En busca de una respuesta al motivo por el que aquella civilización puso en práctica estos extremos tan inhumanos hasta retorcer tanto la tragedia de la guerra
A. VAN DEN BRULE A. / EL CONFIDENCIAL
“Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey. El palacio se convierte en circo”.
Proverbio turco.
Las casas de comidas de la laguna de Texcoco, donde estaba asentada la maravillosa ciudad lacustre de Technotitlan ,eran muy coloridas y originales. El estofado era de traca. La carta invariablemente tenía varios platos, a cada cual más exquisito. Uno de ellos destacaba por su imaginativa y rotunda descripción ‘Sesos de príncipe Tlaxcalteca especiados’ el otro, traducido a Román Paladino, ‘Tacos de entresijos de Totonaca’, y así, definiciones que ponían los pelos de punta al más bragado.
Imagínense ustedes eso en el menú de cualquier restaurante patrio. Aparte, hacían cosillas muy ‘sabrosonas’ con bíceps, abdominales y abductores, con unas salsas de aquí te espero. Los pinchitos morunos parecían salidos de una película de terror (me ahorro los detalles por escatológicos). En fin, comida ‘gourmet’ literalmente denominada ‘El último grito’.
Para llegar al estómago del destinatario, el interfecto pasaba por un proceso pelín traumático: primero le echaban el guante en alguna de las Guerras Floridas (simulacros más parecidos a las actuales maniobras, pero sin final feliz). Segundo: lo metían en un corral de ganado (humano). Tercero: le daban un mejunje de psicotrópicos y alucinógenos variados para ponerlo a punto para lo que venía. Cuarto: lo cogían entre seis u ocho fornidos guerreros y lo ponían boca arriba en el altar de los sacrificios en medio de un inútil pataleo. Quinto: le hacían un roto de aquí te espero a la altura del diafragma y le cortaban con un cuchillo de obsidiana todas las venas de acceso y salidas y, para rematar la faena y finalmente, le daban un educado empujón inglés para que recorriera las infinitas escaleras de aquella arquitectura del horror. Abajo, esperaban unos carniceros especializados en corte y confección que exponían posteriormente el género en unos mostradores llamados Calpules que dejaban La Matanza de Texas a la altura del betún.
Rafael Echagüe: el noble, político y atípico militar olvidadoÁ. Van den Brule A.
Pero claro, estas cosas ocurrían porque el secular poder del miedo con el que inducían aquellos monstruos salidos de una galería de los horrores al resto del vecindario funcionaban como un reloj suizo. Pero estos antropófagos tenían los días contados. La Mano de Dios se aproximaba por el este inexorable para hacerles una ‘visita’.
Dicen los que saben que un día el ínclito Séneca le dijo al malvado Nerón que había perdido su poder, pues el primero le explicó que ya no le tenía el miedo con el que sometía a todo quisque.
Esto viene a colación porque algo más al norte del Gran Valle Central, donde radicaba este bárbaro pueblo de fiereza y costumbres terroríficas, otro pueblo cansado de los atropellos de los Mexicas (mal llamados Aztecas), los Txitximecas, se habían revelado contra los monstruos del chocolate. Se hace necesario recordar que Moctezuma agasajaría tiempo más tarde a Cortés con ‘chocolate’ o ‘chocolatl’, un derivado del cacao local que no llegaba a tener la calidad del estándar del actual chocolate, pero que se dejaba consumir. Allá por el año 1519, cuando Hernán Cortés desembarcó como todos sabemos en Yucatán y aterrizó en medio de una descomunal guerra civil, los comedores de humanos empezaron a tener un poco más crudo el tema del condumio y la proliferación de sus macabras barbacoas.
«El pueblo mexicano actual (pueblo hermano) que en tantas ocasiones ha estado al lado del pueblo español en momentos críticos para nuestra nación, no es heredero de aquel infortunio»
El llamado Holocausto Azteca nos remite a cifras muy controvertidas, atendiendo según de que fuentes se beba (o interesen) y de la capacidad crítica o autocritica que se maneje. Tanto el cronista Bernal Díaz del Castillo (1492-1584) como fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), hacen descripciones tremebundas sobre el canibalismo ritual, bastante coincidente sobre estos crueles sucesos. Se cifra en torno a los 50.000 sacrificados y decapitados por año (Tlascaltecas, Totonacas, Txitximecas, etc.) e incluso ciertos autores anglosajones amplifican estas cifras hasta superar los 200.00 interfectos por año. Los sacerdotes mexicas, todo hay que reconocerlo, sí que eran unos estajanovistas de pelo en pecho. El elaborado Códice Magliabechiano, con cerca de un centenar de páginas, es bastante elocuente en lo que se refiere a las descriptivas imágenes (a veces da la impresión de ser un comic en toda regla) que señalan dentro de un contexto religioso y cosmogónico estos hechos.
