Conversamos con el pensado francés François Rastier, que ofrece en ‘Naufragio de un profeta’ una imagen inédita y tétrica del filósofo alemán a la luz de sus ‘Cuadernos negros’
DANIEL ARJONA / EL CONFIDENCIAL
En 1916 Martin Heidegger tiene 27 años y escribe en una carta a su prometida Elfride: «La judaización de nuestra cultura y de las universidades es, en efecto, aterradora y creo que la raza alemana deberá encontrar la fuerza interior suficiente para llegar a lo más alto». En 1920, a los 31, se lamenta en otra misiva: «Todo está inundado de judíos y sanguijuelas». En 1932, ya con 43 años, vota por primera vez al partido nazi y al año siguiente se afilia. Es en 1933, ya con Hitler en el poder, cuando, recién nombrado rector de la Universidad de Friburgo a los 44 años, imparte su discurso de adhesión al nacionalsocialismo y, en otra carta, critica que su colega Karl Jaspers «siga ligado» a su mujer, que es judía. Pero justo después, como se creía hasta hace no mucho, repudiaba el régimen tras dimitir de su cargo y abandonar el partido. Sin embargo, como demuestran una serie de estudios recientes y la publicación en 2015 de sus ominosos ‘Cuadernos Negros’, no es que Heidegger dejara de ser nazi, sino, más bien, es que la Alemania de Hitler no le parecía «lo suficientemente nazi».
Entre aquellos que se ocuparon de señalar, a la contra de un pensamiento occidental envenenado de heideggarismo —desde la izquierda de la deconstrucción a la extrema derecha de Dugin—, que el emperador de la filosofía del siglo XX iba desnudo, que su filosofía no escondía otra cosa que un nazismo feroz, encontramos nombres como los de Adorno, Marcuse, Cassirer, Julio Quesada o Emmanuel Faye. Y ahora es el lingüista y semiótico francés François Rastier (Toulouse, 1945) el que asesta el golpe definitivo al maestro oscuro en un libro tan breve como demoledor: ‘Naufragio de un profeta. Heidegger hoy’ (Laetoli, 2022). Hablamos con un Rastier, que asegura que «jamás he podido leer a Heidegger y a sus apologistas sin un malestar que no tiene nada de existencial mientras tantos autores ilustrados se encomendaban a él».
PREGUNTA. Durante mucho tiempo se intentó perdonar el nazismo de Heidegger como un pecado de juventud. Pero, incluso antes de la publicación de ‘Los cuadernos negros’, como demostró por ejemplo Emmanuel Faye, bastaba leerle bien para saber que su nazismo era una convicción profunda. ¿Cómo es posible que tantos se engañaran así separando artificialmente al hombre del filósofo?
RESPUESTA. A los 44 años, Heidegger no era ya un joven y tampoco un nazi ordinario. En tanto que rector de la Universidad de Heidelberg, presidió, por ejemplo, una ceremonia donde se realizó un auto de fe de libros. Una semana después del fin de su etapa del rectorado, se sentó en la Comisión para la Filosofía del Derecho al lado de Alfred Rosenberg, ideólogo del régimen nazi, y de Hans Frank, conocido más tarde por ser ‘el verdugo de Polonia’, para elaborar las leyes raciales de Núremberg. Sostuvo al Partido nazi hasta el final del Reich, y más tarde se aseguró con éxito, de manera velada y casi esotérica, la difusión de la ideología nazi. La separación entre el nazi ordinario y el filósofo genial es un cliché apologético que no tiene en cuenta ni los hechos históricos ni el análisis filosófico.
P. Y en 2014 llegan ‘Los cuadernos negros’, donde emerge como un nazi extremista. Usted explica que los heideggerianos se dividen en dos grupos: los que aseguran que no es para tanto y los que dicen: «Sí, ¿y qué?». Me interesan estos últimos, especialmente los de izquierda. ¿Qué les lleva a admirar su nazismo como una necesaria provocación filosófica? ¿Tal vez la fascinación por la violencia?
