Los Periodistas

El arzobispo «pecador» de París, Colette masajeada y el Papa comprensivo | Crónica

Esta es la historia de un médico que se hizo sacerdote a los 40 y terminó de arzobispo de París. Experto en bioética, defiende la ‘marcha atrás’ en lugar del preservativo. El Papa aceptó su dimisión tras confesar un pecado de la carne pero los expertos sostienen que tras el escándalo no hay sólo un lío de faldas

ÁNGELES ESCRIVÁ / CRÓNICA / EL MUNDO

El enorme portalón gris de la catedral de Sainte Geneviève de Nanterre acaba de cerrarse blindando los secretos inesperados de un templo de líneas mínimas que se torna sofisticado en su interior. El recién nombrado obispo, Michel Aupetit, conversa en los aledaños de su nuevo reino con un periodista que acaba de presenciar cómo hasta 30 sacerdotes, en perfecta formación, han celebrado la misa, envueltos en una nube de incienso dorada e irreal. Monseñor se muestra aparentemente propenso a las confidencias. «¿Sabe usted?», le pregunta a su interlocutor, «mi proyecto de vida claramente era la práctica de la medicina junto a una mujer e hijos«. Aupetit parará unos instantes antes de continuar por derroteros menos personales. Lo que no contará es que, a esas alturas, 2014, una investigación se ha cerrado ocultando un desliz con una mujer, Colette, que podía haber comprometido su carrera. Y lo que no imagina es que años después será el propio Papa quien revele los detalles.

Diciembre de 2021. Algunos de los mayores expertos sobre asuntos vaticanos lo llaman facundia latina. Se refieren así a la proverbial tendencia del Papa Francisco a dar explicaciones sobre los asuntos más diversos en entornos variados. Pero incluso ellos, acostumbrados a que Su Santidad acabe metiéndose en algunos charcos en el ejercicio de esta potestad, observaron con inusitado interés la escena de Bergoglio en el avión papal, a su regreso de su viaje a Lesbos, rodeado de periodistas a los que intentaba explicar la trascendencia de unos «masajes» y unas «caricias» que le acababan de costar el cargo al arzobispo de París, Michel Aupetit, uno de los hombres más poderosos y más conservadores dentro de la jerarquía de la Iglesia católica; uno de los que más enemigos ha acumulado a lo largo de los años.

«¿Por qué ha aceptado la renuncia del arzobispo de un modo tan rápido?», le había preguntado la periodista de Le Monde. Y en la respuesta al Papa le dio tiempo a modificar la gravedad pecaminosa del sexto mandamiento y de pronunciar una frase aparentemente clara que ha recibido todo tipo de interpretaciones: «Acepté la renuncia de Aupetit no en el altar de la verdad sino en el de la hipocresía». Se trata, pues, de un asunto de faldas, de una historia de amor nunca consumada, según acreditó el propio Papa, del entonces vicario -ocurrió hace 9 años- que ha escandalizado a la opinión pública francesa pero que, como siempre ocurre con la Iglesia, se ha convertido en más que una historia de faldas.

La personalidad y la trayectoria de Michel Aupetit, encierran algunas peculiaridades. Nacido en Versalles hace 70 años, cuando ascendió al arzobispado sus biógrafos contaron que era hijo de ferroviario y nieto de anticlericales, que devoraba las aventuras de Popeye publicadas en el Parisien Libèré y que no quiso ser monaguillo. Se permitía bromear en clase porque era superdotado. Su sobrada capacidad le llevó a licenciarse en Medicina y a doctorarse en Bioética. Se convirtió en un facultativo «muy cercano» al decir de sus pacientes en Colombes y en dos hospitales de París. Se trasladaba en un viejo Clio, escribía poemas, tallaba madera -suyo es un Cristo crucificado colgado en Notre Dame- y «era una máquina de discos ambulante», con su guitarra en ristre interpretando de memoria todas las canciones del irreverente George Brassens, en especial, la famosérrima, La Mala Reputación.

Michel Aupetit, cuando era médico de familia en Colombes. sus pacientes aseguran que era un profesional muy cercano y muy competente.
Michel Aupetit, cuando era médico de familia en Colombes. sus pacientes aseguran que era un profesional muy cercano y muy competente.

