Diana Widmaier Picasso, la nieta de Picasso, nos cuenta en exclusiva las razones del homenaje íntimo y emocional que rinde a su progenitora (y, de paso, a su abuela) en ‘Maya Ruiz-Picasso, hija de Pablo’ y ‘La dación de Maya’, la doble exposición del Museo Nacional Picasso de París.
RAFA RODRÍGUEZ / VANITY FAIR
¿Hay que cancelar a Pablo Picasso? No, no es una pregunta trampa. Ni siquiera capciosa. La cuestión está ahí, acechando molesta como las moscas incluso en los círculos académicos que abogan por la separación entre obra y artista, oficialmente al menos desde 2017, adscrita al etiquetado #MeToo. Fue entonces cuando, aprovechando ciertas inquietudes, la escritora, periodista y directora de teatro francesa Sophie Chauveau publicó Picasso, le Minotaure (Gallimard) y soltó aquello de “He descubierto al monstruo: un tirano en el ámbito doméstico, perverso y celoso, que se representa como un minotauro, particularmente cruel con las mujeres y los niños”. Nada que no se supiera, por otro lado: en 2001, Marina Picasso ya le había dado lo suyo en Picasso, mi abuelo (Plaza & Janés), biografía servida fría como venganza contra un hombre al que culpa de destruir a su familia.
“Las sometía a su sexualidad animal, las domaba, embrujaba, ingería y exprimía en sus lienzos y, cuando ya las había dejado secas, después de extraerles sus esencias noche tras noche, las desechaba”, escribió a propósito de las mujeres que terminaron odiando amar al artista plástico más celebrado del siglo XX.
Cóctel explosivo a partir del reciclado de presuntas citas propias (“Para mí solo hay dos tipos de mujer: diosas y felpudos” o “Las mujeres son máquinas de sufrir”), testimonios de parientes traumatizados, no pocos libros y bastantes más artículos sensacionalistas, la controversia se reaviva inevitable ahora en alas del revisionismo woke, hasta el punto de que quienes lidian con el legado del genio malagueño no han tenido otra que coger el toro por los cuernos, y nunca mejor dicho. “La historia del arte se nutre de los interrogantes de nuestros días y las nuevas generaciones”, concede la historiadora Cécile Debray. Directora del Museo Nacional Picasso de París desde octubre de 2021, el pasado mayo ponía en marcha un programa de colaboraciones con artistas contemporáneas para “cuestionar la posteridad de Picasso y recoger el candente debate sobre su obra”. La primera en hacerlo ha sido la performer multimedia francesa Orlan, célebre por convertir su cuerpo en soporte de denuncia contra la opresión sociocultural y política sobre la identidad femenina, con Weeping Women Are Angry (Las mujeres que lloran están furiosas), un par de series que hibridan pintura y collages fotográficos en exposición hasta primeros de septiembre. Una muestra que coincide, casualmente, con el sentido homenaje que Diana Widmaier Picasso (Marsella, 1974) le rinde en el mismo museo a su madre, Maya Ruiz Picasso. Y no es un tributo cualquiera.
Por fin, he aquí una exposición que habla de las mujeres de Pablo Picasso (1881-1973) no como meros objetos pasivos, sino como genuinos sujetos que contribuyeron de forma decisiva a su experiencia creativa. “La historia suele considerar a Maya, igual que a mi abuela Marie-Thérèse, simples musas, pero desde la perspectiva biográfica de Picasso eso es más que limitado. Mi intención ha sido restablecer sus roles activos, como hija y pareja respectivamente. Tanto es así que la presencia de Maya estimuló y acrecentó la fascinación del artista por la infancia”, cuenta Diana Widmaier Picasso en conversación exclusiva con Vanity Fair España. Un interés del que, en efecto, da prueba la muestra, que presenta retratos y bosquejos de Maya niña, además de los dibujos que crearon juntos o los juguetes que ideó para ella, in- sospechados testimonios de una relación paternofilial ya explorada por la nieta hace un lustro en Picasso y Maya: Padre e hija, en la galería Gagosian de París. La del Museo Picasso, titulada Maya Ruiz- Picasso, hija de Pablo, es aún más completa, dice: “Hemos reunido 12 de los 14 retratos que pintó de ella. Y una representación sin precedentes de sus bocetos de Maya y Marie-Thérèse de la década de los treinta, junto a esculturas, recortables y memorabilia como cartas, poemas, fotografías y objetos personales que ilustran una nueva cara de la personalidad de mi abuelo”.
