El premiado autor israelí escribe en su nueva novela sobre amor, relaciones humanas y la Yugoslavia de Tito a partir de una historia real
SAL EMERGUI / EL MUNDO
En el viejo mundo antes de la pandemia, Amos Oz solía decir que «el fanatismo es más contagioso que cualquier virus». David Grossman (Jerusalén, 1954) coincide, una vez más, con su añorado amigo al que le unía la literatura, el pasaporte y la lucha ideológica. «El virus no da beneficios, mientras el fanatismo da muchos a los fanáticos al ordenar el mundo con la dicotomía entre todo lo que es nosotros y lo que no. El fanatismo otorga la dudosa satisfacción de pertenecer a una fuerza más grande que te dice qué hacer y que da legitimidad a violencia, racismo y odio. El virus es menos sofisticado», afirma en una entrevista a EL MUNDO el prestigioso escritor israelí que ya recibió la segunda dosis de la vacuna.
La vida juega conmigo (Lumen) es la nueva obra de Grossman: arranca con un entierro en un kibutz y acaba desenterrando los fantasmas del infierno en un campo de prisioneros de Tito. Basada en una historia real, en ella el premiado talento de Grossman sigue a Vera y su familia a raíz de una dramática decisión motivada por el fiel -y quizá irracional- amor a su marido ya fallecido.
P: ¿Cómo llegó a Eva Panic Nahir, la mujer en la que se basa la obra?
Hace muchos años sonó el teléfono y al otro lado estaba una mujer con un acento que mezclaba hebreo, húngaro, croata o serbio. Enseguida me di cuenta que era realmente especial; rocosa en su defensa de la izquierda y tierna con la gente. Me llamó para criticar un artículo mío pero enseguida hablamos de su historia porque la mía ya la conozco. En el momento de más emoción de su relato, me emplazó a varios días después. Y otra vez, en el momento clave, se calló. Al final me contó la increíble historia de su vida, su amor por el oficial serbio Milosh, su hija, la trágica decisión que tomó… Fuimos amigos durante 20 años. Murió hace seis años. La echo de menos. Se trata de una de las personas más impresionantes que he conocido.
P: Es la historia del valor del amor, la verdad y su precio.
En las conversaciones con Eva (Vera) discutimos sobre la decisión que tomó. Como me dijo, no podía volver a su vida normal si el precio era tener que declarar a su marido, tras suicidarse, «estalinista traidor» del régimen de Tito. Eva es resultado de su época. Todos somos resultado de nuestras épocas. Ella vivió en un tiempo en el que las ideas eran más importantes que los seres humanos. Las personas fueron exigidas a sacrificarse en pos de grandes ideas.
P: ¿Qué reacciones recibió de la ex Yugoslavia?
Muchas personas que nacieron en Serbia y Croacia no conocían el régimen de terror de la isla Goli Otok [prisión política hasta 1956]. No era un caso aislado. Al parecer en 1948 Stalin tenía planeado invadir Yugoslavia y Tito decidió actuar contra los seguidores de Stalin para evitar que se hicieran con el poder. Envió a la cárcel y torturó a miles de yugoslavos. Personas que estuvieron en Auschwitz, regresaron a Yugoslavia y fueron enviadas a Goli Otok me dijeron que era más duro porque en Auschwitz sabías quiénes eran los buenos y los malos. En esta isla era todos contra todos en un sistema diabólico en el que no podías fiarte de nadie.
P: ¿Qué recuerda de su viaje a Goli Otok, en el Adriático?
Puedes sentir en el aire la violencia que hubo y el sufrimiento de los presos y presas. Hay una especie de colina formada por fragmentos de piedras y rocas que los presos tenían que romper. Ves los barracones donde vivían, esqueletos de animales…
P: ¿Qué conclusiones o mensajes salen de ‘La vida juega conmigo’?
Las novelas no se escriben para enviar mensajes, pero puedo destacar del libro la fuerza del individuo ante la arbitrariedad. Prácticamente en todas mis obras una persona se enfrenta a la arbitrariedad externa, ya sean por ejemplo los nazis o nuestro cuerpo sobre el alma. O ante la arbitrariedad más definitiva, la muerte [no lo cita, pero es imposible no recordar a su hijo Uri, soldado de 20 años muerto en la guerra con Hizbulá en 2006]. Cada vez que escribo sobre alguien contra la arbitrariedad algo cambia en mí, le puedo dar nuevos nombres y me siento más libre y menos indefenso.
P: ¿Sigue conviviendo con personajes como Tamar en «Alguien con quien correr» o Dóbaleh en «Gran Cabaret»?
(Se ríe). Precisamente hoy me acordé de Tamar. De casi cada libro, hay uno o dos personajes que siguen conmigo. A veces pienso que he hablado como uno u otro. Vera vive más porque es la última heroína de mi última novela y porque era parte de nuestra casa.
P: ¿Cómo vive un escritor bajo confinamiento?
Estoy básicamente en casa. Me gusta mucho estar aquí tranquilo y me alegra no tener que viajar tanto. No olvides que gran parte de mi vida la paso en una habitación cerrada. Tengo una gran preocupación por mis padres, a los que cuido, y porque conozco personas que murieron por el virus o perdieron su trabajo. La pandemia nos ha puesto en contacto con nuestras cosas más primarias, como la cercanía de la muerte. Temo que no estemos cerca de su final.
P: En unos años, ¿habremos olvidado la pandemia?
La gente querrá olvidarla completamente y empezar a vivir. Sentirá que fueron parte de un trauma pero no querrá pensar en ello. Espero que algunos piensen que una de las lecciones es vivir una vida más modesta. Hemos perdido tantas cosas en los últimos años… falta de sensibilidad ante las injusticias, pobreza, etc. Una pandemia puede conmocionar nuestros principios básicos. ¿Es lo que pasará? No estoy seguro.
P: ¿Le entristece que posiblemente solo el coronavirus evitó la victoria de Trump?
Estoy casi seguro de que hubiera sido reelegido sin la pandemia. 70 millones en Estados Unidos estuvieron hechizados por este hombre con una política envenenada y dirigida contra las grietas de la cohesión de la sociedad en cuatro años destructivos que no estoy seguro de que acabaron con la victoria de Biden. El nuevo presidente, y en general medio país, tienen ahora mucho trabajo, empezando por entender cómo alguien pudo confiscar los valores americanos más esenciales.
P: Hay vacuna contra el virus pero no contra la cadena de elecciones en Israel y una escisión interna, que gira en torno a la figura de Netanyahu, ¿es algo profundo o pasajero?
No es pasajero e indica una situación muy frágil de la sociedad. No hay ningún debate interno ideológico serio, sino un intercambio de ofensas, odio entre facciones rivales e intolerancia. El conflicto externo con los palestinos y el hecho que ocupamos otro pueblo durante 53 años han impregnado los sistemas internos de la sociedad israelí. Estamos pagando un precio muy alto por ello. El virus, que ha puesto luz a muchas cosas, es inteligente y ha sabido apuntar los puntos débiles de cada país. Nosotros tenemos la variante del colapso de la administración central, la incapacidad de imponer la ley y el orden en sectores importantes, ya sean ultraortodoxos o árabes israelíes. La sensación es que se prioriza la política a la medicina y que los criterios no son solo partidistas sino dependen exclusivamente de la personalidad y vida política de Netanyahu. Cada sábado, desde hace unas 20 semanas, participo en una manifestación contra él en un puente cerca de mi casa.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2021/01/29/6013077bfdddffdb3d8b4688.html