Pero, encontró otro camino. «Las personas discapacitadas que vivían frente a mi oficina me pidieron que las cuidara. Descubrí su tremenda capacidad para enseñarnos a cómo convertirnos en humanos», explicó entonces, y, según añadió con teatralidad, experimentó una «guerra espiritual» que se zanjó el día en el que cayó de rodillas en el comedor de su casa y exclamó: «Hágase en mi tu voluntad».

Sus colegas cuentan cómo en febrero de 1990 les reveló, para su sorpresa, que iba a ingresar en un seminario. Tenía 44 años cuando fue ordenado. «Una vocación tardía acogida con alegría en un clero francés despoblado» -según Le Parisien-, que culminó con una carrera meteórica en la que ha ido cosechando relevancia y enemistades.

De hecho, la prensa francesa estos días ofrece una imagen del arzobispo que dista mucho de la de aquel médico «empático» que no miraba el reloj cuando recibía a sus pacientes. Le describen como un jefe autoritario que ordenaba a golpe de báculo, y cuyo carácter hizo que dos de sus obispos auxiliares que, además eran sus vicarios, renunciaran en un lapso de cuatro meses.

Su conservadurismo también ha influido en el distanciamiento de amplios sectores sociales y políticos.

El arzobispo formó parte de la plantilla de dos hospitales de París antes de sentir la llamada de Dios a los 40 años.
El arzobispo formó parte de la plantilla de dos hospitales de París antes de sentir la llamada de Dios a los 40 años.

El «obispo de la Bioética», como se le ha llamado, es militante antiabortista, ha apoyado las Marchas por la vida y se ha encarado con los ministros franceses por el contenido de las leyes. «Hace poco vi a Eduard Philippe y le dije: hay derecho a la vivienda pero no puede haber derecho a un niño porque no es un objeto», señalaba recientemente. «Lamento que el embrión no tenga un estatus legal en Francia. La larvas de los gusanos están más protegidas», remarcaba en una de sus conferencias, siempre a rebosar de partidarios. Pero incluso entre los católicos tiene encendidos discrepantes «Para mi pareja y para mi, madres de una niña nacida por reproducción asistida, sus palabras suenan a agresión», se lamentaba una de las portavoces del movimiento homosexual cristiano ante sus planteamientos respecto a la PMA (Procreación médicamente Asistida).

Sin embargo, probablemente, lo que más pesa en el juicio social al que se está viendo sometido el arzobispo es su posición respecto a las relaciones sexuales. Suyo es un libro de 2020 en el que glosaba la Encíclica definitoria del pontificado de Pablo VI, Humana Vitae, seguro la más impopular. Simplificando, en su glosa planteaba la reproducción como única finalidad del sexo y defendía la llamada «marcha atrás» para evitar embarazos. «Nuestros padres y nuestros abuelos practicaban el coitus interruptus, ciertamente más difícil pero más ecológico«, llegó a defender en una entrevista.

LA AMBIGÜEDAD

Es en ese contexto, el de la absoluta intransigencia con todo lo relacionado con el apetito carnal, en el que sale a la luz pública su historia con Colette, una mujer de la que sólo ha trascendido el nombre de pila. Ocurrió en 2012, cuando Aupetit era vicario general. Según su versión, «una mujer se manifestó (sic) ante mí varias veces con visitas y cartas hasta el punto de que debí poner distancia entre nosotros». A lo más que ha llegado el arzobispo ha sido a reconocer que su comportamiento «puede haber sido ambiguo, dando a entender la existencia de una relación íntima y de relaciones sexuales, algo que niego con fuerza».

Con «ambiguo» se referiría Aupetit al contenido del correo electrónico que escribió, cuya destinataria era la misteriosa Colette pero que acabó en el buzón de una de sus secretarias personales.

