El investigador estadounidense Siddharth Kara analiza la «colonización moderna» y digital que vive el país por su mineral más preciado: el cobalto.
RAQUEL NOGUEIRA / EL ESPAÑOL
“Para entrar en el infierno hacen falta cinco palabras”. Así arranca el prólogo de Cobalto rojo (Capitán Swing, 2023), el ensayo en el que el escritor, investigador, guionista y activista Siddharth Kara (EEUU, 1974) relata la manera en que, como reza el subtítulo del libro, «el Congo se desangra para que tú te conectes».
Las cinco palabras que nos adentran en el reino de Hades no son otras que las que dicen aquellos que se aventuran en las minas para extraer el preciado coltán, el mineral más preciado del momento: “Estamos en manos de Dios”. Presente en teléfonos móviles, baterías eléctricas, misiles o videoconsolas, este recurso natural se encuentra, en ingentes cantidades, enterrado en las fértiles tierras de República Democrática del Congo.
Hasta allí, precisamente, se desplazó Kara para descubrir de primera mano la realidad de un país que, como reconoce a ENCLAVE ODS, “es desde hace bastante tiempo la mina del norte global”. Porque, recuerda, “la primera prospección de la vasta reserva mineral del Congo la realizaron los belgas a principios del siglo XX”.
En aquel momento, el interés principal de la minería en suelo congoleño era el cobre. Aunque también se extraía níquel, zinc y otros minerales industriales, además de oro y diamantes. La situación actual, reconoce desde su casa en California este investigador, es “realmente un nuevo capítulo de la misma historia”.
«Nada ha cambiado»
Ahora,“el mundo necesita cobalto para sus baterías recargables y el Congo, una vez más, cuenta con enormes reservas de este material”, insiste. Y añade: “Así se ha desatado, como en el siglo pasado, una lucha violenta y destructiva para extraer cobalto del suelo lo más rápido posible y alimentar con él la cadena para nuestros aparatos recargables y vehículos eléctricos”.
Por eso, zanja, “nada ha cambiado realmente desde que los belgas encontraron cobre por primera vez”. En todo caso, “la fecha en el calendario”, matiza. Por el contrario, cuenta, la población del Congo sigue sin beneficiarse de sus recursos minerales: “Todavía se ganan la vida a duras penas buscándolos en condiciones muy infrahumanas, por apenas 1 o 2 euros de ingresos al día”.
El único cambio “significativo”, dice, es que “hoy vivimos en una era en la que, al menos sobre el papel, se supone que todos deben disfrutar de la misma dignidad y derechos humanos”. Esto, recuerda, no era el caso hace 130 años. Aun así, “el pueblo del Congo sigue siendo tratado como a sus antepasados colonizados; por tanto, hay más hipocresía hoy con la explotación que en el pasado”.
Pregunta: ¿Se podría decir que lo que vivimos hoy en el Congo es una colonización moderna?
Respuesta: Es una forma más refinada de colonización, mucho más astuta. En el pasado no se jugaba a la farsa de la dignidad y los derechos humanos; hoy, sí. Pero debajo de esa fachada se encuentra el mismo tipo de explotación. El resultado neto sigue siendo la degradación y el saqueo del pueblo del Congo por parte del norte global, por un tesoro que valoran: el cobalto.
P.: ¿Hasta qué punto piensa que la gente en el norte global es realmente consciente de esta situación en el Congo? Porque hoy día estamos más conectados que nunca, pero no sé hasta qué punto conocemos el precio de dicha conexión.
R.: El rey Leopoldo de los belgas dijo a todos que los congoleños trabajaban en buenas condiciones y que sus vidas estaban mejorando al extraer caucho de la selva tropical. Y, por supuesto, sabemos que eso era absolutamente falso. De hecho, estaban siendo aterrorizados y masacrados.
Los reyes de hoy, los de la tecnología y del sector de los vehículos eléctricos, dicen lo mismo: el Congo es un país pobre, y tal vez haya cosas malas allí, pero las personas que trabajan en su cadena de suministro son auditadas exhaustivamente, se protege la dignidad de todos y no hay trabajo infantil.
Kara asegura que “la verdad empieza a salir a la luz” de la misma manera que sucedió durante “el horror de Leopold en el Congo”. Sobre todo, indica, lo hace “cuando escuchas las voces del pueblo congoleño, que dicen que han sido explotados durante siglos y ahora vuelven a serlo por los reyes de la tecnología y de las industrias que necesitan el cobalto”.
En la actualidad, asegura, el mundo se encuentra en una “fase” de “nueva toma de conciencia de la verdad fundamental” detrás de las tecnológicas en República Democrática del Congo. “Cuando la gente se entera, empieza a estar molesta e indignada”, dice. Y añade: “Al igual que en el pasado, esta conciencia activará inevitablemente a nuevos líderes morales que liderarán un nuevo movimiento para acabar con esta injusticia”.
Túneles “hechos a mano” que se hunden
Durante su investigación, Kara se topó de bruces con la cruda realidad del Congo sobre el terreno. Lo que más le impactó, indica, es “la frecuencia con la que los congoleños, incluidos los adolescentes, son enterrados vivos en túneles que se derrumban”.
[Adultos antes de tiempo, o cuando la explotación laboral infantil se convierte en «moneda corriente»]
Cuando llegó al país africano, el estadounidense era consciente “del trabajo infantil, del trabajo forzado y del trabajo degradante”, pero “su magnitud superó todo lo que había imaginado”. Asegura, además, que no hay palabras para describirlo: “Había decenas de miles de niños de tan solo ocho años buscando cobalto cubiertos hasta el cuello de suciedad y mugre tóxicas; eso es muy duro de ver”.
