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Carroñeros, cazadores de presas y caníbales: así conseguían comida nuestros antepasados durante dos millones de años | El Mundo

En ‘La caza en la evolución humana’, Eudald Carbonell, Antoni Canals y otra decena de científicos repasan el papel de la actividad cinegética en el desarrollo humano, desde la evolución del cerebro a las relaciones sociales, el papel de la mujer o el canibalismo.

Escena de caza de cérvidos en el Barranco de la Valltorta, en Castellón

TERESA GUERRERO / EL MUNDO

La historia de la evolución humana es una historia de supervivencia. Y para entenderla, es esencial conocer cómo se alimentaban nuestros antepasados. Como en todos los aspectos que tienen que ver con la evolución humana, los yacimientos de Atapuerca, en Burgos, son una ventana privilegiada para estudiar cómo y dónde nuestros antepasados encontraban la comida.

La forma en la consiguieron sobrevivir, dicen los paleontólogos vinculados a la Fundación Atapuerca, se debe en parte a la caza como fuente de alimentos pero también a las técnicas y métodos que se desarrollaron para conseguirlos y que propiciaron las relaciones sociales. Un asunto que abordan de manera sistemática y con perspectiva científica en un nuevo libro que, después de tres años de trabajo, ha sido publicado esta semana, coincidiendo con la campaña anual de excavación y también en un momento de debate social y controversia entre conservacionistas y cazadores a propósito de especies como el lobo ibérico.

Coordinado por Eudald Carbonell y Antoni Canals-Salomó, y editado conjuntamente por la Fundación Artemisan y la Fundación Atapuerca, La caza en la evolución humana (Almuzara) repasa la historia de las actividades cinegéticas y su papel en la evolución a través de 13 capítulos escritos por especialistas que indagan en aspectos que van desde la evolución de un cerebro cazador hasta la caza como estrategia económica, las técnicas, el papel de la mujer o el canibalismo en nuestro género.

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Y es que aunque hoy en día el canibalismo humano o antropofagia se considera «un hecho atroz y horrible» propio de pueblos bárbaros que sólo se contempla en períodos extremos de hambruna o si lo practican personas con alteraciones psiquiátricas graves, «en algunas circunstancias no puede estar más lejos de la realidad», tal y como recoge Palmira Saladié Ballasté, investigadora del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES-CERCA).

«Esa interpretación es una perversión ideológica y religiosa porque el canibalismo es parte de la búsqueda de proteínas y puede suceder también por cuestiones culturales o por la defensa del territorio. Forma parte de la evolución humana y muchas especies animales practican el canibalismo», señala por teléfono Eudald Carbonell, codirector de Atapuerca, donde se han encontrado pruebas de canibalismo con fechas muy diversas.

Desde hace más de un millón de años por parte del Homo antecessor que, con una altura media de 1,70 metros era un hábil cazador, y de Homo sapiens hace tan sólo 4.000 años (en un grupo de seis personas entre los que había un niño de ocho años con marcas de cortes y mordeduras humanas en la Cueva del Mirador). En otros lugares de España como en las cuevas granadinas de Malalmuerzo y Carigüela, o en la malagueña Cueva del Toro se han encontrado también huellas de episodios caníbales.

Cacería de jabalíes en la Cueva Remigia
Cacería de jabalíes en la Cueva Remigia

«Con este libro queríamos contar cómo la caza nos ha hecho humanos y estoy muy satisfecho del resultado porque es un documento hecho por científicos, hemos logrado reunir a una serie de colaboradores y hemos enfocado la caza desde distintas perspectivas», comenta Carbonell. El paleontólogo considera que «hacía falta un libro así tanto para los científicos como para las personas preocupadas por la caza y para los cazadores actuales, porque actualmente se tiene una visión sesgada» y «hay un gran desconocimiento» sobre esta actividad que ha acompañado a nuestros antepasados desde hace al menos dos millones de años, y que fue perdiendo importancia con la domesticación de los animales. «Aunque es un motor económico en algunos lugares la caza ha pasado de ser algo esencial para comer a prácticamente desaparecer como estructura productiva«.

Hay muchos restos animales en yacimientos de todo el mundo que muestran actividad antrópica post morten y eso ha hecho que hiciera una fuerte discusión sobre si los primeros homininos de nuestro género fueron cazadores o carroñeros: «La caza no es algo excepcional en la naturaleza, muchos animales son cazadores. Pero podemos explicar la caza en varios procesos. Cuando somos carroñeros ya cazamos pero no es lo mismo cazar un elefante que aprovecharlo cuando ya está muerto», señala Carbonell.

Todas las especies del género Homo, dicen los autores, hemos sido cazadores. Hace 3,3 millones de años, la aparición de las primeras industrias, es decir, la capacidad de transformar soportes naturales en objetos técnicos, marcaron el inicio del proceso de encefalización. Nuestro cerebro empezó a expandirse hace entre 2 y 1,8 millones de años, y por ello, nuestros antepasados necesitaron más proteínas y hacerse más corpulentos.

