La hija de Albert Camus evoca a su padre y reflexiona sobre la actualidad política a su paso por las Trobades Camus de Menorca, de donde era su bisabuela paterna.
Alberto Ojeda / El Cultural
“Estoy como en casa”. Es la respuesta a El Cultural de Catherine Camus (Boulogne-Billancourt, 1945) cuando se le pregunta por cómo se siente en Menorca. A la hija de Albert Camus se le nota que está a gusto en la isla balear, en armonía con el contexto. Ha tomado asiento en una mesa de su hotel, bajo la sombra de un ullastre, el nombre que reciben por estos pagos los acebuches. Irradia candor y gentileza, dos rasgos de los que hace gala desde siempre y que se le han ido acentuando al cumplir años. 78 en la actualidad.
Sigue fumando cigarrillos de la marca Pueblo. Decapita los filtros y los introduce en una boquilla. “La uso por recomendación de mi oftalmólogo, desde hace ya 30 años”, informa. El humo se aleja así de sus ojos y nos los perjudica tanto. Afirma que lo apropiado es dejar el vicio antes de los 70 pero… Muy camusiano esto del tabaco.
Cerca del hotel está el pueblo de Sant Lluís. Allí se ha desarrollado este fin de semana la VIII edición de las Trobades Camus, unos encuentros que, impulsados por Miguel Ángel Moratinos, exministro de Exteriores socialista, y dirigidos por Sandra Maunac, reivindican la mediterraneidad y la vigencia de la obra comprometida del autor de El extranjero. Allí también se encuentra el origen español de Camus.
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Su abuela, Catalina Cardona, era de este pequeño pueblo de pescadores y emigró a Argelia, como tantos paisanos suyos, a mitad del siglo XIX. Una señora severa que regañaba al pequeño cuando gastaba la suela de los zapatos por jugar al fútbol. “Al principio, la detestaba por esto pero con el tiempo entendí por qué era tan dura: porque era una persona que sabía muy bien lo que era la pobreza”, explica Catherine mezclando orgánicamente francés y español, que aprendió de Teresa, una mucama andaluza a cuyo lado estuvo veinte años. Unos zapatos rotos en una economía doméstica tan ajustada como la de la casa del escritor era, ciertamente, una tragedia.
La casa de doña Catalina no existe ya. La leyenda dice que se encuentra en el solar donde está el chalet en la que veraneó durante muchos años Raúl, el jugador del Real Madrid. “Eso le encantaría a mi padre”. Tan futbolero él, portero de agilidad felina y determinado en las salidas, que vio en este deporte una escuela de moral a la altura del teatro.
En esta última disciplina volcó buena parte de sus esfuerzos literarios: Los justos, Calígula… Tradujo también al francés, con ayuda de su amante, la actriz gallega María Casares, a Lope y Calderón. España siempre la llevó en el corazón. Esa parte de su identidad la consideraba “la mejor”, apunta Catherine, encargada desde hace décadas de la gestión del legado humanista de Albert Camus, tarea en la que cada vez le ayuda más su hija.
Catherine ha heredado la pasión por el fútbol. Aborrece al PSG porque “sus seguidores son nazis y fanáticos”. En cambio, simpatiza con el Real Madrid, el Barcelona (en su caso parece compatible la afición por los dos gallos del fútbol español) y el Nantes. Recuerda que jugaba con él al balón. Y también que era imposible mentirle cuando le preguntaba si era la responsable de alguna travesura. “Era muy severo pero también muy tierno. Y solo me regaló cosas útiles: un techo [la casa de Lourmarin, cerca de Aix-en-Provence], una cartera para el colegio y libros”, enumera.
Dice que no lee los periódicos desde una jugarreta que le hicieron hace un tiempo, pero se mantiene bien al tanto de la actualidad por la radio. Y de hecho no rehúye ninguna cuestión sobre estos tiempos críticos, que, no obstante, ve mejores que los que le tocó afrontar a su padre, empantanado en la II Guerra Mundial y sobre todo en la guerra de independencia argelina, que tanta zozobra generó en su conciencia de pied noir.
“Al menos la situación es mejor en países como España y Francia. Mi padre tuvo participar en la Resistencia, yo no”, aduce. «Eso sí, si la extrema derecha de Le Pen llegase alguna vez al poder a Francia, me exiliaría en España». Ella está con Macron para las próximas elecciones. “Es un político muy inteligente pero en Francia maltratamos a la gente inteligente. De todas formas, en Francia el poder del presidente siempre ha estado muy limitado por las élites funcionariales”.
Por el contrario, tiene un pésimo concepto de Jean-Luc Mélenchon, exsocialista y hoy líder de la izquierdista formación Francia insumisa. “Lo conozco bien, desde hace 50 años. Es un tipo destructivo”, sentencia. Le incomoda a su vez la deriva radical de cierto feminismo. “Intenté entrar en el Movimiento de Liberación Femenina pero me echaron cuando dije que yo no quería hacer a los hombres lo que algunos de ellos nos habían hecho a nosotras. Para mí el MeToo ha sido una regresión”.
Para terminar, enuncia una teoría sobre la razón que verdaderamente emponzoñó la relación de su padre con Sartre. Más en clave íntima que política. “Mi padre no quiso acostarse con Simone de Beauvoir. Y esta no se lo perdonó. Hasta el punto que impedía a Sartre que hablase bien de los libros de Camus cuando le gustaban”. ¿Su fuente? El editor Gallimard.