R. Desde 1933, numerosos autores, como Marcuse, que fue alumno suyo, habían puesto en guardia, pero no fueron escuchados. El nazismo de la filosofía de Heidegger era un secreto a voces. Los escritos políticos eran conocidos, pero se evitaba ponerlos en relación con los escritos académicos. Sin embargo, algunos elementos decisivos fueron revelados en 2005 por Emmanuel Faye [en el libro ‘Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía’, traducción en Akal, 2009], gracias a los cursos de Heidegger que podían ser consultados en los archivos (todavía cerrados hasta 2046). La publicación a partir de 2014 de los ‘Cuadernos negros’, programada por el mismo Heidegger, que cubren un período de 40 años, expone su antisemitismo y la radicalidad de su nazismo: compara, por ejemplo, la Alemania vencida con un campo de concentración… para alemanes. Y, sin embargo, se continúa considerando que Heidegger es indispensable para ‘pensar’ la Shoah.
Además de antidemocrático, el radicalismo universitario va de la mano de una fascinación por la violencia: desde Foucault, admirador de Jomeini, a Badiou, partidario de los jemeres rojos.
P. ¿Y qué tiene la filosofía de Heidegger para que Occidente, de los posestructuralistas franceses a la derecha más reaccionaria, lleve un siglo hipnotizado por ella?
R. Heidegger impresiona por su grandilocuencia, se aprovecha de la fuerza del equívoco, de la ausencia de definiciones, que favorecen los comentarios indefinidos: dosifica las lecturas filosóficas de sus libros, y también lanza signos que los iniciados saben reconocer.
P. ¿El ataque de la izquierda posmoderna a la razón y la ciencia habría existido sin Heidegger?
R. Heidegger escribía en 1916 a su novia que quería llevar adelante una ‘lucha a muerte’ contra la razón. Como decía Goya, «El sueño de la razón produce monstruos». El movimiento de la deconstrucción, inspirado explícitamente en Heidegger, se ha convertido en un movimiento internacional, hegemónico en los medios intelectuales, en el que todas las tendencias están de acuerdo en deslegitimar la racionalidad en beneficio de lo vivido, lo sentido, etc.
P. Por último, quiero saber si lo he entendido bien. Usted afirma algo terrorífico: que Heidegger no solo nunca dejó de ser un nazi, sino que se rio de todos los que le justificaban para convertirse, con los ‘Cuadernos negros’, en el padre del renacimiento del neonazismo y la extrema derecha actual, desde Le Pen a Dugin, pasando por el islamismo radical. ¿Es así?
R. La extrema derecha siempre ha sabido leer a Heidegger y Alexander Dugin lo presenta como su principal inspirador. El nacionalsocialismo se presentaba por supuesto como revolucionario, incluso cuando Heidegger lo calificaba en ocasiones de «demasiado burgués». Más cerca de nosotros, el Partido Nacional-Bolchevique cofundado por Dugin, con Eduard Limónov, se inspiraba en esta retórica. Los islamistas de la escuela de Fardid, como Mahmud Ahmadinejad, se han inspirado también en esta teoría del poder. El antisemitismo y la hostilidad a la democracia son claramente factores de unidad entre los islamistas y la extrema derecha, como pudo verse con el encuentro de Hitler con el gran muftí de Jerusalén. Pero Heidegger no es el único, su amigo Carl Schmitt goza también de un gran respaldo tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. Habría que señalar asimismo el interés por un buen número de autores nazis, como Bauemler o Klages (de quien Derrida tomó el concepto de logocentrismo), incluso Gadamer, su discípulo predilecto.
En fin, hay que tener miedo de que los rojipardos tengan futuro.
