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Cómo la verdad se convirtió en posverdad | La Razón

El autor reflexiona sobre cómo los relatos se han multiplicado y ya no existe una sola verdad, sino muchas, una tendencia que lleva al desentendimiento

PABLO ALBERTO CRUZ / JOSÉ MARÍA MARCO / LA RAZÓN

El libro de Thomas Rid «Desinformación y guerra política. Historia de un siglo de falsificaciones y engaños» explicita en su título su razón de ser: no es un ensayo al uso, no propone una arquitectura teórica desde la que abordar el hecho en sí de la información, sino un relato perfectamente trabado de las tácticas empleadas por poderes, organizaciones y colectivos para confundir a la opinión pública y generar una interesada situación de caos. Concierne a los lectores y analistas extraer conclusiones a partir de la casuística desplegada. E interesa hacerlo con urgencia. Entre otras razones, porque la tupida red conformada por las actuales estrategias de desinformación resulta tan envolvente, de una apariencia tan absoluta, que poco margen queda ya para el distanciamiento reflexivo. Entre los pocos apuntes teóricos que deja esta monumental narración de Rid hay uno que resulta especialmente esclarecedor: el autor diferencia entre dos tipos de verdad –la basada en el análisis objetivo de la realidad y la que surge de la creencia–. Y, ciertamente, conforme los dispositivos de desinformación se han ido perfeccionando, la conclusión a la que se puede llegar es que la segunda ha terminado por arrasar a la primera.

La desinformación no deja de ser otra forma de entender el concepto de verdad: ésta ya no constituye una realidad preestablecida que aguarda a ser descubierta mediante el análisis y la inteligencia. A la verdad ya no se va –en un sentido platónico del término– a través de un itinerario de perfeccionamiento personal; por el contrario, es algo que llega a ti, que posee vida propia y va «colonizando» voluntades. Verdad es lo que se hace creer, y «hacer creer» implica un proceso de mediación en el que caben todo tipo de manipulaciones. Creer en algo es, en cualquiera de sus formulaciones, aceptar un corpus adulterado. No quedan verdades «sanas», al margen de los intereses políticos o económicos.

Si utilizamos un sistema de pensamiento clásico, solo podemos afirmar que cualquier verdad constituye un fraude –es, en rigor, un acto de desinformación. Las realidades objetivas han desaparecido; solo quedan creencias. Pero, y he aquí un importante matiz, ya no se puede emplear un sistema de pensamiento clásico. La desinformación –tal y como Thomas Rid la entiende– supone asumir que existe una verdad incontrovertible que sirve de referente y una versión de ella deformada que pretende manipular a la opinión pública. En cierta medida, eso es lo que se entiende por «posverdad»: una realidad distorsionada. Pero la verdad ha dejado de tener un referente que actúe como plano de certidumbre: su condición actual es la de una «realidad flotante», sin raíz, plegada sobre sí misma.

Cualquier verdad es cierta y falsa a la vez. Esa es la gran tragedia de nuestra época. Máxime, cuando con el triunfo de internet y de las redes sociales, los «fabricantes» de información ya no son grandes estructuras de poder que buscan confundir a los indefensos ciudadanos. La emisión de información se ha deslocalizado y viralizado; las verdades se construyen colectivamente y sin necesidad de ocultarse. Ahí está para confirmar este extremo el negacionismo surgido a propósito de la pandemia que sufrimos. Pero, ¿dónde está el origen? Es múltiple, no se puede rastrear ni tampoco remitir a un centro.

Torna dramática

La construcción de «verdades» se ha vuelto rizomática y ya no se puede achacar exclusivamente a una inteligencia militar o a una nación. Además, cuando esta producción de información/desinformación es colectiva, la diferencia entre el que engaña y el engañado se torna dramáticamente difusa. Al fin y al cabo, es la sociedad –o, al menos, una parte de ella– la que elige sus propias creencias, sin que exista una fuerza externa todopoderosa que la fuerce a aceptar determinadas convicciones.

Pero no acaba aquí: el negacionismo se constata como un catálogo de creencias irreductibles y que, por tanto, no se puede desarmar mediante su contraste con otro repertorio de creencias. ¿Están dispuestos los negacionistas a dialogar sobre sus conviviones? No: en esta sociedad de las creencias, las verdades de cada uno no están en tela de juicio ni se discuten. Son lo que son y constituyen un absoluto en sí mismas. Quizá, la conclusión a la que conduce la lectura de esta obra es que la mentira es la forma más perfeccionada de la verdad.

Pedro ALBERTO CRUZ

EL ALIADO DEL AUTORITARISMO

★★★★

El libro de Thomas Rid es un intenso análisis de cómo se usan los bulos y las mentiras en la geoestrategia global

Entre los temas de rabiosa actualidad está –nadie lo negará– el de la desinformación. No es un asunto reciente y el profesor Thomas Rid en este gran estudio sobre el asunto contribuye a ponerlo en perspectiva: desde la primera ola de desinformación generada en la Rusia roja después de la Revolución bolchevique a la era de internet, hoy en día, pasando por los tiempos de la Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial (cuando la CIA llevó la batuta, por una vez) y la penúltima ola, desde finales de los 70, con una sofisticación tecnológica cada vez mayor. El mérito de Rid está en la profundidad de la documentación, en su magistral instinto narrativo, que nos lleva al mundo de las novelas, las películas y las series de espías, pero sobre todo en la finura con la que apunta al principal peligro al que hoy nos enfrentamos en este campo. Nacida como la realización de una utopía libertaria, muy en la línea de los sueños emancipadores, antiautoritarios y antijerárquicos de la revolución sesentayochera, la era de internet ha resultado algo muy distinto: no solo una potenciación extraordinaria, como nunca se había visto, de la capacidad de manipulación, sino la plataforma ideal para un ataque masivo y directo a las democracias liberales. Éstas dependen de categorías previas a la disolución postmoderna de la verdad, y la desinformación actual, al tiempo que hereda fórmulas del siglo XX, adelanta una innovación radical, una revolución sui generis que dinamita las condiciones mismas de la confianza, el diálogo, la disposición a entender y asimilar lo nuevo. Lo que era inteligencia y contrainteligencia, o desinformación y manipulación, está sujeto a tales amplificaciones, a tales cámaras de eco, a tal cascada de difusión en red (rizomática, habría dicho Deleuze, de los primeros pensadores de esta nueva hiperrealidad), que no hay forma de distinguir entre la apariencia y la verdad. Y Silicon Valley acaba siendo el mejor colaborador de Xi Jinping. Un gran libro, imprescindible.

José María MARCO

▲ Lo mejor

La rica y abundante documentación que aporta Thomas Rid para mostrar lo que está sucediendo

▼ Lo peor

Los datos tan abundantes pueden en algún momento lastrar la lectura del ensayo

Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20210313/4lqrhnnhhfbfzjmdi3lb4fdqme.html

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