El politólogo analiza cómo la represión salvaje ha dado paso a la manipulación de la información y la erosión de las instituciones desde dentro. «La gran fuerza de la democracia liberal es que a nadie se le ha ocurrido una idea mejor», dice Treisman, autor de ‘Los nuevos dictadores’ junto a Sergeir Guriev
GONZALO SUÁREZ / PAPEL
Los supervillanos del pasado, con sus sus campos de exterminio y su megalomanía chanante, se encuentran en peligro de extinción. Poco a poco, los tiranos del siglo XXI han cambiado los uniformes militares por trajes a medida. Ya no encierran a sus hijos en palacios repletos de sirvientes, sino que les envían a estudiar carísimos MBA en las universidades más exclusivas. Y han cambiado las ejecuciones públicas de disidentes por visitas al Foro de Davos donde se codean con las élites globalistas.
«Esta reinvención se basa en una intuición muy astuta por parte de los nuevos tiranos», dice Daniel Treisman, profesor de Políticas en UCLA, al otro lado de Zoom. «Su objetivo sigue siendo el mismo: acaparar el poder. Pero han entendido que la violencia política no sólo ha dejado de ser necesaria, sino que resulta contraproducente. En vez de aterrorizar a sus súbditos, los controlan mediante la manipulación de la información, hasta el punto de que cambian su visión mundo. Por eso, estos tiranos son un fenómeno nuevo: en inglés los llamamos spin dictators. Es decir, los dictadores de la manipulación»
Esta es la tesis central de Los nuevos dictadores: el rostro cambiante de la tiranía en el siglo XXI (Ed. Deusto), el ensayo que ha escrito junto a Sergei Guriev, profesor en la Sciences Po de París. La obra disecciona cómo una nueva generación de tiranos finge cumplir las reglas de la democracia mientras socava las instituciones liberales de tapadillo. «Los pioneros de este modelo, como Chávez, Orban, Correa o el propio Putin, actualizaron la mecánica de los gobiernos autoritarios para adaptarla a las presiones del llamado cóctel de la modernidad: un mundo cada vez más sofisticado económicamente y globalmente interconectado», cuenta Treisman desde su casa de Los Ángeles.
Uno de los grandes contrastes entre los dos modelos de dictaduras es su visibilidad. Los viejos tiranos hacían patente su poder mediante ejecuciones públicas o desfiles militares. Sin embargo, las dictaduras de la manipulación buscan lo contrario: que sus ciudadanos ni siquiera sepan que viven en una tiranía.
Los spin dictators se hacen pasar por demócratas. Cultivan una imagen de líderes efectivos, competentes y profesionales. Celebran elecciones, aunque se aseguran de que la oposición sea débil. Toleran los medios disidentes, siempre que no se excedan en sus críticas. Y, durante un tiempo, la pantomima funciona: muchos de estos tiranos son muy populares mientras la economía marcha bien y ganan las elecciones.
De hecho, la introducción del libro afirma lo siguiente: «Ganar siempre, sin esfuerzo alguno, es la señal que identifica a un dictador moderno».
Que un líder gane todas las elecciones choca con la propia naturaleza de las democracias, que impide que un líder mantenga su popularidad de forma indefinida y que gane elección tras elección. Siempre me gusta citar la definición de democracia de Adam Przeworski: «Es aquel sistema en el que los mandatarios que buscan la reelección tienen posibilidades de perder».
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¿Qué línea divide a una democracia imperfecta de una dictadora de la manipulación de pleno derecho?
Hay una línea borrosa entre ambas, hasta el punto de que las democracias más iliberales pueden convertirse en dictaduras de la manipulación mediante un proceso llamado regresión democrática. También tenemos ejemplos de líderes democráticos como Berlusconi o el matrimonio Kirchner que intentaron moverse en esa dirección, pero no lo consiguieron. En esa resistencia, la clave es la oposición concertada de la clase de los informados: no son los más ricos, sino los más educados, interconectados y vinculados con el exterior.
¿Y Donald Trump?