El arzobispo ha tenido buen cuidado en aclarar que la relación fue consentida y con una mujer adulta, habida cuenta la profunda aversión que la opinión pública francesa ha demostrado tener tanto contra los poderosos abusadores de las mujeres como contra los pederastas en la Iglesia. Casualidad o no, en plena ebullición del caso, el pasado día 5 era publicado el informe independiente encargado por la curia gala sobre la pederastia –la Iglesia española no ha encargado nada semejante– con el que se demostró que en Francia 200.000 menores han sido abusados por clérigos en los últimos 70 años; un informe sobre cuyo contenido el Papa ha asegurado sentir «vergüenza».

La cuestión es que el correo que fue a parar al ordenador de la secretaria fue conocido por varios funcionarios del arzobispado y, según se ha publicado, Aupetit contó lo ocurrido en 2012 a su superior, el cardenal André Ving-Trois, y al representante del Vaticano, se abrió una investigación que se cerró y la relación con Colette, por supuesto, según los protagonistas, se acabó.

En el Vaticando, llevando simbólicamente la cruz de Cristo.
En el Vaticando, llevando simbólicamente la cruz de Cristo.

Nada de eso impidió que Aupetit fuese nombrado obispo auxiliar de París por Juan Pablo II, y obispo de Nanterre y Arzobispo de París, con la vehemente recomendación del cardenal Ving-Trois, por el Papa Francisco. La publicación por parte de Le Point del affaire el 26 de noviembre, fue la que provocó que Aupetit pusiera su cargo a disposición del Papa y éste lo aceptase en una semana. Su Santidad sugirió entonces que cuando el arzobispo dijo que una mujer se le manifestó, se refería a «una falta contra el sexto mandamiento. No total, sino de pequeñas caricias, de masajes».

El motivo por el que una historia de hace nueve años ha salido a la luz ahora es un misterio. Puede ser una casualidad, una venganza, un modo de apartar a un actor tan activo en el panorama político, un producto de la lucha entre distintas sensibilidades de la Iglesia. El hecho es que las palabras del Papa explicando el desenlace del asunto han sido interpretadas de formas muy distintas.

Su Santidad preguntó a los periodistas: «¿Cuál es la acusación? Antes de contestar, yo les digo, hagan una investigación porque existe el peligro de decir: fue condenado. Pero ¿quién lo condenó? La opinión pública, las habladurías.» «Acepté la renuncia de Aupetit, no en el altar de la verdad sino en el de la hipocresía…» «Ha sido un pecado pero no de los más graves. Porque los pecados de la carne no son los más graves. Los más graves son la soberbia, el odio…». Efectivamente el Papa reconoció que apartaba al arzobispo no por el acto sino porque el ruido que había generado su historia, podía minar la confianza de los feligreses, pero esa no ha sido la única interpretación.

DEMOCRATIZACIÓN

El jesuita y escritor Pedro Miguel Lamet sostiene que lo que el Papa ha querido decir es que «en un mundo donde la economía está por encima de la persona, la vulneración del sexto mandamiento no es de las peores. La soberbia va con el poder, y en aras del poder y de la política se están haciendo cosas más graves que acostarse con una señora». Sin embargo, José Manuel Vidal, director de Religión Digital iba más lejos: «Se trata de un aviso a navegantes, un mensaje contra el clericalismo, contra quienes como Aupetit se comportan con soberbia, y utilizan sus puestos para ejercer su poder total dentro de la Iglesia». Vidal señala que tiene importancia que esta decisión haya sido adoptada en medio del sínodo sobre democratización de la Iglesia emprendido por el Papa, que durará dos años y que cuestionará desde el modo de elegir a los obispos hasta el celibato.

Mientras estos debates se producen y se polemiza sobre los pronunciamientos del Papa sobre asuntos variados, incluidos los «pecados» cometidos en la conquista de Mexico, Aupetit, sigue concitando interés. Su siguiente foto lo mostraba en vaqueros junto a una teóloga, una «virgen», como la llaman en Francia, asesora suya, sobre la que el arzobispado se ha apresurado a aclarar: «Y nada más». Fue un día antes de despedirse, el viernes, de la feligresía de Notre Dame. Quizás iba tarareando con cierto pesar: «Salvo los ciegos, todos me miran mal, es natural».

Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2021/12/15/61b8601321efa0cc128b45d3.html

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