Yelyzaveta Semenenko es una de las bailarinas ucranianas acogidas temporalmente por la Compañía Nacional de Danza y esta semana está actuando en el Teatro Real en Giselle. Hablamos con ella sobre su odisea, su vida en España y cómo encontrar esperanza en el arte en tiempos de guerra.
JUAN CLAUDIO MATOSSIAN / VANITY FAIR
El pasado 24 de febrero, cuando los primeros misiles rusos comenzaron a impactar en varios lugares de Ucrania, incluida la capital, Kiev, la vida dio un vuelco para millones de ucranianos. En estos casi tres meses, alrededor de ocho millones han abandonado su residencia habitual y en torno a seis millones han huido del país, según la ONU.
Todos ellos tienen sus propias historias que contar: sobre lo que han dejado atrás, sobre la odisea de un viaje traumático, sobre el dolor ante un drama que no cesa y que ha destruido o ha puesto en peligro todo lo que amaban y conocían. En esas historias también hay a veces luz, la que sale de una puerta que se abre y deja asomar resquicios de consuelo y esperanza.
El mundo del arte puede ser esa puerta en tiempos de guerra, pero para ello los artistas necesitan un espacio para brillar y expresarse. Para una gran parte de los artistas ucranianos, la invasión rusa ha puesto en peligro tanto su existencia como su modo de vida. Para las bailarinas de ballet de la Ópera Nacional de Kiev, el conflicto era y es un seria amenaza para su carrera profesional.
En su caso, el inicio de la invasión paralizó los ensayos previos al estreno de El lago de los cisnes. A partir de ahí, el ballet pasó a un segundo plano para todas (sus compañeros masculinos se fueron directamente al frente), pero Anastasia y Denis Matvienko, dos de los bailarines ucranianos más destacados de las últimas décadas, se movilizaron para proteger la vida y las carreras de estas artistas, en su mayoría muy jóvenes y con un prometedor futuro por delante.
El objetivo era sacarlas del país, pero con un refugio asegurado que garantizara tanto su bienestar como la posibilidad de continuar manteniendo su forma de bailarinas de élite. En España, los Matvienko conocían a Joaquín de Luz, el director de la Compañía Nacional de Danza (y antiguo integrante del prestigioso New York City Ballet), quien movió hilos en el Ministerio de Cultura para acoger a varias de ellas.
“Está siendo una experiencia enriquecedora para todos, porque ellas han recobrado su vida profesional y su identidad como bailarinas y a la vez nos han enseñado mucho a nosotros sobre resiliencia, siempre con gratitud y una sonrisa”, dice De Luz. “Han encajado de forma natural porque el mundo de la danza es una gran familia y todos somos de la misma tribu”.
Así, desde principios de marzo, cinco bailarinas de la Ópera Nacional de Kiev entrenan diariamente con la Compañía Nacional en su sede en el Matadero. Y tres de ellas están actuando a lo largo de esta semana en el Teatro Real en las representaciones de Giselle (18 y 20 de mayo a las 19.30 horas y el 21 de mayo a las 17.00 y 21.00 horas) que, paradojas del destino, ocupan las fechas que quedaron vacantes tras la cancelación de las funciones previstas del Ballet Bolshoi, la compañía rusa de danza por excelencia.
Una de las bailarinas ucranianas a la que podemos ver estos días en el Real es Yelyzaveta Semenenko, quien llevaba ya seis años en el ballet de la Ópera de Kiev, pero a la que actuar en el recinto madrileño ha supuesto una experiencia que jamás olvidará, por su magnitud y por el momento emocional que atraviesa como ucraniana y como bailarina.
“Después de la primera función, apenas pude dormir”, nos cuenta Semenko. “Las emociones me abrumaban, no podía estar más feliz de volver a un escenario”.
Para llegar a ese momento de felicidad ha tenido que vivir una odisea en estos meses, como la gran mayoría de los desplazados ucranianos.
“Al comenzar la guerra, salí de Kiev y volví a mi pueblo natal con mis padres, pero este también fue bombardeado y tuve que huir por carretera con mi hermana y su marido hasta llegar a la frontera occidental de Ucrania, donde nos quedamos tres semanas», relata.LO MÁS VISTO
Allí es donde le comunicaron la posibilidad de encontrar refugio y seguir bailando en España, aunque al principio le costó mucho digerirlo.
“No podía creérmelo cuando me lo contó Anastasia Matvienko”, asegura. “Me costó varios días decidirme porque no podía concebir que la oferta fuese real. Fue también una decisión difícil porque no quería dejar atrás a mi familia, pero también sabía que si no me marchaba en ese momento, iba a perder mi forma e iba a ser muy difícil volver a ella”.
Bailar sobre el escenario del Teatro Real ha sido uno de los momentos álgidos de su periplo, pero ya desde que llegó a España en marzo y comenzó a entrenar con la Compañía Nacional, su perspectiva vital empezó a cambiar.
“Todos los días vamos a clase o ensayamos con la compañía, lo que nos hace sentir como si estuviéramos de vuelta en nuestra vida normal antes de la guerra”, dice. “En la compañía nos sentimos muy arropadas, todos los artistas y directores están pendientes de nosotras, de cuidarnos y de ofrecernos ayuda, lo que me hace sentir muy cómoda».
Está especialmente agradecida al director de la Compañía Nacional, Joaquín de Luz, por sus esfuerzos para traerla hasta España y por su trato humano en estos meses.
“Joaquín es una persona increíble y además es muy moderno y se ajusta muy bien a los tiempos actuales”, dice Semenenko. “Notas enseguida lo amable que es en el trato con los artistas, en cómo te corrige cuando haces algo mal. Le encanta su trabajo, ama su compañía y es un perfeccionista. Le admiro como artista, como profesor y como persona. Trabajar con él ya es un éxito para mí y me siento muy afortunada”.
Se siente también algo más esperanzada que hace unos meses porque, aunque el conflicto aún no tiene visos de terminar, sí que se ha ido desplazando hacia la parte oriental de Ucrania y la situación en la capital ha mejorado un poco.
“Hablo todos los días con mis padres y ellos han podido regresar a Kiev hace tres semanas porque desde principios de mayo todo se ha calmado allí bastante en general”, cuenta. “Nuestro teatro también está volviendo a organizar clases para que los artistas que se quedaron puedan recuperar la forma”.
Esta mejora le ha llevado incluso a planear ya su vuelta a casa para poder ver a su familia, aunque el regreso no va a ser fácil.
“Espero poder ir en junio, pero tengo que viajar primero a Cracovia, luego pasar la frontera occidental y finalmente intentar llegar a Kiev”, relata. “Allí planeó estar con mi familia y amigos durante dos o tres semanas y ver si la situación es lo suficientemente segura para poder quedarme o si tengo que volver a España”.
En su país se volverá a encontrar con un panorama que aún le parece irreal: “Sigue siendo muy duro para mí todo lo que ha pasado y no me puedo creer que esto esté sucediendo en el siglo XXI. Es estúpido empezar una guerra en este momento y que esté muriendo tanta gente. Absolutamente estúpido”.
Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/bailarina-ucraniana-teatro-real-compania-nacional-giselle