Evidentemente, dio muestras de querer convertirse en un spin dictator: intentó politizar la Justicia, controlar a los medios… No sabemos qué le pasaba por la cabeza cuando llamó a sus fieles a la insurrección en el Capitolio, pero sí sabemos que el esfuerzo concertado de los informados logró pararle, al menos de momento.
Muchos líderes de las dictadoras de la manipulación tienen índices de aprobación que rondan el 80%, mientras que los gobernantes de las democracias liberales son más impopulares. ¿Cómo podemos demostrar que nuestro sistema es mejor?
Porque ese 80% se genera y se mantiene mediante la mentira y la manipulación permanente de los medios. Sin una prensa libre que presente los hechos desde perspectivas diversas no podemos hablar de una auténtica democracia. Es así de sencillo.
Los antisistema occidentales replicarían que aquí también existe control de los medios y que, por tanto, vivimos en dictaduras de la manipulación…
Esa afirmación tiene algo de base, porque los gobernantes democráticos tienen cierto poder para moldear la opinión pública, pero no se sostiene en su conjunto. Es ingenuo dividir el mundo en tres categorías estancas: dictaduras del miedo, dictaduras de la manipulación y democracias plenas. Resulta más ilustrativo pensar que los países se ubican en un amplio espectro que va de los regímenes más autoritarios a las democracias más libres, que cuentan con múltiples contrapesos que blindan la libertad de sus ciudadanos.
¿Por qué las dictaduras de la manipulación han surgido en tantos países al mismo tiempo?
Por la confluencia de dos factores en el cóctel de la modernización. Por un lado, el auge de la globalización, con organismos multilaterales, acuerdos de comercio globales, medios internacionales… Y, por el otro, la modernización de la economía, que requiere disponer de una población altamente educada que, por definición, es más crítica con sus gobernantes. El resultado es que cada vez es más difícil gobernar de forma autoritaria y, a la vez, obtener buenos resultados económicos. Así que las dictaduras de la manipulación son la adaptación de los tiranos a las circunstancias: es un intento desesperado de retrasar la llegada de la democracia. Aunque en casos como Singapur esta situación se puede prolongar durante décadas.
Putin plantea una enmienda total a la modernización, algo imposible salvo que te aísles completamente del resto de países
En los últimos años, hemos visto cómo algunos dictadores de la manipulación se han convertido en dictadores del miedo: Putin, Maduro, Erdogan… ¿Por qué ese proceso no ocurre a la inversa?
Porque una vez que enseñas tu verdadera naturaleza, es difícil dar marcha atrás. La dictadura de la manipulación se basa en una ilusión falsa: que eres un gestor democrático y benevolente. Pero, si te pones a usar la violencia política contra tus oponentes, luego es difícil reconstruir tus credenciales democráticas.
Al contrario, Putin cada vez es más extremo…
Su proyecto actual es tan ambicioso como estremecedor: quiere desmodernizar Rusia, aunque suponga aislarla del resto del mundo. Para ello expulsa a los más educados, somete a todo tipo de minorías, construye una economía cada vez más primitiva e impone unos valores atávicos que la mayoría ya ha rechazado… Se trata de una enmienda a la totalidad de la modernización, algo casi imposible de hacer a menos que te aísles completamente del resto de países.
Que te conviertas en Corea del Norte, vamos.
Sería Corea del Norte con un poco de petróleo, pero no lo suficiente como para construir un petroestado como las naciones árabes.
¿Alguna vez Putin tuvo convicciones democráticas o se limitó a aguardar el momento para dar su zarpazo totalitario?
Al principio quería reforzar los lazos con Occidente. Ansiaba una democracia real, aunque con una presidencia fuerte. Pero, ante cada dilema, acabó eligiendo la opción más desastrosa: primero como dictador de la manipulación y, ahora, como dictador del miedo.
Usted ha escrito: «La tragedia del último año en Rusia es que todo un país ha dado un terrible giro histórico por la evolución psicológica de un solo hombre».
Tristemente, es así: en las dictaduras personalistas, el destino de millones de personas lo determinan las acciones del líder que se encuentra en el centro.
