo de perder el registro político, algo que ocurrirá cuando no alcancen el 3% de los votos. Acusa a la dirigencia del partido de copar los puestos en las candidaturas para las Cámaras, para ellos y para sus incondicionales. “Hay que cambiar la manera de caminar de los últimos años, hay gente joven que puede hacerlo, enfrentar la realidad con modestia y antes de replantearse si caminamos solos o en coalición con otras fuerzas, como ahora, tenemos que arreglar la propia casa”, defiende. Antes de cortar la conversación telefónica, Sauri dirá: “Hay que liberar al PRI, aunque su Consejo Político se aferre a la dirigencia con uñas y dientes. Pero yo creo en los milagros”.