La propia Malinche, interprete principal del extremeño en los primeros compases del enfrentamiento con los Mexicas, corroboraba, sino las cifras, al menos la descripción de la brutalidad de esta ¿cultura? centroamericana.
En el fondo de la cuestión se debe de arrojar luz al porqué de este hábito tan espantoso. La mayoría de los expertos asumen que este canibalismo era de un realismo incuestionable e inapelable. Ahora bien, hay tesis que niegan rotundamente que estos hechos acontecieran, por ello es de rigor considerarlas en la búsqueda de la verdad o de una razón congruente. Pero lo que es obvio es que a nadie nos gusta tener antecedentes y menos de este tipo. El pueblo mexicano actual (pueblo hermano) que en tantas ocasiones ha estado al lado del pueblo español en momentos críticos para nuestra nación, no es heredero de aquel infortunio, de eso no hay duda, pero las evidencias arqueológicas están ahí. La cuestión en esencia es saber cuál fue la causa que llevó al pueblo mexica a llevar a la práctica estos extremos tan inhumanos hasta retorcer tanto la tragedia de la guerra.
El eminente Dr. en arqueología Don Gabino López Arenas sostiene una teoría que podría arrojar luz a nuestra actual visión, y aportar soluciones a nuestro complejo razonamiento sobre este controvertido tema. Él mantiene que las víctimas eran inmoladas y desolladas inmediatamente para ser preparadas de cara a su ingesta, pues las actuales observaciones forenses mencionan como punto nuclear la enorme cantidad de hendiduras en los huesos frescos y su sostenida exposición al fuego. De lo que se deduce que estas prácticas tenían la finalidad, como hipótesis plausible, la de absorber e integrar a la divinidad albergada en esos desgraciados cuerpos de los caídos en estos sórdidos trances rituales en los que los mexicas lograban una comunión extática. Sin embargo, esta teoría se contradice con la limitadísima ingesta, de carácter más bien anual, en alguna celebración destacada en la que (las crónicas aluden a Moctezuma) el líder tomaba de forma puntual una pieza de algunos de los sacrificados en aquellas extrañas festicholas. Cada cultura tiene sus cosillas…
El antropólogo Michael Harner planteaba en una sesuda investigación que los mexicas usaban este “formato de alimentación“ por la carencia de animales de talla en su hábitat. De idéntica manera, otro gran especialista, Oscar Calavia Sáez, introduce un atenuante en la controversia en cuestión que busca razones o justificación a esta conducta tan bestial, pues ambos consideran que la única forma de obtener proteínas era a través del ejercicio de este ritual a través de su fuente, la Guerra Florida; esto es, que aquellas razias se contemplaban como una caza orientada con fines alimentarios. Se hace necesario considerar que en Europa al menos ya se habían conseguido domesticar el ganado vacuno, porcino y ovino, algo que en la época que hablamos, y concretamente en estos pagos mesoamericanos para las culturas prehispánicas, era un absoluto desconocimiento, salvo para aquellos pequeños enclaves costeros en donde el pescado suplía estas carencias y, en consecuencia, estas prácticas. Con la llegada de los españoles, la situación revirtió y la ingesta de humanos pasó a la historia, quedando como un tema tabú.
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Pero hay un punto muy oscuro en estos debates, y es que los mexicas si tenían una amplia panoplia de animales (tapires, armadillos, conejos, pavos, grandes pitones, pequeños jabalíes tamaño jabato, etc.) que estaban a su alcance en entornos próximos y podían paliar estos traumáticos procesos a las poblaciones aledañas. Entonces… ¿Por qué esta crueldad tan inaudita?
Quizás haya una lectura subyacente en todo esto y es la que queda reflejada en la tétrica arquitectura de los altares Zompantle, auténticos museos del horror donde las calaveras de los finados eran usadas en ocasiones para crear murallas de protección en algunas localizaciones y, de paso, atemorizar o disuadir a cualquier potencial adversario.
Solo el terror conduce a la sumisión. Tal vez este fuera el propósito primero y último de los mexicas y esto cerraría todos los debates.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-09-10/mexicas-antropofagia-brutalidad_3487298/