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Divorciadas, pero no tristes: «La separación me iluminó, me permitió volver a ser yo. Estancarse en una vida ficticia e infeliz sí es un fracaso» | Yo Dona

En España hay casi 1.700.000 mujeres que han salido del matrimonio -la mayoría entre los 45 y los 64 años-, el doble que en 2006. Entre otras causas de ruptura destaca que muchas de ellas no han aceptado cumplir el mandato social que perpetúa, sin más, las relaciones.

PATRICIA BOLINCHES

Una de las primeras bombas de racimo que nos llueven en septiembre son las cifras de divorcios. La convivencia intensiva en las vacaciones y la parálisis judicial de los agostos guillotinan muchos matrimonios, que dejan de serlo, precisamente, a estas alturas del calendario. Por eso, de forma periódica, el saldo del amor arranca en rojo cada otoño.

Según las últimas cifras del INE, en España existen casi 1.687.000 mujeres separadas o divorciadas, justo el doble de las registradas en 2006. La mayoría ocupa las franjas de edad centrales y así, alrededor del millón tiene entre 45 y 64 años. La gráfica del Instituto Nacional de Estadística marca un incremento constante desde el inicio del cómputo hace casi dos décadas hasta hoy.

Sara Añino Villalva, socióloga especializada en igualdad, explica que además de las incompatibilidades, la pérdida del enamoramiento y el cambio de pareja, entre otras causas de ruptura, «muchas mujeres ven que la pareja heterosexual las infravalora, constriñe y les genera sobrecarga de responsabilidades domésticas, afectivas y de cuidados». Ellas, gracias al movimiento feminista, «buscan cada vez más relaciones basadas en el buentrato, la reciprocidad y la equidad» y «no están dispuestas a aguantar» lo contrario. Y por eso, tantas separaciones.

El mandato social del hasta-que-la-muerte-nos-separe quedó atrás a partir de la legalización del divorcio en 1981, aunque hoy sigue vigente para quienes no pueden materializarlo por razones económicas, falta de apoyo social u otras. «Para muchas separarse es una liberación. Cada vez más mujeres dan el paso porque no son felices y el amor por la vida y por sí mismas las impulsa a buscar un cambio», sentencia Añino.

Ser compañeros de piso

Este alivio no es óbice para la tristeza y otras emociones sombrías, pero desde luego, tampoco es sinónimo de amargura vitalicia. Las divorciadas no están solas ni llorosas. O no todas. O no para siempre. Un ejemplo es Margarita Martín (54 años, dos hijas veinteañeras). Llevaba con su exmarido desde el instituto y hace 15 años decidieron terminar con una relación que había mutado en amistad. «Cuando las niñas crecieron, empecé a cuidarme más y a pensar en mí. No discutíamos, pero nos habíamos convertido en compañeros de piso. Divorciarse no es un capricho. Es tu vida. Mereces ser feliz e ilusionarte cada día», cuenta.

La tristeza inicial se fue diluyendo y centró toda su energía en una oposición (que aprobó). «La separación iluminó mi vida, me permitió volver a ser yo y a hacer cosas que había abandonado. Estoy totalmente agradecida por haber tomado esa decisión, aunque por supuesto es dura y lo pone todo patas arriba», continúa. Margarita remó contra la inercia y se rebela cuando una ruptura se considera un suspenso vital: «Quedarse estancado en una vida ficticia con la que no eres feliz sí es un fracaso», espeta. Y protesta: «La gente cree que rehaces tu vida si tienes una nueva pareja, pero no. Eso pasa cuando dejas atrás una relación que no te satisface».

Sandra Mozos (50 años, dos hijos adolescentes) redunda en esa mirada empoderadora hacia sí misma, con intereses y deseos propios, que le ha traído su reciente separación. Su nueva vida también la hace sentir joven, con mucho por descubrir: «Siento como si otra vez tuviera las puertas abiertas a cualquier cosa», dice. Sandra no ha experimentado la soledad, ni física ni emocional, en ningún momento y ha tenido la suerte de no echar de menos la vida en pareja. No obstante: «Los seis primeros meses sí tuve cierta sensación de fracaso y tristeza. Cuando los demás me decían que me veían feliz, me sentía un poco culpable». Para ella, como para muchas otras, los amigos han sido un asidero decisivo: «Son mi gran apoyo y las amigas, mi tribu«, admite.

El valor de las amigas

Laura Freixas (67 años), escritora, articulista y referente feminista, se separó en 2005 tras 20 años de relación, un episodio que contó en la autobiografía A mí no me iba a pasar (Ediciones B, 2019). Su relato coincide en parámetros esenciales con el de Sandra y Margarita, aunque añade el componente de brecha de género: ella orilló su trabajo por asumir el cuidado de la casa y los hijos. Cuenta a YO DONA cómo la sostuvo una red de sororidad: «No me sentí sola, sino muy bien acogida por mi grupo de amigas, solteras o divorciadas en su mayoría. De hecho, su ejemplo me había animado a divorciarme: llevaban una vida más libre y sobre todo más auténtica que la mía».

