La nieta del genio bucea en sus orígenes familiares en el documental ‘Chaplin, espíritu gitano’. «Siempre se sintió diferente al mundo de lujo e intelectual en el que vivió por esa pobreza de su infancia», cuenta.
Juan Sardá / El Cultural
Hay apellidos que marcan una leyenda y el de Chaplin se refiere a uno de los más grandes cineastas y cómicos de todos los tiempos. Desde los años 20, cuando alcanzó fama mundial, y durante buena parte del siglo XX, en España se le conoció popularmente como Charlot. Aún hoy, la estampa del bombín, bastón y los pantalones de bombacho de ese «vagabundo» con mal encaje en la «buena sociedad» pero buen corazón es uno de los iconos cinematográficos más reconocibles del siglo pasado.
Charles Chaplin (Londres, 1889-Suiza, 1977) se convirtió en uno de los hombres más famosos del mundo, amasó una fortuna, era aclamado por las masas e invitado por reyes y reinas a banquetes. Hizo películas maravillosas, como «vagabundo» en La quimera del oro (1925), El circo (1928) o Luces de la ciudad (1931), que aún siguen siendo tan graciosas como potentes sátiras sociales. Y recuperó ese personaje en la visionaria El gran dictador (1940), en la que arremetía contra el nazismo en un tiempo en el que Estados Unidos creía que era mejor llevarse bien con Hitler.
Chaplin, espíritu gitano ahonda en el aspecto más personal del genio. Dirigido por su propia nieta, Carmen, el documental nos muestra en toda su crudeza la pobreza en la que creció el futuro triunfador. Explica la directora: «Comenzó a trabajar a los cinco años. Su madre estaba viva pero no lo podía mantener y pasó épocas en el orfanato. Esa infancia de novela de Charles Dickens hizo que debiera de tener una gran fuerza de voluntad para imaginar una vida diferente».
Y añade: «Dicen que los tres primeros años de tu vida te afectan para siempre. Entender esa infancia, y luego ese mundo del music hall en el que empezó casi siendo un niño, en el que las bailarinas eran consideradas prostitutas y había mucho alcoholismo, es crucial. Su manera de sobrevivir era a través de las historias, que es algo que le llegó por su madre. Vivir en su imaginación es lo que le salvó y fue la inspiración para su arte».
Nunca sabremos si Chaplin mintió, probablemente no, cuando en su propia autobiografía dijo que había nacido en Londres. Al poco de ser publicado el libro, recibió una carta con una historia distinta. Explica Carmen: «La idea de este documental vino de mi hermana por esa carta que le mandó a mi abuelo un hombre gitano. En la misma, le llama «mentiroso» porque asegura que nació en Black Patch, en una caravana en un asentamiento gitano a las afueras de Birmingham. Esta carta fue encontrada por mi tía Victoria muchos años después de su muerte».
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El hijo y la sombra del genio
Chaplin, espíritu gitano muestra por primera vez imágenes de la intimidad familiar del genio. Cobra protagonismo uno de sus hijos, Michael, padre de Carmen, que tras una breve y poco exitosa carrera como actor decide trasladarse al sur de Francia para llevar una vida rural y sencilla junto a su mujer y los siete hijos que tendrían. El conflicto con el severo padre era inevitable.
Conocemos en Michael a un hombre simpático, bohemio y «místico», como le llamaba Charlot. Cuenta su hija Carmen: «Cuando mi padre leyó la carta se quedó fascinado con ese origen gitano. Él siempre ha tenido amigos gitanos y ha amado su cultura. Ese descubrimiento tuvo un gran impacto en él».
En la película, vemos cómo Michael se sumerge en la cultura gitana a través de otros amantes de ese mundo como Johnny Depp o Emir Kusturica, sin olvidar a figuras de la cultura gitana actual como el cineasta Tony Gatlif o la española Alba Flores o Farruquito. Señala Chaplin: «En muchos países las leyes siguen discriminando a los gitanos. Por ejemplo, no tienen el derecho de moverse libremente y para muchos es terrible porque quieren hacer una vida nómada. No creo que la gente sea tan racista contra ellos, pero las leyes siguen siendo punitivas».