Los hijos de Heidegger: Dugin y la extrema derecha europea
El proyecto identitario es también un punto decisivo de encuentro entre los nacional bolcheviques rusos y los rojipardos europeos. Los nazis, sin resignarse al pesimismo de Spengler, querían restaurar el destino de Occidente y regenerarlo en la Gran Europa Alemana, cosa por la cual Heidegger reconoce «la responsabilidad occidental» de los alemanes. Ahora bien, esta responsabilidad parece recaer actualmente en Rusia por razones políticas y étnicas. Desde hace mucho tiempo, medios de extrema derecha europeos han visto en Rusia la reserva genética de la raza blanca. En su discurso del 17 de abril de 2014, Putin ensalzó el «código genético ruso, tan flexible, tan resistente, nuestra ventaja competitiva», y el «hombre de mundo ruso» (Russkiy mir), movido por un «objetivo moral superior».
Esta superioridad genética y moral funda el discurso de Alexandr Dugin, que se apoya principalmente en Heidegger, como lo manifiesta su obra ‘Martin Heidegger. The Philosophy of Another Beginning’. En el pasado cofundador del Partido Nacional Bolchevique (nazbol), Dugin teoriza un neoeurasianismo inspirado en primer lugar por Carl Schmitt, Ernst Niekisch y Julius Evola. Recientemente, ha publicado una obra en la que reconoce a Heidegger como el único modelo para fundar una nueva filosofía ultranacionalista. Consejero de la Presidencia de la Duma y famoso como eminencia gris de Putin, dirige desde 2001 el movimiento Eurasia, que promueve un Imperio euroasiático, en suma, una Europa dominada por Rusia desde Dublín a Vladivostok. En una declaración, nuestro filósofo escribe: «Ucrania debe ser limpiada de sus idiotas» y apela a continuación al «genocidio» de esa «raza de bastardos». Dugin es muy bien acogido por los heideggerianos alemanes, como da fe especialmente su diálogo consensuado con Friedrich Wilhem von Herrmann, último discípulo y asistente del Maestro y principal editor, antes que Trawny, de su obra «completa». La extrema derecha alemana felicita a Dugin por querer «unir las formas más radicales de la resistencia nacional con las formas más radicales de la resistencia social». Además de sus encuentros con Von Hermann en Alemania, le han invitado a Hungría, a Grecia y a Francia, donde se presenta como amigo de Jean-Marie Le Pen.
Sin embargo, el eurasianismo gana terreno, literalmente, en Ucrania, en las regiones de Crimea y el Donbás, así como en Moldavia, en Transnistria, etc. En estos puntos, las convergencias con nuestros rojipardos son numerosas. Badiou —que acaba de publicar un nuevo libro sobre Heidegger— declara lo siguiente: «Crimea es un símbolo de Rusia desde hace mucho tiempo» y justifica así la ocupación rusa: «Se tiene la sensación de estar en Rusia», mientras señala a los manifestantes de Maidán como partidarios del «separatismo ucraniano». Los prorrusos no son separatistas, se unen a Eurasia, mientras que Europa sería solamente en este asunto un «operador local» de la globalización.
El odio a la democracia, a Europa y a Occidente sirve a un proyecto político general. Actualmente, es la escisión y la desaparición de la Europa autónoma y su integración en Eurasia lo que está en juego. Escisión en primer lugar de los Estados, en la Europa de los independentismos. Julio Quesada, por ejemplo, ha subrayado la popularidad del pensamiento identitario de Heidegger en ciertos independentistas vascos y gallegos. Luego, instituciones supranacionales contra las cuales los partidos de extrema derecha, por todas partes en auge, como en Eslovaquia y Hungría, hacen campaña ingeniándoselas para paralizarlas. Demostrar que el Ser-juntos (Gemeinwesen) es imposible en Europa en razón del «individualismo liberal y la regulación extraterritorial» («durch liberale Individualisierung und exterritoriale Regulierung»), no siendo los ciudadanos más que selfis normalizados («EU-normierte Selfies»), tal es, por otra parte, el discurso del último libro de Trawny, ‘Europa und die Revolution’.
Fragmento del libro ‘Naufragio de un profeta. Heidegger hoy’, de François Rastier, publicado por Editorial Laetoli, que acaba de salir a la venta en España.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-09-05/martin-heidegger-nazismo-cuadernos-negros_3483419/