Con los niños y la intendencia familiar, la pareja dejó de tener en primer plano el amor y el placer de estar juntos: «Era una vida cómoda, pero empobrecedora. Necesitaba volver a poner el contador a cero (dentro de lo posible) y redescubrir qué quería». «¿Están (o estaban) mal vistas las separadas?», le preguntamos. «Casi al contrario. Me sentía una mujer autónoma y adulta, que había tomado una decisión valiente. Mis amigas solteras me han dicho alguna vez que se respeta más a las divorciadas que a ellas y yo creo que es verdad», concluye.

Enfrentarse al sexo con otro

PATRICIA BOLINCHES

Pilar Basbastro (31 años) se separó un año después de su boda. Intentó escapar de las miradas de lástima por haber tenido un matrimonio tan breve. Ella sintió pena, sí, pero antes de la ruptura oficial, algo en lo que coincide con otras mujeres entrevistadas: «Creo que es una cuestión femenina. Con el divorcio, ellos entran en crisis, se ponen pelo, empiezan a jugar al pádel… Nosotras pasamos el duelo antes de la separación y cuando llega, echamos una lloradita y a seguir. Yo ya me había sentido sola antes», admite Pilar. En los ojos ajenos ha detectado cierta curiosidad e intriga: «Ser tan joven y estar divorciada tiene su punto y genera misterio, aunque también es una red flag para otros hombres. Piensan que si una vez ya salió mal, es porque algo pasa», sostiene.

Las mujeres que se divorcian, especialmente después de una relación longeva, sienten a menudo el vértigo de tener sexo con otra persona. «Pensaba en cómo me sentiría con otro, acostumbrada a la absoluta confianza con alguien que me conocía tan bien. Pero esas son las oportunidades que te ofrece tu nueva vida y las aproveché. Me sentí mujer, deseada y empoderada. Todas las dudas desaparecieron y entendí que lo importante es ser capaz de pedir lo que necesitas», cuenta Sandra.

Ana Sierra, psicosexóloga, explica las luces del cambio: «Es momento de romper ciertos patrones que hayas adquirido con tu expareja y pedir cosas diferentes, sin vergüenza». Y hace lo propio con las sombras: «La presión estética sobre las mujeres es muy fuerte y el cuerpo con edad no se ha erotizado. La inseguridad puede hacer que evitemos el sexo o que lo busquemos con parejas poco atractivas para no afrontar un rechazo. Tenemos que entender que igual que los cuerpos son diversos, la erótica también lo es y a lo mejor al cachas de turno no le gustan las tetas perfectas de escuadra y cartabón».

Con complejos o sin ellos, Sierra recomienda a todas explorar el autoerotismo antes siquiera de probar con otros cuerpos: «Reconócete primero para saber qué quieres y qué te gusta». No obstante, esta experta mantiene que más que otras parejas, sexuales o no, las divorciadas necesitan apoyarse en sus amigas: «Los vínculos entre mujeres suelen ser más profundos. Los estudios dicen que hasta seis meses o un año después de la separación no se sienten preparadas para tener sexo con otra persona. Ellos tardan menos y normalmente lo hacen por divertimento o por distraer el dolor de su duelo».

Comunidades de apoyo

Esa red femenina de sostén tiene un trasunto profesionalizado. La divulgadora familiar detrás de la comunidad Creada y autora de Separada (Destino, 2023) Rocío López de la Calle ayuda, sobre todo, a mujeres con hijos en procesos de ruptura: «En general, la sociedad las castiga. El cliché de que tienen que vivir un luto permanente les genera sentimientos de culpa cuando se sienten bien separadas», explica, al tiempo que afirma: «Ha surgido un comadreo con el que las propias mujeres están rompiendo la imagen de rivalidad femenina».

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Patricia Redondo puso en marcha EmpowerMUM hace dos años, cuando decidió reinventarse y asesorar a madres que van a divorciarse y no saben por dónde empezar. Cuando a ella le tocó, hace ocho años ya, tuvo que buscar información de aquí y de allí sobre todo por sus dos hijos, que eran muy pequeños. «El objetivo es informarlas sobre cuestiones legales y financieras, además de ofrecerles apoyo emocional y hacer comunidad entre ellas», afirma. Hace seis años su expareja se esfumó. Desde entonces, ni una llamada a los niños. Le tocó pelear por la patria potestad, un proceso donde, como otros en estas situaciones, se requiere asesoramiento especializado: «No nos sirve cualquier abogado. Se han hecho convenios reguladores como churros, pero pueden y deben ser personalizados», remata.

Válory, otra empresa de acompañamiento integral a mujeres separadas con hijos, ha dado cauce a la sororidad a través de la iniciativa altruista Las Madrinas. Yolanda (58 años) es una de las voluntarias que echa un cable a otras que, como ella hizo antes, están en procesos de divorcio: «Puedes tener familia o amigas, pero si no han pasado por lo mismo no te entienden. Intento ser su persona de confianza. Me preguntan dudas y se desahogan. Al principio todo se les hace un mundo». Y Sara (42 años) explica desde el otro lado: «Mi madrina me dio luz en la oscuridad y me animé a ir con ella a alguna reunión organizada por Válory, donde he encontrado nuevas amistades. Una de ellas se ha convertido en una de mis mejores amigas, en mi hermana. Ellas son ahora mi principal apoyo», zanja.

Fuente: https://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2025/09/18/68c917f7e4d4d8fb198b459d.html

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