La relación del hijo con el famosísimo padre se vuelve difícil. Explica Chaplin: «Cuando eres la nieta como yo es mucho más fácil, pero cuando siempre eres presentado como ‘el hijo de Charles Chaplin’, es muy difícil crearte una identidad». La bohemia de Michael tampoco gustó al genio: «Sus hijos crecieron con gran lujo, con mayordomos y chóferes. Mi abuelo no tuvo educación, pero sí una carrera impresionante. En su cabeza, era importantísimo tener esa educación para poder hacer algo con la vida. Y lo que pasó fue que casi todos sus hijos tenían esa vocación por la interpretación y el cine y no quisieron ir a la universidad como él hubiera preferido».
Se produce también un claro choque generacional: «Hay que tener en cuenta que Chaplin tuvo a sus hijos mayor, después de los 50. Él era un hombre de finales del siglo XIX y sus hijos eran adolescentes en los explosivos años 60. Hay una ruptura generacional muy evidente y se produjo ese enfrentamiento».
El icono del «vagabundo»
El eterno «vagabundo», o «tramp» en inglés o Charlot en España (un galicismo, por cierto), a lo largo de las décadas se ha convertido en muchas ocasiones en un icono ternurista, incluso a veces un poco ñoño. El mito del desvalido con buen corazón en un mundo cruel. Sin embargo, como recuerda Chaplin: «Ahora es una imagen totalmente mainstream. Se nos olvida que en los años 20 una liga de mujeres conservadoras pidió que se prohibieran sus películas. Consideraban que su humor era inmoral y se burlaba de la autoridad. Eso fue al principio de su carrera, desde siempre tuvo ese rechazo».
La «inadecuación» del «vagabundo» al mundo «civilizado» es con frecuencia la base del humor de esas películas. En ellas, Chaplin intenta una y otra vez integrarse en la «buena sociedad» yendo al teatro, un restaurante elegante, una fiesta de cumpleaños o un evento deportivo, pero siempre acaba mal. Como decía Santiago Segura presentando Vacaciones de verano, «siempre hay algo gracioso en alguien haciendo algo para lo que no está capacitado».
En este caso, el personaje del «vagabundo» no trata de pilotar un avión o cantar sin tener ni idea, lo que trata es de ser «una persona normal». Como no sabe hacerlo, se dedica a «imitar» a esas «personas de la buena sociedad». La risa surge no solo porque Chaplin «intenta hacer algo que no está capacitado», sino también porque en esa imitación se revela la propia impostura e hipocresía del «mundo civilizado».
Ese sentimiento de «desconexión» de Charlot, cuenta Carmen, está muy imbricado en su propia experiencia personal: «Es extraño cuando ves va de un extremo a otro y a mi abuelo la dureza de los primeros años siempre le acompañó. Se hizo muy rico, pero eso también hizo que se moviera en un mundo totalmente diferente al que creció. Además le gustaba rodearse de intelectuales y, por su falta de educación, eso le debió dar también un sentido de soledad».
Chaplin pasó sus últimos años en Suiza en una mansión. Conquistó el cielo en Hollywood, pero el abominable McCarthy lo expulsó en 1952 del país por «comunista». Aunque su obra desprende en cada fotograma una profunda empatía por los más desvalidos, según Carmen «nunca fue comunista, aunque esa imagen se haya quedado grabada. Cuando rodó El gran dictador (1940) ya estaba en la lista negra, nadie quería financiarlo. Era una época, además, en la que existía una política en Occidente de tratar de llevarse bien con Hitler y él estaba haciendo una parodia. Sin duda, hay un mensaje político en su obra pero nunca formó parte de un movimiento político ni hizo campaña por nadie».