Por Luis Martínez
En el imaginario colectivo, el ejercicio del periodismo supone el oficio de informar, supone la vocación por contar la realidad en una incansable persecución de lo que puede ser noticia. Sin embargo, en lo cotidiano, en el día a día, quienes reportean, quienes elaboran la materia prima de los medios impresos, electrónicos y digitales, en una significativa mayoría, están muy lejos de este supuesto.
Una circunstancia cotidiana motivó estas reflexiones, y llevó al que esto escribe a profundizar sobre las formas con las que decenas de personas dedicadas a la labor informativa ejercen su trabajo día a día:
Un puñado de jóvenes reporteras y reporteros se reunían bajo la sombra de un árbol a redactar en sus celulares las escasas declaraciones que diera un dirigente partidista a las afueras de un centro de votación. Cuando llegaron, se fueron aglutinando en la entrada a esperar a que el personaje saliera a declarar, observaron brevemente su entorno sin alejarse demasiado, tomaron algunas fotografías generales y siguieron esperando con la mirada puesta en su permanente acompañante: la pantalla del dispositivo.
En tanto, apenas a unos metros la realidad estaba plagada de historias: un par de mujeres conducen al menos a cincuenta personas hacia las entrañas de una unidad habitacional cercana al punto de votación, todas con sombrillas nuevas, todas identificadas con el partido en el poder. Próximos al lugar, una decena de señores con los brazos entrelazados resguardan la puerta, dicen cuidarla de los “mapaches” que quieren reventar la elección, argumentan, exponen, denuncian; frente a ellos decenas de mujeres muy mayores, frágiles a las que otra mujer señala de no saber leer y de que requieren ayuda para ejercer su voto.
Uno de ellos activa su celular y comienza una transmisión en vivo en donde narra y describe lo que ve desde el lugar que está, no camina, no se mueve, interpreta la realidad de lo que ve en los escasos metros que su vista puede dar, infiere, supone, generaliza, no profundiza, lee comentarios de quienes siguen la transmisión, llena los huecos con comentarios y apreciaciones personales, repite los mismos datos una y otra vez.
Esto no es una generalización, pero debe observarse como un fenómeno cada vez más frecuente entre reporteras y reporteros, la nueva norma.
Se reportea con prisa y con precio porque la industria así lo exige ante la vertiginosa necesidad de contar las cosas primero o de contarlas «en tiempo real» y porque la precarización del oficio valora la productividad en función de la rapidez con la que se producen los contenidos noticiosos.
La fuerte dependencia del dinero público, la precarización y la dinámica digital ha creado generaciones de reporteras y reporteros que han perdido la capacidad de observar fuera de las pantallas. De acuerdo al Observatorio Mexicano de Medios, 83% de los medios se financian mayoritariamente de dinero público y de los partidos políticos, por tanto, la agenda mediática es en su mayoría la agenda oficial.
Si se trata de cubrir los eventos oficiales, se acompaña en las giras al personaje en turno o se espera su arribo, se toman sus declaraciones, y se le pregunta sobre el resto de temas en un llamado «chacaleo» que está a la espera de la declaración escandalosa, de la pifia, de la descalificación al oponente o de la cifra para compartirla a la brevedad en redes sociales. Al final todos los medios -o la mayoría- reproducen lo mismo todo el tiempo. Incluso, el boletín oficial se convierte mayormente en la fuente primaria, sin testimonios, sin historias, sin contextos.
Pocas veces se voltea la grabadora a otro lado, pocas veces incluso en la entrega de una acción de gobierno, se voltea al entorno, a lo que sobrepasa al evento prefabricado en lo oficial.
Cubres y te vas es la consigna de una prensa plagada de jóvenes que rotan constantemente entre medios, jóvenes que redactan notas para dos o tres medios incluyendo el propio, que realizan notas a destajo, y que adoptan, voluntaria o involuntariamente, los intereses de quien dirige el medio que paga su salario.
Hoy las mañaneras impulsadas desde la Presidencia de la República y tropicalizadas en los estados y municipios, son también otra cómoda fuente de información en donde se le ponen límites a la discusión pública como lo señaló atinadamente Mario Galeana en su poderoso artículo «El hombre de la última palabra».
Hoy, la investigación, la profundidad, el testimonio detallado, la observación y la documentación son un lujo, un lujo de quienes deciden ser independientes o de quienes por trayectoria imponen sus condiciones.
Me parece desproporcionado tachar a toda la prensa de «chayotera», pero también el idealizar el noble ejercicio del periodismo en un contexto en el que mayoritariamente la precarización y la dinámica de la hiperconectividad imponen una nueva forma de entender el ejercicio periodístico en la actualidad.
Hasta la próxima…
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