La mayoría de los expertos opina que si Putin pierde la guerra, su régimen caería. Usted no lo ve tan claro: cree que sólo hay un 50% de probabilidades.
Me baso en el trabajo de Hein Goemans y Giacomo Chiozza, expertos en las guerras de los tiranos. Mientras el conflicto está vivo, las posibilidades de que caigan son mínimas. Pero, si pierden, viven un periodo crítico de dos años en el que la mitad sobrevive y la otra mitad cae. Si Putin pierde, afrontaría su momento más difícil, pero no hay ninguna garantía de su caída.
¿Qué tipo de líder podría sustituirle si llega el caso?
A medio plazo me imagino una democracia imperfecta, encabezada por un líder más cercano a los valores occidentales que querría integrarse en el sistema internacional. La razón es que la sociedad rusa es demasiado moderna, educada y cosmopolita para el régimen arcaico que Putin les ha impuesto estos años. Otro líder que recurriera al miedo no duraría mucho.
Todos los tiranos del planeta están observando Ucrania de cerca para saber dónde están sus límites
Vayamos al otro bando. Ucrania no parece querer negociar un armisticio, al menos hasta que realice una contraofensiva potente. ¿Qué le parece?
No sólo es razonable: es la única opción razonable.
¿Por qué?
Para tener una negociación, necesitas dos bandos dispuestos a alcanzar un acuerdo. Ahora mismo, a Putin le costaría mucho convencer a la comunidad internacional de que quiere negociar de buena fe. Veo casi imposibles unas negociaciones creíbles mientras el actual régimen siga en el Kremlin.
Mas allá de las consecuencias para Rusia y Ucrania, ¿qué nos jugamos los demás en esta guerra?
Más de lo que imaginamos. Todos los tiranos del planeta están observando Ucrania de cerca para saber dónde están sus límites de Ocdidente. No sé qué aprenderá Xi Jinping de la guerra, pero es crucial que Occidente pruebe que si un tirano juega a la ruleta rusa, haremos todo lo posible para que salga desplumado del casino.
En Occidente siempre hay confusión sobre cómo actuar con las dictaduras: ¿aislarlas o negociar?
Yo defiendo la estrategia híbrida del adversorial engagement. Debemos usar las ventajas de un mundo interconectado para empujar a las dictaduras hacia la liberalización mientras defendemos la integridad de las democracias. Esto tiene muchas patas: vigilar mejor lo que hacen las tiranías, promover su modernización, cuidar la calidad de nuestros propios sistemas liberales, evitar que los propagandistas de la autocracia se infiltren en nuestras sociedades, fortalezar las instituciones internacionales y, sobre todo, fomentar la democracia mediante más democracia. No podemos imponer nuestro sistema a terceros países mediante la guerra, sino mediante la seducción inteligente.
¿Cree que las dictaduras de la manipulación son una fase de transición? ¿O un fenómeno perdurable?
A medio plazo, están aquí para quedarse: las nuevas tecnologías hacen que la manipulación de la población sea cada vez más sencilla. Sin embargo, a largo plazo, las presiones de la tecnología y la globalización harán que resistirse al cóctel de la modernidad sea insostenible: la mayoría se convertirá en democracias reales.
¿Es la idea de la democracia liberal tan potente?
La gente habla mucho de las virtudes del modelo chino, pero ese sistema sólo le resulta atractivo a la élite china y quizá a los dirigentes de otras tiranías. Si le preguntas de verdad a la gente, dudo que apoyara un sistema liderado por principitos consentidos que les encierra meses en su apartamento por la pandemia. Voy a decir una frase antigua, incluso cursi, pero creo firmemente en ella: la gran fuerza de la democracia liberal es que a nadie se le ha ocurrido una idea mejor.
‘Los nuevos dictadores: el rostro cambiante de la tiranía en el siglo XXI’, de Sergei Guriev y Daniel Treisman, sale a la venta el 17 de mayo. Puedes comprarlo aquí
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2023/05/17/645e5888e4d4d80b1b8b458c.html