Pero más duro es aún que nadie hable del colapso de los túneles de las minas de cobalto, confiesa. “Las compañías mineras no lo reconocen, las empresas tecnológicas no hablan de ello, pero probablemente haya entre 15.000 y 20.000 túneles que las comunidades locales han cavado a mano para extraer cobalto que se derrumban una y otra vez”, indica Kara. Cuando esto sucede, además, el experto recuerda que “suele haber entre 30 y 40 personas en ellos, y acaban enterradas vivas. Esa tiene que ser una de las maneras más horribles de morir”.
P.: El problema está que con el boom digital actual y la electrificación del parque móvil no se hará más que demandar más cobalto y otros minerales clave.
R.: Justo. Es cobalto, pero también otros minerales necesarios para las baterías, como el níquel, manganeso y litio. La mayoría de estos metales se encuentran en grandes reservas en el hemisferio sur.
Y vemos una historia similar en Chile, Bolivia y otros países africanos: la destrucción masiva del medio ambiente a causa de las operaciones mineras, el desplazamiento de las poblaciones nativas, la explotación de las poblaciones nativas en esta lucha por hacer posible nuestro estilo de vida impulsado por los dispositivos y esta transición a los vehículos eléctricos en el norte global.
Todo ello se basa en la destrucción ambiental y la violación de los derechos humanos de las personas en el sur global, lo que lo convierte en una hipocresía total tal como está hoy en día y en una hipocresía absoluta.
Una de las minas de cobalto de República Democrática del Congo. Cedida Capitán Swing
P.: ¿Diría que, a futuro, no es sostenible el ritmo de consumo tecnológico (y, por ende, de cobalto) que tenemos ahora mismo?
R.: Es que ni siquiera tenemos que hablar del futuro: no es sostenible ahora mismo. Lo que se está haciendo con las personas y con el medio ambiente en el sur global no es sostenible en este momento. Y solo empeorará a medida que sigamos impulsando estas transiciones hacia aparatos y automóviles basados en baterías recargables.
Estas empresas son como un virus: han infectado e invadido el sur global y están absorbiendo los recursos, destruyendo el medio ambiente y a las personas para su propio interés y beneficio. Y esa es la fría verdad. Por lo tanto, son colonizadores modernos envueltos en proclamaciones de derechos humanos.
Kara asegura que “cuando llegas al terreno y ves lo que le están haciendo a la gente, no puedes hacer otra cosa que enfurecer”. Porque, matiza, las grandes tecnológicas “no han movido ni un dedo para abordar cualquiera de estos problemas”.
P.: Ante esta situación, hay quien pudiera pensar que lo que haga una persona en España o EEUU, como es su caso, poco puede cambiar…
R.: Esa sensación de desesperanza es exactamente la sensación que las empresas de tecnología quieren que tengas. Es exactamente la sensación que las compañías de vehículos eléctricos quieren que tengas. Y es la sensación exacta que no debes tener.
P.: ¿Y qué se puede hacer?
R.: Hay tres cosas que puedes hacer. En primer lugar, lo más inmediato, directo y personal es pensar en tus hábitos de consumo. ¿Tienes que actualizar tu teléfono cada año o cada dos años porque la empresa de tecnología te lo indica? ¿Tienes que actualizar alguno de tus dispositivos cada 1 o 2 años porque el equipo de marketing de las empresas de tecnología ponen a un famoso en sus anuncios de televisión y te dice que lo hagas?
Por supuesto que no. Pero cuando lo haces, estás contribuyendo a perpetuar esta violencia contra los pueblos de África. Así que lo mejor que haces es seguir usando tus dispositivos hasta que simplemente no funcionen. Es algo que puedes hacer. Y es directo, tangible y personal.
Una niña trabajando en una mina de cobalto. Cedida Capitán Swing
P.: Dijo que eran tres cosas. ¿Cuál sería la segunda?
R.: Habla, conciencia a tu entorno. No somos ni tú ni yo ni el lector promedio quien vaya a ser el próximo líder moral que acabe con esta injusticia como lo han hecho los grandes líderes del pasado. Pero no pueden emerger hasta que el mundo conozca el horror. Así que no te quedes callado. Las empresas de tecnología quieren que te quedes callado. No quieren que se sepa la verdad. La verdad se interpone en sus ganancias, así que comparte la verdad. Puede que sientas que no está logrando nada, pero lo está logrando todo.
P.: ¿Y lo tercero?
R.: Exige a los responsables políticos y a los legisladores que hagan algo. Diles que si van a aprobar un mandato según el cual todos tengamos que comprar vehículos eléctricos en los próximos diez años, al mismo tiempo tienen que abordar la consiguiente violencia y destrucción medioambiental que son consecuencia de esos mandatos.
No se puede simplemente aprobar el mandato y dejar que la violencia y la destrucción ambiental se descontrolen. Por lo tanto, esas cosas también deben abordarse y no basta con que una empresa de tecnología o de vehículos eléctricos diga que todo está auditado.
¿Qué otra cosa van a decir? ¿Van a decir que están explotando el trabajo infantil en África? Por supuesto que no. Por eso hay que escuchar a la gente sobre el terreno, porque tienen la verdad en la boca y no los equipos de marketing de las empresas de tecnología y los famosos que ponen en los anuncios de televisión.