Esos tres elementos, tecnología, incremento de la capacidad craneal y masa corporal se retroalimentan y van evolucionando en las diferentes especies de homínidos, pero, ¿a partir de qué fecha sería posible afirmar que nuestros antepasados cazaban? «Yo diría que la caza de pequeños animales tiene más de dos millones de años, pero se hace sistemática desde hace 1,8 millones de años, con el Homo ergaster», precisa Carbonell. Así, Homo erectus, que experimentó un aumento significativo de masa corporal, y Homo ergaster ya cazaban grandes piezas y controlaban herramientas de gran formato hace 1,8 millones de años.

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Paralelamente, el cambio climático que experimentó África a finales del Plioceno se tradujo en una pérdida de selva y bosque y en un aumento de la extensión de las sabanas, lo que permitió que a principios del Pleistoceno, los homínidos más primitivos pudieran cazar animales de pequeño y mediano tamaño, como muestran los yacimientos de Homo habilis africanos como los de la Garganta de Olduvai en Tanzania. Con una altura de entre 1,2 y 1,5 era poco factible que pudieran hacerse con presas con los grandes herbívoros como elefantes, jirafas, rinocerontes o hipopótamos con los que convivían.

LA CAZA EN EQUIPO

La caza también ha ayudado a estudiar los comportamientos sociales, y Atapuerca conserva numerosas pruebas sobre las actividades cinegéticas de nuestros antepasados. «Hemos visto que hace más de 300.000 años, se cazaba de forma cooperativa, en grupos o clanes de 150 personas en los que participaban tanto viejos como jóvenes, como ocurrió mucho tiempo después en las praderas americanas con los visontes», señala.

Cacería de jabalíes en la Cueva Remigia
Cacería de jabalíes en la Cueva Remigia

«No se cazaba de una sola manera, hay una serie de estrategias que poco a poco se van vislumbrando. Pensemos en el HomoHeidelbergensis, que era robusto, un auténtico atleta que podía cazar una presa por persecución», recuerda Carbonell.

«Sabemos que había caza por acecho, por ojeo o por trampa. Se conducía intencionadamente a caballos y otros animales hacia ciertas oquedades, como un pozo o una sima, y cuando caían se remataban hasta matarlos para poder comerlos», cuenta Carbonell, que señala que en Atapuerca han hallado evidencias de estas trampas con una antigüedad de hace 200.000 años.

¿Cazaban también otras especies de homínidos como los Australopithecus? «Probablemente, pero no el tipo de caza como el que estamos comentando, sería distinto. Es obvio que todas las especies humanas han cazado y hay estrategias de caza socioculturalmente humanas, pero hay que recordar que la caza no es sólo humana, y otras especies cazan por acecho y persecución».

El descubrimiento del fuego fue importante para entender la evolución de la caza y de la alimentación. Homo erectus y Homo ergaster lo encendían ya hace casi un millón de años en el territorio que hoy es Sudáfrica, pero no se generalizó su uso hasta hace medio millón de años: «Pasarían centenares de miles de años hasta que se cocinaron los alimentos de forma habitual», señala.

MUJERES CAZADORAS

Otro de los capítulos, firmado por María Cristina Fernández-Laso, de la Universidad Rey Juan Carlos, se centra en la mujer cazadora pues «la cacería es una actividad de hombres pero también de mujeres». Que la mujer haya sido cazadora durante toda la prehistoria no sorprende a Carbonell: «Está claro que las mujeres también cazaban, hay algunas pruebas, todavía pocas, pero a medida que se buscan se encuentran», asegura. Una de las últimas se encontró en los Andes peruanos: los restos de una mujer de entre 17 y 19 años que vivió hace unos 9.000 años y que fue enterrada con herramientas usadas en caza mayor.

Eudald Carbonell (d), codirector de Atapuerca, y José Luis López-Schümmer, presidente de la Fundación Artemisan, durante la presentación del libro
Eudald Carbonell (d), codirector de Atapuerca, y José Luis López-Schümmer, presidente de la Fundación Artemisan, durante la presentación del libroSusana Santamaría / Fundación Atapuerca

La historia de la caza, dice el codirector de Atapuerca, es también la historia de la humanidad. Parte de esa historia ha quedado plasmada también en paredes de cuevas o rocas al aire libre, pues «el primer arte de la humanidad corresponde a los grupos humanos cazadores-recolectores-pescadores de la prehistoria«, como repasa Marcos García-Díez, investigador de la Universidad Complutense de Madrid, en su capítulo dedicado al universo simbólico.

«Hemos sido cazadores-recolectores durante el 95% de nuestra historia», señala Carbonell. «Por eso, yo definiría la caza como la foto fija de la humanidad».

Fuente: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2022/06/30/62bc1da0fdddff63358b45c5.html

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