Fruto de la relación de Picasso con Marie-Thérèse Walter —la modelo por la que abandonó a su primera mujer, la bailarina Olga Khokhlova—, María de la Concepción Maya Ruiz-Picasso (Boulogne-Billancourt, Francia, 1935; Widmaier en el apellido tras casarse con el magnate naviero Peter Widmaier) es una de los herederos que ha posibilitado la existencia del museo parisino. La institución, que posee la mayor colección de obras del icono por excelencia del arte moderno —casi 300 pinturas, que abarcan todos sus periodos—, se fundó en 1979 para que los hijos y nietos del artista pudieran ahorrarse los astronómicos impuestos derivados de sus herencias cediendo las piezas que les han tocado en gracia al estado francés en un momento dado. La última de tales donaciones interesadas (daciones, se llaman en argot legal) la hacía de nuevo Maya a principios de año, nueve obras que bajo el epígrafe New Masterpieces se muestran como parte del proyecto/ homenaje de su hija. “La idea era celebrar algo así como la temporada de Maya Ruiz-Picasso, con dos exposiciones significativas. La primera, en la planta baja del museo, acoge estas piezas de la colección de mi madre, su mayor contribución hasta la fecha y que enriquece sobremanera los fondos”, explica Diana Widmaier Picasso, que creció rodeada de tamaño legado.
“Todas esas maravillas estaban en casa. Han sido parte de mi vida. He podido admirarlas cada día y, desde luego, espolearon mi interés por el arte. Mi madre solía contarme historias sobre ellas, como los retratos de mi bisabuelo paterno, don José Ruiz [ejemplo de temprana gravedad clasicista, fechado en 1895], y mi bisabuela materna, Emilie Marguerite Walter [alias Mémé, alegre sublimación cubista de 1939], que colgaban en su dormitorio. Cada una a su manera, son pinturas muy íntimas, emocionales incluso, que demuestran la importancia que Picasso le daba a la familia”.
Picasso, hombre de familia, quién lo hubiera dicho. “Maya y Marie-Thérèse supusieron un refugio de paz en la vida de mi abuelo, sobre todo en el contexto de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial”, continúa la nieta. “Me consta que mis abuelos mantuvieron un vínculo cercano toda la vida. Preparando la exposición, me sorprendió mucho des- cubrir su relación epistolar, que se prolongó hasta la muerte de Picasso. Diría que conservó un fuerte apego artístico y emocional con Marie-Thérèse”.
Diana Widmaier Picasso nació al año de fallecer su abuelo. Lo que sabe de él, claro, tuvo que aprenderlo: “Solo conocía algunos detalles divulgados por la mitología familiar y por las, a menudo, anécdotas erróneas que cuentan los libros. Creo que mi labor como historiadora del arte que busca comprender en profundidad la obra de Picasso tiene mucho que ver con estas lagunas”. Doctorada en Historia del Arte y Derecho por la Sorbo- na, la que iba para auditora de subastas (ejerció en el departamento de maestros antiguos de Sotheby’s en Londres y París) terminó involucrándose en el legado de su abuelo en 2003. Desde entonces, trabaja en la elaboración de un catálogo razonado sobre la escultura picassiana. “De repente, sentí que era una obligación, quizá por haber crecido rodeada de sus obras. También fue una necesidad de reconectar con la historia de mi familia”, admite. Esta doble muestra en el Museo Nacional Picasso se ha revelado definitiva a tal efecto. “Colaborar con mi madre ha sido muy especial. Siempre nos contaba historias sobre ella y su padre a mis hermanos y a mí, pero poder entrevistarla me ha acercado aún más a ambos. Siempre crees que lo sabes todo sobre los tuyos, y no es así”, dice. “Maya ha sido extremadamente generosa al compartir sus recuerdos, sus fotos y archivos personales. He descubierto un sinfín de cosas de mi abuelo que ni sospechaba, como sus supersticiones y su faceta fetichista. Por ejemplo, nunca tiraba su ropa vieja, ni siquiera el pelo o las uñas cuando se los cortaba, por miedo a perder parte de su esencia”.
Tamaña presencia orgánica se exhibe ahora en la parte más íntima de la muestra, a visitar hasta el 31 de diciembre en el primer piso del Hôtel Salé parisién (el más extravagante y extraordinario ejemplo de arquitectura del siglo XVII francés, estilo Mazarino) donde se localiza el museo, junto a una nutrida selección de fotografías del álbum familiar de Maya que confirma el estrecho vínculo paternofilial. Ver a Picasso sosteniendo en brazos a su hija recién nacida, en una instantánea tomada por la propia Marie-Thérèse en el hospital, produce una inusitada ternura. Y comprobar cómo padre e hija seguían compartiendo momentos entrada ya la década de los cincuenta, de vacaciones en la Costa Azul —donde coincidía con sus hermanastros Paulo, Claude y Paloma— fulmina muchas leyendas negras. “Los artistas suelen tener un estilo de vida muy libre, y es la gente la que elige si admirarlo o temerlo. Es la gente la que acepta depositar, identificar sus fantasías o la realidad de sus vidas con el arte que estos crean. De ahí que se produzcan todo tipo de confusiones y malentendidos, en especial entre personas jóvenes que no han vivido ciertos momentos. Yo intento no juzgar las vivencias personales de los demás, sobre todo si refieren otros tiempos. Picasso nació a finales del siglo XIX y vivió en una sociedad que no puede ser más diferente a la actual”, arguye la nieta a propósito de esa posible cancelación del abuelo. “Lo único que puedo decir es que cuando mi madre vio la exposición terminada, supe que se había emocionado con este homenaje que reúne los pedazos de una memoria compartida con su padre”.
Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/diana-widmaier-nieta-picasso-entrevista-exposicion-paris